El complejo militar industrial: el papel de los científicos como mercenarios del capitalismo contemporáneo

La política económica de Trump ha seguido la moda de los recortes presupuestarios, lo que suscita la pregunta inversa: ¿en dónde no escatiman el dinero? La respuesta es evidente: en gastos militares, dentro de los cuales están los proyectos “cientificos” de Darpa, la agencia de investigación del Pentágono.

La guerra ha sido y es uno de los grandes motores de la ciencia, y los científicos son los más fieles siervos de las guerras porque su trabajo tiene más relación con el sueldo que cobran que con un amor desinteresado por el saber.

Los presupuestos militares han convertido a Darpa en un gigantesco fondo de inversiones a través del cual los militares controlan universidades, laboratorios y centros de investigación por todo el mundo. Los científicos, académicos e investigadores no son más que unos de tantos subcontratistas del Pentágono, de manera que cuando se les acaban los fondos tienen que viajar a Washington a mendigar más dinero para mantener la maquinaria en marcha.

En 2017 Darpa percibió 2.900 millones de dólares que este año llegarán a los 3.200 millones. El destino de ese dinero marca la pauta de lo que interesa a los imperialistas, además de marcar la pauta también de lo que en el mundo actual consideran como “ciencia” que los más papanatas llamaban antes “puntera” y ahora “deep tech” (1). La tecnología “punta” es la más moderna, la mejor, la más innovadora y los demás no hacen más que seguir ese camino: el que marca el Pentágono.

Darpa no invierte en armas sino en hegemonía y, por lo tanto, en poder o, por mejor decirlo, en mantener el poder (el ‘status quo’) a lo largo y ancho del mundo. Poco después de que en 1958 fundara Darpa fue cuando el general Eisenhower acuñó la famosa expresión “complejo militar industrial” (2), un binomio del que se suele olvidar la tercera pata a la que el entonces Presidente también se refirió: la ciencia.

Más que la ciencia propiamente dicha, son los científicos actuales los que portan las taras del complejo militar industrial, por más que se empeñen en disimularlas. Aquí ya hemos expuesto algunas, como la llamada “inteligencia artificial”, que va a consumir 2.000 millones de dólares de Darpa en cinco años. No es más que ingeniería social o, como decía Marx, convertir a la humanidad en una extensión de la máquina (y no al revés).

Por lo demás, la “inteligencia artificial” es lo menos inteligente que cabe imaginar. Es el intento de trasladar el modelo militar a la sociedad, o sea, militarizar a los civiles, convirtiéndolos en automátas, soldados robotizados, carne de cañón.

La subcontratación permite a los científicos cerrar los ojos ante sus verdaderos amos. También le permite al Pentágono contar con la colaboración de instituciones e investigadores que le cerrarían las puertas porque no quieren aparecer como tentáculos de la guerra imperialista. En fin, la maraña de intermediarios mantiene la imagen de la ciencia que los científicos quieren aparentar: aséptica y alejada del mundanal ruido.

Pero la ciencia no sólo depende de los militares y de científicos militarizados, sino también de la industria, es decir, del capital. La biologia moderna es una creación de las empresas de fondos de inversión altamente especulativos. Los laboratorios de biotecnología, la farmacia y la agroindustria actuales serían impensables sin las sociedades de capital riesgo.

La industria funda y destruye revistas científicas, crea, equipa y disuelve laboratorios y centros de investigación, financia cursos de formación, convoca congresos nacionales e internacionales, incorpora a los científicos a su accionariado y a los consejos de administración de sus empresas, nombra y destituye a ciertos ministros…

Desde el punto de vista industrial, la ciencia moderna no tiene que fabricar conocimientos verosímiles, sino algo mucho más simple: es una máquina de hacer dinero rápidamente, bien entendido que quienes hacen dinero no son sólo las empresas sino también los científicos que forman parte de ellas.

Quizá el mejor perfil que hay en España de uno de esos científicos de última generación sea Cristina Garmendia, donde aparecen todas las patas que la sustentan. Doctora en biología, Garmendia fue ministra del PSOE de Ciencia e Innovación, un cargo al que llegó procedente de los grupos de presión de la biotecnología, la famacia y la medicina, unidos en una intrincada red de fundaciones que no son otra cosa que conglomerados empresariales.

Era miembro de la Junta Directiva de la CEOE, presidenta de la Fundación Inbiomed y de la Asociación Española de Bioempresas. En 2000 fundó Genetrix, empresa del sector de la biotecnología y en 2008 la sociedad de capital riesgo YSIOS, especializada en salud y biotecnología. “Cristina Garmendia fue pionera al sentar las bases de una industria de la biotecnología en España al trasladar el ‘know-how’ de la investigación biomédica académica española al ámbito del mundo empresarial”, dice de ella la Wikipedia (3).

En 2011 aquella ministra aprobó la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación que, por primera vez, elevó la innovación a rango de ley, incidiendo en las puertas giratorias del conocimiento: del sector público a las empresas privadas, y a la inversa.

Aquel mismo año 2011 la ministra se concedió préstamos públicos para sus propias empresas privadas, porque en los tiempos del capital monopolista de Estado ¿cómo se diferencia lo público de lo privado?, ¿cómo diferenciar la ciencia de los científicos?, ¿cómo diferenciar a la ciencia del capital?, ¿cómo diferenciar al PSOE de Ciudadanos? En 2015 a la científica ya la veían participando en los actos electorales de Ciudadanos (4).

En el mundo actual a los científicos que marcan la pauta donde se los ve es en los actos oficiales; los otros tienen su jornada de trabajo en los laboratorios y dependen de los anteriores.

(1) En Estados Unidos llaman “deep tech” a los proyectos científicos prometedores o rompedores, pero que requieren un desarrollo a largo plazo y, por lo tanto, de dinero público
(2) Aunque la expresión se atribuye a Eisenhower, quien le escribió el discurso fue Malcolm Moos, rector de la Universidad de Minnesota (https://www.shmoop.com/historical-texts/eisenhower-farewell-address/malcolm-moos.html).
(3) https://es.wikipedia.org/wiki/Cristina_Garmendia
(4) https://cronicaglobal.elespanol.com/politica/c-s-sorprende-con-el-fichaje-de-la-ex-ministra-socialista-cristina-garmendia_29688_102.html

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