Imperialismo y terrorismo: en todo el mundo la misma moneda siempre tiene dos caras

Mamadu Dabo

Para precipitar la caída de Gadafi, la OTAN distribuyó 20.000 toneladas de armas y municiones a grupos «revolucionarios» a través del Ministro de Defensa de Qatar, como pagador de la factura. En septiembre de 2011 la OTAN también le encomendó la tarea de recuperar las armas en cuestión, pero dejó arsenales enteros a disposición del Grupo de Combate Islámico en Libia (ICGL), una filial de Al Qaeda. El 10 de noviembre de 2012 Mahmud Jibril, dirigente del CNT [Consejo Nacional de Transición] y del partido Alianza de Fuerzas Nacionales Libias, ganador de las elecciones del 7 de julio de 2012, dijo en el canal iraquí Al Hurra que Qatar todavía se negaba a recuperar las armas que había distribuido a los grupos rebeldes que habían «liberado» su país, lo que implica que Doha también tenía control sobre estos grupos. En realidad, son los Estados Unidos y Francia los principales responsables de esta situación, porque Qatar no puede dejar armas en la calle sin un cheque en blanco.

El efecto dominó de la «revolución» libia no se limita a África porque afecta directamente a Siria y Yemen. Obama reconoció (24 de enero de 2013) que los arsenales de Gadafi se utilizan en Mali. No dice cómo llegaron hasta aquí y quién los trajo, para que no se le haga responsable si se comete una locura contra un avión civil en algún lugar del mundo. Obama no puede ignorar el caso del Lutfallah II, el barco de Libia, que pasó por Egipto y Turquía y fue detenido por la marina libanesa con toneladas de armas a bordo: el presidente del Parlamento libanés, Nabih Berri, alertó a la opinión internacional diciendo que el barco «no llevaba armas para los ángeles».

Todos los escenarios en los que opera el terrorismo están interconectados porque el terrorismo es un sistema transnacional con los mismos operadores y agentes a diferentes niveles hasta los jefes de Estado, los diputados, los ministros, los jefes de los servicios de inteligencia y los traficantes de armas, como en la primera guerra de Afganistán, cuando los ministros saudíes y del Golfo, así como los directores de los mayores bancos y empresas, se enorgullecían de financiar a Bin Laden, el predilecto de los estadounidenses a los que ayudó a deshacerse del malvado comunista ruso.

Hoy en día el patrocinador del terrorismo internacional sigue siendo el mismo, aunque da la impresión de ser polimorfo. El objetivo también es mostrar la cara de este Darth Vader con una máscara de metal. Además, la transferencia de armas de un país cuyo gobierno se originó en las «primaveras árabes» al eje que quiere imponer nuevas «primaveras árabes» indica que esas «revoluciones» se fabricaron en las oficinas y que el plan sigue en marcha. No sólo se ha creado una multitud de regímenes, sino que se ha introducido un número infinito de traidores y agentes de Occidente en el funcionamiento de todos esos Estados a todos los niveles. Están trabajando, a diferentes niveles jerárquicos, para hacer posible el tráfico de armas para los terroristas que llevó al viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Gennady Gatilov, a decir que «las amenazas de la oposición siria de derribar aviones civiles son el resultado de entregas irresponsables de Manpad», los sistemas móviles de defensa antiaérea.

A principios de agosto de 2012 algunos reportajes de los medios de comunicación revelaron que el Ejército Sirio Libre había obtenido unos 20 de estos Manpads (Man Portable Air Defence, cuyo modelo más famoso es el Stinger) de Turquía. Según los expertos rusos, Arabia saudí y Qatar están detrás de esas entregas. Fue el propio Obama quien autorizó (a finales de agosto de 2012) la entrega de armas pesadas a los rebeldes anti-Bashar, y Hillary Clinton hizo una declaración en la que pedía a los mercenarios sirios que no depusieran las armas el mismo día en que el «muftí» de Al Jazeera, Al-Qardaui, emitió una fatwa a este respecto.

Las miles de armas incautadas por el ejército sirio a los terroristas no tienen nada que ver con el arsenal ruso de Gadafi, y una decena de Stinger han sido incautados recientemente en ese país. Turquía no sólo alberga terroristas, los entrena y los envía con armas a los países vecinos, donde es responsable de enviar al 90 por ciento de los 100.000 terroristas que saquearon y masacraron ese país: envió dos barcos cargados de armas a los yihadistas de Yemen, la última incautación de armas por parte de las autoridades yemeníes tuvo lugar el 25 de enero de 2013. ¿Puede un país miembro de la OTAN, vasallo de Estados Unidos, permitirse enviar armas a Al Qaeda en Yemen sin un cheque en blanco?

En 2011 la División de Inteligencia de la OTAN (que no tiene nada que ver con la CIA) estimó que había entre 200 y 300 elementos de Al Qaeda entre los combatientes libios antiGadafi, los cuales, hay que decirlo, estaban apoyados por oficiales estadounidenses, entre ellos dirigentes del Grupo Islámico Libio de Combatientes (LIG), como Abdelkrim Belhadj, Ismael As-Salabi y Abdelhakim Al-Assadi…

Al igual que en Afganistán, Bosnia, Chechenia, los mercenarios de Al-Qaeda y los soldados estadounidenses lucharon en el mismo frente en Libia. El terrorismo se ha vuelto transnacional y sus armas se trasladan a domicilio en barcos y cargueros de los países de la OTAN. Muchos autores, funcionarios, ex funcionarios de inteligencia, incluidos los estadounidenses, muchos escritores -entre ellos Peter Dale Scott, David Ray Griffin, Thierry Meyssan, Michel Bounan, Nafeez Mosaddeq Ahmed, Gerhard Wisnewski, Mathieu Kassovitz- aportan pruebas de la instrumentalización del terrorismo por parte de los Estados, que en la actualidad son cada vez más numerosos para utilizarlo como medio de presión y/o destrucción de otros Estados.

El presidente nigeriano ha hablado de terrorismo transnacional. El investigador Ghaleb Kandil también escribe: «Fue Estados Unidos quien dirigió la guerra en Siria, creó centros de operaciones en Turquía, que incluyen agentes de la CIA para coordinar los esfuerzos internacionales y regionales para movilizar a terroristas de todo el mundo y enviarlos a Siria. Los funcionarios estadounidenses se jactan públicamente de haber proporcionado materiales de comunicación modernos a las bandas armadas, y no se han lamentado, incluso después de reconocer que gran parte de este equipo ha caído en manos de combatientes de Al-Qaeda y el Frente Al-Nosra, una organización que incluyeron tardíamente en su lista de terroristas, en la que podrían incluir a otros grupos en un futuro próximo, sin cambiar su posición sobre los compromisos para detener la violencia».

Por lo anterior, es innegable que no hay más ladrones que los que gritan ¡al ladrón! en esta supuesta lucha contra el terrorismo. Son ellos, las potencias militares y los arsenales de armas pesadas, quienes los entrenan, les suministran armas de destrucción masiva y los organizan para el combate. Ellos son los que los financian y les proporcionan drogas para convertirlos en verdaderos criminales de guerra. Una vez cumplida la misión de poner de rodillas a un determinado régimen, estos mercenarios se quedan atrás, incapaces de vivir sin las drogas que les cuestan fortunas, sin una función o título que les permita llenar sus bolsillos. Estos nuevos desempleados, armados hasta los dientes y con experiencia en la profesión de las armas, se vuelven en contra de su patrono (caso de Bin Laden) o crean situaciones de conflicto (crisis maliense) que les permiten vivir a base de armas con el apoyo de los productores y traficantes de armas.

No cabe duda de que la invasión de Afganistán (noviembre de 2001) e Irak (20 de marzo de 2003) fue planeada con falsos pretextos: una para la «eliminación» o «arresto» de Bin Laden, y otra para destruir las «armas de destrucción masiva» de Saddam Hussein. Todos estos años después de la invasión de Irak y Afganistán, en lugar de eliminar a Al-Qaeda, la intervención norteamericana la convirtió en una plaga internacional y puso a estos países de rodillas.

Además, Obama dijo en junio de 2010, pocos meses antes de la «Primavera Árabe»: «En este mundo incierto, ha llegado el momento de un nuevo comienzo, un nuevo amanecer de la hegemonía estadounidense. Nuestro poder económico debe apoyar nuestra fuerza militar, nuestra influencia diplomática y nuestro hegemonía mundial», añadió. «Por eso construiremos un ejército del siglo XXI y una asociación tan poderosa como la alianza anticomunista que ganó la Guerra Fría, para seguir a la ofensiva en todas partes, desde Djibouti hasta Kandahar». Ese «ejército del siglo XXI» se dirige claramente al mundo musulmán, porque cita dos ciudades musulmanas. Por «asociación tan poderosa como la alianza anticomunista», se refiere a una alianza estratégica y fundamental con Estados locales como Qatar, Arabia saudí y los nuevos gobiernos de la «Primavera Árabe» que ya están trabajando arduamente para destruir a otros pueblos árabes y aplastar al último de los «rais» dignos de ese nombre (*). Esta asociación se ha puesto en movimiento de forma devastadora: varios presidentes fracasados en el espacio de un año, varias nuevas crisis en el mundo árabe y, finalmente, un Sahelistán que está tomando forma en varias regiones. Nunca antes el mundo musulmán había experimentado crisis tan graves y destructivas, tantas divisiones y particiones.

La invasión del norte de Malí forma parte de esa lógica, pensada hasta el último detalle. En Malí no se trata de terrorismo sino de terrorismo de Estado; los mercenarios utilizados con ese fin son sólo tentáculos de un mismo pulpo, tanto si pretenden actuar en nombre del Islam como en nombre de Azawad. La crisis maliense forma parte de una visión geoestratégica imperialista con un área geográfica precisa cuyo propósito es controlar los recursos, la extensión y la dominación, pero también conceder presupuestos astronómicos a las empresas del complejo militar-industrial, entre otros.

Digámoslo alto y claro: el llamado terrorismo «islamista» es una fabricación americana que sólo sirve a los intereses occidentales, con el apoyo y la bendición de sus auxiliares. Este terrorismo y el islamismo que subyace en él no son una ideología, sino grupos mercenarios que trabajan para fuerzas extranjeras. Dado que mata, aterroriza y pretende establecer una dictadura fascista, el «islamismo» no es, por lo tanto, una ideología, sino un crimen. Hoy en día, esa estrategia ya no se dirige a un solo país, sino a varios a la vez, ya que la «Primavera Árabe» inició la transición del plan imperialista a una escala superior.

Por ello, Rusia es bienvenida, junto con China, a traer a estos sepultureros que encienden el fuego para seguir sus intereses en lugar de apagarlo. Así pues, el objetivo de la Operación Serval (2) es redirigir un terrorismo que escapó a sus promotores. El terrorismo había destruido el MNLA (3) y planeaba controlar todo Malí. Malí es propiedad de Francia y el norte de Malí es compartido entre Francia por razones económicas (el subsuelo) y Estados Unidos por razones tecnológicas (el espacio aéreo utilizado para datos satelitales o investigación espacial).

Por lo tanto, la Minusma (4) permanecerá en Malí al menos hasta 2023, si IBK (5) no refuerza la ofensiva hacia Rusia. Y tendrá la oportunidad de permanecer más tiempo, si los amos del mundo logran instrumentalizar a un candidato presidencial e imponerlo por los medios que les son familiares en la conquista del poder en nuestros países durante siglos. ¡Que Dios no lo permita!

https://www.maliweb.net/insecurite/en-toute-verite-lotan-est-a-lorigine-de-la-crise-au-mali-la-russie-en-est-lunique-porte-de-sortie-2846449.html

(1) “Rais” es una palabra árabe que significa “dirigente”. Durante el Imperio Otomano el “rais” era un cargo político y hoy se llaman así a los Presidentes de las Repúblicas árabes.
(2) Plan del imperialismo francés para mantener su presencia militar en el Sahel
(3) Azawad es el norte de Mali, la parte desértica del Sahel poblada por tuaregs, que han organizado el MNLA (Movimiento Nacional de Libreración de Azawad)) para exigir la independencia. La expresión, que significa “zona de pastos”, está prohibida en Mali.
(4) Plan de la ONU para la pacificación de Mali.
(5) Iniciales de Ibrahim Bubacar Keita, el Presidente de Mali.

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