Cada voto es una mina de oro

Si los votantes supieran realmente lo que están haciendo cuando acuden a las urnas, se lo pensarían dos veces. El voto no sólo otorga concejales, diputados y senadores, sino mucho más. El voto legitima al parásito que luego lo utiliza como un arma arrojadiza, incluso contra el propio votante. “No nos podemos quejar porque tenemos lo que hemos votado”, dicen.

Las elecciones son una comedia que oculta a los que no votamos, a quien nadie toma en consideración, o lo que es peor, también vuelven nuestra abstención contra nosotros mismos, de manera que son lentejas: el votante no se puede quejar porque ha votado y los que nos abstenemos tampoco porque no hemos votado. “¿Protestas? Pues haber ido a votar en las anteriores elecciones”, nos dicen.

Tras las elecciones siempre perdemos los que siempre ganamos, que somos los abstencionistas. Todos los cálculos políticos se hacen sobre votos, no sobre abstenciones, a pesar de que el Partido del Boicot está por encima de todos los demás partidos juntos. ¿Cómo es posible que nuestro Partido nunca haya sido tenido en cuenta?

Si alguien se toma la molestia de preguntar a los votantes por los motivos de su elección, comprobará que (casi) nadie vota convencido de lo que hace. Más bien toman sus decisiones por el rechazo de la otra opción. Votan contra alguien. Votan a unos (el mal menor) para que no ganen los otros.

Los del Partido del Boicot decimos que es ridículo que nos obliguen a elegir entre lo malo y lo peor. Nuestro dilema no son unos u otros. No estamos en contra de unos u otros: estamos en contra de todos ellos porque todos ellos chapotean en el mismo fango. Estamos en contra de eso que llaman “el sistema”, incluidas las propias votaciones porque son una payasada.

Las elecciones no son la solución: son el problema (uno de los problemas). No queremos amamantar a este “sistema”, hacer que engorde a nuestra costa, con nuestro voto porque -una vez más- las elecciones son dinero. Los votos son una de las principales fuentes de ingresos para los partidos institucionalizados y el dinero procede del Estado. Aquí tampoco hay recortes. Las elecciones son la quintaesencia de la “democracia”; son más importantes que la sanidad o la educación y en ellas no se puede escatimar.

De ahí que los partidos se vayan a repartir 60 millones de euros tras las próximas elecciones, 270,9 euros por cada concejal y una media de 13.500 euros por escaño. Además, recibirán 0,54 euros por cada voto en las municipales y entre 0,50 y un euro por cada voto en las autonómicas.

Las peleas electorales no se entablan sólo por los cargos y las poltronas, sino también por el dinero. Con el fin de arrastrarnos a votar a quien sea (da lo mismo), los presupuestos destinan cinco millones de euros para que los partidos puedan enviar papeletas electorales por correo.

El derecho al voto es sagrado; está por encima de todo. Está por encima del derecho a la salud y por encima del derecho a la vida. Por eso vemos que sacan a los enfermos de los quirófanos en ambulancia y llevan a los ancianos en silla de ruedas hasta las mesas electorales. Es inaudito creer que es consecuencia del fervor electoral y partidista del votante. No es concebible pensar que hay alguien en este mundo que pone su afán electoral por encima de su salud. Los llevan a la fuerza para que voten (a quien sea, da lo mismo).

El derecho al voto también está por encima del derecho al trabajo. Los inmigrantes que se han tenido que largar a causa del paro, no tienen trabajo, no pueden vivir en su país de origen pero no por ello pierden su derecho al voto. El caso es que no haya abstención.

El que vota cree -equivocadamente- que los escaños se corresponden con los votos de una manera más o menos aproximada. Es la quintaesencia de la “democracia”. No es así. Los votos se corresponden con el dinero y con otras cosas que tienen relación con el dinero. Es el dinero el que da o quita escaños. Por ejemplo, el dinero no se reparte entre los partidos que participan sino entre los partidos que ganan. Para ellos la “democracia” no es la participación sino la victoria (electoral).

El dinero no se agota en las elecciones porque realmente las elecciones no tienen importancia. Una vez que la payasada termina es cuando realmente llega el grueso del botín que sigue amamantando a los partidos institucionalizados sin recortes de ningún tipo.

Si alguien cree que el dinero va a parar a los bolsillos de los vividores (concejales, parlamentarios y cargos de todos los colores) también se equivoca. Eso va aparte. A ver si los votantes se enteran de cómo funciona este chanchullo institucionalizado. Pongamos un ejemplo. Los partidos políticos cobran del Estado por el número de concejales que han obtenido y se quedan con la pasta; por eso luego los concejales tienen que meter la mano en los presupuestos municipales para llevarse su parte del botín. Lo mismo ocurre con los cargos autonómicos. No queda títere con cabeza.

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