Biografía de Marx (Parte 13)

El
auge de los movimientos democrático-burgueses
Como Marx había previsto, la crisis económica, que se inició
en 1857, tuvo importantes consecuencias políticas. Los problemas que no se
habían resuelto en la revolución de 1848 resurgieron con fuerza renovada. Su
atención la absorbieron el recrudecimiento de la lucha de Italia por la unidad
del país y su liberación del yugo austríaco y el movimiento por la unificación
de Alemania. Esta vez, lo mismo que en 1848, la principal preocupación de Marx
era que los movimientos democrático-burgueses se hicieran más amplios y más
potentes gracias a la participación de masas más vastas y más plebeyas,
de la pequeña burguesía en general, del campesinado en particular y, por
último, de las clases desposeídas. Todos los artículos de Marx correspondientes
a este período, lo mismo si tratan de Italia o de Alemania que de Polonia o de
Rusia, reflejan esa preocupación.
Durante la guerra austro-italo-francesa de 1859, Marx
desenmascaró a Luis Bonaparte, que intentaba encubrir los egoístas fines
dinásticos que perseguía en la guerra con la consigna de liberación de Italia,
y demostró que el pueblo italiano no podría lograr la independencia y la unidad
del país más que mediante un levantamiento nacional que destronase a todos los
monarcas italianos, acabase con la opresión feudal, lo liberara del yugo
austríaco y le permitiera crear un Estado democrático unificado. Marx
consideraba que toda propaganda en favor del bonapartismo no sólo causaba un
daño directo a la causa de la revolución italiana, sino también a la revolución
alemana, y que ayudaba a las fuerzas reaccionarias en Europa. Por ello, en el
panfleto Señor Vogt, escrito en 1860, atacó a los agentes bonapartistas
infiltrados en el seno de los exiliados pequeño-burgueses.
Es una de sus obras menos conocidas, en la que Marx trabajó
durante casi un año. Profesor de Geología en Ginebra, Carlos Vogt (1817-1895)
era un científico muy conocido en toda Europa, uno de los principales
representantes del materialismo vulgar, un filósofo ateo y con ademanes
radicales que la burguesía suele confundir con el materialismo dialéctico.
Entre otras simplezas decía que el pensamiento brota del cerebro lo mismo que
la orina del riñón. Pero en aquella época, obras de Vogt como La
ciencia y la fe del carbonero
 tuvieron una enorme repercusión.
La crítica científica de Vogt y la corriente filosófica a la
que pertenecía (Büchner, Moleschott) por parte de Engels es conocida.
Los calificó como predicadores viajeros.
Pero, además de científico, Vogt era el más influyente de
los demócratas burgueses en la Alemania de mediados del siglo XIX. Había
participado en la revolución de 1848, fue diputado de la Asamblea de Franckfort
y, como tantos otros, luego tuvo que emigrar a Suiza. Gozaba de inmensa
influencia no solamente entre los demócratas alemanes, sino también entre todos
los círculos de viejos revolucionarios exiliados que vagabundeaban por Europa,
especialmente el ruso Alexander Herzen.
El contexto de la polémica entre Vogt y Marx fue la guerra
entre Francia y Austria en su disputa sobre Italia. Para Napoleón III era importante
ganarse para su causa a un célebre científico que, al mismo tiempo, era un
dirigente respetado entre los demócratas alemanes. Vogt estaba muy ligado a un
hermano de Napoleón III, que se hacía pasar por liberal y protector de la
ciencia. De él recibió Vogt dinero para distribuirlo entre los representantes
de los círculos de exiliados.
Cuando Vogt se manifestó a favor de Napoleón III y de
Italia, causó una profunda impresión entre los revolucionarios. Entre ellos
había algunos muy ligados a Marx y Engels en Londres, uno de los
cuales era Carlos Blind. Éste le contó a Marx que Vogt había recibido dinero de
Napoleón III, acusación que fue publicada por Guillermo Liebknecht en
la Gaceta de Augsburgo.
Sintiéndose desenmascarado Vogt, llevó el asunto ante los
tribunales y aunque perdió el proceso, el periódico no pudo aportar ninguna
prueba de la acusación de corrupción porque Blind desmintió sus afirmaciones
previas. Que Vogt era un agente bonapartista no se pudo confirmar
documentalmente hasta muchos años más tarde, cuando se abrieron los archivos
secretos de Napoleón III.
Vogt pareció haber limpiado su honor y Liebknecht aparecía
como un mentiroso. Los exiliados alemanes en Londres, convencidos de que Liebknecht no
era más que un portavoz de Marx, se volvieron contra él, incluidos algunos de
los incondicionales suyos como Freiligrath, quien tuvo que descubrirse
manifestando en aquel difícil momento que sus relaciones con Marx eran personales.
Veterano de 1848, Freiligrath era entonces director de la sucursal de un banco
suizo cuyo director en Ginebra era amigo de Vogt. No quería arriesgar su
bolsillo. Los viejos como Freiligrath no renegaban de su pasado pero vivían de
recuerdos. Lassalle tenía mucha razón al decir que Marx estaba sólo, y no
solamente en Alemania. Solo pero erguido.
Convencidos de que Vogt estaba comprado, Marx y todos los
revolucionarios se encontraron en una situación difícil, sobre todo cuando
aquel pasó al ataque publicando un folleto en que acusaba a Marx de ser la
cabeza de una banda de ladrones y falsarios que no retrocedían ante nada. Las
más monstruosas calumnias se esgrimieron contra los comunistas. Conocido por su
amor al confort, Vogt acusó a Marx de llevar una vida lujosa a expensas de los
obreros.
Gracias a la fama de Vogt y a la del atacado, que acababa de
publicar la primera edición de su Crítica de la economía política,
el libelo de Vogt armó un gran revuelo y, como era de esperar, tuvo una acogida
excelente en la prensa burguesa. Todos los publicistas burgueses, y
particularmente los renegados del socialismo que habían conocido personalmente
a Marx, aprovecharon la ocasión y vaciaron sus sacos de basura sobre su
adversario.
Marx consideraba que la prensa tenía derecho a ofender a
cualquier político. Su lema eran las palabras de Dante: ¡Sigue tu camino y que
la gente diga lo que quiera! Era un privilegio de cuantos se dedican a una
actividad política recibir elogios o ataques. Marx no respondía a las injurias
personales, de las cuales, sin embargo, se le colmaba continuamente. Se podían
dejar sin respuesta los ataques dirigidos contra Marx, pero no las calumnias
dirigidas contra los revolucionarios. Cuando estaban en juego los intereses de
la causa del proletariado, Marx respondía, y entonces era implacable.
Cuando apareció el libelo de Vogt, los revolucionarios se
preguntaron si era conveniente responder. Lassalle y algunos amigos de Marx
opinaban que era mejor guardar silencio; no se trata de que creyeran una sola
palabra de lo que había escrito Vogt, sino que tenían en cuenta el considerable
prestigio que el proceso le había proporcionado. En su opinión, Liebknecht había
herido en lo más vivo al gran demócrata, el cual al defender su honor había
caído también en excesos. Un nuevo proceso no haría más que confirmar su
triunfo, dado que no había ninguna prueba contra él. Por lo tanto, lo más
racional era dejar que la opinión pública se apaciguara.
En una carta dirigida a Marx el 2 de febrero de 1860, Engels censuraba
a Lassalle que no se posicionara claramente en el conflicto, que tratara de
mantener las distancias entre ambos.
Muchos años después Mehring daba la razón a Lassalle contra
Marx. Según él, Marx no hubiera debido intervenir en la disputa entre Liebknecht y
Vogt, tendría que haberse quitado una preocupación sin ninguna utilidad para la
lucha. Pero en el momento en que Mehring escribió, Vogt carecía ya de toda
influencia política. Además, descuida que la obra dirigida contra Vogt iba
enfilada al mismo tiempo contra otras dos dianas: Lassalle y los exiliados. El
incidente con Vogt disimulaba profundas divergencias tácticas que habían
surgido entre el partido proletario y los partidos burgueses, y que, como
demostraba el ejemplo de Lassalle, en el propio partido proletario se habían
manifestado peligrosas fluctuaciones.
Marx y Engels acordaron responder por escrito. Con
la siempre inestimable ayuda de Engels, Marx asumió esta tarea redactando
un folleto bastante breve, unas 40 hojas que tuvieron que imprimirse fuera de
Alemania donde sólo llegaron una cantidad insignificante de ejemplares.
Desde el punto de vista literario, el libro, asegura
Riazanov, es lo mejor de Marx como polemista. En toda la literatura mundial,
ninguna otra iguala a esta obra. Marx no se limita a destruir a Vogt
políticamente. Su panfleto no es una simple invectiva. Marx se sirve contra
Vogt de un arma en cuyo uso es un maestro: el sarcasmo, la ironía. En vida de
Marx, quienes vivieron directamente en sus propias carnes el período posterior
a 1849 afirmaron que no existe otra obra que ofrezca tanto material para la
caracterización de los partidos de aquella época, como el libro de Marx contra
Vogt. El lector contemporáneo necesitaría un mapa geopolítico de Europa de hace
150 años para orientarse en muchos de los detalles, pero se apercibirá de la
importancia política de este panfleto. El propio Lassalle, cuando apareció,
tuvo que reconocer que Marx había escrito una obra magnífica, que sus
apreciaciones habían sido equivocadas y que como político, Vogt había quedado
al descubierto para siempre.
Como siempre Engels puso su mente enciclopédica y
sus grandes conocimientos geográficos y estratégicos al servicio de Marx para
la redacción de aquel folleto y pudiera orientarse en los problemas de los
eslavos del oeste y desenmascarar el paneslavismo de Vogt.
En Señor Vogt, Marx no se asignó únicamente la
tarea de demoler políticamente a un científico respetado por toda la burguesía.
Ciertamente, cumplió esta tarea con brillantez pero su tentativa de calumniar a
los revolucionarios ofreció a Marx la ocasión de barrer a los partidos
burgueses en el poder o en la oposición y, en particular, caracterizar la
venalidad de la prensa burguesa, convertida en una empresa capitalista que
obtiene sus beneficios de la venta de palabras, al igual que otros las obtienen
de la venta de chucherías.
Contra Vogt, Marx sólo tenía posibilidad de utilizar los
escritos del propio Vogt. Los principales testigos se habían desentendido del
asunto o se habían retractado de sus afirmaciones. Por ello, Marx toma todas
las obras políticas de Vogt y demuestra que no más que era un bonapartista que
repetía literalmente los argumentos desarrollados en las obras políticas de los
agentes de Napoleón III, y deduce que Vogt es o bien un vulgar papagayo que
repite estúpidamente los argumentos de los bonapartistas, o bien un agente
comprado del mismo modo que los restantes publicistas bonapartistas.
Vogt tenía a su lado a la parte más influyente de la
democracia burguesa alemana. Por esta razón, Marx desenmascara la mezquindad
política de esta democracia y, de paso, asesta algunos golpes a los reformistas
incapaces de acabar con el respeto reverencial por las clases
ilustradas
. En 1860, cuando se iniciaba un nuevo movimiento entre la
pequeña burguesía y la clase obrera, y cuando cada partido se esforzaba por
ganarse a los trabajadores, importaba enormemente demostrar que los
representantes de la democracia proletaria no sólo no eran inferiores
intelectualmente a los representantes más populares y eminentes de la
democracia burguesa, sino que eran claramente superiores.
El golpe asestado a Vogt fue mortal para el prestigio de uno
de los principales dirigentes de la democracia burguesa. Lassalle agradeció a
Marx que le hubiera facilitado la lucha contra los progresistas por la
influencia sobre los obreros alemanes.
He aquí en qué consiste la importancia histórica de este
folleto de Marx.
También se pusieron de manifiesto entonces las discrepancias
entre Marx y Lassalle, antiguo demócrata de Dusseldorf, a quien Marx había
conocido en 1848. En la importante cuestión de la manera de unificar Alemania,
Lassalle adoptó una posición completamente errónea. En su panfleto La
guerra italiana y la tarea de Prusia
, Lassalle se manifestaba dispuesto a
apoyar el propósito de Prusia de llevar a cabo la unificación de Alemania desde
arriba, o sea, por vía contrarrevolucionaria, mientras que Marx luchaba por la
unificación del país desde abajo, mediante una revolución democrática.
Estas discrepancias se hicieron todavía más hondas cuando
Lassalle encabezó la Asociación General de Obreros Alemanes y trazó el programa
de ésta. Lassalle orientaba a los obreros solamente hacia la lucha pacífica,
legal, viendo en el sufragio universal la panacea para todas las calamidades
que sufrían los trabajadores. Lassalle inculcaba en los obreros la ilusión de
que el Estado prusiano podría ayudarles a organizar asociaciones de producción
que les liberarían de verse explotados. Lassalle era enemigo de la lucha de
clases, las huelgas y los sindicatos. A diferencia de Marx y de Engels,
que veían en los campesinos trabajadores el aliado de la clase obrera, Lassalle
estimaba que constituían una masa reaccionaria. Lassalle entabló negociaciones
directas con Bismarck, prometiéndole que los obreros apoyarían su política
interior y exterior si accedía a proclamar el sufragio universal. Aunque Marx
no conocía aún sus negociaciones secretas con Bismarck, no podían escapar a su
aguda mirada los coqueteos de Lassalle con la reacción prusiana. En sus cartas,
Marx y Engels decían que Lassalle era un demócrata palaciego
monárquico-prusiano
 con marcados tintes bonapartistas.
Al comenzar Lassalle su labor de agitación entre los
obreros, Marx y Engels se mantenían al principio a la expectativa y
se abstuvieron de momento de criticarle en público, pues Lassalle realizaba
cierta labor positiva ayudando a los obreros a liberarse de la influencia del
partido progresista burgués. Cuando, después de muerto Lassalle, Marx y Engels se
enteraron de que había mantenido negociaciones con Bismarck, calificaron esto
de traición al movimiento obrero y emprendieron una lucha abierta contra el
socialismo realista prusiano
 de los lassalleanos.
En aquellos años, Marx seguía desenmascarando a la Prusia reaccionaria,
labor iniciada ya por él en la Gaceta del Rin y que había cobrado particular
intensidad durante las revoluciones de 1848-1849. La dificultad de esta lucha
consistía en que Marx no disponía de periódico alguno con ayuda del cual
pudiese influir en el lector alemán. Por eso hizo grandes esfuerzos para apoyar
al periódico alemán El Pueblo (Das Volk), que comenzó a ser editado en Londres
en 1859, y convertirlo en un órgano de la propaganda comunista. En el breve
período que existió este periódico, Marx publicó en él una serie de artículos,
entre los que figuraban algunos tratando de la política reaccionaria de Prusia.
Al mismo fin de denunciar al régimen prusiano estaban dedicadas asimismo una
serie de obras inacabadas de Marx, en las que explicaba no sólo el presente,
sino también el pasado de ese Estado reaccionario y militarista, y en
particular su política y la de la Rusia zarista respecto a Polonia. Marx
consideraba que la lucha de los polacos contra Prusia y la Rusia zarista, que
condujo a la insurrección de 1863, sólo se vería coronada por el éxito cuando
estuviese orgánicamente vinculada con la revolución agraria y la lucha por la
democracia.
A fines de los años 50, Marx observaba ya con grandes
esperanzas el despertar del movimiento campesino en Rusia. La derrota en la
guerra de Crimea había aguzado todas las profundas contradicciones existentes
en el interior del país, y el gobierno zarista se vio obligado a empezar los
preparativos para una reforma en el campo. Al examinar los proyectos de reforma
que se discutían en los comités de la nobleza, Marx predijo los males que la
liberación desde arriba
 traería a los campesinos. El veía en el
campesinado ruso, que se levantaba a la lucha contra el régimen de la
servidumbre, un aliado de la futura revolución europea.
La lucha contra la esclavitud en los Estados Unidos a
principios de la década del 60, al igual que el movimiento contra el régimen de
la servidumbre en Rusia, era otro acontecimiento al que Marx atribuía una gran
importancia internacional. En sus escritos demostró que la guerra de secesión
era por su carácter una lucha entre dos sistemas sociales: el esclavista y el
capitalista, más progresivo que el anterior. Marx decía que el Norte no podría
vencer más que en el caso de que su gobierno empezara a desplegar la guerra al
modo revolucionario, promulgara una ley aboliendo la esclavitud, resolviera el
problema agrario en favor de los granjeros, reorganizara el ejército,
limpiándolo de elementos traidores, e hiciera la guerra bajo consignas democráticas
y revolucionarias bien claras. Marx exhortaba a los obreros de Europa a que
frustraran por todos los medios las tentativas de los gobiernos europeos de
inmiscuirse en la guerra civil para favorecer a los esclavistas del sur. Marx
aplaudía a los obreros de Inglaterra, que con sus acciones impidieron al
Gobierno inglés efectuar una intervención en apoyo de los Estados esclavistas.
Su viva repercusión entre los obreros europeos hacía concebir a Marx la
esperanza de que la guerra de secesión volvería a impulsar a la clase obrera,
deprimida por años de reacción, a desplegar enérgicas acciones históricas.

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