¿Adónde ir, qué camino debemos tomar? – Arenas (1984)


Informe presentado por
Manuel Pérez Martínez, camarada Arenas, al Comité Central del PCE(r), en Septiembre
de 1984.

Últimamente, se
comenta mucho en el Partido que “así no podemos seguir”, que “no
podemos continuar haciendo las cosas como hasta ahora”, y en esta
idea, que todos compartimos, hay una buena parte de razón. Pero de
aquí no podemos deducir que tengamos que dejar de hacer todo lo que
venimos haciendo, y menos aún que haya que arrumbar como inservibles
los principios consagrados por una larga experiencia.

Sabemos lo que no
debemos ni queremos hacer, pero a veces nos sentimos inseguros,
titubeamos una y otra vez, ante las nuevas necesidades que tiene
planteado el movimiento y ante las tareas que este nos impone. En
buena medida, esto es perfectamente lógico y natural que suceda.
Después de haber andado un trecho del camino, nos hallamos en una
encrucijada y es preciso detenerse a reflexionar antes de equivocar
el próximo paso. Es en este preciso momento cuando de entre nosotros
surgen algunas voces clamando por la vuelta atrás, por el camino ya
andado, a las cuales suelen responder otras que apuntan a cualquier
dirección, prefiriendo incluso marchar adelante sobre una sola
pierna antes de volver atrás.

En esencia, el
problema que tiene planteado actualmente el Partido, y que venimos
arrastrando desde tiempo atrás, es ése: se trata de un problema de
orientación. ¿Adónde ir, qué dirección debemos tomar? En
relación con éste mismo problema está el de organización, que
tanto se viene debatiendo últimamente. Por este motivo vamos a
centramos, antes de seguir adelante, en el problema principal, en el
de la orientación a seguir en el trabajo político del Partido, para
pasar después a las cuestiones relacionadas con la organización y
propaganda del Partido.

Más de uno ya habrá
pensado: es de Perogrullo: para saber adónde ir, tenemos necesidad
de saber antes de dónde venimos y en donde estamos. Pues bien, a
nosotros no se nos presentan esas dudas. El PCE(r) es aún un
Partido joven, pero ha tomado parte en importantes luchas y tiene
experiencia. ¿Quién se atrevería hoy a negar el papel de
combatiente de vanguardia que viene desempeñando el Partido? Este
papel no consiste solamente -ni tan siquiera se puede considerar como
lo más destacado- en las luchas que hemos librado al frente del
movimiento de resistencia popular a la política de reforma del
régimen fascista español. Cualquier persona mínimamente informada
y que sea capaz de pensar, se dará cuenta que un Partido joven y
débil como el nuestro, no hubiera sido capaz de enfrentarse de la
forma que lo ha hecho a la reacción, ni hubiera podido resistir los
zarpazos de la represión durante tantos años consecutivos, sin una
férrea disciplina en sus filas, y esta disciplina no sería posible
si no contara con una línea justa de actuación. Este es el «oscuro
secreto» que envuelve la actuación del Partido, que los
panegiristas del sistema y otros mequetrefes al servicio del capital
jamás podrán descifrar.

No me propongo hacer
aquí una historia de la lucha de estos últimos años en los que el
Partido ha tomado parte -cosa, además, ya realizada en otro trabajo
de reciente publicación- pero sí conviene que nos detengamos en
algunas circunstancias y hechos especialmente reveladores y que han
supuesto, sin ningún género de dudas, un banco de pruebas para el
Partido, para su línea política, para su dirección y para todos y
cada uno de sus militantes.

Comencemos por
describir a grandes rasgos la situación creada en España a las
pocas semanas del Congreso Reconstitutivo del Partido. Se recordará
que el país había entrado de lleno en una fase de máxima
agudización de las tensiones sociales y de la lucha de clases, cosa
que ya veníamos anunciando con bastante antelación desde la OMLE,
haciendo al mismo tiempo llamamientos a prepararse para la lucha.
Pues bien, se puede decir que tras la histórica jornada del 12 de
octubre del 75, se vinieron abajo los últimos intentos de la
oligarquía española destinados a mantener intacto para después de
la muerte de Franco el régimen creado por él. Este régimen no sólo
no era ya capaz de contener con los viejos métodos fascistas las
grandes oleadas de la lucha obrera y popular, sino que, además, se
mostraba muy vulnerable a los ataques de la guerrilla, tal como vino
a poner de manifiesto las acciones del 12 de octubre en Madrid.
Acosado por todas partes, corroído por sus propias contradicciones
internas, con la perspectiva de una mayor agravación de la crisis
económica y con un fuerte movimiento huelguístico de tipo
revolucionario respaldado por la lucha amada guerrillera, la política
«aperturista» preconizada por Arias Navarro se vino abajo
como un castillo de naipes.

El régimen estaba
herido de muerte, pero no había sido liquidado: aún contaba con
fuerzas y recursos suficientes para mantenerse y poder maniobrar. Por
otro lado, no podemos perder de vista el hecho evidente de la
debilidad de las fuerzas revolucionarias organizadas, lo que nos
impidió sacar mayor partido a aquella coyuntura política favorable.
Esta limitación del movimiento revolucionario se debía, en buena
medida, a la ausencia del Partido, y no en menor medida a la labor de
zapa y confusión realizada por el revisionismo carrillista en las
filas obreras durante los años anteriores, pero particularmente en
aquellos precisos momentos, cuando viendo la crisis y la bancarrota
declarada del sistema, no dudó ni un instante en acudir en su
auxilio pisoteando incluso hasta su propio programa «rupturista».
Bien merecido que se tenía el señor Carrillo y su banda de mafiosos
y estafadores políticos la entrada en la legalidad que poco más
tarde les sería concedida.

Lo que interesa
destacar aquí es que ninguno de estos acontecimientos nos pilló
desprevenidos, y que gracias a nuestra visión, gracias a nuestra
justa apreciación de los acontecimientos políticos que venían
sucediéndose con una velocidad vertiginosa, pudimos trazar una línea
de actuación que nos ha ido situando poco a poco al frente de las
luchas obreras y populares.

Lo primero que
planteamos es la celebración del Congreso Reconstitutivo del
Partido. La creación de un partido obrero revolucionario,
marxista-leninista, con una línea clara de actuación y un aparato
político probados, fue el objetivo que nos habíamos marcado y por
el que veníamos trabajando desde hacía más de 7 años. Las
condiciones creadas en España y los progresos realizados en nuestro
trabajo encaminado a aquel fin, nos llevaron a plantear en el orden
del día, como una tarea inmediata, la celebración del Congreso.
Dadas las circunstancias políticas, y considerando el estado de
nuestras fuerzas, el grado de organización y la cohesión ideológica
alcanzada, la realización de esta importantísima tarea no podía
ser postergada por más tiempo. Y el Congreso tuvo lugar en medio de
la más enconada lucha de clases habida en España desde que terminó
la guerra civil.

En las tesis y
resoluciones del Congreso no nos vamos a detener por ser de sobra
conocidas y porque nos apartaría demasiado de nuestro propósito.
Bástenos recordar que en las tesis aprobadas se define el
capitalismo español como un sistema monopolista de estado, y al
Estado mismo, a la forma de dominación política de la oligarquía
financiera española, de régimen fascista e imperialista. Estos
rasgos esenciales determinan el carácter socialista de nuestra
revolución. La falta de libertades auténticamente democráticas y
el control policíaco que ejerce la oligarquía sobre la clase obrera
y los pueblos de España, imposibilitan una acumulación de fuerzas
revolucionarias a través de los procedimientos pacíficos y legales
de lucha. Estas condiciones van a determinar, están determinando ya,
un proceso lento y prolongado de la lucha, cuyos máximos exponentes
van a ser la resistencia política activa de las grandes masas a las
medidas de sobreexplotación y a la opresión de los monopolios y a
lucha armada guerrillera popular.

En este proceso de
lucha prolongada, el campo de las fuerzas progresistas y
revolucionarias, por una parte, y el de las fuerzas fascistas y
reaccionarias, por otra, se irán delimitando cada vez más
claramente. Los obreros y otros amplios sectores de la población
podrán ir aprendiendo a distinguir a sus amigos de los que no lo
son, irán acumulando fuerzas y experiencias y preparándose cada día
mejor para librar los combates decisivos encaminados a demoler la
vieja máquina política y económica del capitalismo y edificar el
nuevo poder. Sólo entonces se podrá afirmar que comienza en España
la nueva era del socialismo. Pero hasta que llegue ese momento, la
lucha de clases va a ser larga y muy enconada y deberá atravesar por
distintas fases.

El Programa político
del Partido para todo ese período fue definido en el 1 Congreso del
Partido y recoge, en resumen, los siguientes puntos: Gobierno
Provisional Democrático Revolucionario, formación de Consejos
Obreros y Populares y armamento del pueblo; total demolición de la
máquina burocrático-militar fascista-monopolista; nacionalización
de los medios fundamentales de producción; libertades políticas y
sindicales para las masas obreras y populares; mejoramiento de sus
condiciones de trabajo y de vida; derecho a la autodeterminación de
las nacionalidades catalana, vasca y gallega; anulación de los
tratados militares imperialistas, fuera bases extranjeras de nuestro
territorio, política exterior de paz y no alineamiento.

En cuanto a las fases
que deberá atravesar necesariamente nuestra revolución, debe quedar
claro que no vienen determinadas por la necesidad de superar una
formación económico-social (la etapa de la revolución
democrático-burguesa}, sino que son impuestas por la misma dinámica
interna de la lucha, por la correlación de la fuerzas existentes en
cada momento entre los dos campos contendientes, por la extensión y
profundidad de sus alianzas, etc.

Ya desde su primer
Congreso, el Partido rechazó, como caducas e inservibles, la vieja
táctica de la socialdemocracia, la política de alianzas con los
llamados sectores «democráticos» de la burguesía, el
cretinismo parlamentario y otros métodos legalistas que han sido
asimilados por el capital y que se ha convertido en la charca adónde
han ido a parar los viejos y ya degenerados partidos comunistas de
muchos países. El PCE(r) no se ha atado las manos consagrando en su
Programa ninguna forma exclusiva de lucha, y las admite todas: las
legales y las clandestinas, las pacíficas y las armadas, o una
combinación de ambas, con tal de hacer avanzar en todo momento la
educación y organización política de las masas en la persecución
de sus objetivos históricos. Posteriormente, la dirección del
Partido ha venido elaborando y perfilando cada día mejor, conforme a
las experiencias acumuladas, la Política de Resistencia, concebida
ésta como una original combinación de la lucha de masas y el
combate guerrillero. Como tendremos ocasión de comprobar más
adelante, en la estrategia de la revolución socialista y la lucha
prolongada que hemos descrito, la táctica de la resistencia obrera y
popular a las diversas medidas represivas, explotadoras y
expoliadoras del capitalismo financiero, ha demostrado ya su
eficacia.

A esta concepción
amplia y flexible llegó el Partido tras numerosas experiencias
obtenidas en la primera línea de fuego de la lucha de clases y
después de analizar toda una serie de circunstancias y hechos
nuevos, que van más allá del momento en que se han presentado o de
una coyuntura política dada: la crisis general del sistema
capitalista, la fascistización creciente de la forma de poder de la
gran burguesía; la traición y bancarrota del revisionismo moderno;
la práctica de nuevas formas de lucha en todos los países, etc.;
todos éstos son fenómenos que ha generado el Estado capitalista en
avanzado proceso de decadencia y putrefacción, y que, como es
lógico, solo podrán desaparecer con el mismo sistema que los ha
engendrado.

Desaparecido Franco de
la escena política, se inicia el reinado de Don Juan Carlos I por la
gracia de aquel y demás espadones que montan guardia a la Corona.
Entonces se empieza a ofrecer al pueblo, como una dádiva, la
«democracia», se legalizan los partidos domesticados y el
flamante presidente de gobierno de su majestad, señor Suárez,
convoca referéndum para la reforma política. Todos estos «cambios»
se producen al tiempo que tiene lugar en todo el país las más
grandes oleadas de luchas de masas de tipo revolucionario que se
recuerdan, luchas que son reprimidas a sangre y fuego por la policía
armada y la guardia civil.

Por lo demás, la
amnistía, que tantas víctimas de la represión había costado, no
alcanza a los presos de los partidos y organizaciones que más se
habían destacado en la lucha contra el régimen en los últimos
años. Era evidente, contra los pronósticos de los oportunistas de
toda ralea, que el régimen no iba a hacerse el harakiri, que el
régimen no podía dejar de ser lo que había venido siendo desde que
se implantó a la pura fuerza en España. Pero es que, además, en
aspectos tan esenciales y determinantes como la base económica
monopolista-financiera, en su estructura política
burocrático-militar, en sus leyes y cultura profundamente
antipopulares, imperialistas y reaccionarias, así como en sus
soportes internacionales, se mantendría intacto. Y más que eso: de
lo que se trataba para la oligarquía, verdadera impulsora y garante
del «cambio», era, precisamente, de reforzar,
modernizándola, toda la maquinaria política y económica de su
dominación ante la perspectiva de una mayor agravación de la crisis
y el consiguiente desarrollo del movimiento revolucionario.

El Estado fascista de
los monopolios, tal como vimos anteriormente, había sufrido un
descalabro. Contenida momentáneamente la crisis, había quedado un
profundo foso abierto entre el Estado y las clases populares, foso
que la clase dominante tenía que llenar de la forma más favorable a
sus intereses. El Estado fascista español se hallaba aislado por
todas partes, sin apenas ninguna base social e imposibilitado de
sostenerse por más tiempo como lo había venido haciendo, con el
recurso casi exclusivo de la violencia y el terrorismo abierto. Así
pues, se impuso la necesidad, apremiante ya entonces, de dotar a este
mismo Estado de unas instituciones que, bajo una apariencia
democrática, asegurase la continuación del dominio económico y
político de la oligarquía y lo protegiera de las oleadas de la
lucha revolucionaria en ascenso. A este fin responde el plan de
reforma política articulado por Adolfo Suárez,
monárquico-falangista probado y hombre de confianza de la banca, el
ejército y la Iglesia.

El PCE(r) denunció
este nuevo plan político desde el primer momento como lo que
realmente era: un plan destinado a reprimir e incrementar la
explotación de las masas, a mantener al franquismo sin Franco, para
retener y acrecentar en las nuevas circunstancias de crisis el botín
de guerra obtenido de los pueblos de España. Además, frente a los
que se dedicaban a sembrar ilusiones democráticas, confundían a los
trabajadores, saboteaban sus organizaciones y sus luchas de carácter
independiente, los desmovilizaban y procuraban convertirlos en un
apéndice de la nueva política de los monopolios y del fascismo, el
Partido puso en claro esta maniobra demostrando que del fascismo y el
monopolismo no hay, no puede haber, marcha atrás al régimen de la
democracia parlamentaria burguesa; que el régimen de libertades
políticas formal corresponde históricamente al sistema económico
premonopolista, que esa época ya ha sido superada por el desarrollo
económico y la guerra civil, y que lo que hoy tratan de imponer los
mismos señores no es otra cosa, en realidad, que una forma camuflada
del sistema fascista que impida de nuevo la acción liberadora de la
clase obrera. Esta tesis marxista-leninista, absolutamente justa,
científica, la ha sostenido el PCE(r) contra viento y marea y en
medio de la borrachera pseudodemocrática con la que algunos partidos
y grupos de la «izquierda» venían aturdiendo a la gente
mientras se prestaban a colaborar en la represión de los verdaderos
comunistas y demócratas.

Pero el Partido no se
ha limitado a denunciar las maniobras políticas y las mentiras
fascistas-reformistas, no sólo se ha opuesto a que enturbiaran la
conciencia de los trabajadores y ha hecho continuos llamamientos a
proseguir la lucha por la auténtica libertad y el socialismo, sino
que él mismo se dispuso a combatir resueltamente esa misma maniobra
junto a otras organizaciones, haciendo los mayores sacrificios.
Resultaría largo mencionar aquí los nombres que tenemos en la
mente, de todos los camaradas asesinados por la policía política en
los últimos años, las persecuciones, las torturas, las condenas de
decenas y cientos de años de cárcel, en las peores condiciones
imaginables, que tenemos que sufrir. Pero todo lo hemos soportado con
la mayor entereza, sin rebajar en ningún momento en lo más mínimo
nuestros objetivos revolucionarios y sin que la feroz represión de
que estamos siendo objeto hiciera ninguna mella en nuestro espíritu
combativo. Al contrario: cuanto mayores han sido las dificultades que
encontramos, cuando estas son más difíciles de superar o más
bestiales se muestran nuestros enemigos, mayor es también nuestra
entrega y nuestra resolución de lucha, nuestra voluntad de ir hasta
el final; más nos exigimos a nosotros mismos. El Partido ha podido
superar de este modo las situaciones más críticas sin ver
resentirse en lo más mínimo su unidad.

Algo realmente hermoso
y muy revelador, sobre todo si reparamos en el bochornoso espectáculo
que han venido dando esas pandillas de politiqueros, esas gentes
ruines, cobardes y sin principios que ostentan el honroso título del
comunismo y cuya principal preocupación ha consistido siempre en
ayudar al capitalismo a salir de la crisis en que se debate y en
repartirse las migajas del gran festín de la burguesía.

Ya está probado, y
podemos decirlo en voz alta y con legítimo orgullo, que formamos la
mejor organización que ha tenido la clase obrera de España; la más
esclarecida, la más disciplinada, la de mejor temple y espíritu
combativo. Y esto, camaradas, es una conquista de enorme
trascendencia histórica para nuestro país.

Esto no quiere decir
que no se noten muchas veces nuestras flaquezas, sobre todo en
relación con la enorme responsabilidad que hemos echado sobre
nuestros hombros. Tampoco quiere decir que no hayamos cometido
errores. Nada de eso. Nadie mejor que nosotros reconoce sus propias
limitaciones, las deficiencias de nuestro trabajo, los fallos y los
errores cometidos. Por ejemplo: sabemos que para derrocar al moderno
Estado capitalista son precisos un Partido Comunista fuerte y bien
arraigado en las masas, un amplio frente de fuerzas democráticas y
un ejército guerrillero del pueblo; además de eso hace falta que se
den todas las condiciones necesarias para que triunfe la insurrección
general, una situación internacional favorable, etc. Y todo esto,
como se puede comprender, aún estamos lejos de haberlo conseguido.
No obstante lo que importa saber es si estamos o no estamos en camino
de lograrlo. Nosotros sostenemos, y estamos muy convencidos de ello,
de que sí, que el camino elegido es duro y largo e impone numerosos
sacrificios, pero que es el único, que no existe otro. En cuanto a
los errores, ¿quién puede decir que no se equivoca nunca, que nació
inmunizado contra ellos? Con menor razón todavía puede hacer tal
afirmación un pequeño destacamento comunista que lucha a la
intemperie y que tiene que abordar numerosas y cada vez más
complejas tareas para las que muchas veces no está suficientemente
preparado. Quien no hace nada, no se equivoca nunca. Pero nosotros sí
nos equivocamos a menudo. Sin embargo, se puede considerar que la
Línea General que viene aplicando el Partido y las distintas
políticas y medidas que adopta, son esencialmente correctas. Si no
lo fueran, o si el Partido hubiera persistido durante largo tiempo en
una línea equivocada, no cabe duda que la reacción nos habría
destruido o habrían proliferado las escisiones. Y nada de eso ha
ocurrido hasta el momento presente.

Cometimos un error de
ingenuidad política cuando confiamos la seguridad de la dirección
del Partido a organizaciones y personas que después nos
traicionaron. Hoy ya está claro que esa gente no comparte, ni
compartía entonces, nuestros objetivos y que eran otros intereses
muy distintos a los de las masas populares de España los que les
movían. No tener presente esta realidad fue lo que nos llevó a
confiar excesivamente en ellos con las consecuencias que ya conocemos
(la detención del C.C. del Partido en octubre del 77).

La caída del C.C.
supuso un golpe muy duro para nuestro movimiento pues debilitó
extraordinariamente la dirección del Partido e influyó de la misma
manera en todo un conglomerado de organizaciones que se hallaban
relacionadas con nosotros. Todo ello creó una situación realmente
difícil que además se vio agravada por toda una sucesión de
pequeños y medianos errores cometidos por el C.C. suplente formado
con toda la urgencia que el momento requería. Los bandazos a derecha
a izquierda en la actividad general del Partido, fueron en esas
circunstancias inevitables, perdiéndose en más de una ocasión el
norte. Por lo demás, las repetidas detenciones vinieron a echar más
leña al fuego del desconcierto y la desorganización. Así vino a
nacer el llamado «Comité de Salvación del PCE(r)» que,
curiosamente, comenzó a actuar en sentido contrario a toda la
trayectoria seguida hasta entonces por el Partido. Atajado este
problema, y tras la incorporación de los camaradas fugados de la
prisión de Zamora en diciembre del 79, se emprende una labor lenta
de reorganización al tiempo que se van esclareciendo los problemas
planteados por la nueva situación creada por la reforma en marcha
del régimen y el debilitamiento orgánico del Partido. Coincidiendo
con este trabajo de reorganización y esclarecimiento se avanza el
Programa de los Cinco Puntos como plataforma política que habría de
permitirnos poner orden en nuestras filas, recuperar fuerzas y dar
finalmente la batalla política al régimen, tomando de nuevo la
iniciativa.

En todo este período
hemos tenido que combatir en solitario teniendo que enfrentar una
campaña de represión y difamación tras otra, campañas de cuyo
carácter nazi-fascista hoy nadie duda. Lo más destacado de esta
campaña, lo que la ha revestido de un carácter diferenciador
respecto a todas las demás campañas propagandística-represivas
desatadas por la reacción española en épocas anteriores, ha
consistido en negar la naturaleza revolucionario-popular de nuestro
movimiento, el carácter socialista de sus objetivos y de todas y
cada una de sus acciones. Así, mientras nuestros militantes, hombres
y mujeres, eran detenidos, torturados o asesinados por los sicarios
del capital, sobre los que no se podía albergar la menor sombra de
duda acerca de su historial de crímenes, su ideología y los
verdaderos intereses que han defendido y aún hoy siguen defendiendo,
sobre las víctimas de estos fríos asesinos a sueldo recaían todas
las sospechas y las dudas y las injurias y las calumnias de que son
capaces de inventar los técnicos diplomados en la guerra psicológica
del Estado fascista. De modo que, un buen día, nos enteramos de que
los torturadores y asesinos reconocidos por todos desde siempre, los
Conesa, los Pacheco, los Ballesteros… no sólo se han pasado con
barra y picana a las filas de la democracia, sino que han comenzado a
aplicar su ya archiconocida «dialéctica» a sus antiguos
colegas de la derecha. De este modo, confundiendo a la víctima con
el victimario, el régimen trataba de encubrir los verdaderos fines
de su nueva política, ofrecía una coartada a los partidos
domesticados, desconcertaba a las masas trabajadoras acerca de cuáles
eran sus verdaderos enemigos y procuraba neutralizar la benéfica
influencia que ejercía sobre ellas la propaganda y la acción del
Movimiento de Resistencia.

«No es de
izquierda quién ataca a la democracia e impide que se consolide»,
han estado bramando sin descanso, machaconamente, los órganos de la
desinformación y la guerra psicológica. ¿Pero qué democracia era
esa, que nacía, inmaculada, de las manos del monarca impuesto por el
verdugo Franco y sus generales? ¿Existe algo más contrario al
concepto mismo de democracia, a la soberanía y al gobierno del
pueblo, que la institución monárquica, se llame esta
constitucional, social o de mercado? Los juristas, los políticos
profesionales de la burguesía de esta última hornada, han debido
hacer auténticos malabarismos retóricos para tratar de conciliar
conceptos tan contrarios. Eso sin entrar a considerar las bases
económicas ni la estructura política sobre las que han erigido el
«nuevo» régimen, para no hablar de la auténtica
democracia popular que la oligarquía patrocinadora del «cambio»
ahogó en sangre con las armas de los generales.

Verdaderamente había
que estar ciego para no ver todo esto. Pues bien, hoy hasta los
ciegos pueden ver con claridad lo que tenía reservado para la clase
obrera y todos los pueblos de España la tan cacareada democracia:
más de 3.000.000 de parados, sobre-explotación, salarios de
miseria; reconversión en beneficio exclusivo de la gran patronal y
la banca; impuestos desorbitados, que gravan de manera particular a
los campesinos y a las demás economías; desfalcos y estafas
escandalosas; negación de los derechos nacionales de Galicia,
Euskadi y Cataluña; nuevas leyes terroristas, plan ZEN, tortura;
entrada en la OTAN, armamentismo, continuación de las bases yanquis
en nuestro territorio; colonialismo cultural, juego, droga,
ramplonería… España se ha convertido de nuevo, aún en época de
crisis, en el paraíso que siempre han soñado los banqueros, los
terratenientes, los generales y los obispos. Jamás, en su ya larga y
sanguinaria historia, han sido mayores los beneficios obtenidos por
la banca; jamás han tenido los militares tanto poder de decisión
política como lo tienen ahora, ni peculio más elevado por los
servicios prestados, ni un retiro mejor recompensado; jamás se ha
sentido la Iglesia católica española más reconfortada con el
estado del alma de sus fieles, teniendo como tiene, además de las
cajas del erario público, las puertas de las tiernas almas
infantiles abiertas a sus truculencias ideológicas… Mientras
tanto, el pueblo trabajador pasa todo tipo de calamidades y miserias;
los jóvenes carecen de perspectiva alguna; las mujeres, sí, se han
liberado de algunas trabas y prejuicios como resultado del desarrollo
económico alcanzado, pero la mejora relativa de su situación no
alcanza a disimular el enorme peso que la crisis de la economía y de
toda la sociedad burguesa está arrojando sobre ellas; las personas
de más edad son arrojadas de la vida civil como si de basura se
tratara, arrebatándoles, además lo más necesario para acabar sus
días dignamente.

A este estado de cosas
se ha opuesto y se sigue oponiendo el PCE(r) con todas sus fuerzas.
Desde el primer momento fuimos completamente conscientes de que la
reacción no nos perdonaría la audacia de habernos enfrentado a sus
nuevos planes, y de haberlo hecho no sólo de palabra, sino también
en los actos; sabíamos que se iban a abalanzar sobre nosotros,
poniendo todos los cuerpos represivos y los medios desproporcionados
de que disponen, para tratar de hacemos pedazos en el menor tiempo
posible. Lo sabíamos. Sus campañas de calumnias y mentiras se
guiaban por el mismo criterio y debían contribuir a ese fin.

Pero esto también lo
sabíamos, por eso nos dijimos: si somos capaces de resistir sus
arremetidas furiosas e histéricas, la batalla política e ideológica
la tienen perdida. Todo se volvería en su contra, a semejanza de
aquel que levanta una enorme piedra para luego dejarla caer sobre su
propia cabeza.

Qué duda cabe que si
la policía hubiera acabado con nuestro movimiento en los primeros
meses o años, tal y como era su propósito, el PCE(r), los GRAPO y
otras organizaciones, hubieran quedado para la historia (o al menos
para la historia oficial), como una especie de «mano negra»,
como un »misterio indescifrable» que, más tarde, algún
plumífero se hubiera encargado de descifrar hallando, al fin, los
hilos y las conexiones ocultas, etc. Pero les fallaron los cálculos;
no esperaban encontrar una organización como la nuestra, con una
concepción verdaderamente m-l del proceso revolucionario que se
sigue en España; una organización bien estructurada y entrenada y
con cuadros preparados para ejercer una dirección acertada. Creían
hallarse ante uno de esos grupitos de la izquierda oportunista que
han pululado en los últimos años por España; no conocían nuestro
largo proceso de trabajo, silencioso y abnegado, encaminado a
reconstruir el Partido, y cuando se empezaron a dar cuenta de que
tenían ante sí a un verdadero destacamento comunista, ya era
demasiado tarde: el PCE(r) es una fuerza aún pequeña pero que ha
echado raíces en el corazón y las mentes de los obreros más
comprometidos y más conscientes de España; un Partido Comunista que
cuenta ya con una rica experiencia de lucha política, de
organización y de trabajo entre las masas y con un programa
elaborado en el mismo fuego de la lucha del movimiento revolucionario
de masas. Y un partido de estas características, es indestructible.

La capacidad del
Partido, su madurez política e ideológica, ha sido puesta a prueba
numerosas veces en los últimos años, pero sobre todo en los
momentos difíciles, cuando ante una situación comprometida (como la
que se creó tras la detención del C.C.), tuvo que replegarse
ordenadamente para restañar sus heridas, recuperar fuerzas y esperar
una situación general más favorable. Este repliegue hoy podemos
considerar que ha llegado a su fin.

Replegarse
ordenadamente supone, algunas veces, una necesidad que ningún
partido verdaderamente revolucionario puede eludir. Más esto no
significa, en ningún caso, tener que dejar de combatir, del mismo
modo que tomar la iniciativa no ha de suponer tampoco una acción
incesante.

Superada
momentáneamente la crisis política abierta tras la desaparición de
Franco, el régimen tomaba un respiro, que supo aprovechar para
sembrar ilusiones entre las gentes y combatir con saña a las fuerzas
democrático-revolucionarias que se le venían oponiendo. Esta
situación, que no podía ser ignorada por la dirección del Partido,
no podía durar mucho tiempo. Tal como señalábamos en el II
Congreso, el «cambio» se estaba llevando a cabo de la peor
manera posible, sin que se hubiera producido la «ruptura»
que propugnaban los carrillistas, y esa circunstancia, dada la crisis
económica galopante y la actuación del movimiento de resistencia,
ofrecía un margen de maniobra muy limitado a Suárez y a su flamante
partido «centrista». Con todo, la labor de zapa del
carrillismo y otros grupos afines, así como la propia debilidad del
Partido, el acoso y la represión de que venía siendo objeto,
impusieron ese repliegue al que aludíamos anteriormente. El
Movimiento Revolucionario debía replegarse, dar un paso para atrás
para poder avanzar luego dos pasos adelante. Y en eso estamos ahora.

El Programa de los
Cinco Puntos debía facilitar la tarea. En él no se recoge como
objetivo inmediato el derrocamiento del fascismo y la expropiación
de los monopolios, sino la imposición, dentro del marco de este
mismo sistema, de una serie de mejoras políticas que facilitaran
posteriores avances. En esta perspectiva, y dada la situación y la
correlación de fuerzas en presencia, ésta venía a ser una táctica
justa, la única acertada y no reformista; la única que nos
permitiría acumular fuerzas, poner orden en nuestras filas y, en
todo caso, proseguir la denuncia de la política de reforma del
régimen. No era, pues, un programa meramente propagandístico, como
algunos, camaradas han interpretado, sino alcanzable y que obedecía
a un momento muy concreto de la lucha de clases por la que atravesaba
nuestro país. Además, hay que tener presente algo muy importante.
La realización del Programa de los Cinco Puntos estuvo siempre
supeditada, en la concepción del Partido, a la continuación de la
lucha de resistencia y del combate guerrillero, frente éste de lucha
al que el Partido ha venido prestando una atención especial durante
todo este período pese a su gran debilidad. Había que hacer entrar
en razones a los monopolistas enfrentándolos a la realidad de la
lucha guerrillera y de la guerra civil para el caso de que no cesaran
la represión, el asesinato y la tortura. Jamás cederíamos un ápice
en nuestras justas exigencias, no renunciaríamos a nuestro programa
de transformaciones socialistas ni lograrían convertimos en
«ciudadanos modelos».

Por su parte, el
Estado ha venido aplicando su política terrorista: más detenciones
indiscriminadas, más torturas, más asesinatos, mayores condenas en
condiciones aún peores para los detenidos antifascistas, para los
que no renunciamos a los ideales del socialismo y del comunismo y
luchamos por hacerlos realidad. Esta política del Estado tiene su
propia lógica y persigue, además de destruir a las organizaciones
revolucionarias y a todos sus miembros, matar en los trabajadores la
idea misma del cambio real en la sociedad y toda veleidad
democrática.

En las condiciones ya
descritas, mantener la lucha de resistencia ha sido una tarea harto
difícil y muy dura, pero al mismo tiempo vital. De la continuación
del esfuerzo realizado teniendo como perspectiva inmediata la
posibilidad de alcanzar, al menos, las reivindicaciones más
esenciales del Programa de los Cinco Puntos, ha dependido la
profundización de la crisis del régimen, la elevación de la
conciencia política de las masas y la recuperación de las fuerzas
revolucionarias así como el mantenimiento de su alta moral de
combate. Este ha sido un período de máxima tensión, en el curso
del cual, lo más destacado no ha sido, como pudiera parecer a
primera vista, la lucha política o el enfrentamiento armado contra
el estado, sino el embate moral y psicológico y su enorme influencia
sobre las masas del pueblo.

Así, pese a la
abrumadora desproporción de fuerzas existentes entre el enemigo y
nosotros, la política acertada de resistencia concretada en el
Programa de los Cinco Puntos y los golpes audaces de la guerrilla
asestados a la parte más sensible del Estado fascista, habría de
producir uno de estos dos resultados: tendrían que ceder, haciendo
concesiones reales al movimiento obrero y popular, o de lo contrario
se verían abocados a una crisis aún más profunda de la que ya
difícilmente podrían salir.

El 23-F demostró lo
acertado de esta posición, La precipitada dimisión de Suárez no
llegó a frenar lo que desde hacía tiempo ya estaba en marcha, por
lo que su sucesor en el cargo, Calvo Sotelo, a través de Rosón, y
toda vez que habían conseguido controlar en parte la situación, se
vio obligado a dar los primeros pasos de una salida negociada que
salvara a la UCD y a su reforma política de la ruina que le
amenazaba. Posteriormente, estos primeros pasos se han convertido,
con los pesoístas, en la política de «reinserción», con
lo cual ha quedado definitivamente cerrada la vía negociadora. Los
diez millones de votos obtenidos por el PSOE en las últimas
elecciones generales se les subieron inmediatamente a la cabeza. Pero
para entonces nuestro movimiento había rehecho y reorganizado sus
fuerzas, había desarrollado una amplísima campaña de propaganda
utilizando incluso los propios medios de difusión de la burguesía,
ha roto el cerco político policial y psicológico que habían
tendido en torno a nosotros, ha tirado por los suelos la imagen de
«extraños» y «oscuros» que trataron de levantar
contra nosotros, y hoy se halla de nuevo en disposición de proseguir
el combate a un más alto nivel y por objetivos políticos más
elevados.

Esto supone un salto
cualitativo en relación a la etapa que hemos atravesado. La llegada
al gobierno de los pesoístas, esa pandilla de señoritos
social-fascistas, ha supuesto para el régimen de la oligarquía un
globo de oxígeno que les ha librado momentáneamente de la absoluta
necesidad de tener que hacer concesiones al movimiento popular. No
fue por casualidad que tras la primera reunión celebrada después de
las elecciones generales por Don Felipe González con los Jefes del
Estado Mayor de los Ejércitos y con Calvo Sotelo, éste mismo
siniestro personaje emitiera un comunicado expresando de forma casi
exclusiva la intención de las «instituciones» de proseguir
«sin solución de continuidad» la lucha hasta el fin contra
el movimiento popular de resistencia. Posteriormente, Felipe
González, en discurso ante las Cortes, se encargaría de dejar bien
sentada la política que en este campo iban a llevar a cabo los
pesoístas: »no permitiremos, vino a decir, que los enemigos de la
democracia la utilicen para destruirla». Con ello Felipe
González expresaba de forma clara y concisa, ante la tribuna de
mayor audiencia del país, la tesis que desde muchos años atrás
vienen sosteniendo el PCE(r); o sea, que aquí en España, pasó el
tiempo de las papeletas; que aquí la democracia que han acuñado los
fascistas y los monopolistas, es para su uso exclusivo; que las
instituciones del Estado capitalista moderno ya no sirven ni pueden
servir para la defensa de los intereses obreros y de otros sectores
populares explotados y oprimidos, y que es fuera y en contra de esas
instituciones y sus viejos y nuevos sostenedores, como únicamente
podrá el pueblo aspirar a ver realizado un día no muy lejano todos
sus objetivos.

El asesinato del
camarada Martín Luna y la serie de medidas represivas y expoliadoras
que siguieron al arrogante discurso de Felipe, ponían mucho más en
claro todavía la política promonopolista e imperialista,
profundamente reaccionaria, que iban a seguir. Pero ponía también
en claro algo mucho más importante: venía a demostrar la
indisoluble unidad de los objetivos y de la lucha del movimiento
revolucionario con los problemas y necesidades inmediatas y a más
largo plazo de todos los obreros y pueblos de España.

El PSOE se ha erigido,
ya no cabe la menor duda, en el continuador de la política
tradicional de la reacción española, lo ha «subsumido»
todo; y así como la UCD tuvo que hacer algunos pinitos democráticos
para ganar credibilidad dejando en el cajón algunos proyectos
económicos y sociales de claro contenido antipopular, el PSOE se ha
creído en la obligación de llevarlos a cabo, aprovechando el
desconcierto, en cumplimiento de su misión patriótica. De paso, y
atendiendo a las exigencias de los llamados poderes fácticos, ha
dado marcha atrás incluso a los más tímidos proyectos reformadores
del gobierno de Suárez, realizando lo que se ha dado en llamar «la
reforma de la reforma». Es la vieja política de la
confabulación con el gran capital de la socialdemocracia, sólo que
adaptada a los tiempos que corren, cuando ya no queda nada que
reformar en un sistema totalmente podrido y se ven obligados a salir
en su defensa de manera desembozada, realizando en contra de la clase
obrera y otras capas populares los trabajos más sucios que los
partidos declaradamente burgueses ya no se atreven a realizar.

Esta subida al poder
de los pesoístas, con sus diez millones de votos, recolectados en
base a la demagogia más rastrera y a las más depuradas técnicas de
imagen y de engaño, pudiera parecer a más de un ingenuo un triunfo
de la reacción en toda línea. Pero en realidad no es así.
Reparemos, siquiera sea por un momento, en las circunstancias en que
llega Felipe, Guerra y Cía. al Gobierno: después del intento
golpista del 23-F y con una UCD acorralada y deshecha por un sinfín
de escisiones y disensiones internas. El bandazo a la derecha, que
venían exigiendo los militares, la banca y la Iglesia, se hacía
inevitable toda vez que habían conseguido neutralizar a la clase
obrera. Pero este «golpe de timón» a la derecha no podía
dar lo ya un partido como la UCD y menos aún podía hacerlo el señor
Fraga o los coroneles. El temor a la respuesta popular les condujo a
preparar a toda prisa la llegada de los pesoístas, cuando todos los
planes y las previsiones anteriores apuntaban a mantener a este
partido en la reserva para cuando llegaran los malos tiempos. En este
sentido se puede decir que el gobierno del PSOE supone un profundo
fracaso político de la oligarquía, al tener ésta que quemar antes
de tiempo esta última baza que les quedaba por jugar por la banda de
la izquierda, y quemarla, además, en un tiempo record, pues los
problemas apremian y la nave del Estado no podía mantenerse por más
tiempo desguarnecida ante la grave situación económica y los
continuos ataques de la guerrilla.

¿Qué le resta ya por
hacer a la oligarquía financiera? Nada. Lo que viene haciendo en
esos últimos meses: exprimir al máximo a los trabajadores,
imponerles, con la colaboración de los partidos domesticados y las
centrales sindicales mafiosas, las condiciones más leoninas,
acumular así más y más capital para poder competir en la jungla de
la economía capitalista mundial, y realizar el llamado proyecto de
modernización de su aparato policíaco-militar, la reestructuración
del Estado, a fin de enfrentar con las mayores garantías de éxito
la nueva guerra que ya se perfila contra el pueblo; aunque, eso sí,
esta vez en nombre de la paz, de la libertad, de los derechos
humanos, de la democracia y hasta del «socialismo». Son las
nuevas coartadas ideológicas del fascismo y el capitalismo
financiero, válidas solamente para la guerra sucia y la guerra
psicológica, pero a ellas, como se comprenderá, no van a renunciar.
El ascenso al generalato de notorios torturadores y especialistas en
la guerra antisubversiva, como Casinello, y su nombramiento como Jefe
del Estado Mayor de la Guardia Civil apuntan claramente en esa
dirección.

Hablamos al principio
de desorientación en el Partido, queda claro pues, por todo lo que
llevamos dicho hasta aquí, que cuando hablamos de «desorientación»
nos estamos refiriendo a lo que respecta a la situación actual y,
sobre todo, a los próximos pasos que esta situación y el estado de
nuestras fuerzas organizadas nos debe llevar a dar.

Pensar en una salida
política negociada, en alcanzar algún tipo de acuerdo con el
Gobierno en base al Programa de los Cinco Puntos, no respondería a
la realidad y nos conduciría a hacerles el juego toda vez que ellos
mismos han cerrado todas las salidas y nuestro movimiento se
encuentra en condiciones de presentar batalla en todos los campos: en
el campo político, en el ideológico y en el militar. Esto que
decimos se comprenderá mucho mejor si además tenemos en cuenta que
el Gobierno pesoísta ya ha dejado meridianamente claras sus
intenciones mostrando el verdadero carácter y el alcance de la
reforma; cuando se han desmoronado entre las masas populares todas
las ilusiones reformistas y tanto los partidos burgueses como los
partidos domesticados y socialfascistas se debaten en una crisis
irreversible; cuando el movimiento obrero y popular reemprende de
nuevo su camino en la lucha frontal contra el Estado y su política
expoliadora y represiva… En este preciso momento, el Partido, como
destacamento de vanguardia de las masas populares, debe avanzar y
hacer hincapié en su Programa Mínimo, ya que sólo la lucha más
consecuente y decidida por la realización de este Programa abre
amplias perspectivas al movimiento popular y al propio desarrollo del
Partido.

¿Quiere esto decir
que rechazamos, como erróneo e inservible el Programa de los Cinco
Puntos? No, en absoluto. Los puntos de ese Programa, dado su carácter
político democrático general, conservan toda su validez, por lo
que, de la misma manera que apoyamos y organizamos la lucha por la
obtención de mejoras económicas y sociales, debemos seguir apoyando
y organizando la lucha por la amnistía, contra las leyes represivas
fascistas, por la salida de la OTAN, etc.; sólo que a partir de
ahora, esta lucha debemos encuadrarla -y explicárselo así a los
trabajadores, a la juventud y al pueblo en general- en la perspectiva
de la lucha por el derrocamiento del Estado fascista monopolista;
debemos explicar a todo el mundo que aquellos objetivos son
inalcanzables sino se plantean desde la posición y la perspectiva de
la revolución socialista: si no nos unimos y nos organizamos, y si
no se sostiene una lucha sin tregua y sin concesiones contra el
Estado y su gobierno socialfascista.

Desde este
planteamiento, es errónea, por ambigua, la formulación del Programa
de seis puntos que ha venido apareciendo en los últimos meses en las
publicaciones y documentos internos del Partido. No es que tengamos
que dejar de lado las reivindicaciones contenidas en el Programa de
los Cinco Puntos. Pero tampoco hacer una mixtura con estos puntos y
el Programa Mínimo del Partido. Tanto los objetivos que plantea el
programa de los Cinco Puntos como el Programa Mínimo íntegro del
Partido son válidos y no están en contradicción, nunca lo han
estado; pero ahora contrariamente a lo que hemos venido haciendo,
debemos hacer propaganda y poner en primer plano el Programa Mínimo
y no las reivindicaciones contenidas en el Programa de los Cinco
Puntos.

Nuestro movimiento ya
ha demostrado su capacidad combativa; ha demostrado su capacidad para
reponer las bajas que le ha venido ocasionando el enemigo. A lo largo
de los últimos diez años ha dejado bien sentado que al fascismo y
al monopolismo se le puede combatir con métodos revolucionarios,
mientras que la propia historia política de España nos daba la
razón, no dejando lugar a ninguna duda respecto a la necesidad y a
la justeza de esos métodos para seguir siempre adelante. La
bancarrota del carrillismo y de los demás grupos oportunistas,
también lo confirma.

Hoy día, fuera del
PCE(r) y del movimiento de resistencia que preconizamos, no hay
perspectiva política alguna, y esto lo van comprendiendo cada vez
mejor los sectores avanzados de la clase obrera y otros muchos
demócratas. Pero ha llegado el momento en que ya no basta con haber
demostrado de forma práctica, y no sólo en teoría, que al fascismo
se le puede combatir resueltamente y seguir resistiendo. Este ha sido
uno de los grandes logros de la lucha de clases obtenido por el
movimiento revolucionario en España en los últimos cuarenta y
tantos años. Más eso no es suficiente. Para seguir avanzando, para
justificar la misma existencia del Partido ante los trabajadores,
debemos demostrar ante todo, que no sólo podemos combatir y
sostenemos una lucha sin cuartel contra el enemigo de clase, sino que
además podemos avanzar y crecer; que podemos, desde nuestras
posiciones, fortalecer el Partido y la guerrilla y articular un
amplio movimiento de masas de carácter revolucionario capaz de
derrocar al capitalismo. Para ello contamos con numerosas
experiencias y nuestra influencia se ha extendido enormemente
alcanzando los rincones más apartados del país. Por otro lado, el
régimen lo ha probado todo -desde la mentira y la calumnia, pasando
por los ofrecimientos demagógicos, hasta la tortura y el asesinato-
para tratar de aislamos de las masas y aniquilamos o para hacemos
claudicar. Más de lo que ya llevan hecho para destruimos, no pueden
hacer. En cambio, nuestro movimiento aún no ha dado sino los
primeros pasos en su desarrollo y tiene por delante un brillante
porvenir.

Ni qué decir tiene
que en esta nueva etapa que se abre ante nosotros, la lucha y la
organización guerrillera van a experimentar un nuevo auge, lo está
teniendo ya de unos meses a esta parte. Hemos de procurar que esta
tendencia no se invierta, que el salto cualitativo que ha supuesto el
paso de una situación de declive a otro de continuo crecimiento y
mayor envergadura política de sus acciones, se mantenga. A este
respecto conviene aclarar algunos vagos conceptos que se han venido
barajando últimamente en el Partido.

La lucha armada
revolucionaria, se afirma a menudo, es «la principal forma de
lucha que adopta nuestra revolución» por lo que
consiguientemente con ello, habría que concluir que la organización
militar debe ser también la principal forma de organización que van
a adoptar la clase obrera y el resto de las masas populares de
España. Esto debería llevamos a considerar muy seriamente la
militarización del Partido. Pues bien, no hace mucho que semejante
tesis fue rebatida en el trabajo que lleva por título »Entre dos
fuegos», de modo que no me voy a detener ahora en demostrar los
errores de bulto que contiene. Sólo quiero reafirmar aquí, una vez
más, la posición de principio que siempre hemos mantenido en
relación al papel que le toca jugar al Partido como forma superior
de organización del proletariado y como instrumento de la revolución
socialista en un país desarrollado como el nuestro y que cuenta con
una numerosa clase obrera. Tampoco hace falta insistir mucho, por ser
de sobra conocida, nuestra concepción acerca de la relación que
guarda, dentro del movimiento político de resistencia, la actividad
política, ideológica y organizativa del Partido, las actividades de
las organizaciones armadas revolucionarias y las organizaciones de
masas de los obreros y otros sectores de la población, relaciones de
colaboración, apoyo y ayuda mutua -que no excluye la crítica- que
nacen de la necesidad y del mismo proceso de la lucha que se viene
librando en España y a fin de poder llevarla hasta sus últimas
consecuencias. Debemos insistir una y otra vez en estas y otras tesis
archiconocidas del Partido para que sean comprendidas y se apliquen
conscientemente en la práctica, y para eso deben asimilarlas bien,
antes que nadie, los propios militantes del Partido. Pero cuando se
escribe, como ha hecho algún camarada, que «la vieja idea del
Partido, con sus células, comités, etc. (hoy por hoy) no se puede
llevar a la práctica debido a la represión» se está abogando,
consciente o inconscientemente, por la liquidación del Partido,
aunque esta liquidación se intente disimular bajo el atrayente
ropaje de la «militarización».

Es cierto que el
Partido debe protegerse, recurriendo incluso a la defensa armada
siempre que eso sea preciso, pero ha de protegerse para poder llevar
a cabo su misión, que no es, ni puede ser, la que corresponde a una
organización militar.

Por lo demás, y
precisamente debido a la represión, es por lo que se hace necesaria
la organización clandestina de un Partido como el nuestro,
estructurado por células, comités, etc. Que nosotros sepamos, la
experiencia ya larga y variada del movimiento obrero comunista aún
no ha ofrecido una fórmula milagrosa que impida la represión o que
sea capaz de eludirla en todo momento y circunstancia. En cambio,
nuestra propia experiencia sí nos demuestra que la represión puede
fortalecernos y que un buen funcionamiento puede lograr que sus
efectos sean mínimos y que se vuelva contra los propios represores.

La fórmula para
eludir la represión y poder realizar con la máxima garantía de
seguridad nuestro trabajo amplio y múltiple entre las masas,
consiste en ligamos estrechamente a ellas y en romper sin
contemplaciones con los métodos artesanos en la actividad
revolucionaria; consiste en la capacitación y profesionalización de
los cuadros del Partido, en su rigurosa preparación para el trabajo
clandestino y en el cumplimiento inflexible de las normas y métodos
conspirativos. Mientras no logremos superar la fase la preparación
(se podría decir de infancia, de nuestro movimiento), mientras
continuemos trabajando con un equipamiento de ideas y hábitos
anticuados, propios de sindicalistas o activistas estrechos, sin
visión política alguna, no nos estará permitido hablar siquiera de
revolución, cuando más de «militarización» del Partido,
para lo que hace falta una formación algo más completa que la que
se requiere para empuñar un arma.

Se olvida con
demasiada frecuencia que también la organización militar comete
errores, sufre bajas y no es inmune a la represión, y que estas
bajas afectan de una u otra manera a la organización del Partido y a
su trabajo político. Precisamente la experiencia ha demostrado que,
sin la labor política del Partido, sin el trabajo desplegado por
éste, fundamentalmente entre la juventud, las fuerzas guerrilleras
hace tiempo que habrían dejado de existir. El Partido asume todas
estas responsabilidades plenamente consciente de su necesidad e
importancia política; ahora lo que nadie puede poner en tela de
juicio es esta labor tan fundamental e imprescindible, verdaderamente
decisiva, que ha venido jugando y seguirá jugando el Partido.

Superada esta difícil
etapa que venimos analizando, el Partido ha de ser reorganizado en
todas partes, y esta labor tiene que realizarse sobre las bases de su
Programa Político y sus Estatutos, encuadrando preferentemente a los
camaradas obreros más capaces. Esta es una tarea que se ha retrasado
últimamente y que no puede esperar más tiempo. No hacerlo así sólo
puede redundar en perjuicio de todo el movimiento de resistencia y
favorecería la nueva corriente oportunista que trata de abrirse paso
a nuestra sombra avanzando no se sabe todavía muy bien (aunque se
puede adivinar) qué tesis o qué programa para un indefinido
«movimiento de masas». Esta corriente oportunista que está
levantando cabeza en torno al Partido y a la lucha de resistencia se
asemeja, como una gota de agua a otra, al reformismo y persigue
idénticos objetivos, por lo que, de consolidarse, no debe cabemos
ninguna duda que tenderá a oponerse al Partido, a su línea política
y al apoyo que venimos prestando al movimiento guerrillero. La
debilidad del Partido, el retraso en sus tareas de organización,
está tentando a toda una serie de gente (algunos de ellos rebotados
del Partido y otros «quemados») para ocupar el »vacío
político» que supuestamente ha dejado el Partido e intentar
suplantarse como «alternativa» eludiendo los problemas
esenciales a que debe enfrentarse en estos momentos la clase obrera y
su vanguardia. Por este motivo, insistir, como lo vienen haciendo
algunos, en la «militarización», sólo podría traer
consigo un fortalecimiento de esa corriente y la liquidación en un
plazo no muy largo, de toda lucha de resistencia en España. De ahí
que debamos insistir, una y otra vez, en la crítica de esa tendencia
militarista como uno de los principales peligros y que debemos
también poner inmediatamente manos a la obra en la reorganización
del Partido en todos los lugares.

Para ello debemos
proceder con método, sin precipitaciones, midiendo bien cada paso
que demos a fin de poder seleccionar bien a los camaradas
responsables y para preservar en todo momento su seguridad y la de la
labor que realicen.

La división y la
especialización del trabajo es otra de las garantías fundamentales
para el buen funcionamiento de la labor partidista. Hay que encuadrar
a cada militante ateniéndonos, antes que nada, al criterio de la
realización de los planes señalados y a las necesidades políticas
de la dirección. Pero al mismo tiempo, los responsables del Partido
han de tener en consideración las aptitudes y cualidades de cada
militante al objeto de que puedan rendir más en su trabajo. La
actitud nihilista o aristocrática es inconcebible que pueda darse
entre nosotros; más puede darse -y de hecho ocurre con demasiada
frecuencia- que una interpretación torcida, unilateral, de los
principios de la militancia que rigen la vida interna del Partido nos
lleve a cerrar las puertas a personas que se muestran dispuestas a
trabajar activamente, a afrontar los riesgos que impone el trabajo
clandestino y a entregarlo todo por la causa -hasta la propia vida si
es preciso- pero que no son capaces, por ejemplo, en un momento dado,
de empuñar un arma. Los Estatutos del Partido son muy claros y
precisos a este respecto: «Estar encuadrado en una de las
organizaciones del Partido, pagar la cuota, aplicar la línea
política… » ¿Acaso ha necesitado más la policía para
asesinar a los camaradas del Partido, o ha sido necesario exigir
estatutariamente más, un compromiso mayor, para que muchos camaradas
pasaran voluntariamente a formar parte de los GRAPO? Eso no ha sido
así anteriormente ni tiene por qué serlo en el futuro.

La asunción de la
práctica de la lucha armada, pasar a organizarse militarmente y a
empuñar un arma, es una opción personal que nadie, ni siquiera el
Partido, puede interferir. Esto lo hemos repetido muchas veces. Y por
la misma razón sostenemos que, en cualquier caso, es una opción
absolutamente voluntaria, individual. Resultaría absurdo y nos
causaría un daño inmenso pretender lo contrario. Otra cosa es que
el Partido analice esta forma inevitable y necesaria de la lucha de
clases, la sitúe históricamente, la fomente y ofrezca su apoyo a
las organizaciones amadas tratando de dirigirlas por el camino
correcto.


En todas partes y en
los distintos sectores sociales nos encontramos a menudo con hombres
y mujeres (jóvenes y menos jóvenes), dispuestos a hacer su
contribución a la causa y que se acercan a nosotros convencidos de
las poderosas razones que nos asisten y de nuestra férrea voluntad
para hacerlas valer ahora y en el futuro. Ahora bien, si no sabemos
lo que hacer con estas personas -muchas de ellas comunistas
convencidos- poniéndoles un límite infranqueable a su ingreso en el
Partido, podemos seguir insistiendo todo lo que queramos en las
consignas de resistencia y de lucha armada, pero con esto sólo
habremos demostrado, una y otra vez, nuestra incompetencia.

Hay que lograr que
cada colaborador o simpatizante del Partido dé de sí lo que esté
dispuesto a dar. Y no sólo eso. Además debemos «tirar» de
ellos para adelante, hasta que puedan asumir las responsabilidades
que exige la militancia partidista. Hay que estudiar en concreto la
situación de cada organismo, de cada militante y consultarle
continuamente para poder llevar a cabo un trabajo conjunto. Especial
atención merecen en estos momentos la recomposición de los comités
nacionales, regionales y locales del Partido, situando a su frente a
los camaradas más capaces que sepan realizar eficazmente su trabajo
y que mantengan un estrecho vínculo con la dirección. Hemos de
lograr en el menor tiempo posible un funcionamiento estable, regular
y clandestino del Partido, de manera que podamos enfrentar la
represión y asegurar la organización y dirección de los grandes
combates de la lucha de clases que se avecina en España.

El órgano del
Partido, Gaceta Roja, tiene que perseguir este mismo fin. Su carácter
«popular», esencialmente agitativo, debe conservarse, sólo
que habrá que prestar más atención a los problemas que afectan a
la organización del Partido y a aquellos otros que el movimiento de
masas tiene actualmente planteados. Resultaría inútil intentar
hacer ahora un periódico que esté «al día». Por este
motivo, el G.R. debe centrarse, preferentemente, en cuestiones
generales y en aquellas otras que tengan una actualidad permanente,
tales como la reconversión industrial, la OTAN, la represión, etc.
En cuanto a los «temas generales», no quiere decirse que
debamos referirnos a ellos en términos abstractos o imprecisos. Al
contrario. Por ejemplo: los problemas que enfrenta el movimiento de
resistencia han de ser enfocados de manera concreta, desmenuzados a
la luz de la experiencia práctica y de las necesidades del momento.
Lo mismo ha de hacerse en relación a las cuestiones del Partido, el
trabajo en fábricas, la lucha y la organización sindical etc.

Contamos
con una valiosísima experiencia de trabajo en todos los terrenos,
por lo que hay que considerar que no se trata ahora de ponerse a
elucubrar. Las elucubraciones, si las hubo, podían estar
justificadas en otro momento, en una fase anterior del desarrollo de
nuestro movimiento, pero hoy existen toda una serie de cuestiones que
ya están bastante claras. En este sentido, debemos proceder a la
recopilación de toda una serie de artículos y trabajos teóricos,
elaborados en etapas anteriores por el Partido, para su nueva
publicación en folletos. En esta labor de propaganda debemos
guiarnos por el criterio de las necesidades de cada momento. Ahora,
con la visión que nos brinda la perspectiva del tiempo transcurrido,
se podrá valorar en toda su extensión y profundidad la importancia
de todos esos trabajos. Una labor de propaganda esencial para el
futuro de nuestro movimiento, es la realizada en las cárceles de la
nueva “democracia” por las células y los camaradas presos.
Algunas de sus obras ya han sido publicadas; otras circulan en
fotocopias, y algunas más están por concluir. Con todos estos
trabajos se han llenado algunas lagunas teóricas de la línea del
Partido y en otros casos se han desarrollado sus tesis políticas
fundamentales, dotándonos de un material documental y teórico de
extraordinario valor. Lo mismo se puede decir de las obras de tipo
literario y artísticas de claro contenido democrático
revolucionario realizadas dentro y fuera de las cárceles. El Partido
no debe escatimar esfuerzos, ni ningún medio, a la hora de dar a
conocer entre el gran público todos estos estudios y obras
artísticas, en la seguridad de que con ello está abonado el terreno
donde brotará la ciudad futura.

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