1 El primero es que aceptan la autodefinición que “la ultraderecha” hace de sí misma, que es verborreica más que ideológica: nacionalismo, xenofobia, clericalismo, antieuropeísmo, homofobia, extremismo… Otros prefieren hablar de “populismo” o de “grupos de odio” que nunca salen del terreno de las autodefiniciones (“los partidos son aquello que dicen de sí mismos”), de la retórica, las frases, las consignas…
Es el colmo de la superficialidad. A falta de argumentos históricos, los plumíferos no son capaces de ir más allá del postureo y la gestualidad. Leen los programas, comprueban las pancartas y las banderas o las consignas, lo que da lugar a titulares periodísticos tan ridículos como el siguiente:
La ultraderecha belga celebra su triunfo municipal con saludos nazis
https://www.lavanguardia.com/internacional/20181015/452360478601/ultraderecha-belga-victoria-ninove.html
Pero siguiendo con la argumentación gestual: si la ultraderecha hace el saludo nazi, ¿no será porque es nazi? Y si es nazi, ¿por qué la llaman “ultraderecha”? Como ven, el titular es tan grotesco que lo mismo podrían haber escrito esta redundancia:
‘Los nazis belgas celebran su triunfo municipal con saludos nazis’
2 El segundo es que se creen que es algo nuevo, sin raíces históricas. No hay que confundir a “la ultraderecha” con los fascistas de viejo cuño, dicen. Por eso utilizan el prefijo “neo” para hablar de neonazis: no son los viejos nazis de toda la vida; son nazis “nuevecitos”.
Eso también da a entender que los “ultras” nunca han llevado las riendas del Estado, ni siquiera en España. Por lo tanto, no tienen responsabilidades históricas, ni hacia el viejo franquismo, ni hacia los gobiernos “democráticos” habidos hasta la fecha. Hasta ahora lo que ha ocurrido es responsabilidad de los “moderados” y los “centristas”.
Pero vean esa vieja portada de Diario 16, cuando calificaba de “neofranquista” al PP y sus fundadores daban vivas al criminal Franco. Hoy este tipo de titulares son inimaginables. Los franquistas son los de Vox, o los de Ciudadanos. Sin embargo, a ningún periódico se le ocurre catalogar al PP como “neofranquista”.
La búsqueda de nuevos adjetivos para viejos sustantivos quiere decir, como ya hemos defendido en otra entrada, que aunque los fascistas nunca han gobernado hasta ahora, están a punto de hacerlo, lo cual podría ser una catástrofe.
Eso es injusto: si son los “ultras” tan “nuevos” merecerían una oportunidad; habría que dejarles hacer, darles un margen de confianza…
Es evidente que en este punto los charlatanes de la sociología política incurren en una contradicción: saben que “los ultras” no son unos recién llegados, sino el fascismo puro y duro de toda la vida. Por eso les tienen miedo. A pesar de ello, dicen una cosa distinta.
Tienen miedo a los nuevos fascistas porque en el futuro puede ocurrir algo inédito: la represión siempre había recaído sobre unos cuantos y a nadie le importó nada. Sin embargo, ahora los “ultras” amenazan con extenderla a todos los demás y eso ya son palabras mayores. Es mejor que gobiernen los de siempre para que los palos tambien los aguanten los de siempre.
Pongamos un ejemplo: con “la ultraderecha” no va a haber más torturas que antes; va a haber más torturados. A quienes hasta ahora han aguantado los palos en las costillas les da lo mismo que los golpes se los propine uno (demócrata) que otro (fascista). Las torturas duelen igual. La cuestión no es ésa sino a quién le duelen.
De ahí deriva la consigna reformista del momento: “más vale el fascismo conocido que el fascismo por conocer”.
3 El tercero ya lo expusimos en la entrada que publicamos ayer: “la ultraderecha” es un movimiento al margen del Estado y de la política vigentes, que crece porque hay muchos que les votan. En los países “democráticos”, como el nuestro sin ir más lejos, los partidos nacen, se reproducen y mueren por generación espontánea. Triunfan si tienen muchos votos y fracasan en caso contrario.
La “culpa” del auge o la crisis del fascismo la tienen los que le votan. Por ejemplo, en la página de Público, Claudio Zulian ponía la línea de salida del Frente Nacional en Francia en las elecciones presidenciales de 2002, cuando lograron alcanzar la segunda vuelta. Lo cierto es que alguien llevó a Le Pen hasta ese punto, como alguien llevó a Hitler hasta la cancillería en 1933, y es evidente que no sólo fueron los votos, como ya hemos expuesto en otra entrada.
4 El cuarto deriva del anterior: deicen que los votantes de “la ultraderecha” proceden de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Incluso algunos van más allá: aunque nunca utilizan la palabra “obrero”, la sacan a relucir para sostener que son ellos los que votan a “la ultraderecha”.
Moraleja: si en lugar de votar a “la ultraderecha”, los obreros votaran a candidatos de “la izquierda”, como Podemos, por poner un ejemplo, entonces en España todo cambiaría.
Pero hay que volver a la historia: nadie se acuerda que eso ya ocurrió en 1982, cuando el PSOE obtuvo más de 10 millones de votos, logró la mayoría absoluta por primera vez y lo cambió todo: creó el GAL, nos metió en la OTAN, impulsó la reconversión y el desmantelamiento industrial…
Ante este tipo de experiencias, de las que nadie habla, ¿para qué votar a “la izquierda”? Es más, ¿para qué votar?
5 El quinto es un silencio clamoroso: el auge del fascismo no tiene nada que ver con el imperialismo. Si se quiere se puede decir de una forma aún más penosa: como el fascismo es un fenómeno puramente nacional y nacionalista, su aspecto internacional desaparece, por lo que las potencias, como Estados Unidos, desaparecen del escenario.
El descubrimiento de la red Gladio en los noventa demostró otra cosa bien diferente: el fascismo, el imperialismo, la OTAN y Estados Unidos son dedos de la misma mano.
Es algo que llama la atención: los fascistas, que presumen de ser tan nacionalistas, jamás han levantado la voz para protestar por la existencia de bases militares extranjeras en suelo español, ni por la reconversión del sacrosanto ejército “español” es un apendice de la OTAN. En los cuarteles ya no ondea la enseña “Todo por la Patria”, que han sustituido por “Todo por la OTAN”.
Cuando se analiza el fascismo no como un fenómeno sólo local sino también internacional, queda claro lo que dijeron siempre los comunistas: que en todas partes el imperialismo conduce siempre al fascismo y, por lo tanto, que una cosa no se puede separar de la otra.
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