Su principal apoyo no fueron los votos sino el capital monopolista y financiero alemán, los altos dirigentes del ejército y el Vaticano.
Uno de los principales partidarios del régimen nazi fue Carl Friedrich von Siemens, cuyo apellido no requiere más precisiones.
Entre 1918 y 1923 la reacción alemana había intentado varios golpes de Estado para deshacerse del sistema parlamentario burgués y suprimir los derechos adquiridos por el movimiento obrero. La reacción fue apoyada por una parte del ejército.
Muchos capitalistas consideraban que había que apoyar a los nazis. En 1923 un monopolista del acero, Hugo Stinnes, le dijo al embajador estadounidense: “Debemos encontrar un dictador que tenga el poder para hacer lo que sea necesario. Un hombre así debe hablar el idioma del pueblo y ser un civil. Tenemos un hombre así”.
Con la crisis económica de 1929, los capitalistas decidieron concentrarse en apoyar a los nazis. Gracias a sus millones y a la crisis, Hitler pudo reclutar a una parte del lumpen con algo parecido a lo que hoy hacen los de Hogar Social.
Durante la campaña presidencial de 1932 los nazis utilizaron por primera vez películas y discos de propaganda. Hitler usó un avión privado para volar de una reunión a otra. En 1932 sólo el mantenimiento de las SA costaba dos millones de marcos a la semana. ¿Quién pagaba todo eso?
En las elecciones federales de septiembre de 1930 los nazis se convirtieron en el segundo partido más votado, con más de 6 millones de votos. A Hitler le invitaron a presentarse ante los círculos de grandes capitalistas y varios de ellos se unieron al partido.
Sin embargo, los monopolistas aún estaban divididos porque Hitler propugnaba un control muy estricto sobre la política económica. Pasará otro año antes de que los patrones confíen la cancillería a Hitler porque temían la reacción del movimiento obrero.
Pero en las elecciones federales del 6 de noviembre de 1932 el Partido Comunista Alemán aumentó considerablemente su influencia entre los trabajadores en detrimento del Partido Socialista. El capital temía otro levantamiento revolucionario.
Los nazis perdieron dos millones de votos. Un nuevo declive del partido podría arruinar todas las esperanzas de los grandes monopolistas. Los monopolistas (Thyssen, Krupp, Siemens) zanjaron sus disputas internas y decidieron apostar por Hitler de una manera decidida.
Fueron ellos quienes impusieron la política económica de Hitler. Entre los miembros del Alto Comité Económico del gobierno nazi estaban Krupp von Bohlen, rey de la industria de armas, Fritz Thyssen, barón del acero, Carl Friedrich von Siemens, rey de la electricidad, y Karl Bosch, de la industria química.
El 27 de octubre de 1931 Siemens se dirige al capital financiero estadounidense para disipar los temores ante un gobierno nazi. Sobre todo, insistió en el deseo de los nazis era erradicar el movimiento obrero en Alemania.
El 26 de enero de 1932 Fritz Thyssen, el magnate del acero, organizó una conferencia de Hitler frente a más de 100 grandes capitalistas durante la cual aseguró que para ellos la propiedad privada era la base de la economía alemana y que su principal objetivo era erradicar al marxismo de Alemania.
El 19 de noviembre de aquel año banqueros, grandes monopolistas y terratenientes exigieron al presidente alemán Paul von Hindenburg que nombrara a Hitler para la Cancillería. El acuerdo se ratificó el 3 de enero en la mansión del banquero Kurt von Schröder. Todo estaba preparado.
El 30 de enero del mismo año nombró Primer Ministro a Hitler de manera oficial. El primer gobierno de Hitler tenía sólo tres nazis, incluido el propio Hitler. Ni siquiera se atrevió a comparecer ante el Parlamento porque se encontraba en una posición minoritaria. Lo que hizo fue exigir a Hindenburg que lo disolviera y celebrara nuevas elecciones, previstas para el 5 de marzo.
La maniobra le permitió gobernar durante cinco semanas sin control parlamentario. Fue un golpe de Estado legal, porque entonces la Constitución alemana permitía al Presidente disolver el Parlamento o suspenderlo temporalmente.
El 4 de febrero Hindenburg aprobó un decreto de emergencia que prohibía cualquier crítica al gobierno, suprimiendo la libertad de reunión y de prensa para el Partido Comunista de Alemania y otras organizaciones progresistas.
El 27 de febrero el Reichstag, el Parlamento alemán, fue incendiado, el típico montaje que hoy calificaríamos de “bandera falsa”. Muchos historiadores están convencidos de que el incendio fue causado por las secciones de asalto nazis (SA).
Los siguientes acontecimientos confirman esa tesis. Antes de que se iniciara cualquier investigación, las emisoras de radio (los falsimedia de la época) afirmaron que los comunistas eran los culpables del incendio. Esa misma noche, con listas elaboradas de antemano, más de 10.000 comunistas, socialistas y progresistas fueron detenidos. Toda la prensa comunista y varios periódicos socialistas fueron prohibidos y se suspendieron las libertades de prensa y de reunión.
De esa manera, aplastando a los antifascistas, querían apañar las elecciones. Empezaba un golpe de Estado “desde arriba”. Pero les salió mal. Con todo a su favor, las urnas tampoco le dieron la mayoría a los nazis, ni siquiera los dos tercios de los escaños al gobierno de coalición que encabezaba Hitler.
Fue necesario un segundo apaño, el segundo acto del golpe: el gobierno de Hitler eliminó de un plumazo los 81 escaños de los comunistas sin que ningún partido se atreviera a protestar.
Con los comunistas fuera del Parlamento es como apañaron otra votación parlamentaria que, como estaba previsto, se resolvió a favor del gobierno de Hitler, al que autorizaron a promulgar decretos ley que no necesitaban al Parlamento para nada. Fue una especie de hara-kiri parlamentario, una autodisolución.
La socialdemocracia actuó como siempre: votaron en contra de la habilitación al gobierno para que aprobara decretos ley, pero concedieron legitimidad a las elecciones, pasando por alto la represión política.
Las consecuencias son las que ya se saben. En dos años, gracias a la patente de corso que les concedieron, los nazis prohibieron los partidos políticos, mataron a más de 4.200 personas y detuvieron a 317.800 antifascistas.
El 20 de marzo de 1933 el comisario nazi de la policía de Munich, Heinrich Himmler, estableció el primer campo de concentración para presos políticos en Dachau. Otros 40 le seguirán en el mismo año. A los obreros los amenazaron con recluirles en dichos campos si se declaraban en huelga.
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