Vístame la verdad

Escribe Engels: «La concepción materialista de la historia parte de la tesis de que la producción, y tras ella el cambio de sus productos, es la base de todo orden social, de que en todas las sociedades que desfilan por la historia, la distribución de los productos y junto a ella la división social de los hombres en clases, es determinada por lo que la sociedad produce y cómo lo produce y por el modo de cambiar sus productos. Según eso, la última causa de todos los cambios sociales (aquí el poeta Machado discreparía) y todas las revoluciones no debe buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna, sino en las transformaciones operadas en el modo de producción y cambio; han de buscarse no en la filosofía, sino en la economía». ¡Y yo que quería interpretar el mundo y llega Engels, junto a su amigo y compañero Marx, y me lo transforma! Pero decidí seguir interpretando y no transformando nada. Eso me condujo derechamente al éxito en el supermercado de las ideologías.

En otras palabras: no es el onanismo mental el que mueve nada, sino el hecho de tener un puesto de trabajo y qué lugar ocupas en la cadena. Lo que mueve al mundo es la producción, el trabajo (por un salario o una renta) y el capital (ávido de plusvalía). No lo mueve -lo puede menear aparentemente- ni el lujo de la oligarquía ni el dinero negro ni la corrupción ni otras excrecencias de este podrido sistema. Un sistema -el capitalista- que nació chorreando sangre y pudre las conciencias buscando su complicidad o apatía. Lo que hay es filfa, paja, congrua y, sobre todo, mentira. Mienten porque no soportan la verdad. La verdad no puede ir desnuda. Es escandalosa. Por eso hay que ponerle ropaje y saquear el lenguaje. Pesa más la verdad que a Anteo sostener el atlas.

Por supuesto, no faltará quien diga, bueno, «esa es tu verdad». He aquí el «demócrata» para quien la verdad, sencillamente, no existe. Por lo tanto, carpe diem.

comentarios

  1. Pues es muy difícil participar en la producción cuando no te dan trabajo más que por rachas.
    En su primera etapa, el capitalista convertía casi toda la jornada en jornada de trabajo, motivo por el cual era muy prematura la muerte del obrero, su vida se consumía en 38, 40, o 50 años.
    A partir de 1945 EEUU impuso la jornada de trabajo normal, a remolque de las experiencias de Rusia y en menor medida Francia, para alargar nuestra vida, y extraer más capital. Fue la jornada de 8 horas la que largó la vida de la población, comparada con la población del capitalismo incipiente, mucho más que los sistemas sanitarios.
    Ahora lo que está creciendo es un proletariado de los que no tenemos nada y hemos quedado descolgados del sistema productivo, por haber perdido el trabajo estable, haber cometido el acto antinatural de tener hijos y haber priorizado su cuidado sobre la carrera profesional, o por el motivo que sea. En esta etapa de descomposición del capitalismo, se está volviendo a las jornadas laborales de 12 horas o más, por la necesidad acuciande de contrarrestar la baja tendencial de la tasa de ganancia y ante la incapacidad de EEUU de dar una solución militar a sus problemas. Pero después de vivirlo y de leer el capítulo VIII del capital sobre la jornada de trabajo, llego a la conclusión de que es tal la población sobrante que ha generado el capitalismo que optan por emplearte en trabajos breves en los que te explotan muchas horas porque saben que cuando te han exprimido al límite pueden sustituirte por otro trabajador «fresco» y volver a repetir el proceso. Por eso es muy normal trabajar un mes, dos o quince días para volver al paro. En el restaurante «DiverXo» de Madrid, por poner un ejemplo, me contó un compañero que pasó por ahí que en cocina entraban a las 09.00 y salían a las 01:00. La duración de un trabajador proletario ( excluyendo los pocos que realmente controlan la producción ) es de un par de semanas o un mes a lo sumo. La rotación de personal es tan rápida que se sostiene esa tasa de plustrabajo. También se comentaba mucho en el gremio que hay muchos locales pequeños que sobreviven dando 30 menús al día sólo a costa de tener a los trabajadores «cobrando» 40 horas semanales y haciendo 60 o 70 horas semanales. Parece que la burguesía es eso lo que está intentando purgar de la economía, entre otras muchas cosas. Lo ven como relaciones sociales de producción obsoletas, que deben ser eliminadas para dar paso a otras nuevas, y su monopolio del estado les permite tomar todas las medidas «sanitarias» que garanticen dicho fin.
    Dicho esto, soy optimista acerca de la clase obrera. A base de alternar paro con trabajos temporales, se está formando un proletariado híbrido, forzado a practicar la solidaridad por necesidad, que tiene lo bueno del obrero, haber participado en la producción y ser capaz de organizarse y tener conciencia, y lo bueno del lumpen, la capacidad para asumir riesgos y actuar propia de la desesperación.

  2. Por otro lado, cuando estás todo el día trabajando, tienes menos tiempo para relacionarte. El paro masivo es una ruptura temporal de la relación social de producción, que permite el surgimiento de otras relaciones sociales, entre ellas las organizaciones obreros. Esto explica el ahínco con el cual el estado burgués busca tomar todas las medidas que dificultan las relaciones sociales.

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