Share o no share

Nicolás Bianchi
Ves los índices de audiencia de televisión -los «shares»– y se te sublevan las tripas. ¿Cómo es posible que la gente – ese nuevo sujeto político, «la gente», para «Podemos»– vea tanta telebasura? La pregunta es capciosa. Como apuntara el lógico matemático G. Frege, la interrogante es en sí misma un significado que adolece de dos sentidos: uno, descriptivo -lo que vemos es basura- y otro normativo -yo he decidido que lo que vemos es telestiércol-. Esto último es susceptible de irritar susceptibilidades. Algo así como decir: «yo no veo el guano televisivo, ergo: no soy masa, soy diferente y me libro de la molicie, de la ‘multitud’, de la ‘gente’. Podría enervar aún más a eso que llaman «audiencia» y esputar esto: «El programa tal de la cadena equis ha experimentado una subida de ¡cien mil estúpidos más con lo que crece el espectáculotariado !» De «multitud» y «gente» ya pasamos a ser «audiencia», «publico», «share». Ese altar donde nos sacrifican en aras de la publicidad, que eso es el «share».  El casticismo alegaría que lo mío es elitismo y ensoberbecimiento: este va de listo (de soberbio) y, encima, nos llama estúpidos por no beber sus vientos. Se ve que le gusta Roxy Music y «Avalon» y el fachilla Brian Ferry.
No soy ofensor. No revelo nada nuevo si digo que las imágenes no son sólo mercancías sino armas (ideológicas) bajo el capitalismo. Es como discutir sobre la inmortalidad del alma, algo estéril. Y lo es porque, al margen de que el hombre sea inmortal o no, lo cierto es que, como decía el cura revolucionario colombiano que murió empuñando las armas en 1966, Camilo Torres, el hambre sí es mortal. O sea, la discusión era, es, bizantina.
Yo siempre he escrito en este blog de izquierda consecuente. Tampoco hace tanto. Hay plumas que se intitulan de izquierdas y firman en periódicos de derechas, o sea, casi todos. ¿Es esto contradictorio? No lo sé, pero, si lo es, contradictorio, estas personas exquisitas que, normalmente, están de vuelta de todo (si es que alguna vez han ido a alguna parte), resuelven esas antinomias, esa contradicciones, que acaso les hayan reconcomido los hígados una noche de verano, las resuelven. digo… en la cabeza, en el coco. No en la práctica, sino en la pelota. Con tal de no admitir -se supone que son intelectuales con un ego exorbitante y desmedido-, salvo tomando copas nocturnas, que hay que comer (bien) y vivir (mejor), algo loable y natural que diría el utilitarista («estúpido», para Marx, que le ponía malo) Bentham, se absuelven a sí mismos perdonando la vida y exonerando el mal gusto de los demás. Se muestran complacientes y peroran que no será tanta la basura que se ve cuando tanta gente la contempla, otrosí: algo tendrá el agua cuando la bendicen. Es aquí donde yo irrogo de antipático -cada uno lo que es, qué vas a hacer- por reiterar la idea de que mirar -ver, semióticamente, sería otra cosa más crítica- telebasura nos convierte en lerdos, o, mejor dicho, pretenden que lo seamos. De un tonto hacer dos tontos, diría Alberti. Es evidente que el pueblo, perdón, «la gente», no lo es y lo mismo mañana pone todo mangas por hombro, o sea, las cosas en su sitio… y no donde están, como decía el maestro don José Bergamín. Que todo es posible, que decía Nuestro Señor Don Quijote a su escudero Sancho.
Have a nice day.

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