Se publica el manual de torturas de la CIA

A pesar de las presiones de la CIA, una comisión del Senado ha publicado una mínima parte de su informe sobre las torturas practicadas por los espías de la Agencia a los detenidos, lo que ha orquestado el consabido «escándalo», que ha servido para que los fariseos de siempre se rasguen las vestiduras.

Una lectura apresurada del largo documento (1) demuestra que se trata de otra cortina de humo: las torturas no iban asociadas al objetivo que hasta ahora se suponía en ese tipo de prácticas, es decir, a obtener información por medio de un interrogatorio del acusado.

Se trata de algo distinto: una política de condicionamiento del comportamiento del detenido, de obtener falsas confesiones a efectos propagandísticos, es decir, para poder ser utilizados en los medios de comunicación al servicio de la política imperialista de la Casa Blanca.

Por eso la investigación del Senado no se dirige a los interrogadores sino a los sicólogos que trataban a los detenidos, como Martin Seligman, autor del método de tortura, Bruce Jessen y James Mitchell, que estaban presentes en el momento de las torturas.

Aunque el Senado se ha limitado a estudiar sólo a 119 cobayas humanas recluidas en campos de concentración como Guantánamo, era una operación mucho más amplia, pues las cifras de detenidos en la «guerra contra el terrorismo» rondan los 80.000, la mayor parte de ellos recluidos por todo el mundo en cárceles secretas, o bien en 17 buques anclados en aguas internacionales.

A la CIA no le interesaba interrogar a nadie, no se trataba de obtener una confesión, verdadera o falsa, para utilizarla en un juicio, no le interesaba tampoco averiguar la verdad, seguramente porque ya la sabían. No buscaba pruebas: las fabricaba. La CIA sigue fiel a sus orígenes, persigue otra cosa diferente: lo que le interesa es la falsedad, el efecto propagandístico.

No es que a la CIA no le interesara conocer el pasado sino que tampoco le intesaba el futuro, es decir, que el manual de torturas de la CIA no pretende evitar la comisión de futuras acciones terroristas del estilo del 11-S u otras cualesquiera. Al ser falsas, las confesiones no pueden evitar futuros crímenes y hay algo que el Senado deja meridianamente claro: las confesiones de los detenidos eran falsas. Es más: todo era falso.

Para demostrarlo, como dice Meyssan (2), no hay mejor ejemplo que las páginas que el Senado dedica al 11-S: a la CIA no le interesaba saber quiénes, cómo y por qué cometieron los atentados, sino fabricar confesiones falsas y el propio reconocimiento de su falsedad por el Senado demuestra que no fue Al-Qaeda quien cometió dichos atentados.

Además, la falsedad alcanza a la comisión de investigación creada por la Casa Blanca tras el 11-S: los testimonios recogidos por ella también son falsos. No se trata sólo de que Al-Qaeda no los cometiera sino que ninguna otra organización fuera de los Estados Unidos, es responsable del crimen del 11-S.

Más falsedades: no hay ninguna prueba de que los 19 acusados de secuestrar los aviones estuvieran en el interior de alguno de ellos.

Ninguno de los comunicados de Al-Qaeda reivindicando la acción son auténticos.

Al fabricar pruebas falsas, la CIA encubre a los verdaderos autores de ese y de otros crímenes parecidos. Pero, ¿a quién está protegiendo la CIA?

Apresuradamente Obama ya ha anunciado que no va a perseguir a ninguno los responsables de las torturas. Por supuesto que tampoco va a restituir la verdad en medio de las cortinas de humo tendias por la CIA a los largo de todos estos años de «guerra contra el terrorismo».

En resumen: los terroristas son ellos mismos.

(1) US Senate Select Committee on Intelligence, 9 de diciembre de 2014, http://www.intelligence.senate.gov/study2014/sscistudy1.pdf

(2) El informe senatorial sobre la tortura confirma que al-Qaeda no está implicada en los atentados del 11 de Septiembre, http://www.voltairenet.org/article186200.html

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