Periodistos

Bianchi

Profesión tan mendaz y rastrera como el periodismo, bajo las condiciones del capitalismo en que se desenvuelve una empresa periodística, pocas. Ni existe la libertad de expresión ni el periodista es libre;la primera es una quimera, y el segundo es un ganapán que, si no le censuran directamente, que podría ser, es lo suficientemente espabilado para saber qué se espera de él en según qué medio trabaje (o le exploten de mala manera si es becario o, como se decía antes, está «haciendo prácticas»), es decir, se autocensura o se explaya conociendo la línea editorial del periódico que le paga y en el que medrará mintiendo para escalar puestos, como decía, y decía bien Iglesias, pero sin descubrir la pólvora precisamente. Con Franco, al principio, existía el llamado «sistema de consignas» al que se plegaban todas las redacciones sin mayor problema las más repletas de falangistas que lo hacían con convicción o sarna con gusto no pica si algún «disidente» hubiera; con Fraga Iribarne y su Ley de Prensa de 1966 desapareció, al menos oficialmente, la censura previa dando un aire «liberal» al régimen fascista pero sin obviar la evidencia de la autocensura o ¿para qué la censura si ya se autocensuran los plumillas como buenos chicos aplicados? No todos, claro.

En la actualidad se ha vuelto al «sistema de consignas» que ponen de acuerdo en sus editoriales a todos los mass media cuando se trata de «razones de Estado» -el «terrorismo», por ejemplo-, esto es, a los medios de propaganda del neorrégimen continuista tras la muerte del dictador, o condiciona, si no coacciona, al profesional que trabaja en un medio concreto con una línea política determinada: la libertad de expresión consiste en saber a qué atenerse, y, si no, puerta.

Lo que dijo Pablo Iglesias el otro día en la Universidad sobre el espíritu lacayuno de esta profesión -y lo es si te pagan un salario por ello- es más cierto que mandadiós. Todo el mundo lo sabe en este mundillo mediático lleno de hipócritas. Otra cosa es que Iglesias sea de los menos indicados para desautorizar a nadie pues él mismo es producto de un plató de televisión, y, por lo tanto, desde el corporativismo gremial típico del periodismo, es fácil atacarle recordándole quién le ha aupado lo que le inhabilita para desacreditar a un «compañero» de la profesión, o sea, cállate, porque esas verdades que dices y cantas, y todos sabemos, no son compatibles con el espejismo que vendemos a la chusma sobre la democracia y libertades de que gozamos los españoles, no vengas tú de listo a jodernos el invento y las piscinas que no te hemos «creado» para eso, sino para apuntalar este podrido sistema que se viene abajo. De hecho, Iglesias ya ha venido a pedir disculpas en un tuit, ¿se dice así?, y en la cadena SER,  por si alguien «se ha ofendido». Como cuando dijo la verdad de la «cal viva» en el Congreso a Sánchez recordando al criminal de guerra Felipe González y se le sublevan sus propias filas. Poco recorrido y aliento tiene esta gente que se achantan al mínimo amago de darles un cachete, mientras ellos, al revés,  amagan y no dan. Es muy típico del casticismo español eso de «sostenella y no enmendalla» cuando de error flagrante se trata; estos, ni eso, se rajan cagando ostias. Claro que no es este el quid de la cosa, pero sí un aspecto adyacente que queríamos señalar.

Lo que nos gustaría saber es -pues es el único que no ha dicho ni pamplona- qué opina el periodista de EL MUNDO aludido por Iglesias en la Uni madrileña: ¿se calla corrido de vergüenza por no tener que dar la razón al «Coletas» o deja hablar a sus «colegas» para que lo defiendan en aras de la libertad de expresión siendo cómplices de la Gran Mentira de esta vendida profesión siempre al servicio de la Voz de su Amo?

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