Nuevas pruebas de los crímenes del imperialismo japonés en China

Juan Manuel Olarieta

A finales de abril los funcionarios de los archivos de la provincia de Jilin, en el noreste de la República Popular de China, hicieron públicos casi 100.000 documentos que datan de la Segunda Guerra Mundial, para demostrar la brutalidad del ejército japonés durante la ocupación del este de China (1937-1945).

Changchun, capital de la provincia de Jilin, donde están los archivos, fue la capital de Manchukuo, el Estado títere del noreste de China creado y controlado por el imperialismo japonés. Cuando en julio de 1945 la derrota era inminente, antes de huir de la ciudad, los imperialistas japoneses trataron de destruir los archivos. Pero, dada su magnitud, no pudieron destruir todos. Los enterraron apresuradamente en las afueras de la ciudad, donde una parte de ellos fueron encontrados en 1950.

Los documentos se componen de cartas, informes y grabaciones de las conversaciones telefónicas entre los soldados y funcionarios del ejército imperial de Japón en China. Muchos documentos revelan nueva información sobre las víctimas de la masacre de Nankín (1937). Los archivos también evidencian la creación por el gobierno japonés de una red de burdeles militares en los territorios ocupados en los que las mujeres chinas eran tratadas como esclavas sexuales de las tropas japonesas.

Un buen número de cartas y documentos oficiales testimonian el grado de crueldad extrema de los japoneses hacia los civiles y los prisioneros. Algunos registros arrojan luz sobre el Regimiento 731, cuyos presos, fueron utilizados como conejillos de indias en las investigaciones bacteriológicas del ejército imperial japonés.

«El contenido de estos documentos chocará, sin duda, a más de uno», estima Zhao Yujie, investigador de los archivos de la provincia de Jilin, que ha participado en la traducción de los documentos del japonés antiguo.

Los datos revelados por los archivos son estremecedores. Durante la masacre de Nankín un soldado japonés escribió en su diario: «Voy a lanzar mi cuchillo sobre este hombre [un civil] y veo que sus miembros están temblando. De hecho, matar a alguien con un cuchillo, es como cortar el tofu».

En otro documento del cuartel general imperial encabezado «Sobre el restablecimiento del orden público en la región administrativa de Nankín», que data de febrero de 1938, las violaciones formaban parte del orden público imperial, para lo cual establecía todo un cálculo logístico y burocrático acerca del número de burdeles que eran necesarios para el desahogo sexual de las hordas ocupantes japonesas. El artículo 10 llevaba el título «La situación de las estructuras de consuelo en cada región administrativa». Las «estructuras de consuelo» eran un eufemismo para referirse a los prostíbulos, estableciendo una proporción de 178 a 200 soldados japoneses en Nanjing por cada mujer china prostituida.

En la ocupación militar de China la prostitución tenía como objetivo limitar las protestas sociales causadas por las violaciones y reglamentaba minuciosamente la protección de los soldados japoneses de las enfermedades venéreas y el uso de los medios de control de la natalidad.

Según Su Zhiliang, profesor de la Universidad de Shanghai, que también está a cargo del Centro de investigación sobre la cuestión de las esclavas sexuales bajo la ocupación japonesa, los 100.000 documentos puestos a disposición de los lectores en Jilin son sólo una milésima parte de los documentos de la época ocultos en los archivos. «Si se hicieran públicos todos estos documentos, los crímenes cometidos por los invasores japoneses parecerían mucho más impactantes», dijo.

Debido a la destrucción de los documentos, los historiadores tienen hoy en día muy poca información sobre el campamento de prisioneros ingleses y norteamericanos que había cerca de la ciudad de Mukden, ahora llamada Shenyang. Con el sobrenombre de «Auschwitz oriental» en este campo de prisioneros había unos 2.000 reclusos originarios de Estados Unidos, Inglaterra, Holanda y Austria. Los presos fueron obligados a trabajar casi las 24 horas diarias para construirlo, fueron maltratados y alimentados pésimamente durante su periodo de detención.

Los archivos de Changchun contienen tres documentos sobre este campo, incluyendo la lista de los presos del bombardero americano B29 derribado en 1944 y las actas de las deliberaciones de su tripulación en Mukden.

«Para negar la masacre de Nankín los Japoneses han sostenido durante mucho tiempo que antes de la guerra la población de la ciudad era de 200.000 habitantes», dice Zhao Yujie. «Pero en los documentos hemos leído que los japoneses, que hicieron un censo antes de la masacre, calcularon la población de la ciudad en un millón de habitantes». Según los documentos del archivo, en los seis meses que siguieron a la entrada de las tropas japonesas en la ciudad en 1937, 340.000 civiles fueron asesinados.

Otros documentos demuestran el trato cruel que los japoneses dispensaron a los que calificaban como «espías soviéticos», que eran soldados presos del Ejército Rojo. Según una circular interna, el Regimiento 731 utilizó a los presos soviéticos como conejillos de indias para realizar experimentos médicos y biológicos con ellos.

Cuando en 1931 Japón invadió China, el Regimiento 731 se instaló en Harbin, levantando un campo de concentración que sirvió a los científicos japoneses, bajo la dirección de Shiro Ishii, como laboratorio de experimentación con seres humanos, primero prisioneros chinos y a partir de 1942 soviéticos. Tres mil cautivos sirvieron como conejillos de indias, algunos padecieron operaciones quirúrgicas sin anestesia y otros fueron contaminados deliberadamente y murieron horriblemente a consecuencia del tifus, peste, cólera y sífilis. Se trataba de determinar si la resistencia a ciertas enfermedades mortales dependía de la raza de las personas. Otros fueron fusilados.

Cuando el Ejército Rojo soviético liberó Harbin, los japoneses intentaron borrar las huellas de sus experimentos en el campo 731 y los últimos presos supervivientes del laboratorio fueron gaseados. Shiro Ishii y los demás científicos regresaron a Japón. Los servicios secretos estadounidenses les ofrecieron la impunidad a cambio de que les entregaran los resultados de sus investigaciones. Shiro Ishii murió plácidamente en 1959, sin haber sido nunca molestado por sus crímenes.

Hasta la década de los noventa el gobierno japonés no pidió disculpas oficialmente a las mujeres chinas y coreanas que fueron obligadas a prostituirse durante la ocupación. Pero ambos países, China y Corea del norte, declararon que estas excusas eran insuficientes, requiriendo a Japón una indemnización por el daño sufrido por las esclavas y prisioneras.

En febrero de este año 37 chinos cuyos familiares fueron víctimas de los trabajos forzosos bajo la ocupación japonesa, presentaron una denuncia colectiva, reclamando una indemnización a las multinacionales Mitsubishi Materials y Nippon Cocke & Engeneering de un millón de yuanes chinos (163.000 dólares estadounidenses) para cada demandante.

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