La Sexta arremete contra Kennedy para lavar los trapos sucios de Fauci

El jueves La Sexta lanzó una diatriba en el noticiario de mediodía contra Robert Kennedy. Helena Resano dijo que había creado un “imperio antivacunas” y que incluso disponía de una cadena de televisión para difundir noticias falsas. Quizá ella se cree que es la única con derecho a tener una cadena de telvisión para difundir sus falsedades.

Hace 40 años que Kennedy pregona a los cuatro vientos que es partidario de las vacunas, que se ha vacunado, que también ha vacunado a cada uno de sus hijos y que las vacunas han salvado millones de vidas en el último siglo. Pero no sirve de neda porque son inquisidores, como Resano, quienes ponen el sambenito a los demás y creen estar exentos de etiquetas propias. Kennedy es uno de esos detestables antivacunas y no hay nada más que decir.

Kennedy preside una asociación, Children’s Health Defense, que realiza una encomiable labor de denuncia de la continua intoxicación de los niños con toda suerte de sustancias químicas desde que nacen, en nombre de la salud y el bienestar de la humanidad.

La campaña de intoxicación de La Sexta contra Kennedy es una defensa a ultranza de uno de los sectores económicos que resultan intocables para las cadenas de televisión mundiales: los monopolios farmacéuticos. El reguero de cadáveres que sus medicamentos van dejando por el camino no les parece suficiente motivo para comentar, siquiera de vez en cuando, alguna de sus muchas tropelías.

Además, para atacar a Kennedy, La Sexta tiene un motivo de actualidad que Resano se cuidó de silenciar: su reciente y demoledor libro contra Fauci (1), de quien ya hemos dicho que es el verdadero patrón de esta pandemia, por encima de otros benefactores de la humanidad, como Gates o la propia OMS.

En algunas entradas ya hemos referido el papel de Fauci, con una carrera dilatada al frente de los organismos sanitarios de Estados Unidos, que son los que marcan la pauta de los demás países. Da igual que ganen los demócratas o los republicanos; Fauci siempre está en la Casa Blanca moviendo los hilos y, como es natural, el dinero. Ha asesorado a seis presidentes de Estados Unidos, al Pentágono, a las centrales de inteligencia, a los gobiernos extranjeros y a la OMS.

Desde 1968 Fauci ha ocupado diversos cargos en el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (Niaid), una delegación de los NIH, el servicio de salud estadounidense, de los que se convirtió en director en 1984, para inaugurar la pandemia de sida. Su trabajo ha consistido en imponer un modelo en todo el mundo: convertir los organismos públicos sanitarios en apendices de las multinacionales farmacéuticas.

Fauci maneja un presupuesto anual de 6.000 millones de dólares que destina a promocionar las políticas privatizadoras de la sanidad. En época de crisis y recortes, no es necesario gastar el dinero público cuando las empresas, las aseguradores o los fondos buitre pueden hacerlo mejor. No es necesario insistir en que, en realidad, no es Fauci: es el sistema, o sea, el capitalismo, que ha encontrado en la sanidad un mercado muy rentable.

Cualquiera de los aspectos que Kennedy aborda en su libro pondrá los pelos de punta al más sereno de los lectores. Por ejemplo, el cambio en los fljos de ayuda internacional a los países más pobres del mundo, antes volcados en la nutrición, el agua potable, el saneamiento y el desarrollo económico. Ahora los programas de salud pública de la OMS están volcados en vender remedios farmacéuticos y vacunas (2).

Como también hemos explicado aquí, la Fundación Rockefeller tuvo un papel pionero, recuerda Kennedy. En 1922 aportó casi la mitad del presupuesto inicial de la Organización Sanitaria de la Sociedad de Naciones (LNHO) y puso en marcha una asociación público-privada con las empresas farmacéuticas, la Comisión Internacional de la Salud, que comenzó inoculando la vacuna de la fiebre amarilla a las desventuradas poblaciones de los trópicos.

Cuando Rockefeller la disolvió en 1951, la Comisión Internacional de la Salud había gastado miles de millones de dólares en campañas contra las enfermedades tropicales en casi 100 países, que entonces estaban en una situación colonial. La salud pública permitió a Rockefeller abrir los mercados de los países en desarrollo al petróleo, la minería, la banca y otros negocios rentables, incluidos los beneficios farmacéuticos.

(1) https://childrenshealthdefense.org/fauci_info/
(2) https://www.globalpolicy.org/en/article/us-philanthrocapitalism-and-global-health-agenda-rockefeller-and-gates-foundations-past-and

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