La expulsión de los bakuninistas

150 años de la fundación de la Primera Internacional (y 13)

No puede pasar desapercibido el crítico momento elegido por los bakuninistas para atacar a la Internacional. Todos los gobiernos europeos, asustados por la revolución comunera de París, habían hecho causa común. Se abrió el momento de la persecuciones contra todo lo que tuviera el más mínimo sesgo proletario y, en primer lugar, a la Internacional, convertida en cabeza de turco. Como escribió Engels:

«Precisamente en este momento en el que todas las fuerzas de la vieja sociedad se han unido para desorganizar la Internacional por medio de la violencia; en el que la unidad y la cohesión son más necesarias que nunca; precisamente en este momento, un grupo pequeño -y que según propia confesión disminuye de día en día- de miembros de la Internacional en un rincón de Suiza ha considerado necesario lanzar a la luz pública una circular para sembrar la discordia entre los miembros de la Asociación».

Plantear en una situación tan delicada una «guerra abierta» -otra más- a la Internacional era ponerse de parte de la burguesía, hacer el juego a la reacción.

Esa «guerra abierta» de los bakuninistas contra la Internacional pronto se hizo sentir en España. Dos hechos la promovieron: la llegada de Lafargue a España y la prohibición de la Internacional.

Tras el aplastamiento de la Comuna de París, en enero de 1872, el gobierno prohibió la Internacional y la dirección de la sección española planteó correctamente su reorganización clandestina para continuar la lucha, dirigiéndose a los afiliados en los siguientes términos:

«Si después de todos nuestros esfuerzos para conseguir nuestra emancipación por las vías pacíficas se nos cierran la puertas de la legalidad, sabremos cumplir con nuestro deber; que cuando toda la clase obrera se ve privada del derecho de asociación, que es como el centro de gravedad, no le queda otro recuso que el triste y funesto de la revolución armada«.

Esta posición era absolutamente justa pero, desde Suiza, Bakunin ordenó otra cosa porque tras la clandestinidad veía el fantasma del Consejo General y de Marx. Textualmente la Alianza dijo que los pequeños grupos clandestinos eran más difíciles de manipular y lejos de someterse a la Alianza, sería la Alianza la que acabaría sometida a ellos. Una vez más se demostraba que la batalla ideológica contra los anarquistas en la Internacional no era más que un problema de línea y de dirección política y que los bakuninistas estaban dispuestos a todo con tal de que nada ni nadie se les escapara de las manos. Su antiautoritarismo, su hipócrita crítica al Consejo General de Londres, no podía ser más falaz. Lo que se estaba poniendo una vez más al descubierto es que ellos nunca pretendieron luchar contra el dirigismo, sino dirigir ellos.

El otro hecho. Con tres años de retraso respecto a Fanelli, tras la Comuna de París llegó a España Pablo Lafargue, internacionalista y yerno de Marx. Fue detenido por la Guardia Civil al presentarse en la frontera, aunque le pusieron en libertad. De nacionalidad francesa, Lafargue había nacido en Cuba y hablaba castellano. Su sorpresa debió ser mayúscula cuando comprobó hasta dónde eran capaces de llegar los bakuninistas y se puso a la tarea de impedir sus manejos reuniéndose con Mesa, Iglesias y otros, hasta un total de nueve internacionalistas en Madrid. Esto, unido a que por aquellas mismas fechas Engels contacta con Mora, es lo que desata las suspicacias de Bakunin.

La nueva situación se pone de relieve en el giro que experimenta el periódico «La Emancipación» que estaba bajo la influencia de algunos de los nueve amigos de Lafargue. Este periódico se dirige al Partido Federal, un partido republicano burgués, pidiéndole que se defina sobre su actitud con respecto a la Internacional, prohibida por el gobierno. Esta anécdota sirve de excusa para expulsar a los nueve internacionalistas que estaban al tanto de las manipulaciones bakuninistas. El hecho es significativo:

– pone de manifiesto el verdadero carácter de los que alardeaban de antiautoritarios y adoptaban medidas disciplinarias extremas

– la carta, si bien contrariaba a la Alianza, expresaba de manera fiel la línea de la Internacional, por lo que la expulsión era irregular

– la Internacional en España se había convertido en una sucursal de la Alianza, sin ninguna relación con las demás secciones regionales

Lafargue asiste a la reunión de la Federación madrileña el 7 de enero de 1872 en la que se discuten los acuerdos de los bakuninistas de Sonvillier y se abre la primera discusión. Luego, en el mes de abril, se celebra el Congreso de Zaragoza de la sección española de la Internacional, al que los expulsados recurrieron, no sólo por su situación sino para que se adoptara en España un acuerdo equivalente al de la Conferencia de Londres ordenando la disolución de la Alianza. Obtienen lo primero pero no lo segundo.

Una torpeza de Bakunin descubre todo el tinglado que tenía montado en España: considerándole de su cofradía, le escribe una carta a Mesa de la que se desprende que la disolución de la Alianza era mentira. Apoyándose en esto, los nueve del círculo de Lafargue cometen a su vez otra torpeza: escriben a todos -ya no se sabe si de la Alianza o de la Internacional, que en España tanto monta- exigiendo su disolución, en cumplimiento de los acuerdos.

El 9 de junio de 1872 son de nuevo expulsados por ello, esta vez de manera definitiva, y crean el 8 de julio la Nueva Federación madrileña, que obtiene del Consejo General de Londres su reconocimiento. La ruptura era ya un hecho en España; aquí el proceso había empezado más tarde, pero se había resuelto antes.

Pero las espadas aún estaban en alto fuera de España. Los bakuninistas seguían reclamando la convocatoria de un Congreso que resolviera definitivamente la cuestión. Este Congreso se reunió en setiembre de 1872 en La Haya, agrupando a 65 delegados de 15 países diferentes. Por vez primera, Marx participó en él personalmente. Bakunin no estaba presente pero sí estaban sus partidarios. A este Congreso la Nueva Federación madrileña envió sus delegados y los bakuninistas españoles los suyos. Ya aparecen, pues, divididos, aunque en España la desproporción cuantitativa era abrumadora a favor de los anarquistas, que se burlaban de los internacionalistas llamándoles «la Federación de los nueve». Fueron éstos los que, pocos años después, fundaron el PSOE.

Ahora bien, sería un craso error considerar que la fuerza del anarquismo en España fue consecuencia de las manipulaciones bakuninistas. Por el contrario, ellos encontraron unas condiciones objetivas plenamente favorables para la expansión de sus ideas, de las que carecían los socialistas. Esas condiciones favorables pueden reconducirse a dos:

– el atraso económico español, donde predominaba la pequeña burguesía, el artesanado, el pequeño taller, el campesinado famélico y el tendero, un terreno abonado para los postulados bakuninistas

– el reformismo del PSOE, su legalismo a ultranza, que dio alas a la fraseología anarquista, a la que se unieron también buena parte de los revolucionarios honestos.

Los bakuninistas abandonaron la reunión de La Haya y los demás crearon una comisión especial para analizar la labor de zapa de la Alianza que recibió numerosos documentos de muchos países: Lafargue y Mesa enviaron información de España, Becker de Suiza y Danielson de Rusia, entre ellos, la carta amenzante que Nechaeiv envió a Liubavin y que éste entregó a Danielson. Algunos de esos documentos llegaron después del Congreso. Tras examinar los documentos, la Internacional tuvo la certeza de que la Alianza continuaba existiendo como sociedad secreta en su interior; la comisión especial propuso expulsar a Bakunin y Guillaume y la propuesta fue aceptada. En la resolución de expulsión se decía que Bakunin era expulsado además por un «asunto personal», el caso Nechaiev. El documento de expulsión, redactado por Engels en nombre del Consejo General, es de una contundencia aplastante:

«Nos hallamos por vez primera en la historia de la lucha de la clase obrera, ante una conspiración secreta urdida en el seno de la propia clase obrera con el fin de hacer saltar no el régimen explotador existente sino la Asociación misma, que le combate con la mayor energía. Se trata de una conspiración contra el propio movimiento proletario«.

De esta dura experiencia dentro de la Internacional, pues, cabe afirmar al menos lo siguiente:

– no se produjo ninguna escisión dentro de la Internacional, sino que los bakuninistas fueron expulsados, a pesar de que pretendieran luego seguir utilizando para su provecho propio las siglas AIT

– no se trató de un enfrentamiento entre Marx y Bakunin, sino de una enfrentamiento de éste contra todas la demás corrientes que había dentro de la Internacional, a las que traicionó

– no se trató de un enfrentamiento de los autoritarios (o sea Marx) contra los antiautoritarios (o sea Bakunin) porque entre los primeros estaban los proudhonianos, que también eran anarquistas y, por tanto, antiautoritarios

– no hubo ningún bloque homogéneo en la Internacional, salvo los bakuninistas, que trataron de aprovechar la situación para apoderarse de ella

– en aquel momento, mientras Bakunin tenía su propia organización, la Alianza de la Social-Democracia, Marx no disponía de ninguna en la que pudiera depositar su confianza e intervenía en la Internacional en nombre propio.

Sobre la cuestión principal, el Congreso de La Haya confirmó plenamente la resolución de la Conferencia, a la cual añadió la frase siguiente casi literalmente tomada del Llamamiento fundacional de la Internacional: «Como los poseedores del suelo y del capital se aprovechan siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos y mantener sujeto al trabajo, la conquista del poder político es el gran deber del proletariado«.

Marx, Engels y Lafargue siguieron trabajando con los documentos reunidos por la comisión y publicaron en julio de 1873 un folleto basado en esos informes que titularon «La Alianza de la Social Democracia  y la Asociación Internacional de Trabajadores». Poniendo al descubierto sus manejos e intrigas, asestaron un golpe definitivo a los intentos de Bakunin de influir sobre el movimiento obrero europeo.

Al terminar sus trabajos, el Congreso de La Haya aceptó la propuesta de Engels referente al traslado de la sede del Consejo General a Nueva York. En esta época la Internacional no sólo había perdido sus bases en Francia, donde a partir de 1872 el simple hecho de pertenecer a la Internacional era un crimen, sino también en Alemania, e incluso en Inglaterra. Este traslado del organismo central de la Internacional a América era considerado como provisional. Pero ocurrió que el congreso de La Haya fue el último que se celebró en la historia de la Internacional. En 1876, el Consejo General publicó en Nueva York un aviso anunciando que la I Internacional había dejado de existir. Sólo subsistieron la siglas en manos de unos usurpadores…

Fuente: censurada web Antorcha.org

comentarios

  1. Esta serie de 13 artículos sobre la Primera Internacional es uno de los escritos más excelentes que jamás he leído. Los copié y pegué todos en un archivo Word, que alcanzó un tamaño de 42 páginas.

    ¿Quien habrá sido el autor de esta obra insigne? No lo encontré en ninguno de los capítulos, tal vez se me pasó. Este hombre (mujer) es una maravilla, excelente. Si conociera su nombre, buscaría otras obras de su autoría.

    Este trabajo no debiera quedar en el estante como un libro más, sino que debiera formar parte del pequeño conjunto de las obras más importantes. Su lugar es junto a El Capital y otros. Permite ver con claridad el momento histórico en que se desarrolló la actividad de Marx en los años de la Primera Internacional.

  2. Cuánta (mala) propaganda, y cuánta hipocresía demuestran los mal llamados comunistas, aún después del fracaso repetido de su doctrina…

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