La cúpula de la UE quiere convencerse de que todo va bien

Los Estados Unidos han obtenido una gran victoria temporal en política exterior: Europa se cierra frente a Rusia, China y el emergente mercado asiático integrado, y cuya hipótesis había despertado todas las alarmas en Washington.

Una de las supuestas prioridades de la Unión Europea, al inicio del conflicto en Ucrania, fue encontrar la forma de continuar adquiriendo energía rusa pero a la vez aplicando el látigo sobre su sistema financiero y su estructura económica. Con una arcaica mentalidad de metrópoli, Europa «sancionaba» como en la época del coloniaje cuando había rebeliones de esclavos: se seguía extrayendo pero se «castigaba» la economía local para, en este caso, mantener intactos los tendones del sistema financiero mundial.

Pero el 26 de febrero, sábado, los mensajes cambiaron y los objetivos subieron varios peldaños a la vez: “Estamos librando una guerra económica y financiera total contra Rusia. Provocaremos el colapso de la economía rusa”, dijo el ministro de Finanzas francés, Le Maire. En similares términos se pronunciaron Úrsula Von Der Leyen y Josep Borrell. Algo que de igual manera viene azuzando la portavoz de Biden, Jen Psaki.

Ese sábado, la Unión Europea, Estados Unidos y algunos aliados actuaron para congelar las reservas de divisas del Banco Central de Rusia en el extranjero, así como se decidió que siete bancos rusos fueran expulsados del sistema SWIFT, con el objetivo de desencadenar lo que en Argentina se conoce como «corrida bancaria», esto es, desencadenar una venta masiva de rublos por parte de los minoristas el lunes siguiente, que colapsaría el valor de la moneda.

Esto, en los cálculos de la Unión Europea, provocaría escenas de pánico al crear una escasez de liquidez en los bancos comerciales dentro de Rusia, y así asustar a los rusos haciéndoles creer que sus bancos podrían quebrar, lo que inicialmente provocó una avalancha en los cajeros automáticos. Hay que recordar que esto ya pasó, precisamente, en 1998, durante el gobierno de Boris Yeltsin, que provocó una crisis que fue la que impulsó el ascenso de Vladimir Putin. También lo intentaron en 2015, en el marco de la anexión de Crimea y la guerra en el Donbass. Pero nada de lo que Von Der Leyen y sus ultraideologizados asesores esperaban ocurrió.

Al final, el rublo cayó, pero no se derrumbó. Más bien, la moneda rusa, después de una caída inicial, recuperó casi la mitad de su caída inicial. Los rusos hicieron cola en sus cajeros automáticos el lunes, pero a las pocas horas volvió a reinar la tranquilidad. La Unión Europea aplicó una metodología de golpe de Estado financiero típicamente norteamericana, pero sin contar con que Rusia no es ni Argentina, ni Ecuador ni Perú.

La decisión de Alemania de intensificar su militarización [gastando 100.000 millones de euros adicionales], la de financiar el suministro de armas a Ucrania (junto con la UE) y la de revertir su política de no suministrar armas a las zonas de conflicto es un giro radical a la tendencia que se había manifestado en los últimos años y que tuvo su materialización en el gasoducto Nord Stream 2, y esto es un golpe en la mesa por parte de los Estados Unidos, que quieren poner fin a décadas de Ostpolitik («política hacia el Este») y reanimar a Alemania como actor ofensivo, ya que si Alemania seguía mirando hacia Rusia, la Unión Europea perdería la función subalterna que siempre tuvo, y lo peor de todo: los dirigentes comunitarios (Con Von Der Leyen y Borrell a la cabeza), están vendiendo esto como una victoria «europea».

La UE se ha autosancionado de la ‘dependencia’ del gas natural ruso (profundizando la dependencia de Estados Unidos, que se lo vende más caro) y se ha volcado con el proyecto Biden, y lo siguiente será China.

Mientras que el resto del mundo muestra poco o ningún entusiasmo por unirse a las sanciones a Rusia (China ha descartado las sanciones a Rusia), Europa está histérica, y este «muro de Berlín» va a ser muy difícil desmontarlo.

Los cambios establecidos por von der Leyen y la UE, con el aumento de costes del petróleo crudo, del gas y de los alimentos derivados del trigo o del girasol, podrían potencialmente llevar a las economías de todo el continente a una crisis y desencadenar una inflación en espiral. Y si el drama diario de la guerra en Ucrania comienza a desvanecerse de la vista del público y la inflación persiste, quien va a asumir el coste de las decisiones tomadas son los estados europeos.

Muera la inteligencia, viva la muerte (Millán Astray).

Fuente: Fundación Cultura Estratégica

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