La abstención más alta de la historia

La abstención en las últimas elecciones generales ha sido la más alta desde la transición. La participación no ha llegado al 70 por ciento y bajará todavía más cuando se escrute el voto de los residentes en el extranjero.

Por lo tanto, los “análisis” de los “expertos” son un chiste, que tiene su explicación: la abstención no reparte prebendas y por eso nadie se preocupa de ella o, para decirlo de tal manera que no nos critiquen nuestros lectores: se preocupa mucho menos que de los votantes.

Como cada voto es una parte del aparato del Estado burgués, los “analistas” sólo se preocupan de él, y lo que es aún peor: sólo de ciertos votos, en concreto de los que conceden escaños, por lo que el “análisis” de las elecciones se suele restringir aún más. Basta escuchar cualquier tertulia para darse cuenta de que lo realmente importante ni siquiera son los votos sino más bien los escaños.

A diferencia de los demás países europeos, en España la abstención procede de los sectores más avanzados y progresistas de la sociedad que, cuando padecen algún tipo de flaqueza momentánea, se ponen a votar a las distintas variedades reformistas, que antiguamente era la bazofia de Izquierda Hundida.

Casi una tercera parte de los electores no votamos y, si las cosas siguen igual, no votaremos nunca. Somos la mayoría absoluta y si alguien tuviera en cuenta a las personas y no a los escaños, se preocuparía un poco más por nosotros que por las distintas formas de repartirse el pastel.

En un país realmente democrático alguien se debería interesar por el hecho de que un porcentaje tan grande de electores no vote. Si las elecciones son tan importantes para las personas, ¿cómo es posible que no lo hagan?, ¿quizá porque se han dado cuenta de que son irrelevantes?, ¿saben que nada va a cambiar con un voto u otro?

Al menos algunos de los que no votamos no lo hacemos porque subestimemos las elecciones diciendo que son una porquería inmunda, sino todo lo contrario: nos parecen tan importantes que no podemos participar en tamaña farsa.

No es que estemos con unos y no con otros: estamos en contra de todos ellos, de quienes participan y de quienes nos llaman a participar. Son unos mentirosos compulsivos.

No votamos porque no queremos un cambio de gobierno sino un cambio de Estado. No nos gusta el capitalismo, ni la monarquía, ni la sacrosanta unidad de la patria, ni la bandera… Francamente, no nos gusta casi nada.

Tampoco votamos porque en las condiciones actuales no es así como se va a cambiar nada.

Pero si estamos equivocados sería bueno que alguien se preocupara por nosotros y nos convenciera de nuestro error. Lo que ocurre es que los equivocados son ellos.

comentario

  1. La abstención o no votar no es cuestión de principios. La votación se puede producir en determinadas circunstancias que ahora mismo no vienen al "caso". Si votaría una asamblea constituyente que elaborara una nueva Constitución verdaderamente democrática, pero para ello tiene que estar en el tapete la contradicción entre el capital y el trabajo.

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