Biografía de Marx (Parte 3)



Demócrito y Epicuro
en el país de los idealistas


En la Universidad de Berlín, Marx leyó de todo pero estuvo
muy influido por el pensamiento de Hegel que, convenientemente manipulado, era
la doctrina oficial del Estado prusiano. Hegel había muerto en 1831 y no era en
absoluto responsable del modo en que quienes decían ser sus herederos,
retorcían sus postulados, especialmente aquel de que todo lo real es
racional
. Más que cualquier otra cosa, Hegel es el filósofo del cambio, de
la evolución, de que todo lo real tiene que convertirse en racional,
lo cual es precisamente lo contrario de lo anterior. Bajo Hegel se cobijó tanto
la reacción como la revolución; en una expresión no del todo correcta pero
gráfica se ha dicho que los unos se aferraron al sistema, los otros al método.
Lo realmente importante es que aquellas disputas no eran más que el envoltorio
de una lucha política entre el viejo feudalismo alemán y la nueva burguesía
revolucionaria. Pero aquello duró muy poco. Hegel no podía ser nunca un pilar
sólido del orden establecido. La presencia de Hegel en la burocracia prusiana y
alemana ha sido muy exagerada por la posteridad. La misma existencia de unos
revolucionarios que se refugiaban en el hegelianismo, desencadenó una reacción
contra todo lo que tuviera algo que ver con el pensamiento de Hegel y el
gobierno tuvo que liquidar hasta su misma memoria.

Aunque Hegel glorificaba a la burocracia prusiana, esto sólo
podía ir en detrimento de la religión, que era el núcleo de la tradición feudal
y fue en el terreno religioso donde sobrevino el primer choque entre ambas
corrientes que se reclamaban hegelianas. Hegel había sostenido que las
historias sagradas de la Biblia debían ser consideradas como profanas porque a
la fe no le compete el conocimiento de la historia. En 1835 David Strauss se
aferró a esa idea para someter la historia evangélica a la crítica histórica
escribiendo una Vida de Jesús que provocó una enorme
sensación. La Biblia no era la palabra de dios sino un libro de historia. Así
Strauss entroncaba con el luteranismo y el racionalismo burgués. Su
planteamiento hubiera sido inconcebible en un país dominado por el catolicismo
y el dogma pero resultaba lógico en aquellos países donde la vinculación del
hombre con dios se establecía a través de una lectura propia de la Biblia.

Hasta Strauss, la filosofía hegeliana y la religión habían
vivido en buena armonía. Marx escribió, pocos años después: La crítica
de la religión es la condición necesaria de toda crítica. El fundamento de la
crítica irreligiosa es el siguiente: el hombre hace la religión, la religión no
hace al hombre. Pero el hombre no es un ser abstracto, exterior al mundo real.
El hombre es e1 mundo del hombre, es el Estado, la sociedad. Ese Estado, esa sociedad,
que son un mundo absurdo, producen la religión, absurda concepción del mundo.
La religión es la realización fantástica del ser humano, porque el ser humano
no tiene verdadera realidad. La lucha contra la religión es, pues,
indirectamente, la lucha contra un mundo del que ella es el aroma espiritual
.

Políticamente, Strauss era inofensivo, como lo siguió siendo
durante toda su vida. Pero había abierto la veda; sólo había que explotar aquel
filón y para eso ni siquiera eran necesarios pensadores profundos y gruesos
libros de filosofía sino, más que nada, divulgadores y agitadores. Entre éstos
encajaba a la perfección Arnold Ruge (1802-1880), quien había estado
encarcelado de 1824 a 1830. En 1832 entró como profesor en Halle, donde comenzó
a publicar los Anales de Halle entre 1838 y 1841, el órgano de
la izquierda hegeliana. Gracias a un matrimonio afortunado, disfrutaba de una
existencia apacible. Ruge nunca fue más allá del liberalismo burgués, por más
radical que fuera su apariencia. Aunque luego tuviera que refugiarse, en sendas
ocasiones, en Francia y en Inglaterra, él mismo se calificó alguna vez,
bastante acertadamente, de comerciante en espíritu al por mayor. Sin ser ningún
pensador original, ni mucho menos un revolucionario, Ruge tenía, sin embargo,
la cultura, la ambición, el celo y el ardor combativo que hacían falta para
dirigir bien una revista o un periódico científico. Él aseguraba a la
burocracia prusiana que sus Anales de Halle eran cristianos
y prusianos de Hegel
 pero, por mucho que se lo suplicó, el Estado
prusiano no le correspondió en aquel momento, tardó un poco más, lo que tardó
Ruge en abandonar cualquier veleidad agitadora. Finalmente, Ruge acabó a los
pies de Bismarck, quien en 1877 le gratificó con un pensión para pagar y apagar
su conciencia. Es de aquellos que pasó de vivir el presente a vivir del pasado
y, naturalmente a recordarlo: escribió unas memorias tituladas Recuerdos
del tiempo pasado, 1862-1867
. Pero eso sucedió bastante después…

En Halle los Anales de Ruge se convirtieron
en un centro de reunión para todos los espíritus inquietos, especialmente todos
los neohegelianos de Berlín, entre los que había docentes, profesores y
escritores de edad juvenil. De ellos destacaremos a cuatro: Eduardo Meyen,
Adolfo Rutenberg, el más íntimo de los amigos berlineses de Marx, Carlos
Federico Köppen y, sobre todo, Bruno Bauer. No se sabe si también pertenecía a
aquel círculo Max Stirner, profesor en un colegio de señoritas. Nada hay que
permita afirmar que Marx le conociera personalmente, pero entre ambos no medió
nunca la menor afinidad espiritual.
El más importante de todos ellos era Bruno Bauer
(1809-1882), hijo de un pintor en una fábrica de porcelana. Estudió filosofía y
teología en la Universidad de Berlín directamente con Hegel hasta que éste
murió en 1831. En una ocasión Hegel otorgó al joven Bauer un premio académico
por un ensayo filosófico criticando a Kant. Tras obtener la licenciatura en
teología, comenzó a enseñar en la Universidad de Berlín en 1834 y se ocupó,
sobre todo, de crítica bíblica. Próximo entonces a las posiciones de la derecha
hegeliana, criticó a Strauss afirmando la autoridad indiscutible de la
revelación divina, lo que desató una réplica por parte de éste y de la reacción
prusiana. Fue este debate el que empujó a Bauer a cambiar de alineamiento
filosófico, pasándose a la izquierda hegeliana. Al mismo tiempo, en el curso de
esta polémica la reacción se dio cuenta que aquel peligroso proceso tenía sus
raíces en Hegel y que había que acabar con todo el hegelianismo. A la inversa,
Bauer se apercibió de que la única manera de defender Hegel de aquel ataque
generalizado era desde las posiciones de la izquierda.

En 1836, durante sus primeros días como profesor, Bauer
impartió clases a Marx del mismo modo que, una generación después, también fue
mentor de otro joven: Friedrich Nietzsche. Ambos acabaron abandonando a Bauer.
En 1838 publicó en dos volúmenes su Kritische Darstellung der Religion
des Alten Testaments
 que muestran que, aun siendo muy superior a
Strauss desde el punto de vista intelectual, seguía fiel a la derecha
hegeliana. Pero muy pronto su opinión sufrió un vuelco y, en tres trabajos, uno
sobre el cuarto evangelio, el de Juan, otro sobre los tres sinópticos (Marcos,
Mateo y Lucas) y el tercero titulado Herr Hengstenberg, kritische
briefe uber den Gegensatz des Gesetzes und des Evangeliums
, anunció su
ruptura con la derecha hegeliana.

Las aportaciones de Bauer a la historia evangélica fueron
muy importantes, limpiando los últimos residuos teológicos que Strauss había
dejado en pie. Elaboró un profundo análisis de la literatura cristiana del
siglo I para demostrar que en los Evangelios no existía la verdad histórica,
que todo en ellos era obra de la imaginación de los evangelistas. Asimismo
argumentó que la religión cristiana no le había sido impuesta, como se pensaba,
al mundo greco-romano, sino que era el más genuino producto de este mundo. De
este modo, abría la única senda por la que se podían investigar científicamente
los orígenes del cristianismo. Sostuvo que muchos temas centrales del Nuevo
Testamento, especialmente los que eran opuestos al Antiguo Testamento, ya se
encontraban en la literatura greco-romana de aquella época. Bauer demostró que
la influencia judía en Roma había sido mucho más importante de lo que los
historiadores habían creído hasta entonces y que el judaísmo se había
introducido en Roma en la época de los Macabeos, incrementando su población.

Pero en 1839 el prestigio de Bauer, el giro radical que dio
a la teología y, sobre todo, su incorporación al círculo de la izquierda
hegeliana forzaron su traslado a la Universidad de Bonn. Era un intento de
descabezar al grupo, privarlo de su dirección para dispersarlo. La vinculación
entre Bauer y Marx era muy estrecha entonces. Apenas se estableció aquel en
Bonn, intentó que Marx se trasladara con él. Entonces Marx trabajaba en su
tesis doctoral sobre la Diferencia entre la filosofía natural de
Demócrito y la de Epicuro
. Para Bauer aquello no tenía demasiado interés.
Para él, fuera de Aristóteles, Spinoza y Leibniz, no había otra filosofía en el
mundo. En una carta le aconsejaba a Marx que acabase de una vez con aquel despreciable
examen
 y que no le dedicase tanto tiempo, lo cual demostraba que ya
entonces Marx hacía gala de su estilo de escribir concienzudo y, por tanto,
exasperantemente lento, lo que fue una desolación para todos los que le
conocieron, especialmente Bauer, que era una máquina de escribir, casi de manera
automática. En la carta Bauer le decía, además, que Ruge le daba pena y
calificaba de lánguidos sus Anales de Halle aceptando,
a cambio, la publicación de una revista radical que Marx le había propuesto,
dirigida por ambos.

Bauer era el campeón de la crítica. Si existe el arte por el
arte, Bauer sería el representante de la crítica por la crítica, un verdadero
precursor de la Escuela de Frankfurt. La palabra nihilismo apareció entonces
bajo estas influencias perdidas en la abstracción. Lo de Bauer era una
revolución pero sólo en el terreno de la filosofía, para la que Bauer contaba
más con la ayuda que con la oposición del gobierno. La miopía política
de Bauer no era otra cosa que el reverso de su agudeza de visión filosófica
,
escribió Mehring. Bauer atacaba a la teología pero sólo para entronizar al
Estado prusiano sobre fundamentos más sólidos. Separando a la Iglesia del
Estado se fortalecía el Estado y más concretamente sus instituciones
educativas, especialmente la universidad, algo en lo que los académicos como
Bauer estaban muy interesados en una época en la que aún estaban obligados a
llevar peluca. Como Ruge, Bauer acabó sus días siendo otro de aquellos
aduladores de Bismarck.

Muy influido entonces por Bauer, Marx presentó su tesis
doctoral sobre Demócrito y Epicuro, dos filósofos que Hegel había tratado con
bastante desdén porque no podían competir con Platón ni compararse con
Aristóteles. Los escépticos, epicúreos y estoicos formaron escuelas filosóficas
griegas que brotaron en su decadencia, contribuyendo más que ninguna otra a
fecundar el cristianismo. Su meta común era hacer al hombre individual,
independiente de todo lo exterior a él, retrotrayéndole a su vida interior,
llevándole a buscar su dicha en la paz del espíritu, asilo inconmovible aunque
el mundo se derrumbase. En suma, eran filosofías de la autoconciencia. Pero
luego el cristianismo, sostenía Bauer, había enajenado la autoconciencia en
beneficio del Señor de los Evangelios. La humanidad había sido educada en la
esclavitud de la religión cristiana para, de este modo, preparar mejor el
advenimiento de la libertad y abrazarla con tanta o mayor fuerza cuando por fin
ese día llegase. La propia conciencia del hombre, al recobrar su
autoconciencia, recobraría un poder infinito sobre los frutos de su prolongado
renunciamiento.

Como había escrito Köppen, en este abigarrado galimatías
filosófico de la época no subyacía otra cosa que el racionalismo burgués del
siglo XVIII, que también había bebido de las fuentes de la duda de los
escépticos, el ateísmo de los epicúreos y la convicción republicana de los
estoicos. Aunque no tenían la talla de Platón o Aristóteles, estos filósofos
griegos habían dejado una huella muy profunda en la historia. Habían abierto al
espíritu humano nuevas perspectivas, rompiendo las fronteras sociales de la
esclavitud y las fronteras nacionales del helenismo, habían fecundado el
cristianismo primitivo, la religión de los dolientes y los oprimidos, que en
Platón y Aristóteles se trocaba en la Iglesia explotadora y opresora de los
dominadores.

Esta es la médula que Marx quiso explotar. Entonces, aunque
seguía compartiendo la concepción idealista, empezaba ya a extraer de la
ambigua filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias. Mientras Hegel
criticaba el materialismo y el ateísmo de Epicuro, Marx hablaba con admiración
de la valiente lucha que el filósofo griego había sostenido contra la religión
y los prejuicios. Mientras todos los filósofos se habían burlado de Epicuro por
su absurda tesis de la declinación de los átomos, Marx le considera como el
más grande racionalista griego
 que había introducido un absurdo entre
las leyes ciegas de la naturaleza por el que se filtraba la libertad humana.

Naturalmente, en medio de un ambiente idealista, que era
también el de Marx entonces, éste traía el materialismo, el atomismo y el
ateísmo como notas discordantes, otra declinación de los átomos. Además del
materialismo, Demócrito y Epicuro tenían en común su atomismo, y Marx expone
así la diferencia entre ambos: para Demócrito se trata tan sólo de la existencia
material del átomo, mientras Epicuro pone de relieve el concepto del átomo al
lado de su realidad, la forma al lado de la materia; no le basta la existencia;
investiga también la esencia, y no ve en el átomo solamente la base material
del mundo sino también el símbolo del individuo aislado. Si Demócrito deducía
de la caída perpendicular de los átomos la necesidad de cuanto acaecía, Epicuro
los desviaba un poco de la línea recta para dejar sitio al libre arbitrio. Es
una contradicción entre el átomo como fenómeno y como esencia. La filosofía de
Epicuro introduce así una explicación ilimitadamente arbitraria de los
fenómenos físicos.


Es también sorprendente la superioridad que Marx observa en
Epicuro sobre Demócrito porque éste no hizo más que aventurar una hipótesis que
era el resultado de la experiencia, pero no su principio dinámico, un defecto
capital que luego Marx siempre denunció en todo el materialismo anterior que no
captaba la realidad más que bajo una forma pasiva, no como práctica, no como
actividad humana. Con esto adelantaba la importancia que luego dio al
movimiento y a la práctica. Demócrito era un teórico y Epicuro un político,
como se demuestra en el desafío de éste a la religión. Epicuro le atrajo a Marx
porque era un luchador, un filósofo se alzaba contra el peso oprimente de la
religión y la desafiaba.

Fue la primera obra extensa de Marx, de la que Mehring
concluye: Con este estudio, el discípulo de Hegel se extiende a sí
mismo el certificado de mayoría de edad: su pulso firme domina el método
dialéctico, y el lenguaje acredita esa fuerza medular de expresión que había
tenido, a pesar de todo, el maestro, pero que hacía mucho tiempo que no se veía
en el séquito de sus discípulos
.

Marx tenía la oportunidad de consagrarse a la actividad
científica y hacerse profesor de la Universidad de Bonn junto a Bauer. Pero él
prefería a Epicuro antes que a Demócrito. Era un militante, no un teórico. No
quería convertirse en un pensador solitario que escribía en el remanso de una
biblioteca. Era un demócrata, un revolucionario que luego evolucionaría hacia
el comunismo bajo la atracción de una clase, el proletariado, que supo hacer
suyos el indudable talento de Marx como pensador en la lucha por un mundo
nuevo. La concepción de los revolucionarios nunca ha sido invención de un
ideólogo individual, sino la expresión teórica de un movimiento vivo.

El ministro de Educación Altenstein había trasladado a Bauer
a la Universidad de Bonn con la promesa verbal de concederle una plaza de
profesor titular, pero murió en mayo de 1840 casi al mismo tiempo que Federico
Guillermo III y su sustituto, Eichhorn, no estaba por la labor. Se iniciaba una
etapa de dura reacción acompañada de represión política. Le propusieron que se
dedicara a escribir con la promesa del apoyo financiero del Estado pero Bauer
no aceptó y se aprestó a librar una batalla con la ayuda de Marx en una nueva
revista de agitación. El nuevo ministro mantuvo el pulso inundando la
Universidad de Berlín de reaccionarios prestos a librar toda clase de batallas.
Llevó allí al viejo Schelling, que se había convertido en portaestandarte de la
revelación divina, para dar el golpe de gracia al hegelianismo. En medio de
violentas manifestaciones de protesta, Julius Stahl, un absolutista, sucedió al
hegeliano Gans, fallecido el año anterior. El forjador de escuela histórica del
derecho, Savigny, amigo personal del nuevo monarca Federico Guillermo IV,
depuró a universidad de las tesis jurídicas hegelianas. Por tanto, en 1840
Prusia había declarado la guerra al hegelianismo, que apenas había podido
reinar una década. El título de un folleto de Bauer resumía el final de aquella
época: La trompeta del juicio final contra Hegel, el ateo y el
anticristo
. Marx participó en la redacción de ese folleto; formaba parte de
esa corriente y, aunque lo hubiera pretendido, las aulas estaban vetadas para
él.

Marx decidió doctorarse en la pequeña Universidad de Jena y
publicar luego la tesis doctoral, acompañado de un prólogo retadoramente audaz,
como testimonio de sus conocimientos para luego instalarse en Bonn y editar
allí con Bauer, la proyectada revista. Además, como doctor por una Universidad
extranjera
, la de Jena, las universidades prusianas no podrían cerrarle sus
puertas y tendrían que permitirle profesar la enseñanza por libre.

El 15 de abril de 1840 Marx recibió la investidura de doctor
por la Universidad de Jena, sin su presencia personal, previa presentación de
una tesis que no era más que un fragmento de una magna obra en la que se
proponía estudiar la evolución de la filosofía epicúrea, estoica y escéptica,
poniéndolas en relación con toda la filosofía griega.

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