Sudáfrica: el apartheid cambia de nombre pero el capitalismo sigue fiel a sí mismo

Cyril Ramaphosa, un renegado
Una vez liberado de prisión, el 11 de febrero de 1990 Mandela salía al balcón del ayuntamiento de Ciudad El Cabo para saludar a una multitud enfervorecida. “Es el momento de intensificar la lucha”, dijo. Después de un siglo, las esperanzas se cumplían… o eso parecía, al menos.

Junto a él estaba Cyril Ramaphosa, un conocido dirigente del sindicato minero que hoy ha llegado a la Presidencia de Johanesburgo. Pero no será porque la clase obrera haya alcanzado el poder, sino todo lo contrario: Ramaphosa es uno de esos vendidos de los que por aquí tenemos varios. Está tan prostituido que se ha convertido en multimillonario.

Podría ser un buen resumen de la evolución de Sudáfrica en sus tres últimas décadas, por no hablar del conjunto del colonialismo africano, de cuya tragedia siempre culpamos a las metrópolis, olvidándonos de que, como escribió Frantz Fanon, su dominación sería imposible sin las marionetas que tienen sobre el terreno, sujetos corruptos como Ramaphosa.

Pero en Sudáfrica no basta preguntarse sólo por el ANC, el partido en el poder desde el final del apartheid, sino que es necesario preguntar también por su socio más importante, los comunistas sudafricanos, partidarios también de “ubuntu”, una palabra bantú que podemos traducir por “fraternidad” y, quizá mejor, por “reconciliación nacional” si queremos que nos resulte más familiar.

Para Mandela, el ANC y el PCS la nacionalización de los bancos, las minas y los monopolios industriales no era negociable, o eso decían, al menos. “En este punto es inconcebible un cambio de nuestro punto de vista”, dijo Mandela.

En 1985 el apartheid atravesaba una profunda crisis. La bolsa de Johanesburgo se hundió y el gobierno racista no podía pagar la deuda exterior. En setiembre un equipo de la Anglo-American Corporation dirigido por Gavin Relly se entrevistó en Zambia con Oliver Tambo, el presidente del ANC.

La entrevista fue secreta. Relly fue muy claro: el fin del apartheid a cambio de la estabilidad. Es muy probable que el verdadero objetivo de Relly fuera mucho más simple, enredar y dividir al ANC al modo habitual: los duros por un lado y los moderados por el otro. En otras palabras se trataba de separar a la dirección del ANC de la Organización Cívica Nacional y el Frente Unido Democrático, los movimientos de masas que combatían en las calles. No hizo falta nada de eso porque sería el propio Frente quien traicionaría, poniendo las cosas mucho más fáciles.

Entre 1987 y 1990 la dirección del ANC, con Mbeki al frente, estuvo negociando (claudicando) en un castillo inglés con 20 “afrikaners” del régimen. También se llevó a cabo en el secreto más absoluto. Los tres años de gastos (despilfarro) fueron pagados generosamente por el monopolio minero británico Consolidated Goldfields.

Al mismo tiempo, Mandela también negociaba en secreto desde la cárcel de Pollsmoor. Su interlocutor era Neil Barnard, dirigente del servicio de inteligencia sudafricano. Desde la cárcel, Mandela llamó por teléfono al presidente P.W. Botha para felicitarle el día de su cumpleaños. Los racistas hablaban con las víctimas que habían encerrado en la cárcel… Pero si tu víctima te felicita desde su celda es porque estás haciendo las cosas a la perfección.

Desde los años ochenta el racismo sudafricano captó, cautivó y cultivó lo que denominaron de manera doblemente estúpida como “nuestra clase media negra”, es decir, a sus propios zipayos (renegados y traidores) con un acceso preferente a los préstamos de la Sociedad de Desarrollo Industrial.

En pleno apartheid esa “clase media negra” podía crear empresas “negras” fuera de los bantustanes al “estilo Gaza”, es decir, de las reservas en las que los blancos mantenían encerrados a los negros. Con dinero blanco las empresas negras (New Africa Investments) compraban empresas blancas (Metropolitan Life). Así triunfaron unos pocos negros, como Ramaphosa.

El capitalismo es daltónico, no entiende de colores. Hoy aquella “clase media negra” tiene capitalistas, como Ramaphosa, que están entre los más ricos del mundo. “Usted puede llamar a eso thatcherismo, pero para este país la privatización es la política fundamental”, le confesó Mandela al periodista australiano John Pilger (*). Donde dije digo…

En Sudáfrica el capitalismo reconcilió a blancos y negros mucho antes de que el obispo Desmond Tutu presidiera la “Comisión de la Verdad y la Reconciliación” que, como estaba previsto, no sirvió para nada. ¿Realmente alguien quiere saber la verdad?, ¿le importa la verdad? La Cámara de Comercio Minero de Sudáfrica ha glosado cien años de explotación de las minas del país en seis páginas, donde palabras como silicosis o mesotelioma no aparecen, dice Pilger. Las familias de los mineros no pueden pagar una botella de oxígeno para que respiren los obreros sobre cuya salud se has levantado grandes fortunas internacionales. Se mueren, pero las familias tampoco pueden pagar el funeral.

Por eso conviene volver a recordar las palabras de Mandela: “Si el ANC no proporciona bienestar, el pueblo debe hacer lo que ha hecho con el régimen del apartheid”. Hay que tomar nota de ello. La lucha no ha hecho más que empezar.

(*) http://www.legrigriinternational.com/2018/03/l-anc-a-mis-l-afrique-du-sud-entre-les-mains-du-capital-international.html

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