¿Qué es la conciencia de clase?


Juan Manuel Olarieta

Para responder a esa pregunta habría que empezar definiendo primero qué es la
conciencia, porque no todos se refieren a ella de una manera precisa. Es un
término que la burguesía emplea de una manera distorsionada, bien en un sentido
idealista, o bien mecanicista. Por ejemplo, los estructuralistas definieron a
la conciencia como «superestructura», como si se tratara del tejado
de una vivienda. Es un ejemplo de que no se arroja más luz sobre un concepto
cambiándolo de nombre. Cuando nos referimos a la conciencia de clase podemos suponer
que es la conciencia de una clase social, pero si hablamos de «superestructura»,
¿también nos referimos a la de una clase social?

Otras veces la interpretan de una manera subjetiva, como la conciencia «de
los obreros» tomados de uno en uno, o la del «obrero medio», de cualquiera
de los que se pueden observar en el entorno social más inmediato. No obstante,
la conciencia de clase no se puede equiparar a la conciencia «de los
obreros» como si se tratase de un recuento individual o de una encuesta
sociológica. No se trata de la conciencia de muchos, ni tampoco de la
conciencia de unos pocos, como explicaron Marx y Engels: «No se trata de
saber lo que tal o cual proletario, o aún el proletariado íntegro se propone momentáneamente como fin. Se trata de
saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a
su ser» (1).

La conciencia es un argumento sobredimensionado en los debates que se entablan
para tratar de explicar los acontecimientos sociales y políticos corrientes. La
permanente invocación de la conciencia resulta especialmente extraña para el
materialismo, que argumenta sobre la realidad en sí misma, es decir, mediante
el análisis de las fuerzas objetivas que operan en su interior. El motor de la historia es la
lucha de clases; no se puede explicar la historia «con arreglo a una pauta
situada fuera de ella», decían Marx y Engels (2). Si la conciencia es algo
derivado que refleja una realidad exterior a ella misma, ¿por qué no explicar
esa realidad recurriendo a ella misma, es decir, a datos y acontecimientos extraídos directamente de su seno?

Las referencias equívocas a la conciencia proceden originariamente del secular
dominio de las religiones, un pozo del que muchos huyen hoy (o eso dicen al
menos) pero en el que acaban cayendo. En las distintas religiones la conciencia
es inmaterial, opuesta a la materia y al materialismo, y esa es la raíz de las
concepciones erróneas sobre ella, su significado y su función social. Para una
religión, ¿hay algo más importante que la conciencia?

En el materialismo histórico la conciencia reúne una serie de rasgos definitorios
bastante precisos:

1. La esencia de la conciencia es la reflexión: «La conciencia -escriben
Marx y Engels- no es más que el espejo en el que se contempla la naturaleza
misma» (3). Es la teoría del reflejo de la que luego hablaría Lenin, que
se puede resumir diciendo que una realidad diferenciada, como una clase social,
crea una conciencia diferenciada, como la conciencia de clase. Del mismo modo,
una nación crea una conciencia nacional diferente a cualquier otra. Pero además
el reflejo también cambia con el tiempo, por lo que cada época tiene una conciencia
distinta. Ni en el tiempo, ni en el espacio, ni en la sociedad, se puede
separar a la conciencia de la realidad que refleja. La historia se mueve por sí
misma mientras que la conciencia no tiene una historia propia (4), es decir,
independiente de la realidad que refleja, no cambia por sí misma sino que los
cambios que experimenta, su desarrollo, se produce porque cambia el objeto que
refleja.

2. En la conciencia la reflexión es un recorrido de ida y vuelta; no sólo
«expresa» sino que «se expresa», es decir, refleja una
realidad exterior y, a la vez, se materializa en ella. Una cosa no se puede separar
de la otra. Al considerarla como una superestructura, sólo aparece una parte de
la conciencia, como mero producto o derivado. Pero, además de producto, la
conciencia produce. La práctica es la manera en que la conciencia produce y se
expresa:

«El defecto fundamental de todo materialismo anterior -incluyendo el de
Feuerbach- es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la
forma de objeto o de ‘contemplación’, pero no como ‘actividad sensorial
humana’, como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo
fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo
de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad
real, sensorial, como tal» (5).

Por lo tanto, la conciencia refleja el mundo objetivo así como la intervención
sobre él de una nación, una clase social o una época. Esa intervención pone en
evidencia a la conciencia, que no sólo se puede sino que se debe analizar en
sus manifestaciones objetivas externas. Así, la Economía política es el reverso
de la política económica. «Tal y como los individuos manifiestan su vida,
así son», escribe Marx (6). A un Estado no se le debe juzgar por los
derechos que  formalmente reconoce, sino por la vigencia práctica y
cotidiana de los mismos. La manera en que una clase social o un país entero
vivió un acontecimiento histórico también se puede analizar en sus expresiones artísticas,
como el cine o la literatura.

3. La conciencia es un reflejo social de la realidad (7), es decir, que refleja
la acción colectiva de una clase social, de una nación o de una sociedad. El
carácter social del reflejo lo determina el hecho de que en cada conciencia
están las conciencias de los demás, la manera en que los demás reflejan la
realidad. La conciencia individual se forma en interacción con las ajenas,
especialmente con las más próximas. Por eso el lenguaje (que es esencialmente
comunicación) es inseparable de la conciencia, porque permite la conservación,
la transmisión y la acumulación de las experiencias de múltiples personas,
tanto presentes como pasadas, de lo que Mao calificó como «experiencia indirecta»
(8). La conciencia se conserva y transfiere a lo largo de las generaciones,
escribió Marx:

«Junto a las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas,
fruto de la supervivencia de tipos de producción antiquísimos y ya caducos, con
todo su séquito de relaciones políticas y sociales ‘anacrónicas’. No sólo nos
atormentan los vivos, sino también los muertos» (9).

La conciencia es, pues, esencialmente histórica. En ella están las conciencias
pasadas, las «circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La
tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el
cerebro de los vivos» (10). Por ello, marcha con retardo respecto a los
acontecimientos.

4. La conciencia es de naturaleza social porque aúna lo objetivo y lo subjetivo,
lo abstracto y lo concreto. Lo mismo que el alma se separa del cuerpo, en una
sociedad en la que el trabajo manual se separa del intelectual, una parte muy
reducida, e incluso individuos concretos dentro de ella, asumen la función de
elaborar la conciencia que refleja la situación. El individuo juega un papel en
la historia, como escribió Plejanov. Determinadas personas se desdoblan como
personajes para representar a la conciencia. En el prólogo a «El Capital»
resaltó Marx esta diferencia: «Aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto
personificación de categorías económicas, como representantes de determinados
intereses y relaciones de clase» (11). Esos personajes se convierten en
pensadores, «fabricantes de ideas» o «industriales de la
filosofía» que, en definitiva, leen un guión: representan a su clase, a su
país o a su época.

Con el desdoblamiento entre el trabajo manual y el intelectual, la conciencia
se diversifica, de la misma manera que en una representación distintos actores
interpretan de manera diferente el mismo guión. Aunque la conciencia sea
siempre la misma, sus representaciones concretas cambian. Además, adquiere una
mayor autonomía relativa, se aleja de la realidad y parece adquirir una vida propia.
Entonces, en palabras de Lenin, la fantasía vuela, «apartándose de la
vida» (12). Al alejarse cada vez más de la realidad, la conciencia se
torna especulativa y comienza a moverse entre abstracciones. Por eso en el
capitalismo actual «imperan ideas cada vez más abstractas» (13). Hay
una sobreproducción intelectual cuyo interés científico es prácticamente nulo.

Cuando una sociedad se divide en clases, cada clase tiene sus propios intelectuales,
que son los encargados de justificar o repudiar su condición en la sociedad en
la que viven. Marx decía, por ejemplo, que los economistas eran los
«representantes científicos» de la burguesía (14). Gramsci los
llamaba «intelectuales orgánicos» porque son los ideólogos
organizados de su clase social. Ellos representan los intereses de su clase, la
personifican, son su «alma». La historia está repleta de personajes
que constituyen el componente subjetivo y concreto de la conciencia en un país
y en una época determinada. Marx criticó a Hegel por separar el pensamiento del
sujeto con oídos y ojos «que vive en la sociedad, en el mundo y en la
naturaleza» (15). La ciencia comienza donde acaban las abstracciones y la
especulación, dice Marx (16), en el «análisis concreto de cada situación
histórica particular» (17). Para no incurrir en abstracciones a veces es importante
personificar la conciencia en sus representantes políticos, literarios o
económicos. No basta imputar a una clase determinadas medidas económicas, sino
que se deben adscribir a un partido o incluso a un determinado ministro.

5. La conciencia no es un reflejo fiel de la realidad. En ella se producen
distorsiones entre las cosas como son y las cosas como aparecen en ella, entre
«lo que alguien realmente es» y «lo que alguien dice ser»
(18). Cuando se toma la esencia por la apariencia, la conciencia se desdobla
como ideología. En el «18 Brumario», escribió Marx:

«Y así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa
y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay
que distinguir todavía más entre las frases y las pretensiones de los partidos
y su naturaleza real y sus intereses reales, entre lo que se imaginan ser y lo
que en realidad son» (19).

Si la forma en que los fenómenos se manifiestan y su esencia coincidiesen, dice
Marx, la ciencia estaría de más (20). Pero no ocurre así. La ciencia investiga
la esencia de los acontecimientos a través de sus apariencias, mientras que la
ideología burguesa es una vulgaridad que se contenta con la superficialidad de
los fenómenos.

Con la separación entre el trabajo manual y el intelectual, la conciencia se
diversifica y adquiere una mayor autonomía relativa. El intelectual ya no sólo
es que pueda no ser fiel intérprete de las necesidades de su clase, sino que
puede traicionarla. Por eso no se puede confundir a la clase con sus
representantes políticos y literarios (21). No sólo se pueden producir
divergencias entre la clase y los ideólogos que la representan, sino que el
desdoblamiento, dicen Marx y Engels, puede producir situaciones de «cierta
hostilidad» (22).

La ideología, es decir, la apariencia más superficial, engaña incluso a sus
propios protagonistas. Dado que el guión no aparece, el actor cree ser él
mismo. El intelectual orgánico se cree libre; no es consciente de que se limita
a interpretar un personaje. No es consciente de la función social que desempeña
y el político profesional tampoco. La representatividad de un determinado
personaje, su adscripción a un país, a una clase o a una época histórica no es manifiesta.
Muchas veces algunos se lamentan porque se atribuyen arbitrariamente según
ellos- una condición de clase a determinadas concepciones, que se califican
como burguesas, por ejemplo, o feudales en su caso. Pero en eso consiste
justamente la ciencia, que empieza cuando se rompen las apariencias. Su papel
radica en descubrir al personaje que hay detrás de la persona, el papel que
interpreta como representante de algo o de alguien que está fuera de él mismo.

Tanto la ciencia como la ideología, forman parte integrante de una única
conciencia.

6. En la conciencia se funden lo racional (formación, saber, conocimiento) con
lo irracional. Como consecuencia del peso de la Ilustración burguesa,
actualmente sólo se considera la parte racional, científica o teórica de la
conciencia, despreciando los demás componentes. Es un error. Lo emocional, lo
pasional, lo sentimental y lo inconsciente también forman parte de la
conciencia. Tanto Spinoza, como Labriola, como Gramsci y Mariátegui destacaron
la importancia de esos otros componentes, que desempeñan un papel fundamental y
sin los cuales no se pueden comprender determinados fenómenos sociales. Así, la
burguesía pretende «desmitificar» las proezas históricas del proletariado,
como la Revolución de 1917, la guerra antifascista de 1936 en España y otras.
De esa manera trata de minimizar su trascendencia. Para el proletariado se
trata de remarcar su grandeza y de defender que no hay palabras suficientemente
elocuentes para referirse a ellas. La propaganda comunista no puede ser fría y puramente
racional; no se puede dirigir únicamente al intelecto sino al corazón de la
clase obrera, a su universo emocional. Ahora bien, a diferencia del
sentimentalismo burgués, que es impostado, la propaganda comunista debe ser
siempre veraz y emotivo a la vez. No se puede componer sólo de comunicados,
textos y ensayos sino que comprende todas las formas de expresión de la clase
obrera, incluidas las artísticas tales como carteles, películas, música,
literatura, etc.

7. La conciencia se forma con necesidades e intereses materiales: «La idea
ha quedado en ridículo siempre que se ha querido separar del ‘interés'»
(23). La ideología burguesa ha impuesto, no obstante, la concepción contraria.
Hace creer que una persona «con conciencia» actúa de forma
desinteresada, mientras que califica como «materialista» a alguien
que actúa motivado por intereses egoístas, que son siempre intereses
materiales, a diferencia de los intereses espirituales, que son generosos y
altruistas. Una persona es «muy consciente» cuando está entregada a
causas que no son las suyas propias, es decir, cuando actúa de manera altruista
en favor de los intereses de terceros o no obtiene ningún beneficio de su
actividad.

Por el contrario, alguien es poco consciente cuando se comporta de manera
egoísta, teniendo en cuenta sus propios intereses de manera exclusiva. Los
intereses materiales se oponen a la conciencia, por lo que cuando se le
califica a alguien de «materialista» es para decir que no tiene
conciencia.

En su sentido plenamente científico, marxista-leninista, la conciencia no es
ajena ni a las necesidades ni a los intereses que surgen de ellas. Por
consiguiente, para conocer la conciencia de una clase social (y de quienes la
componen) habrá que saber sus necesidades y sus intereses como tal clase, así
como los factores que provocan su aparición. Pues bien, ni las necesidades ni
los intereses nacen de la conciencia, sino todo lo contrario, de la economía.
Buena parte de los primeros escritos de Marx tratan sobre la relación entre
ambos, la conciencia («inmaterial») y los intereses
(«materiales»).

A la intelectualidad pequeño burguesa eso le suena a economicismo grosero.
Ellos pretenden ser sofisticados. Muestran su elevada conciencia con la
filantropía, la caridad y la beneficencia. Les interesa la actuación
desinteresada de su clase. Pero de las necesidades sólo se pueden desentender
los que nada necesitan. No es el caso del  proletariado, que lucha por satisfacer
necesidades económicas perentorias. Su conciencia de clase responde a preguntas
prosaicas del tipo: ¿qué es lo que el proletariado necesita en el momento
actual?

8. Por sí misma la conciencia es impotente. También aquí la ideología burguesa
ha impuesto una concepción diferente según la cual las ideas se expanden por sí
mismas (la verdad siempre resplandece sólo por el hecho de ser verdadera) y esa
expansión, que es pedagógica, conduce a su realización al prender en las masas.
Pero Marx y Engels sostuvieron lo contrario: «Las ideas no pueden conducir
más allá de las ideas del antiguo estado de cosas. De hecho las ideas no pueden
realizar nada. Para realizar las ideas se necesitan hombres que ponen en juego
una fuerza práctica» (24). Sin embargo, a la intelectualidad burguesa le bastan
las ideas por sí mismas, viven en medio de ellas, creando reducidos círculos de
entendidos que se alimentan a sí mismos.

Pero el materialismo dialéctico no pretende otra interpretación del mundo, sino
cambiarlo. Eso le diferencia de cualquier variedad de pensamiento burgués, que
pretende justamente lo contrario. La conciencia de la clase obrera sólo puede
ser revolucionaria y sólo es científica en la medida en que es revolucionaria.
Para ello es necesario:

a) que la actuación práctica sea una actuación consciente. El marxismo transforma
en consciente lo inconsciente, es decir, en ciencia. Es la conocida tesis de
Lenin vuelta del revés: «Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber
movimiento revolucionario» (25). En el sentido marxista, una «teoría
revolucionaria» no es equiparable a cualquier clase de «teoría»
sino a una experiencia elaborada y argumentada.

b) que se reúna con su clase social, es decir, que se vincule a las necesidades
e intereses de su clase social. Dicho de otra forma, es necesario que los
intelectuales orgánicos recorran el camino de vuelta, retornar a su origen, al
papel social de intérpretes fieles de su clase. Para transformar el mundo el
materialismo histórico ha prendido entre las masas de todo el mundo, se ha
convertido es la única ciencia que no es el reducto de una minoría ilustrada.

c) la subjetividad, lo que Engels (26) y Lenin (27) calificaban como «partidismo»,
es decir, una actitud, un posicionamiento y una «toma de partido» que
sitúa a la clase social con relación a toda la sociedad (la parte con respecto
al todo). Hoy esa clase social sólo puede ser el proletariado, sólo esta clase
aporta un punto de vista científico.
La propaganda comunista no sólo explica un acontecimiento sino que forma una
convicción en torno a la cual se posiciona el proletariado.

Esto se resume en una única frase: la conciencia de clase no es nada distinto
del partido comunista.


Notas:


(1)
Marx y Engels, La sagrada familia, Madrid, 1981, pg.51.

(2)
Marx y Engels, La ideología alemana, Montevideo, 1959, pg.41.

(3)
Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.569.

(4)
ídem, pgs.26 y 534.

(5)
Marx, Tesis sobre Feuerbach, Obras Escogidas, tomo II, pg.426.

(6)
Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.19.

(7)
ídem, pg.31.

(8)
Mao, Sobre la práctica, Obras Escogidas, tomo I, pg.323.

(9)
Marx, El Capital, Prólogo a la primera edición, Obras Escogidas, tomo I,
pg.468.

(10)
Marx, 18 Brumario de Luis Bonaparte, Obras Escogidas, tomo I, pg.250.

(11)
Marx, El Capital, Prólogo a la primera edición, cit., tomo I, pg.469.

(12)
Lenin, Cuadernos filosóficos, Obras Completas, tomo 29, pg.336.

(13)
Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.52.

(14)
Marx, Miseria de la filosofía, Madrid, 1974, pg.194.

(15)
Marx, Manuscritos, economía y filosofía, Madrid, 1968, pgs.185 y 205

(16)
Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.27.

(17)
Lenin, Sobre el folleto Junius, Obras Completas, tomo 30, pgs.5 y 13.

(18)
Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pgs.25 y 55.

(19)
Marx, 18 Brumario, cit., tomo I, pg.276

(20)
Marx, El Capital, tomo III, pg.757.

(21)
Marx, 18 Brumario, cit., tomo I, pg.279

(22)
Marx y Engels, La ideología alemana, cit., p.51.

(23)
Marx y Engels, La sagrada familia, cit., pg.96

(24)
ídem, pg.136.

(25)
Lenin, ¿Qué hacer?, Obras Escogidas, tomo I, pg.134.

(26)
Engels, Dialéctica de la naturaleza, Madrid, 1978, pg.28.

(27)
Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, Obras Completas, tomo 18, pg.381.

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