¿Qué es la conciencia de clase? (III)

El grado cero de la
conciencia



Juan Manuel Olarieta
La conciencia de la clase obrera es una unidad dividida en
dos que Marx, a la manera hegeliana, denomina como conciencia en sí y conciencia
para sí: «En principio, las condiciones económicas habían transformado la
masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa
una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase
frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la cual hemos
señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma.
Los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase. Pero la lucha de
clase contra clase es una lucha política» (1).
El desarrollo del capitalismo, pues, crea una inmensa masa
de trabajadores que en el siglo XIX aún se solía denominar en plural como «clases
obreras» para destacar su carácter disperso. Lo mismo ocurría con sus
organizaciones de clase. Los primeros sindicatos no agrupaban a los
trabajadores por empresas sino por oficios, por lo que hoy llamaríamos
profesiones, muy cercanos a los gremios de artesanos medievales: eran
impresores, zapateros o sastres. No obstante, aunque carecían aún de una sólida
cohesión interna, los obreros ya formaban una clase social por sus intereses
comunes frente a sus respectivos patronos. Por sí misma, espontáneamente, esa
condición social ya convierte a la masa de los distintos trabajadores en una
clase social.
Si los obreros formaban en masas compactas, dicen Marx y
Engels, no es como consecuencia de la unidad de los propios obreros sino de la unidad
de la burguesía (2). En «La Ideología Alemana» Marx y Engels precisaron
el concepto de conciencia de clase con otras palabras:
«Los diferentes individuos sólo forman una clase en
cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase, pues por
lo demás ellos mismos se enfrentan unos con otros, hostilmente, en el plano de
la competencia. Y de otra parte, la clase se sustantiva, a su vez, frente a los
individuos que la forman, de tal modo que éstos se encuentran ya con sus
condiciones de vida predestinadas por así decirlo; se encuentran con que la
clase les asigna una posición en la vida y, con ello, la trayectoria de su
desarrollo personal; se ven absorbidos por ella. Es el mismo fenómeno que el de
la absorción de los diferentes individuos por la división del trabajo […] Ya
hemos indicado varias veces cómo esta absorción de los individuos por la clase
se desarrolla hasta convertirse, al mismo tiempo, en una absorción por diversas
ideas, etc.»(3).
La conciencia en sí aparece, pues, muy tempranamente en las
primeras etapas del movimiento obrero. La adquiere el proletariado espontáneamente
en su lucha por mejorar sus condiciones de vida y trabajo, es decir, en luchas
de naturaleza sindical y económica. Pero aquellas luchas espontáneas de los
obreros eran instintivas. En ellas los obreros actuaban en buena parte movidos
por sus intereses individuales y concretos. Fuera de sus luchas contra el
patrono, los obreros competían y se enfrentaban entre sí. Durante las huelgas algunos
ejercían de esquiroles frente a otros. El salto desde los intereses
individuales y concretos de unos pocos obreros, hacia los comunes y generales a
todos ellos es en todos los países el progreso decisivo de la conciencia de
clase, que se expresa en la creación de organizaciones de dicha naturaleza.
El desdoblamiento de la conciencia tiene, pues, un sentido
histórico. Al analizar la evolución del movimiento obrero en cada país se
observa que la conciencia de clase evoluciona desde las formas de conciencia en
sí a otras que, además, son para sí. La conciencia para sí es un progreso con
respecto a la anterior, una forma superior que adquiere el proletariado con sus
luchas, un ejemplo, en definitiva, de la transformación de los cambios
cuantitativos en cambios cualitativos. Pero aunque la experiencia histórica del
proletariado acumula ambas, no puede confundirlas:
a) mientras la conciencia en sí se pone manifiesto en las
luchas sindicales, la conciencia para sí aparece en las de tipo político. La conciencia
para sí se expresa en el programa político del proletariado, en su estrategia
revolucionaria
b) mientras la conciencia en sí es espontánea y se pone
manifiesto en formas de acción más o menos improvisadas, como huelgas y manifestaciones,
la conciencia para sí se planifica sistemáticamente, para lo cual es necesaria
una organización de clase. La conciencia para sí se expresa también en las
distintas formas de organización de la clase obrera
c) mientras la conciencia en sí la adquiere el proletariado
por sus propios medios en la lucha sindical, la conciencia para sí procede de fuera
porque requiere una teoría científica, el marxismo-leninismo, un añadido
cualitativo que el movimiento obrero no puede obtener por sus propias fuerzas
Los oportunistas sólo tienen en cuenta uno u otro de los dos
aspectos de la conciencia. Algunos de ellos los confunden y otros los separan como
si fueran universos extraños entre sí. Ninguno tiene en cuenta que la
conciencia no es más que una unidad que se desdobla, una unidad de contrarios
y, por consiguiente, que en el movimiento obrero coexisten formas distintas de
conciencia de clase. Lenin decía que lo espontáneo es el embrión de lo
consciente y que hay diferentes tipos de espontaneidad (4). La conciencia de
clase es, pues, un gradiente; no es que haya o no conciencia de clase, sino que
hay grados diversos de conciencia que van desde los inferiores hasta los
superiores, recorriendo todo su espectro. Se puede decir que existe un grado
cero de conciencia, representado por el movimiento obrero espontáneo, que alcanza
su punto más elevado en la conciencia para sí: el partido comunista. De uno a
otro hay un salto cualitativo.
Como tendencia histórica, la conciencia de clase no
retrocede sino que avanza irreversiblemente de la conciencia en sí a la
conciencia para sí. Aunque esté muy extendida la opinión contraria, en la
actualidad la conciencia de clase ha avanzado sustancialmente con respecto a
los tiempos de Marx, Engels y Lenin. No cabe duda que la enorme experiencia
acumulada por el proletariado internacional impide hoy afirmar que en alguna
parte existan movilizaciones obreras en las que no aparezcan determinadas
formas más o menos avanzadas de conciencia de clase. Es un importante progreso
del movimiento obrero: hoy la lucha de clases no tiene que partir de cero.
Como consecuencia de ello la burguesía se tiene que
enfrentar cotidianamente a un hecho consumado, lo que la ha obligado a
maniobrar para confundir a la clase obrera y nublar su conciencia. Como en tantas
otras tareas, también en ésta ha dispuesto de la inestimable colaboración de
los oportunistas para dar marcha atrás a la historia y volver a las etapas
incipientes del movimiento obrero. En este punto los oportunistas adoptan la
forma de nuevos espontaneístas. Las tesis de los antiguos aún tenían alguna
justificación porque procedían de una etapa en la cual los obreros aún no
habían acumulado suficientes experiencias prácticas; los nuevos corresponden a
un momento en el cual la espontaneidad se defiende a pesar de que la
experiencia práctica contradice cada uno de sus postulados.
Antes el espontaneísmo movía los pies pero no la cabeza. Era
la inconsciencia viva de la clase obrera o, a lo máximo, ponía de manifiesto
una conciencia muy primitiva. El grado cero de la conciencia aún no se había
convertido en una teoría, sino todo lo contrario; no era más que una práctica,
el activismo ciego, inconsciente e irreflexivo. Los modernos, por el contrario,
mueven la cabeza para elaborar una teoría con la in-consciencia, convirtiendo
la espontaneidad en todo un proyecto de desarme y des-organización del proletariado.
Hoy la forma principal que reviste el espontaneísmo es la
confusión de la organización con la clase o, por mejor decirlo, la reducción de
la organización a la clase y lo que es peor: al movimiento de dicha clase. Es
también el caso de quienes defienden los partidos de masas, amplios, con
numerosos afiliados al estilo de la II Internacional, mientras critican a los
partidos comunistas de nuevo tipo porque son «maquinarias
burocráticas» alejados de las masas. Ellos quieren crear un
«partido-movimiento» (5), disolver las formas de organización en las
formas de actuación bajo los nombres de «coordinadoras»,
«redes», «asambleas», «plataformas» y cualquier
otro lo suficientemente ambiguo como para dispersar a las masas en un
archipiélago inconexo.
Aunque los nuevos espontaneístas visten sus teorías con los
ropajes de la modernidad, frente a lo que califican como «viejas
concepciones dogmáticas», lo cierto es que lo suyo es una apología del primitivismo,
de las fases obsoletas del movimiento obrero. Hacen apología del atraso, de los
«métodos artesanos de trabajo», como los llamaba Lenin. Colocan al
movimiento obrero en una situación de desventaja frente a la burguesía, que
actúa siempre con una conciencia plena, que no dispersa sus energías sino que
las centraliza y organiza de una manera meticulosa en ese dispositivo
burocratizado que es el Estado, para proyectarlas incluso en la esfera
internacional.
La forma de organización (o desorganización) de la clase
obrera es, pues, el primer termómetro de su conciencia de clase.
En los cien años transcurridos desde que Lenin redactó el
«¿Qué hacer?», el espontaneísmo ha cambiado su naturaleza de clase.
Mientras antes era una parte del movimiento obrero, actualmente es una corriente
típicamente pequeño-burguesa que, entre otras cosas se caracteriza también por
enfrentar lo social a lo político, e incluso por preconizar el abstencionismo,
que es el mismo principio que defiende siempre la burguesía: no mezclar a los
sindicatos con la política, ni a la universidad con la política, ni a la
cultura con la política, etc. Dicen que las huelgas deben ser puramente
económicas y que las de naturaleza política son rechazables. Es el estilo ONG,
de la horizontalidad, de los alternativos, los autónomos y autogestionarios.
Para la pequeña burguesía los movimientos deben ser exclusivamente
«sociales» (desde abajo), jamás políticos (desde arriba) porque
«la política» desune, conduce a enfrentamientos ideológicos
«partidistas», lo cual parece que no ocurre en las luchas económicas
y sociales.
El rechazo de «la política» demuestra el origen de
clase del espontaneísmo porque la única política que conoce la pequeña
burguesía es la política burguesa, es decir, que ponen la política del proletariado
al mismo nivel que la política de la burguesía. Por su naturaleza de clase, los
espontaneístas no entienden que, además de esa, hay otra política, la política
comunista, que está directamente enfrentada a ella y que esa es la esencia
misma de la lucha de clases y, por consiguiente, de la conciencia de clase.
Los nuevos espontaneístas consideran que la conciencia de
clase es inherente a la condición social del obrero como explotado, es decir, que
todos los trabajadores tienen conciencia de clase por el hecho de ser obreros.
La clase en sí es al mismo tiempo clase para sí. Afirman que la actuación
característica de la clase obrera es la sindical y encuentran la conciencia de
clase en las luchas económicas de los trabajadores. Piensan que la lucha
sindical (o los «consejos de fábrica», en su caso) debe abandonarse a
sus propias fuerzas, que se basta a sí misma para llevar a la revolución.
Esta concepción es errónea. Los trabajadores sólo se
convierten en una clase «para sí misma» cuando se empiezan a reunir
para defender sus intereses, no de fábrica, ni de oficio sino de toda la clase
social en su conjunto. Entonces ya no son los intereses del obrero frente a los
del patrón (jornada, salario) sino los de una clase contra otra. A diferencia
de los anteriores, que son económicos y sindicales, dice Marx, esos intereses
son de naturaleza política. En la lucha de una clase contra otra lo que se
resuelven son intereses políticos. La lucha política es, pues, un progreso
imprescindible de la conciencia del proletariado, frente a la lucha puramente
sindical o económica. El programa político de la organización de la clase
obrera (o su ausencia) es, pues, el segundo termómetro de su conciencia de
clase.
La conciencia para sí de la clase obrera se define, pues,
por dos elementos esenciales: el programa (los fines) y el tipo de organización
(los medios). Ambas forman una unidad porque en función de los objetivos
perseguidos los obreros se organizan de una u otra manera. Las formas de
organización sirven para poner de manifiesto los verdaderos objetivos de la
organización, más allá de los que retóricamente reconocen sus documentos
oficiales. «Dime de qué organización dispones y te diré qué es lo que
realmente pretendes».
Una organización limitada sólo puede tener objetivos
limitados. Sólo un determinado tipo de organización de clase, el partido
comunista, carece de límites de ningún tipo, ni ideológicos, ni geográficos, ni
económicos, ni legales, ni militares, ni profesionales. Sólo una organización
así, de características ilimitadas, está en condiciones de acabar con el
capitalismo, lo cual se debe también afirmar del reverso: para acabar con el
capitalismo hay que fortalecer el partido comunista, que es un tipo de
organización política que no se parece a ninguna otra.
Sin embargo, es bastante corriente que a un partido
comunista se le juzgue exclusivamente por su programa político, es decir, que
se examine si es comunista o no. Pero tan interesante como lo anterior es examinar
si es realmente un partido, es decir, una organización leninista de cuadros
profesionales, plenamente dedicados a organizar la revolución socialista.
Los programas de los partidos oportunistas son retóricos,
puesto que no se reconocen a sí mismos como tales oportunistas sino que, muy al
contrario, pretenden aparentar algo distinto de lo que realmente son.
Por eso llenan sus declaraciones de frases revolucionarias
mientras sus formas de organización están acomodadas a la vida legalista, pacífica
e institucional. Es la esencia de los «anticapitalistas», que no
pretenden acabar con el régimen de explotación sino convivir bajo él en una
actitud de protesta permanente. Los movimientos espontáneos no se preparan para
dar la batalla a la burguesía en ningún terreno, sino para lamentarse
permanentemente de sus atropellos más sangrantes.
Se trata de grupos de aficionados que dedican al movimiento
sólo sus ratos libres. Su radio de acción es típicamente local, propio de pequeños
círculos capaces de llevar a cabo sólo tareas muy simples que encierran a los
trabajadores en una perspectiva social estrecha, dominada por lo inmediato y el
corto plazo.
A diferencia de las organizaciones de masas, la tarea de un
partido comunista es la de dirigir, una función que la  pequeña burguesía no es capaz de entender
porque, al navegar entre dos aguas, cree que existen movimientos sociales no
dirigidos por nadie, es decir, autónomos, en los cuales las masas se agrupan y
se dirigen a sí mismas de manera colectiva. Es un claro ejemplo de ceguera por
su parte. La experiencia pone de manifiesto que en todo movimiento colectivo
siempre hay una dirección, por más que no reconozca como tal. Un movimiento
puede surgir espontáneamente y, de hecho, así ocurre la mayor parte de las veces.
Pero al final alguien lo acaba dirigiendo; si no lo dirige el proletariado, lo
dirige la burguesía.
Cuando el proletariado no dirige una lucha a través de su
partido comunista, la misma acaba siendo engullida por el reformismo, que es la
inercia de la lucha de clases. El espontaneísmo conduce al movimiento obrero
siempre por el sendero del reformismo, el sindicalismo y el electoralismo. De
ahí que mientras la burguesía perseguía a los partidos comunistas, mantenía las
formas de organización más primarias de la clase obrera. Hay múltiples ejemplos
históricos de esa inercia. En Inglaterra los sindicatos crearon un partido
propio, el partido laborista, una organización típicamente reformista, muy
diferente de las propias de la clase obrera. Lo mismo cabe decir de la Iglesia
católica, que desde la encíclica «Rerum Novarum», promovió formas
«horizontales» de organización, como las cooperativas, tan apreciadas
siempre en los medios reformistas.
Para defender el espontaneísmo en 1972 Eduardo Fioravanti
destacó el carácter creador de los movimientos de masas, algo de lo que no
puede caber ninguna duda. Ahora bien, él lo contraponía al partido comunista,
cuyo objeto era «limitar», «coartar» o «contener»
al anterior (6). Eso no podría ser posible sin desnaturalizar la esencia misma
del partido comunista, que debe ir por delante y no por detrás de los
movimientos de masas, es decir, dirigir, impulsar y promover la creatividad de
los movimientos de masas.
Otras veces para camuflar su reformismo, los espontaneístas
se refugian en el activismo ciego, característico de ese archipiélago de pequeñas
organizaciones locales enfrascadas en un zafarrancho de combate permanente por
las calles. No es nada distinto de la vieja y gastada consigna del revisionista
Bernstein: «El objetivo final no es nada, el movimiento lo es todo».
Es el movimiento por el movimiento mismo, sin ningún programa, ni línea, ni
rumbo. El activismo es aventurerismo; a lo máximo puede conducir a estallidos
de rebeldía, tan fulminantes como efímeros porque el Estado burgués los aplasta
con facilidad. Entre otras cosas, que por sí misma la calle no proporciona, la
revolución exige organización.
Es una creencia muy extendida suponer que un movimiento
revolucionario puede estallar espontáneamente o que las masas van a lanzarse a
luchar por el socialismo por sí mismas, de manera que cuando eso no se produce
los que opinan así se quedan perplejos y se preguntan por qué las masas no se
sublevan, a pesar del paro y de las difíciles condiciones de subsistencia que
padecen. Es una pregunta que ya está respondida hace muchísimos años: la
experiencia histórica demuestra que sin organización y dirección, el movimiento
de masas no genera revolución sino reformismo, y que si su situación es tan
dura que se ven obligadas a levantarse tumultuariamente, sólo se producirán rebeliones,
estallidos masivos de cólera más o menos prolongados, pero jamás revoluciones.
En todo el mundo el movimiento obrero ha conocido ambas situaciones y sabe que
tanto el reformismo como las explosiones de rebeldía son estériles para la
revolución.
Como se observa en la actual crisis, el capitalismo conduce
a las masas a una situación extrema que las obliga a salir a la calle a protestar,
sin lo cual no es posible la revolución. Pero dicha situación, aunque es una
condición necesaria, no es suficiente. La conciencia de clase, hay que volver a
repetirlo, es una unidad que se desdobla. No basta el movimiento por sí mismo,
por más radical que se muestre; además tiene que tener una dirección, un rumbo,
que no está en su propio seno sino que, como dijo Lenin, procede de fuera del propio
movimiento:
«El error fundamental de todos los ‘economistas’: el
convencimiento de que se puede desarrollar la conciencia política de clase de
los obreros ‘desde dentro’, por decirlo así, de su lucha económica, o sea, partiendo
sólo (o al menos, principalmente) de esta lucha, basándose sólo (o al menos,
principalmente) en esta lucha. Semejante opinión es errónea de raíz […]
«Al obrero se le puede dotar de conciencia política de
clase sólo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde
fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos. La única esfera de
que se pueden extraer esos conocimientos es la esfera de las relaciones de
todas las clases y sectores sociales con el Estado y el gobierno, la esfera de
las relaciones de todas las clases entre sí» (7).
Un avión tampoco determina por sí mismo su rumbo; la
navegación aérea la dirige desde tierra la torre de control. Del mismo modo,
para determinar el rumbo del movimiento de masas hace falta un partido comunista
que las dirija «desde la torre de control» o, como decía Lenin,
«desde fuera». Para estar en condiciones de dirigir un movimiento de
masas, un partido comunista se debe diferenciar de las propias masas y de sus
organizaciones. El partido comunista es una parte pero no es el movimiento mismo;
no puede dirigirlo si se confunde con él, que es otro vicio arraigado del
espontaneísmo, que también fue criticado por Lenin:
«El culto a la espontaneidad origina una especie de
temor de apartarnos un poquitín de lo que sea ‘accesible’ a las masas, un temor
de subir demasiado por encima de la simple satisfacción de sus necesidades
directas e inmediatas. ¡No tengan miedo, señores! ¡Recuerden ustedes que en
materia de organización estamos a un nivel tan bajo que es absurda hasta la
propia idea de que podamos subir demasiado alto!» (8).
La lucha contra el espontaneísmo es la lucha contra el
oportunismo en el terreno de la organización. Cada uno de los pasos que acomete
un partido comunista debe ser consciente, lo cual equivale a decir, discutido,
planificado y bien meditado. A diferencia de otras, la actuación comunista no
se improvisa. Es la única organización de la clase obrera capaz de explicar y
argumentar no sólo sus objetivos últimos sino cada uno de sus movimientos
tácticos.
Notas:
(1) Marx, Miseria de la filosofía, Madrid, 1974, pg.257.
(2) Marx y Engels, El manifiesto comunista, Obras
Escogidas, tomo I, pg.31.
(3) Marx y Engels, La Ideología Alemana, Montevideo,
1959, pgs.60-61.
(4) Lenin, ¿Qué hacer?, Obras Escogidas, tomo I, pg.139.
(5) Reinaldo Iturriza López: Del partido/maquinaria al partido/movimiento,
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=114484
(6) Eduardo Fioravanti: El concepto de modo de
producción, Barcelona,
1972, pgs.217 y stes.
(7) Lenin, ¿Qué hacer?, Obras Escogidas, tomo I, pg.179.
(8) Lenin, ¿Qué hacer?, pg.223.

comentario

  1. Me interesa esto de la conciencia de clase, pero se me ha quedado corto el artículo: ¿por qué a pesar de ser clase obrera hay obreros que no tienen conciencia de clase y otros sí? ¿Es útil intentar concienciar a otra gente o sólo ellos mismos pueden hacerlo?
    Personalmente a veces me ha resultado incluso contraproducente manifestar ciertas ideas y explicarlas, porque sobre ciertos temas no hay libertad de expresión. Al menos de forma pública no habría que propagar según qué cosas, mejor lo más ocultamente posible.

Los comentarios están desactivados.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies

Descubre más desde mpr21

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo