Los pasaportes de vacunas son un mecanismo de presión para que la población se vacune a la fuerza

El Instituto Gamaleya es uno de los mayores centros de investigación científica del mundo. Fue creado en tiempos del zarismo y desde 1949 lleva el nombre de un reputado virólogo soviético que empezó trabajando con Pasteur en París.

La URSS lo nacionalizó en 1919, aunque hoy, como las demás instituciones científicas, tiene una doble naturaleza: es un departamento de los Ministerios rusos de Sanidad y Defensa, y está financiado por un fondo de inversiones, público y privado a la vez, civil y militar a la vez…

Actualmente está dirigido por Alexander Gintsburg y fue la primera institución que patentó una vacuna contra el coronavirus que los medios occidentales se han dedicado a denostar porque no había mostrado los pertinentes ensayos clínicos, algo que es común a todas las demás.

Además de un “experto” al uso, Gintsburg es un personaje especialmente turbio, que ha realizado declaraciones absurdas sin morderse la lengua. “Sigo insistiendo en que es necesario no sólo introducir los códigos QR lo antes posible, sino con su ayuda delimitar estrictamente las posibilidades de interacción entre los vacunados y los no vacunados”, dijo ayer.

Siendo judío, debería haber recordado lo que supone la segregación de las poblaciones por el color de la piel, la confesión religiosa o los tratamientos médicos recibidos.

Gintsburg también reiteró la necesidad de observar las medidas de seguridad, en particular el uso de mascarillas. “La mascarilla protege principalmente contra las personas no vacunadas, que no tienen anticuerpos protectores. Y el uso de mascarillas por parte de los vacunados evita la transmisión del patógeno de la persona vacunada, que no sabe que es portadora, a la no vacunada”, dijo.

En octubre del año pasado Rossiyskaya Gazeta le entrevistó: “¿Por qué no lleva Usted mascarilla?”, le preguntó. La respuesta fue: porque “estoy vacunado. Tengo un título alto de anticuerpos. Estoy completamente protegido y no soy peligroso en absoluto. Todos nuestros niños y niñas, todos los empleados están vacunados. Y lo han sido durante mucho tiempo” (*).

Como se ve, es una contradicción típica de esta pandemia. Una vez dicen una cosa y luego dicen la contraria. La ciencia cambia de la noche a la mañana y se aprovechan de que ya nadie se acuerda de lo que decían los “expertos” al principio de la pandemia sobre las mascarillas, sobre aplanar la curva, sobre la inmunidad de rebaño, etc.

Las mascarillas se contradicen con la segregación de las personas. Si aíslas a una parte de la población (vacunada) de la otra (no vacunada), las mascarillas dejan de ser necesarias. Pero este tipo de contradicciones, que en realidad son estupideces, resultan carcterísticas de la doctrinas seudocientíficas corrientes: los vacunados transmiten virus a pesar de las inoculaciones y a pesar de las mascarillas, y lo transmiten exactamente igual que quienes no se han vacunado y no llevan tampoco mascarilla.

Si las vacunas funcionan, no se necesitan pasaportes sanitarios y si no funcionan tampoco.

Si las mascarillas funcionan, no se necesitan pasaportes sanitarios y si no funcionan tampoco.

La diferencia es que en Rusia suelen ser tan directos que es un placer. El alcalde de Moscú, Serguei Sobianin, ha dicho: “Hay que entender que los códigos QR se introducen para que la gente se acostumbre poco a poco a que se tiene que vacunar”.

En efecto, los pasaportes de vacunas son un mecanismo de presión para que la población se vacune. Esa es su única utilidad: que las personas hagan dejación de sus derechos y pasen por el aro.

Para cualquier Estado del mundo que trata de imponer la vacunación, es intolerable y hasta subversivo que haya quien desatienda los consejos y recomendaciones. Es lógico que no hagan caso de un político, porque nadie lo hace, ni de un periodista porque miente. Lo inaceptable es que no hagan caso tampoco de un “experto”.

Por lo tanto, no se puede dejar que una persona no vacunada circule por las calles, porque ridiculiza al Estado y, sobre todo, deja en evidencia a los mansos que han claudicado a las presiones.

Todo el mundo tiene que vacunarse, porque sin ello, ¿cómo van a conseguir un pasaporte de vacunas? Y si no tienen un pasaporte de vacunas, ¿cómo se acostumbrarán a que se tienen que vacunar?

(*) https://rg.ru/2020/10/01/aleksandr-gincburg-vozbuditel-koronavirusa-ochen-kovaren.html

comentario

  1. Cuando trabajo con mascarilla y corto cebolla, termino llorando igual, pues las gutículas provenientes del corte, pasan la mascarilla igual y terminan irritando la mucosa de las fosas nasales, que es lo que produce el llanto. Si no para una gutícula, mucho menos un virus. En este mundo sin virus ni bacterias, el cual la ideología burguesa anhela, es imposible de alcanzar. Revela un desconocimiento profundo de lo que la vida es, de su naturaleza dialéctica e igualmente revela que lo que realmente les da asco somos quienes trabajamos y producimos los bienes que consumen. Esta claro que esta jilipollada no va a terminar hasta que haya una revolución y un cambio de estado.

Los comentarios están desactivados.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies

Descubre más desde mpr21

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo