En 1939 el III Reich estrenó una de las películas de propaganda de mayor presupuesto. Se trataba de “Robert Koch, Bekämpfer des Todes”, dirigida por Hans Steinhoff. De esa manera Koch se incorporaba a la iconografía nazi como un soldado de la ciencia, un precedente del mismo Führer.
El modelo nazi era un médico entregado a la lucha contra las enfermedades contagiosas que, en aquella época, se decía que procedian del este, de Polonia, como hoy se dice que proceden de África. Alemania necesitaba un “cordón sanitario” que protegiera a su población de la enfermedad y la muerte, causadas por la suciedad en la que vivían las poblaciones eslavas y orientales.
Ya antes de 1933 los médicos alemanes fueron los más entusiastas partidarios de Hitler. En 1939 más de la mitad de ellos estaban afiliados al partido nazi, e incluso a las SS. Durante años habían sido educados en unas facultades imbuidas de racismo y eugenesia. Muchos de ellos participaban en la discriminación de la población. A ellos les correspondía decidir quiénes eran arios y quiénes entraban en la categoría de subhumanos.
Quien controlaba las organizaciones sanitarias era el Ministerio del Interior. El Departamento IV de Sanidad y Protección de la Población estaba dirigido por un Secretario de Estado, el doctor Arthur Gütt, y luego, desde 1935 hasta 1945, el doctor Leonardo Conti. Desde esa Oficina de Sanidad los nazis dirigían la Academia de Medicina o la Cruz Roja alemana.
En 1933 el Colegio de Médicos fue confiado a los miembros de la Liga Nacional Socialista de Médicos Alemanes y Gebhard Wagner se convirtió en su presidente. Dos años después se convirtió en la Cámara Médica del Reich. Todos los médicos alemanes debían estar registrados en la Cámara para poder ejercer. Cambiaron las ordenanzas que regulaban el ejercicio de la medicina. El antiguo código deontológico fue derogado y crearon sus propios tribunales para garantizar que cada médico realizara su tarea de acuerdo con los principios nazis.
El “cordón sanitario” y los guetos que el III Reich impuso en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial lo justificaron con una supuesta epidemia de tifus. El eugenismo alemán consideraba que los eslavos, por ejemplo, eran los portadores naturales de la enfermedad, por lo que debían ser enviados a los campos de concentración para ser desinfectados. En 1941 se publicó una obra colectiva titulada “Guerra de Epidemias. La misión sanitaria alemana en el Este”, donde el III Reich afirmaba que en Polonia había estallado un “brote epidémico” que era necesario tratar.
El este de Europa estaba poblado por pueblos atrasados y sucios, portadores de enfermedades, mientras Alemania era una tierra limpia, gobernada por médicos y vacunas. El progreso de la higiene y la ciencia había convertido a Alemania en la patria de la salud, siempre amenazada por el contagio de sus vecinos.
Gracias a los nazis, los alemanes disfrutaban de una dieta sana, natural, sin alcohol, carne, grasas ni azúcares. Fue el sueño de Hitler entonces y el del ministro Garzón ahora. Los alemanes debían comer verduras, pan integral y abandonar el tabaco. El III Reich fue el paraíso de las leyes contra el tabaco. En 1939 un médico alemán, Franz Müller, publicó el primer estudio sobre el papel del tabaco en el cáncer de pulmón.
Las primeras medidas antitabaco se adoptaron en Alemania en 1938. La campaña se desarrolló en los primeros años de la guerra con la fundación de un Instituto de Investigación del Riesgo del Tabaco en la Universidad de Jena, dirigido por un médico de las SS, Kurt Astel. En las oficinas del partido nazi no se podía fumar. En 1938 se prohibió el tabaco en la Luftwaffe, luego en Correos, en los asilos y en las escuelas. Las prohibiciones fueron acompañadas por la creación en 1939 de una oficina contra los peligros del alcohol y el tabaco. El tabaquismo era una degeneración racial, un veneno genético que corrompía el genoma germánico.
Los nazis limpiaron primero su casa y luego pasaron a limpiar la de sus apestosos vecinos, encerrando a las poblaciones en guetos y trasladándolas a campos de concentración para desinfectarlas.
En 1917 el tifus fue considerado en Alemania como una enfermedad eslava y bolchevique y, veinte años después, como judía. Fue un caso evidente de obsesión paranoica. El tifus estaba en el centro de la política sanitaria alemana en Polonia. Se trataba de evitar que una posible epidemia polaca llegara al Reich y contaminara a los soldados del ejército.
Tan pronto como Polonia fue invadida, los alemanes crearon toda una red de instituciones preventivas contra el tifus, aunque todavía no se había producido ninguna epidemia grave. Como los judíos eran los portadores naturales del tifus, a partir de noviembre de 1939 empezaron a secuestrar a la población que consideraban como judía.
Incluso antes de la construcción de los muros del apartheid que en Varsovia separaron a unos barrios de otros, el perímetro del futuro gueto podía adivinarse por los carteles que mostraban en grandes letras “Seuchensperrgebiet” (zona prohibida de epidemias). Los alemanes hacinaron a un tercio de la población de Varsovia, casi medio millón de personas, en el 5 por ciento de su superficie, unas 160 hectáreas.
Naturalmente, no había ninguna epidemia, pero el hacinamiento de miles de personas en un entorno cerrado provocó el resultado buscado, el tifus, la epidemia que se pretendía prevenir. Unas 100.000 personas contrajeron el tifus en el gueto de Varsovia, con una tasa de mortalidad cercana al 40 por cien. Como ha ocurrido tantas veces en la historia de la medicina, es el remedio el que causa la enfermedad.
A su vez, la epidemia favorecía las políticas discriminatorias nazis, la separación racial y la histeria de salud pública. El apartheid sanitario ayudó a exterminar a una parte importante de la población polaca. Otra sirvió como conejillo de indias de experimentos médicos y estimuló la producción de las empresas farmacéuticas alemanas, que empezaron a investigar en la producción de vacunas contra la fiebre tifoidea.
Con el pretexto de la lucha contra el tifus, el gobierno nazi introdujo los pasaportes sanitarios y la distancia social. Antes de subirse a un tren era necesaria una autorización médica especial y en los transportes públicos se establecieron asientos de uso exclusivo, ya que la transmisión de pulgas infecciosas se ve facilitada por el uso común de las instalaciones colectivas.
En la ideología nazi, el enemigo tiene tanto connotaciones de clase como médicas. Las mismas palabras que se utilizan en biología, se utilizan también en el ejército. El enemigo es un apestado.