Las leyes de la historia

Juan Manuel Olarieta

Gilles Questiaux aúna la doble condición de profesor de historia y militante del PCF que quiere resucitar la vieja momia eurocomunista “desde dentro”. El año pasado escribió un breve artículo titulado “El movimiento revolucionario y las leyes del movimiento histórico” (*) que sintetiza algunos de los lastres del revisionismo en un recorrido vertiginoso, desde los tiempos del neolítico hasta hoy.

Más que marxismo, el artículo es una colección de tópicos sobre la historia cuya refutación exigiría un relato disperso en la dirección contraria, empezando por absurdos, como que los genetistas han demostrado que “todos los miembros de la especie [humana] descienden de cuatro individuos (de sexo femenino)” o que la consigna de “socialismo o barbarie” hay que sustituirla por esa ridiculez de “socialismo o aniquilación” de la especie.

A pesar de ello, la pretensión de Questiaux es muy acertada porque los marxistas ponen la argumentación política dentro de la historia y eso los diferencia de la burguesía y, por lo tanto, de la manera corriente de argumentar en las polémicas políticas, en las que la historia está ausente. Para la burguesía la historia es el pasado y lo que interesa es el presente. Ambas cosas no tienen nada que ver. De ahí que los argumentos políticos burgueses sean la misma vulgaridad mil veces repetida.

Pero eso no es algo propio solamente de la burguesía sino de la manada que sigue sus pasos con apariencias “progresistas” y consignas tales como “sí se puede” o la de “otro mundo es posible” en las que el ansiado cambio con el que sueña la burguesía insatisfecha de sí misma es un ejercicio de la voluntad. Con otras palabras repiten aquello de “querer es poder” que resume toda la ideología burguesa acerca de lo que es el poder y de que quien dispone del poder puede hacer “lo que le viene en gana”, puede “hacer y deshacer”, hacer una cosa o su contraria, etc. Para cambiar las cosas hay que hacerse con ese “poder”, llegar a presidir un gobierno o una alcaldía y empezar a aprobar decretos.

Es el criterio rácano de la pequeña burguesía que personaliza el poder (poder político, poder del Estado) y cree que alguien como Rajoy, Obama o el alcalde del pueblo se mueven por su propia voluntad y, naturalmente, que esa voluntad es individual. Quienes pensamos que la lucha de clases es el motor de la historia somos absolutamente ajenos a ese tipo de concepciones burguesas, por más que se vistan con ropajes reivindicativos.

Al poner la política dentro de la historia (y, por lo tanto, dentro de la lucha de clases) se empieza dejando claro que dicha política -cualquiera que sea- no es una foto fija sino algo que está cambiando y que va a seguir cambiando siempre, por lo que quien se esfuerce por mantener las cosas tal y como están ahora está condenado al fracaso.

Pero también están condenados al fracaso -igualmente- quienes no sepan en qué dirección marchan los cambios o crean que basta con cualquier cambio, en cambiar por cambiar.

La lucha de clases, como cualquier otra lucha, se rige por leyes y, por lo tanto, la historia también tiene leyes, de donde se desprende que también tiene razón Questiaux cuando sostiene que, a pesar de una impresión contraria, superficial, según la cual lo que los marxistas quieren -el socialismo- contradice el desarrollo histórico, en realidad los acontecimientos marchan hacia ahí. Los marxistas no van en contra sino a favor del viento de la historia.

Es un error creer que “otro mundo es posible” significa que “cualquier otro mundo es posible” sobre todo si ese “mundo” no es más que un capitalismo “de rostro humano”, con desempleo, jubilación, viviendas, hospitales y escuelas, es decir, un mundo que se ha ido para no volver.

Sólo hay un “mundo” posible realmente alternativo al que conocemos, que es el socialista, por algo que Marx y Engels explicaron hace tiempo: porque el propio capitalismo está preñado de socialismo, porque en su fatal agonía el capitalismo lleva en sus entrañas el socialismo. En este sentido -y no hay otro sentido posible que ese- el socialismo no es que sea posible: es inevitable.

Ahora bien, la manera en que lo plantea Questiaux es pésima, lo cual es preocupante procediendo de un profesor de historia. A la manera revisionista, Questiaux habla del “progreso” de la historia, de su “sentido”, de que marcha hacia un “objetivo” y, lo que es aún peor, ese enigmático “devenir” lo contrapone a los ciclos históricos, incurriendo en una interpretación lineal y mecanicista de la historia típica de los tiempos de la antigua socialdemocracia alemana.

Si la historia la mueven las clases y la lucha de clases es porque ellas son personas y personajes de carácter histórico, es decir, que representan a las clases sociales y, por consiguiente, a grandes colectivos de personas, homogéneos por su papel en la producción, mejor o peor organizados. Eso es lo que le falta decir a Questiaux y a los revisionistas que conoce el movimiento obrero desde hace un siglo: que el capitalismo no va a caer por su propio “élan”, como dicen los franceses. Los formidables muros de la Bastilla no cayeron sino que fueron derribados. Si alguien se da una vuelta por la Plaza de la Bastilla de París no verá ningún resto de que alguna vez ahí hubo una cárcel que fue asaltada y destruida por las masas para liberar a los presos encerrados en ella.

Para derribar un edificio hay que saber qué es lo que lo sostiene en pie y muchas otras cosas más: hay que saber fabricar explosivos, hay que saber dónde colocarlos, hay que saber detonarlos… Eso es lo que la historia enseña. El poder no deriva sólo del querer -de la voluntad individual o colectiva- sino del saber. No se puede cambiar -y mucho menos derribar- lo que no se conoce.

Al mismo tiempo, para conocer algo, hay que cambiarlo. Por ejemplo, quienes mejor conocen las cárceles son aquellos que luchan contra ellas, que defienden a los presos, que quieren acabar con su condición. ¿Cómo pretenden acabar con las cárceles quienes no saben lo que es una cárcel?, ¿creen que las cárceles son eternas, que siempre ha habido y siempre habrá cárceles?, ¿quieren mejorar las cárceles?, ¿poner aire acondicionado en las celdas?, ¿que los presos se sientan a gusto con su encierro?

Cuando algo se acaba decimos que es “historia”. Existió pero ya no existe. Eso significa también que tuvo un origen, un motivo, una causa y que luego evolucionó hasta desaparecer. Pues bien, todo es historia. Todas las instituciones humanas, incluidas las cárceles y el capitalismo, desaparecerán alguna vez porque serán derribadas por los mismos hombres que las pusieron en pie. Nacieron porque una ley histórica las creó y esa misma ley histórica es la que las derribará. Los hombres, las clases sociales, son el brazo con el que la historia se abre camino.

Ese es el aspecto que, a pesar de su importancia, los revisionistas nunca tienen en cuenta.
(*) Le mouvement révolutionnaire et les lois du mouvement historique
http://www.reveilcommuniste.fr/article-le-mouvement-revolutionnaire-et-les-lois-du-mouvement-historique-123706314.html?utm_source=flux&utm_medium=flux-rss&utm_campaign=politics

comentario

  1. Los artículos de Olarieta son tan excelentes que no me siento cómodo al escribir comentarios que pudieran ser tomados como crítica. Sin embargo, si comenzara por destacar lo excelente, el comentario sería muchísimo más largo.

    Me sentí obligado a comentar ya que lo que se expresa respecto del poder se presta para dudas. Me refiero al cuarto párrafo.

    En la historia de los marxistas, a partir de 1953, los partidos comunistas abandonaron la doctrina de Lenin y Stalin, para convertirse en Kruschevistas. Uno de los cambios fundamentales fue justamente en abandonar la idea que "el poder nace de la punta del fusil", como en pocas palabras dijera Mao, para adoptar la "vía pacífica", la idea que se podía avanzar hacia el socialismo mediante elecciones.
    Trágico error, que algunos partidos comunistas, como el chileno, pagaron con miles de muertos.
    Lo que Olarieta achaca a la pequeña burguesía, es más bien la idea vulgar sobre que los jefes hacen lo que se les da la gana.

    La destrucción del socialismo en el siglo 20 confirma plenamente que el poder está solo en la punta del fusil. Zhuhov apresó a Beria, lo cual abrió las puertas al Kruschevismo. Cuando el parlamento ruso depuso a Yeltsin, el ejército bombardeó el edificio del parlamento.
    Lenin era plenamente consciente de que el poder está en la punta del fusil, por lo cual en los primeros años de la revolución, basaba la estabilidad del nuevo gobierno en los obreros armados. Lamentablemente, eso no se concretó en la Urss y muerto Stalin, el ejército siempre estuvo de los que destruyeron el socialismo.

    El verdadero poder, la capacidad de los socialistas para hacer algo, proviene de hacer las cosas más y mejor que los capitalistas. Y lo que concretamente se puede hacer en un momento dado, depende de la correlación de fuerzas. En cualquier caso, siempre lo que se haga tiene que ser en beneficio de los trabajadores, nunca lo que se me venga en gana. Hay un dicho de Lenin en el cual define dictadura del proletariado que contiene esta idea.

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