La ONU sigue la misma ruta frustrante que la Sociedad de Naciones

El Tribunal Internacional de Justicia, uno de los organismos estelares de la ONU, ordenó a Israel que adoptara las medidas necesarias para evitar la comisión de un geocidio en Gaza.

No sirvió para nada.

El Consejo de Seguridad de la propia ONU exigió a Israel un alto el fuego que ha tenido el mismo destino vacío. El mismo brindis al sol.

La ONU corre el riesgo de convertirse en una institución estéril, lo mismo que la Sociedad de Naciones en el periodo de entreguerras (1919-1939).

El derecho internacional vuelve a su origen tradicional: el “ius bellum”. La paz es sólo un alto el fuego entre dos batallas.

El fracaso de la ONU es el de los países que la integran y, muy especialmente, de aquellos que han convertido la guerra en la razón misma de su existencia, empezando por Estados Unidos y sus secuaces.

La OTAN debió disolverse hace décadas. Su ampliación hacia países que no forman parte del “Atlántico Norte” la ha convertido en un organismo ilegal, es decir, contrario al derecho internacional.

A ningún habitante de este planeta debería extrañar que haya quien esté empeñado en hacer que la OTAN desaparezca, incluso recurriendo al único lenguaje que la OTAN entiende, es decir, por la fuerza de las armas.

Pero la inutilidad de la ONU ha alcanzado un grado muy preocupante con la terrorífica agresión militar contra la población palestina de Gaza. Si la ONU no puede hacer nada frente a un crimen contra la humanidad, es mejor que desaparezca también. Nadie se llamaría engaño por ello.

Además de la paz, la ONU nació en la posguerra para descolonizar y nunca debió admitir la creación de un Estado colonial como el de Israel. Es una vergüenza internacional que los palestinos estén marginados de todos los foros internacionales, incluidos aquellos que tratan sobre ellos mismos, como las negociaciones de un alto el fuego en Gaza, sin ir más lejos.

Es intolerable que Israel pueda atacar un edificio protegido por el derecho internacional, como ha ocurrido en Damasco, sin que tenga consecuencias. Además de una provocación, un ataque de esa naturaleza es una declaración de guerra contra Siria y contra Irán.

Nadie debería echarse las manos a la cabeza si estos dos países responden con la fuerza a la agresión de Israel.

Lo mismo cabe decir del asalto a la embajada de México en Quito por parte de la policia ecuatoriana, todo un signo de los nuevos tiempos que corren.

La lista de agravios es interminable y tiene aspectos que nadie debería olvidar, como la persecución de Putin, un jefe de Estado, por parte del Tribunal Penal Internacional.

La normalización de las violaciones del derecho internacional es una tendencia muy preocupante, tanto como el hecho de que haya quien las aplauda, a veces en nombre de los derechos humanos o cosas parecidas.

Una toga no puede encubrir una farsa. El orden mundial no se basa en reglas, sino en normas jurídicas internacionales, y nadie debería admitir ninguna regla que derive del empleo ilegítimo de la fuerza armada.

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