La navaja de Occam hace sangrar cuando te cortas con su filo

Juan Manuel Olarieta

Regularmente los artículos sobre ciencia, cualquier tipo de ciencia, invocan la “navaja de Occam” pero jamás citan a Occam, no conocen su obra, a pesar de que, por cierto, está traducida al castellano.

Una mención a Occam da lustre a cualquier exposición y pone al autor muy por encima del lector, como si le mirara por encima del hombro.

Guillermo de Occam fue un monje franciscano del siglo XIV. Era inglés y, siglos después, las corrientes filosóficas anglosajonas, empiristas y positivistas, se apropiaron de su pensamiento para sostener el idealismo. Ha ocurrido lo de siempre: en la medida en que dichas corrientes filosóficas son hoy dominantes, han impuesto al mundo, incluido el mundo académico, sus propias concepciones sobre Occam.

Sin embargo, Occam fue uno de los primeros y más importantes materialistas de la Edad Media, hoy conocidos como “nominalistas”, y su “navaja” es una de las más poderosas armas de la dialéctica.

Como cualquier otra noción dialéctica, la “navaja de Occam” es una manera de tratar la complejidad, aunque los coleccionistas de tópicos, cuyo prototipo es la Wikipedia, la reducen a un simpleza, por no decir una vulgaridad: “ante dos explicaciones sobre un mismo fenómeno, hay que elegir la más sencilla” (1).

“La ciencia no versa sobre los singulares sino que está constituida por universales que están en lugar de los mismos singulares”, escribió Occam (2). Cuando una cosa se pone en el lugar de otra, la suplanta, no es una falsificación (si se hace correctamente) sino todo lo contrario: la esencia misma del método científico.

En la Edad Media los escolásticos lo calificaron como “suppositio” y, además de los científicos, todos los seres humanos la utilizamos en nuestras argumentaciones, aunque no lo sepamos y, por lo tanto, no seamos conscientes de ello. Otra cosa distinta es que lo hagamos bien o mal.

Pondré un ejemplo para ilustrarlo: cuando decimos que en un determinado país la inflación ha sido del 3,2 por ciento, sustituimos los movimientos de todos los precios por un único promedio, que suplanta las subidas y bajadas de todos los precios de cada una de las mercancías. A su vez, el índice general de precios no se elabora con los cambios en los precios de todas las mercancías, sino sólo con una parte de ellas: la llamada “cesta de la compra”.

Es, pues, una suplantación por partida doble, una generalización. Cuando la ciencia quiere analizar un conjunto muy grande de fenómenos, no estudia todos y cada uno de ellos, sino que toma una colección reducida de ellos, que los estadísticos llaman “muestra representativa”.

Los índices, los promedios y las “muestras representativas” no son otra cosa que la misma “navaja de Occam”, según la cual hay una parte que representa al todo, lo simboliza y, aunque siempre hay excepciones, la regla se confirma en ellas.

Como toda operación dialéctica, envuelve numerosas contradicciones, como la que ha quedado expuesta, la contradicción entre el todo y cada una de sus partes, pero también la contradicción entre lo universal y lo particular, entre lo abstracto y lo concreto, el texto y el contexto…

Hegel dijo exactamente lo mismo que Occam con las siguientes palabras: “Esta unidad de lo universal y lo particular es la noción, y la noción es lo que forma ahora el contenido del juicio” (3).

En ocasiones escuchamos que “no se puede (o no se debe) generalizar”, cuando la ciencia no es más que generalizaciones… siempre que, naturalmente, como dice Hegel, lo universal no haga perder de vista lo particular, es decir, que toda regla tiene su excepción y que las excepciones sólo lo son en referencia a la regla, que es lo general, lo universal.

En la ciencia la suplantación de lo particular por lo general llega hasta el punto de que, por ejemplo, el índice de precios no es un precio, ni el cambio de ningún precio en concreto, es decir, que los economistas sustituyen un valor de cambio por algo que carece por completo de valor, por una pura abstracción estadística, cuantitativa, una operación explicada al detalle por Marx en las primeras páginas de El Capital.

Cuatro siglos después, el escocés David Hume llevó a Occam a la vulgaridad actual de la Wikipedia. Según Hume, los fenómenos de la realidad se presentan “juntos pero no revueltos”, unos al lado de los otros, o uno después de los otros, pero sin vínculos internos entre ellos: “Un suceso sigue a otro sin que seamos capaces de comprender la fuerza o poder en virtud del actual la causa opera o hay alguna conexión entre ella y su supuesto efecto […] Todos los acontecimientos aparecen sueltos y separados. Un acontecimiento sigue a otro, pero nunca hemos podido observar un vínculo entre ellos. Parecen conjuntados, pero no conectados» (4).

La correlación no significa causalidad, repiten hoy los estadísticos. El mundo es una colección dispersa de acontecimientos no ligados entre sí y el objeto de las ciencias, según Hume y las corrientes hoy dominantes, lo constituyen cada uno de esos fenómenos aislados y dispersos. Un mundo de realidades separadas conduce al panorama actual de ciencias igualmente separadas, unas de espaldas a las otras, con el pretexto de la especialización.

La dialéctica, por el contrario, defiende que todos los fenómenos están mutuamente relacionados entre sí. Cada parte, decía Hegel, se relaciona con las demás y con la totalidad. Cuando hay un todo es porque se puede dividir en partes; a su vez las partes sólo significan algo cuando se refieren al todo. “Se va del todo a las partes y de éstas al todo”, resumía Hegel (5).

Desde que Hume escribiera su obra en el siglo XVIII, la batalla ideológica continúa. Occam es de los nuestros. Por eso la dialéctica materialista se empeña en no permitir que se apropien de su obra de la manera tan cutre en que lo hacen, sobre si todo si se visten -como es habitual en ellos- con las galas y adornos propios de la ciencia. Con mucha más razón cuando quienes mencionan la “navaja” son pedantes y charlatanes de baja estofa.

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Occam
(2) Guillermo de Occam, Los sucesivos, Orbis, Barcelona, 1985, pg.59.
(3) Hegel, Lógica, Folio, Barcelona, 2002, tomo II, pg.128.
(4) Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Madrid, 2003, pg.85.
(5) Hegel, Lógica, cit, tomo II, pgs.43 a 45.

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