La (des)información es el opio del pueblo

En 1995 la Fundación Gorbachov convocó un foro en el Hotel Fairmont de San Francisco al que asistieron 500 caciques políticos, económicos y sociales de todo el mundo.

En su turno de palabra, uno de los asistentes, Zbigniew Brzezinski​, acuñó un neologismo, “tittytainment”, que en 2007 un autor español, Gabriel Sala, tradujo del inglés como “entetanimiento”, para fundir las nociones originarias de entretenimiento y tetas, en su obra “Panfleto contra la estupidez contemporánea”.

Sala define el entetanimiento como “una mezcla de divertimento trivial y mediocre, basura intelectual y propaganda”. Su objetivo es mantener a los seres humanos “tranquilos, perennemente ansiosos, sumisos y serviles a los deseos de una oligarquía que decide su destino sin permitirles ninguna opinión al respecto”.

“Es el mejor proveedor de coartadas que jamás haya existido”, añade Sala, el viejo “panem et circenses” del Imperio Romano, la diversión convertida en industria, una anestesia psicológica destinada a las masas para controlar su frustración y sus protestas.

Michael Young propuso algo similar en “The Rise of the Meritocracy”, el libro en el que en 1958 se acuñó por primera vez otro neologismo, “meritocracia”, otro instrumento de sumisión importado del mundo anglosajón y de Estados Unidos en particular.

A diferencia del “pan” romano, que nutría el cuerpo, hoy el alimento del alma, la información, es cada vez más importante. Es un tópico decir que el volumen crece exponencialmente, lo cual oculta que el aumento cuantitativo no es sinónimo de aumento cualitativo. Con la información crece también la desinformación.

Al igual que en el Imperio Romano, el “pan” tiene que ir acompañado del “circo”. Nos tienen que divertir y distraer (sobre todo distraer). Las universidades forman legiones de expertos en atraer nuestra atención. Consiguen que miremos hacia un lado para no ver lo que ocurre en el otro.

Antiguamente era más rudimentario. Las tecnologías de la (des)información eran las religiones, con una vasta red de predicadores encargados de asegurar la sumisión de los súbditos mediante el miedo: miedo al castigo, miedo a la muerte, miedo al infierno…

Hoy todo es más divertido. Si algo no nos entretiene podemos cambiar de canal, de página web o de libro. Nunca leemos aquello que nos deprime, que es como decir que no leemos nada porque el mundo es deprimente (mucho más de lo que somos capaces de imaginar).

Tanto lo divertido como lo deprimente son “virales” o, como se decía antes, “contagiosos”. Se propagan a la velocidad de la luz y acaban afectando, incluso, a sus propios patrocinadores, que acaban intoxicados por el veneno que ellos mismos han creado y diseminado.

Cuando ya no se acuerdan, se transforman en fanáticos partidarios de sus propios embustes.

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