‘Joker’: un personaje literario convertido en antihéroe por el cine estadounidense

Juan Manuel Olarieta

“Joker”, la película de Todd Phillips, tiene un largo recorrido argumental porque, como decía Antonio Machado, toda creación cultural que no es de origen popular, está plagiada. Tan interesante como el argumento es el recorrido histórico de la trama, que no comienza en Estados Unidos con los tebeos de Batman.

Los payasos y los bufones son uno de los recursos más viejos del teatro porque son la antesala del poder político desde los tiempos de “Edipo Rey”, una tragedia de Sófocles donde hasta el título está mal traducido: es “Edipo Tirano”, o sea, un usurpador que reina de manera ilegítima.

Edipo personaliza el poder político. Reina porque ha matado a su padre, aunque no sabía que era su padre (no es consciente de que la víctima es su padre). Tanto en la tragedia como en la realidad, el poder político se fundamenta en la violencia. El Estado español, por ejemplo, nació de una guerra entre vecinos o, lo que es mucho peor, “fratricida”, entre hermanos.

Un rey y un Estado nunca se desprenden de ese tipo de manchas, por más tiempo que transcurra. La falta de legitimidad es su “pecado original” del que sólo es posible liberarse acabando con él, como en cualquier tragedia griega: matando al rey. “El que a hierro mata a hierro muere”.

Traído a la posmodernidad, el rey Edipo es el patriarcado porque, además de matar a su padre, Edipo se casa con su madre, aunque tampoco sabía que era su madre (no es consciente de dicha condición). En cuanto se apoya sobre la fuerza, el poder se representa en una figura varonil.

Lo mismo que Luis XIV, Edipo podría decir que “El Estado soy yo”. El rey se rodea de una corte de personajes variopintos, convirtiéndose en un Estado o, como se dice ahora, en “El Sistema”, que no cubre sólo los aspectos públicos, sino también los privados porque en una monarquía los unos no se pueden separar de los otros.

En el Estado ambas cosas coexisten: los validos ponen la cara seria de la política y los bufones la divertida, aunque la diferencia entre ambos se va reduciendo, es decir, que cada vez más los políticos parecen unos payasos. En 1981 un payaso, Coluche, se presentó a las elecciones presidenciales francesas y un 15 por ciento del censo estaba dispuesto a votarle. El fundador del Movimiento 5 Estrellas en Italia es un payaso profesional: Beppe Grillo. El actual Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, también es un payaso. ¿No es Trump un payaso? Si te fijas en Pablo Iglesias te das cuenta de que es más de lo mismo: un payaso. Si te fijas en las elecciones te das cuenta de que son una payasada cabal.

A esa unidad dialéctica de personajes trágicos y cómicos Shakespeare los llamaba “jester” (arlequín) o “fool” (loco), personajes caracterizados por la doblez, que permite en un caso el disfraz y en el otro la demencia (1).

En la Biblia la risa es un síntoma del Mal. Dice el Diccionario Oxford que en inglés “loco” se aplica a las personas viciosas e impías. También es alguien que no está en su “sano juicio”, que actúa o se comporta de manera estúpida, un tonto o un simple. En el teatro de Shakespeare, lo mismo que en la vida real, no queda claro si alguien está loco o se lo hace, es decir, si simula su locura para hacer y decir lo que otros no pueden.

Coluche: un payaso candidato electoral
El payaso Coluche se presentó a las elecciones cuando le despidieron de la televisión por criticar al Presidente de la República. Después le despidieron de la campaña electoral a base de amenazas. Un documental titulado “Coluche: un payaso enemigo del Estado”, de  Jean Louis Perez y Michel Despratx, relata las presiones de la policía secreta para que desistiera de su empeño por alcanzar la presidencia (2).

¿Elecciones libres, dicen? ¡Qué risa! Lo de Coluche fue una doble prohibición porque el humor y la censura van de la mano. Los humoristas de hoy son los bufones modernos. Dicen lo que otros no se atreven o no pueden y al revés: dicen en forma de chiste lo que no se atreverían a decir en serio. A medida que la censura arrecia, el humor se dispara. Por eso los monologuistas se han puesto de moda en España, donde hay programas de televisión, como El Intermedio, a medio camino entre risas y veras.

Desde la Edad Media los bufones no faltan en ninguna corte real, ni en la casa de ningún noble. La burguesía los contrata para que le acompañen y diviertan. Están en las tabernas para atraer al público. Los carnavales y fiestas se rodean de ellos. En el circo y en el teatro nunca fueron personajes secundarios. El público esperaba impaciente que los payasos aparecieran en escena. El arlequín es la figura central de la Commedia dell’Arte. En “Las Meninas”, lo mismo que en otros cuadros de Velázquez, los personajes más grotescos, como los enanos, están en el primer plano. Lo mismo hizo Víctor Hugo en su drama “El rey se divierte”, seguido luego por la ópera “Rigoletto” de Verdi.

La obra cumbre del Renacimiento es el “Elogio de la locura” de Erasmo de Rotterdam porque el bufón es tan importante como el político. Siempre van juntos, como Don Quijote y Sancho Panza. Del bufón sabemos que se disfraza para hacernos reir. Sin embargo, cuando se trata de un político creemos que va en serio. No somos conscientes de que también está disfrazado, que tiene dos caras.

La palabra bufón procede del italiano y significa “buhonero”, personajes bohemios que recorrían los pueblos haciendo reir a los vecinos. Las compañías de teatro acogían a los marginados de la sociedad, locos, tontos, enanos, la mujer barbuda, los jorobados y delincuentes en busca y captura. El desdoblamiento entre la persona y el personaje es como una borrachera: el momento de decir la verdad.

Desde los tiempos de Sófocles, los cómicos son personajes populares, divertidos, como Sancho Panza, mientras los príncipes aparecen como gente solemne, trágica. Unos dicen la verdad, los otros se esconden detrás de sus máscaras.

La verdad es revolucionaria y la revolución no es otra cosa que matar al rey y al padre, al “sistema”, una tarea que incumbe sólo a las masas populares.

Una de las óperas más representadas en el pasado siglo fue “I Pagliacci” (Los Payasos) de Ruggero Leoncavallo, estrenada en 1892. Es la historia de un payaso que asesina a su esposa (“violencia de genero”). Los personajes son cómicos ambulantes que recorren los pueblos. Algunos se visten de payasos para la función, pero otros no lo necesitan porque son personajes reales, como El Jorobado. “I Pagliacci” es teatro dentro del teatro. Mezcla la realidad con la ficción. El crimen se comete en plena representación. Después de matar a su esposa, El Payaso mata al amante y exclama: “¡La commedia è finita!” Se ha acabado la comedia (ficción) y empieza el drama (realidad).

Otro de los relatos de Victor Hugo es “El hombre que se ríe”, publicado en 1869. El personaje, Gwynplaine, tiene una larga biografía, como Edipo. De niño fue secuestrado en Inglaterra por unos bandidos que le desfiguraron el rostro, dejándole una sonrisa permanente. Es un paria que acaba adoptado por un vagabundo que monta con él un espectáculo cómico itinerante.

En un determinado momento, la trama da un giro cuando se descubre que las clases sociales no son lo que parecen: Gwynplaine es hijo de un noble inglés y, una vez reconocido como tal, da un discurso en la Cámara de los Lores en el que ataca los privilegios de la nobleza. Los duques, los condes y los marqueses se ríen de él abiertamente…

Desde 2006 es muy socorrida la película australiana “Vendetta” y, sobre todo, su máscara, la enésima variante del payaso de la sonrisa permanente que reivindica la figura de Guy Fawkes y la traslada a un futuro distópico, fascista. Tres siglos antes, en 1606 Guy Fawkes dirigió la fallida Conspiración de la Pólvora, un acontecimiento que ha permanecido en la tradición popular inglesa. La trama consistía en matar al rey Jaime I y a los miembros del Parlamento. El exterminio de la clase dominante tiene un efecto liberador.

Pero triunfaron los malos y cada 5 de noviembre lo que Inglaterra celebra es la quema de Guy Fawkes, aunque a la larga ocurre como en el fútbol: los goles no premian el buen juego. “Merecimos ganar pero hemos perdido”. Pierde el Estado, aunque sólo sea de una manera simbólica.

Ahora la película “Joker” relata la biografía de un cómico frustrado que siempre ha vivido con una madre inestable y nunca ha conocido a su padre. Ha pasado por el siquiátrico y trabaja en la calle vestido de payaso. Se cree hijo de un magnate y político local, parecido a Gwynplaine. Mata a tres pijos pero, como el Guy Fawkes de “Vendetta”, no queda estigmatizado sino al revés: se convierte en un héroe y los parias le imitan poniéndose una máscara para protestar.

En manos de Hollywood, la luz artística y literaria de la lucha entre las clases sociales ha desaparecido. El largo discurso filosófico de Víctor Hugo sobre la pobreza también. No hay clases sociales, sólo buenos y malos porque enmedio está Alan Moore, el guionista de la viñeta cómica que luego dio lugar a “Vendetta”. Según Moore, los buenos más buenos pueden convertirse en malos muy malvados de la noche a la mañana. Depende de las circunstancias. Cualquiera puede tener un mal día que le convierte en un monstruo capaz de lo peor.

A Edipo su padre le abandonó recién nacido en el monte. A Moisés también, aunque para salvarle la vida. Lo mismo ocurrió con Gwynplaine. Un día aciago nos transforma en sujetos resentidos, nihilistas, a los que no nos importa ejercer nuestra propia “vendetta” con el primero que se cruza en nuestro camino, con quien menos culpa tiene. La víctima se convierte en verdugo. Son los asesinos en serie, ese tipo de perfiles que las facultades gringas de sicología califican como “sociópatas”, otra de las muchas tonteorías que se sacan del armario.

“Joker” es el antihéroe rechazado por una mujer de la que se enamora. Pero si en la película suscita rechazo, en el espectador suscita entusiasmo. De la saga ha surgido una camada de seguidores, llamados “incels” en inglés: “solteros involuntarios”. El año pasado Alek Minassian, con 25 años, mató a 10 personas con un coche bomba en Toronto. Unas horas antes escribió en su perfil de Facebook: “La rebelión de los incels ya ha comenzado”. Más que solteros (y misóginos) se debería traducir por “solitarios” y, desde luego, “rechazados”. No hacen reir por más que se disfracen de payasos.

No se puede hablar de rebelión cuando, en medio de un enfado rompemos los platos. El recurrente nihilismo actual de quien prende fuego a la barricada pone encima de la mesa que las semilas de la revuelta están ahí, preparadas y dispuestas; pero hacen falta más ingredientes. Quien salga a la mar en un velero sabe que habrá viento, pero lo más importante es cerciorarse de que haya un timón porque, de lo contrario, no irá a ninguna parte.


Hoy los payasos ¿son enemigos del Estado o son el Estado? Es una pregunta que no estoy en condiciones de responder…

(1) El “fool” inglés es el “fou” francés, personajes que se profesionalizan como comediantes (jester) a comienzos del siglo XIII. El conocido teatro de variedades “Folies Bergère” de París no lleva ese nombre por casualidad. El “jester” es un derivado de la canción de gesta. Si el juglar recitaba poemas, el “jester” contaba cuentos.

(2) https://www.youtube.com/watch?v=y-SUXwjRxlU

Más información:


– ¿Votarás a Batman o a Joker?

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