Hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre

Juan Manuel Olarieta

La ideología dominante se desarrolla en un lenguaje propio y característico. Una manera de imponer la ideología dominante es imponer el lenguaje en el que se expresa. Si un discurso o un texto no adopta ese lenguaje es incorrecto, erróneo y no se puede ni se debe expresar. El lenguaje dominante es, pues, un caso de censura y, lo que es peor, de autocensura.

El tabú es una parte importante de la censura. Para poder expresarse y transmitir su opinión, el hablante debe -necesariamente- hablar sobre determinados asuntos y no sobre otros, es decir, crea lagunas y silencios sobre los que nadie dice nada. Es como si una parte de la realidad hubiera dejado de existir.

Todos deben hablar sobre lo mismo. Pero eso tampoco es suficiente: todos deben utilizar determinadas expresiones, y no otras. Por ejemplo, no se debe hablar jamás de clase obrera. En un telediario nunca oirás la palabra “obrero”; hay que decir “empleado” o, a lo máximo, “operario”. Tampoco oirás muchas otras palabras, como “imperialismo”. En la censura de las palabras está la censura de las ideas.

Este fenómeno se rige por una ley de proporcionalidad inversa: a medida que un medio de comunicación tiene una mayor difusión se expresa en un lenguaje menos diverso, y al revés. Por lo tanto, los medios de comunicación de masas expresan siempre las mismas ideas y ocultan siempre las ideas opuestas.

Bajo la forma de eufemismos, siempre ha existido un lenguaje característico de la ideología dominante. Hoy se le llama lenguaje políticamente correcto y es una imposición surgida en Estados Unidos en los años ochenta. Es, pues, un fenómeno profundamente reaccionario e imperialista.

Los periodistas, universitarios y políticos han extendido ese lenguaje, convirtiéndolo en un fenómeno ideológico de masas. Forman los libros de estilo que imperan en todas las redacciones de los medios (televisión, radio, prensa), convertidos en manuales y diccionarios de consulta. Son doctrina. En ellos se contiene la ideología del imperialismo contemporáneo.

Las palabras no surgen por casualidad. Por ejemplo, en España para hablar de ETA durante décadas se utilizaron numerosas expresiones diferentes, hasta que en 1987 se impuso una definición única, “banda terrorista”, seguida al pie de la letra por todos y cada uno de los medios de comunicación. ETA no podía ser tanto como una “organización” porque parece algo estructurado; era una simple “banda”. Tampoco se la podía calificar de “separatista” porque tenía connotaciones políticas, mientras que ETA no pretendía otra cosa diferente que matar.

El fundamento teórico del lenguaje políticamente correcto es la hipótesis de Sapir-Whorf, según la cual el habla influye sobre la percepción, la memoria, el razonamiento y la conducta. Cambiando las palabras se cambia la visión y la valoración de la realidad. No es necesario cambiar el mundo; basta con hablar de él con otras palabras.

La ideología dominante es desigual, un estado permanente de presión intelectual, y se refiere -además- a una desigualdad real, que existe en la sociedad (racial, sexual, nacional, clasista) y que pretende encubrir, es decir, trata de aparentar igualdad donde hay desigualdad. Por eso los eufemismos son especialmente ridículos cuando se refieren a los oprimidos, como el de llamar “nativos americanos” a los indios, porque un indio es alguien despreciable y por eso decimos “hacer el indio” cuando alguien tiene un comportamiento ridículo.

Las necesidades de un lenguaje así derivan de que en la dominación los indios son los designados. No llamamos a los indios tal y como ellos se llamaban a sí mismos, de la misma manera que la Unión Soviética nunca existió en la jerga de los medios de comunicación burgueses. Para el imperialismo la Unión Soviética siempre fue Rusia. Si la burguesía se apodera y lo expropia todo, es normal que también se apodere de los nombres de las cosas y de las personas.

Desde luego que lo característico de la ideología dominante es que el fenómeno inverso no existe. Los blancos hablan de los indios pero los indios no hablan de los blancos. No utilizamos las expresiones indígenas para hablar del “hombre blanco”, al que no llamamos “rostro pálido”. El lenguaje de los dominados no existe y, si existe, no se propaga. No es que el oprimido no exista, lo que no existe es la opresión. Por ejemplo, en un Estado democrático, como España, ni existe la opresión nacional, ni existe siquiera ese lenguaje.

El reformismo se ha apuntado a la ofensiva de lo políticamente correcto porque como no se puede cambiar la realidad, lo que que quiere cambiar es la manera de referirse a ella. Pero ese no es el único efecto de lo políticamente correcto: además, ese tipo de lenguaje encubre la realidad, la disimula. Es el efecto eufemístico. Al mismo tiempo que camufla la realidad, el hablante (periodista, político, universitario, tertuliano) disimula su condición fascista y reaccionaria detrás de un lenguaje indirecto, sutil, empalagoso.

De esa manera lo políticamente correcto es inatacable, crea lugares comunes, neutros, tópicos, como los derechos humanos, la tolerancia, la diversidad, el pluralismo o la justicia universal. Nadie puede ofender ninguno de esos principios sin exponerse a una marginación y a convertirse en el saco de los golpes y los insultos: extremista, fanático, populista, fundamentalista, ultraizquierdista…

Lo políticamente correcto está por encima de las ideologías, no es burgués ni proletario, de izquierdas ni de derechas. No es “anti” nada, no está contra nadie, es respetuoso con todos y no tiene enemigos porque no hiere a nadie. Su lema es “respeto tu opinión pero no la comparto”. Sobre todo no es racista, ni machista, ni homófobo, ni xenófobo. Por eso habla de la ciudadanía, de la gente, de la multitud…

Que la burguesía sea políticamente correcta es lo suyo. Pero la falta de corrección queda equiparada al garrulismo, una condición que el oprimido quiere disimular imitando al opresor. La ideología dominante no sólo extiende a los oprimidos las ideas sino también extiende el lenguaje en el que las mismas se expresan. Entonces los oprimidos se expresan igual que los opresores, en los mismos términos.

Es consecuencia del complejo de inferioridad de todos los oprimidos. Los garrulos queremos ser finos y como nos han acomplejado, cuando vamos al médico no decimos “tetas” sino “pechos”, olvidando que sólo tenemos un pecho pero que, en cambio, tenemos dos tetas. No nos damos cuenta de que caemos en la pedantería y la hipocresía. A veces necesitamos hablar en un lenguaje que no es el nuestro para que nos den un trabajo, por ejemplo. No queremos que nuestro lenguaje callejero denote nuestra ínfima extracción social y nuestra “incultura”. Nos avergonzamos de nosotros mismos porque a nuestra cultura ellos no la consideran como tal: la califican como todo lo contrario, como incultura.

Dejémonos de chorradas. Seamos nosotros mismos: directos, francos, transparentes. Llamemos a las cosas por su nombre. Hablemos de nosotros mismos, de nuestros problemas, de lo que nos preocupa y de lo que nos interesa.

comentarios

    1. El engaño y la desinformacion estan cantados por la tv y que conste que no me gusta ningun partido politico, pero…Que tiene de malo no ser de izquierdas ni de derechas? Las cosas no son blancas ni negras, los extremos no son buenos.El sentido comun es lo que tiene que prevalecer y se que no es facil porque vivimos en un autentico caos social y luego en casa la tv nos come el coco.Yo por ejemplo no pertenezco a ninguna religion, pero creo en dios.

    2. El "sentido común",de orígenes rebeldes,es ahora verborrea de la derecha contra lo que huela a revolucionario.
      Lo que no diré es que es,en aparente chiste fácil,"el menos común de los sentidos".

      N.B.

  1. Anónimo el discurso de ni de derechas ni de izquierdas era utilizado por la falange española con lo que ello significó en la España más negra.

  2. Esto me recuerda a un ex-Militar retirado -de estos que son echados pa´lante y con fanfarronería patriótica- que entrevistaron en la radio.
    y en un momento de subidón que tuvo ante la conversación acalorada que llevaba con el reportero espetó:
    -¡¡ Mire usted, yo soy como mi padre, que decía que en España hay dos tipos de políticos: los Hijos de p+++ de Izquierdas y los Hijos de p+++ de Derechas !! ¡¡ mi política es España, y punto !!

  3. XD "YO NO PERTENEZCO A NINGUNA RELIGIÓN PEO CREO EN DIOS"

    ES COMO AQUEL QUE DECÍA "YO NO SOY NAZI NI PENSABA COMO LOS NAZIS, PERO DIRIGÍA MATHAUSEN" O COMO CUANDO GANDHI DIJO AQUELO DE "YO NO HARÉ LA VIOLENCIA, PERO SI ALGUIEN LA EJERCE NO LE CRITICARÉ".

    O COMO LOS QUE DICEN "NO SOMOS DE PARTIDOS NAZIS, PERO ¡CÓMO ODIAMOS A LOS MOROS!"

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