Facebook se atribuye el papel que la Inquisición desempeñó en la Edad Media

Mark Zuckerberg, capitoste de Facebook
Como nos temíamos, en Estados Unidos el 44 por ciento de las personas consultadas afirma que su principal fuente de información cotidiana procede de Facebook. A su vez, el capitoste de la multinacional, Mark Zuckerberg, está actualmente en Pekín, tratando de firmar un acuerdo con el gobierno chino para reintroducir a su empresa en el mercado local, del que ha sido desplazado hace años.

Algunos informáticos, siempre tan despistados ellos, aseguran que el coste del acuerdo es hacer de chivato del gobierno chino, lo cual no es ningún coste: allá donde está Facebook cumple fielmente con su papel de perrito faldero y cotilla consumado, aportando a los gobiernos respectivos cuanta información se le solicita (y posiblemnte sin necesidad de que se lo soliciten). Lo que ocurre es que estos asuntos sólo son noticia cuando conciernen a China.

Radio macuto y el chismorreo, que los expertos llaman “hoax”, son algo consustancial a internet desde su origen, lo mismo que la intrusión en la vida privada de los usuarios que llevan a cabo monopolios, como Facebook, entre otros. Lo realmente nuevo es que con dicha excusa, los monopolios se han atribuido la ímproba tarea de cribar la verdad de la mentira, es decir, ejercer de censores de las noticias que circulan, exactamente el mismo papel que desempeñó la Inquisición, o lo que es lo mismo, la iglesia católica, en la Edad Media.

Siempre tenemos que tropezar con algún redentor que trata de evitar que nos equivoquemos, que nos informemos mal, que lleguen hasta nosotros noticias falsas, como la siguiente que circuló por las redes sociales durante la campaña electoral de Estados Unidos: “Han encontrado muerto a un agente del FBI sospechoso en el caso de las fugas de los correos electrónicos de Hillary Clinton”. La noticia procedía el diario Denver Guardian, que no existe.

Este tipo de bulos en las redes sociales le han servido a Obama para “explicar” en una rueda de prensa convocada en Perú, la “sorpresa” de la victoria electoral de Trump. Ha sido casi como una manipulación porque, en condiciones normales, alguien así nunca hubiera podido ser elegido presidente en un país como Estados Unidos, modelo y estandarte de la democracia.

Los monopolios informáticos, como Facebook, se sienten legítimamente preocupados por este tipo de fenómenos, que no se pueden repetir. Desde Perú Obama les ha propuesto que sólo circulen noticias verdaderas, auténticas, genuinas, debidamente etiquetadas con denominación de origen. Pero ahora ya no pueden recurrir a la hoguera, las ordalías y el enjuiciamiento de la conciencia. Esas antiguallas quedan para la Audiencia Nacional, último residuo mundial de la Inquisición en el que los fiscales preguntan a los acusados: “¿Qué intenciones tenía Usted cuando cantó esa canción?”

En absoluto. Facebook está pensando en algo mucho más moderno, eso que llaman “inteligencia artificial” de manera grotesca. Se trata de crear un algoritmo (pura matemática) capaz de discernir una noticia verdadera de una falsa entre todas las que circulan por la red. Es una pena que en la Edad Media la iglesia católica no contara con ordenadores para hacer lo mismo… Trump nunca hubiera podido ganar las elecciones.

La anunció Zuckerberg el viernes, mientras leía un manual de chino mandarín, un idioma que estudia con empeño desde hace tres años para convencer al gobierno de que ellos son buenos informadores; los mejores.

A la gilipollez esa de la “inteligencia artificial” Zuckerberg le añade, además, algo que también es característico sólo de la democracia al estilo gringo, que no existía en tiempos de la Inquisición: los juicios con jurado, es decir, que los usuarios se conviertan en soplones de las multinacionales para que puedan denunciar las noticias falsas, al tiempo que ejercen de jueces (juez y parte). Es una extensión del “Me gusta” (I like). Así se impide que los mensajes que no gustan a casi nadie anden por ahí circulando y corrompiendo la moral del mundo entero.

Facebook, o lo que es peor, un algoritmo matemático, deja de ser un instrumento de comunicación para convertirse en el tribunal de la comunicación, porque la misma ha de ser veraz siempre (de lo contrario mejor no comunicar nada, callarse). Por fin llega el momento de la verdad, o sea, del “trending topic” por obra y gracia de la… ¡matemática pura!

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