¿Era Sade sádico?

Nicolás Bianchi

Mala prensa tiene el Marqués de Sade. Usas la palabra «sadismo» y de inmediato se piensa en tortuosas prácticas y siniestras intenciones para dar gusto a mórbidos instintos infligidos a masoquistas. Los que en nombre del pueblo jamás han creído en él, suelen decir que el pueblo tiene el gobierno que se merece y le llaman «masoquista» (con un gobierno «sádico»), sobre todo cuando elige «democráticamente» a quién le va a putear en los próximos cuatro años. Es posible, pero no hay vida más allá del «pueblo», por lo tanto siempre apostaremos por él.

En Aline et Valcour, su obra más política y menos conocida, quien naciera en París en 1740 y muriera en el manicomio -por desclasado- de Charenton en 1814, después de numerosas detenciones, pone en boca de uno de sus personajes que los tribunales sólo hacen justicia de clase, es decir, justicia a favor de los ricos: «el juez generalmente toma la parte del más fuerte, tanto por interés personal como por esa secreta e invencible inclinación que nos hace poner de parte de nuestros iguales». Entonces, como ahora, ser honesto es incompatible con la miseria. Eso tan cañí de pobre, pero honrado, quedó para los entremeses del castizo Arniches o para el «que se jodan» que dedicó la diputada del PP hija de Fabra a los parados desde su escaño. ¿Una hijaputa? Una, uno, más.

Para Sade, el objeto de la ley no es impedir el crimen, sino mantener al crimen dentro de ciertos límites. En lugar de que los más fuertes tengan el poder, como sucedía en tiempos primitivos, el poder está ahora en manos de los ricos y de los bien nacidos (el término «clase social» no se estilaba todavía), escribe este aristócrata y escritor maldito. Y dice más: «Las leyes de un pueblo son el resultado de los intereses de los legisladores» (esto es en Juliette). Para Sade, cierto es que no pensaba en «delitos políticos», el objeto de las leyes es multiplicar los crímenes o permitir que éstos sean cometidos con impunidad. Sólo los delincuentes menores pueden ser atrapados: «Yo no robé bastante; con un poco más de audacia todo hubiera quedado en paz, pero…» Lesmes, actual presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ, que dijo que la ley «está hecha para los robagallinas», suscribiría lo dicho por Donatien-Alphonse-François, marqués de Sade, caso de saberlo este descubridor de la pólvora al que, en vez de caérsele la cara de vergüenza, ahí sigue en el machito. Nil novi sub sole.

Cree Sade que los castigos de la ley fueron creados por el espíritu de venganza (que se lo pregunten a los presos abertzales, comunistas o antifascistas). Hombre impregnado de la Ilustración, le parece que la tortura, la cárcel y la pena de muerte son barbaridades obvias que debieran hacer ruborizar de vergüenza al ciudadano del país en que se empleaban. Entiende que las cárceles son inútiles como ejemplo pues los delitos se cometen por dos razones, según él: por necesidad o por pasión (hoy diríamos, y eso quería decir, política). Si uno de estos dos estímulos -afirma- es bastante fuerte, no habrá miedo capaz de contener al pobre de solemnidad o al «terrorista».

¿Era Sade sádico? ¿Era Marx marxista? ¿Es la piedra piedrista? ¿Soy yo «nicolasbianchista»? Preguntas metafísicas. ¿Fueron pre o revolucionarios? Esto tiene ya más sentido.

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