Entre el neoliberalismo y el ecologismo: el capitalismo sigue rindiendo tributo a la Dama de Hierro

El ecologismo es una ideología que lo mistifica todo, incluyendo a sus propios patrocinadores, que creen defender principios progresistas o avanzados, aunque hayan salido de las entrañas mismas de los sectores más reccionarios del capital.

Tal y como lo conocemos ahora, el ecologismo y sus mitos seudocientíficos no se consiguieron imponer en el mundo hasta la creación del IPCC en 1988, punto culminante de la ola llamada “neoliberal” que surgió a comienzos de la década con Thatcher y Reagan.

Por grave que fuera la llamada “crisis climática”, ningún otro país del mundo hubiera logrado constituir dentro de la ONU un organismo como el IPCC sin el respaldo de Estados Unidos.

No obstante, los manuales suelen decir que el IPCC lo crearon la OMM (Organización Meteorológica Mundial) y el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), que simplemente se limitaron a levantar acta de un plan previamente aprobado en la reunión del G7 celebrada en Canadá, es decir, en el grupo selecto de las potencias imperialistas más fuertes a instancias de Reagan y Thatcher.

Dos meses antes de la constitución formal del IPCC, la Dama de Hierro pronunció un discurso ante la Royal Society en el que planteó las cuestiones cardinales que el IPCC debía llevar al mundo entero (*), que han sido luego seguidas al pie de la letra por la izquierda, la derecha y el centro con una unánimidad como pocas veces se ha visto a lo largo de la historia.

La Primera Ministro británica inisistió en sus mensajes seudoecologistas cada vez que tuvo oportunidad: en las conferencias de la ONU, en sus discursos políticos, en sus entrevistas… No sólo sacó adelante sus planes sino que promovió un nuevo lenguaje, que es el que hoy nos resulta tan familiar: desarrollo sostenible, aumento de las temperaturas, emisiones de CO2, desaparición de los glaciares, aumento del nivel de los mares… Los ecologistas hablan el “idioma thatcher” creado entonces casi de la nada.

En los ochenta el contexto político británico era muy evidente. Thatcher había aplastado la larga huelga de los sindicatos mineros porque quería cerrar las minas, privatizar el suministro eléctrico y sustituir el carbón por centrales nucleares.

Entre 1984 y 1985 la batalla de los mineros costó 3 muertos, 20.000 heridos y 11.300 detenidos. Con el apoyo de los ecologistas, aquellos planes de Thatcher hoy han triunfado en Europa y llevan el nombre de “transición ecológica”, a cuyo efecto la mayor parte de los gobiernos tienen un ministerio encargado de esa tarea y no hay nadie que lo cuestione.

Estados Unidos entró en el IPCC como consecuencia del final de la Guerra Fría y de un fracaso histórico de la NASA: la explosión del transbordador espacial Challenger en 1986. La “carrera espacial” se había acabado y con ella el dinero. La NASA se vio obligada a reciclarse inventando todo tipo de fantasías extraterrestres, a cada cual más estúpida.

Uno de los planes para sobrevivir fue reconvertir los programas espaciales con el lanzamiento de satélites meteorológicos, para lo cual recurrieron a James Hansen, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales, la organización meteorológica de la NASA. Lo llevaron al Senado a que les metiera miedo a los que tenían que rascarse los bolsillos. Aprovechando unas elecciones, Hansen consiguió una audiencia en el Senado y cuando fracasó volvió a lograr otra más para hablar de calor, sequías, malas cosechas, desastres agrarios y alimentarios…

Como ocurre hoy con los demás científicos de renombre, el cargo de Hansen en la NASA no era el único que ostentaba, ya que también era miembro de Lehmann Brothers, el banco que 20 años después se haría famoso por su bancarrota.

Además del IPCC, al frente del gobierno de Londres la Dama de Hierro creó en 1990 las instituciones científicas que debían demostrar el calentamiento, en especial el Centro Hadley, que es un complemento esencial del IPCC equipado con la varita mágica de la climatología moderna, que ya no es un termómetro sino un superordenador.

Lo mismo que las demás instituciones seudocientíficas modernas, el Centro Hadley confunde a los lectores poco familiarizados con la burocracia moderna: no es una institución científica sino una oficina del gobierno de Londres.

Por más que insistan en lo contrario, el IPCC está cortado por el mismo patrón. No es una institución científica sino un organismo internacional que responde exactamente a su nombre: es “intergubernamental”, es decir, un organismo político. No es un grupo de expertos sino de expertos y no expertos. Lo que tienen en común es que han sido nombrados por sus gobiernos respectivos.

Uno de los ejemplos es su antiguo Presidente, el indio Rajendra Pachauri, quien tuvo que dimitir del cargo en 2015 por acoso sexual. Pachauri no era ningún experto sino un ingeniero ferrroviario, como admitió The Telegraph el 20 deciembre de 2009: “Aunque presentan a menudo al doctor Pachauri como científico y a pesar de que la BBC llegó a decir de él que era el mejor científico climático del mundo, como antiguo ingeniero ferroviario con un doctorado en economía, no tiene ninguna calificación en las ciencias del clima”.

Lo mismo que Hansen, Pachauri también estaba pluriempleado. Compatibilizaba su cargo con el de miembro del Consejo de Administración del Chicago Climate Exchange, es decir, de la bolsa donde se negocian los créditos del carbono. Naturalmente, se hizo multimillonario gracias a ello, a las ideologías climáticas.

Los miembros del IPCC, del Centro Hadley y de otras instituciones, como el B3C (Instituto Vasco de Cambio Climático), por ejemplo, no ocupan sus cargos por ningún tipo de ciencia, sino por determinadas decisiones políticas, que son las mismas que han conducido a la creación de dichos organismos. Si la teología no existiera, tampoco habría curas. Si no hubiera una doctrina del cambio climático, tampoco existirían ninguno de esos organismos internacionales, nacionales, autonómicos y municipales y, por lo tanto, sus miembros dejarían de cobrar los sueldos que cobran todos los meses y tendrían que dedicarse a otra cosa. Tienen que mantener vivo el mito seudoecológico que les da de comer, como los arcángeles dan de comer a los curas.

La descarbonización del mundo comenzó cuando Thatcher aplastó la huelga de los mineros del carbón y la pregunta sigue en el aire 35 años después: ¿está Usted con Thatcher o con los mineros?

Ayer mismo el Parlamento Europeo se posicionó al respecto, declarando que existe una “urgencia climática” y que es partidario de la energía nuclear porque no emite gases de efecto invernadero. Puro thatcherismo del siglo XXI.

(*) http://www.margaretthatcher.org/document/107346

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