El yuan, camino de convertirse en una divisa internacional de referencia

Juan Manuel Olarieta

Más que la exportación de mercancías es la exportación de capitales, decía Lenin, la que constituye una de las señas de identidad más significativas del imperialismo. Lo que a partir de 1945 puso a Estados Unidos a la cabeza del imperialismo fue la transformación del dólar en la divisa internacional por excelencia, lograda gracias a la guerra mundial y a los «acuerdos» de Bretton Woods, o sea, al monopolio nuclear.

Cuando los economistas burgueses se refieren a las «fuerzas» de los mercados se olvidan de la Economía Política, es decir, de otras fuerzas que son tan importantes, o más, que los mercados, como los tanques y la amenaza de usarlos.

Que los billetes de un país sean aceptados como dinero por el resto del mundo es el timo de la estampita a gran escala… pero sólo mientras los invitados pagan las facturas del dueño de la casa o, por decirlo con las palabras de Lenin, el imperialismo no es la hegemonía sino la lucha por la hegemonía. Pues bien, uno de los indicadores más relevantes de esa hegemonía son las divisas, que rivalizan entre sí en los mercados financieros internacionales de la misma manera que las potencias imperialistas que las emiten.

También decía Lenin que mientras los acuerdos entre los imperialistas son temporales, los desacuerdos son permanentes. En efecto, los de Bretton Woods, y con ellos la hegemonía financiera de Estados Unidos, se mantuvieron hasta 1970, cuando Nixon rompió la paridad del dólar con el oro. Desde entonces la existencia de un bloque de países socialistas obligó a seguir manteniendo la ficción de Bretton Woods que se acabó en 1999 con el euro, cuyo propósito principal fue competir con el dólar, es decir, un primer intento de Alemania de romper la hegemonía financiera de Estados Unidos, que tuvo éxitos tan espectaculares como el de noviembre de 2000, cuando de Saddam Hussein anunció que sustituía el dólar por el euro en el pago de sus exportaciones petrolíferas, lo cual le costó una guerra que aún no ha terminado, además de su vida. Actualmente una cuarta parte de los países miembros del Fondo Monetario Internacional tiene sus reservas en euros.

La verdadera ofensiva financiera internacional contra Estados Unidos procede del yuan, que este año ha lanzado dos embestidas fuertes. La primera en mayo, cuando procedió a la venta masiva de activos públicos de Estados Unidos en cantidades desconocidas hasta la fecha, por lo que no se ha tratado sólo de un movimiento especulativo por parte de los chinos. Junto con Japón, China es el acreedor más importante de Estados Unidos, es decir, quien le está pagando sus deudas, pero desde 2004 el porcentaje de inversiones chinas -y japonesas- en activos estadounidenses está disminuyendo.

La segunda se produjo en agosto, cuando en Frankfurt se instaló un centro de liquidación de pagos en yuanes que se sumará al de Londres. Aunque China es el primer país comercial del mundo, hasta la fecha los precios seguían nominados en dólares. Ahora ya se puede pagar en yuanes, lo cual va aún más allá de constituir las reservas internacionales de los países en la moneda china. El Deutsche Bank anunció de manera inmediata que se dispone a utilizar este servicio de compensación en yuanes.

A lo largo de todo el año se han sucedido noticias similares. El colosal contrato de suministro de gas firmado el 21 de mayo entre Putin y Xi Jinping por un importe de 400.000 millones dólares para abastecer de gas ruso al coloso chino a partir de 2018 y durante 30 años se pagará en yuanes.

Un significado parecido tiene el auncio de los países Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en julio de constituir un nuevo banco internacional de desarrollo, con sede en Shanghai, así como un fondo común de reservas de divisas para responder ante futuras crisis financieras. Los nuevos instrumentos financieros ofrecerán a Pekín más vías para canalizar el comercio y las inversiones chinas, favoreciendo el uso del yuan en las transacciones financieras y comerciales con los países emergentes.

Para valorar en sus justos términos la importancia de este fenómeno hay que tener bien presente que los únicos países del mundo que crecen económicamente son los Brics, mientras las viejas potencias se hunden, lo cual confirma por enésima vez otra de las tesis leninistas acerca del desarrollo desigual del imperialismo y desmiente la versión llorona del subdesarrollo, que opone el «norte» contra el «sur» propia de las ONG y los foros sin fronteras. La crisis del capitalismo se manifiesta en la descomposición de los países más fuertes y el ascenso imparable de nuevas potencias, como China, que se enfrentan a los anteriores y les disputan la hegemonía, hasta el punto de imponer divisas diferentes.

Los Brics y los hoy llamados países emergentes demuestran que el epicentro de las contradicciones del imperialismo se sigue desplazando rápidamente, que Europa occidental ha dejado de tener relevancia estratégica y que los intentos desesperados de Estados Unidos por preservar su hegemonía están condenados al fracaso. Este cambio en la correlación de fuerzas conduce a una guerra imperialista que será de proporciones aún más vastas que las dos anteriores.

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