Hace casi 30 años el diario El País (13 de abril de 1985) publicaba un editorial para conmemorar los cien años del nacimiento de Lukacs, significativamente titulado «El más grande filósofo del marxismo». La burguesía no quiere que nos olvidemos del marxismo, ni de los marxistas, sobre todo si están entre los más grandes, como Lukacs, alguien tan trascendente que su nombre es sinónimo de marxismo, de filosofía marxista de verdad.
Pero, ¿quién fue el más grande filósofo del marxismo? ¿Cómo es posible que la burguesía le reconozca tales títulos?
Lukacs llegó al mundo como György Bernat Löwinger Wertheimer en 1885 en Budapest, entonces la segunda capital del vetusto Imperio Austro-Húngaro. Como otros muchos judíos fascinados por el magiar, en 1890 su padre, Jozsef Löwinger, cambió su apellido por el de Lukacs y la familia se convierte al protestantismo en 1907. Era director del Budapest Creditanstalt, el banco más importante de Hungría, lo que le situaba entre la élite de una burguesía tan decadente que en 1901 el emperador le concedió el título nobiliario, por lo que su hijo empezó a firmar sus primeros escritos con el nombre aristocrático de Georg von Lukacs.
Sin embargo, su madre, Adala Wertheimer, era austriaca y hablaba húngaro con dificultad, por lo que educó a su hijo en alemán.
En 1902 ingresó en una asociación de estudiantes socialistas revolucionarios de Budapest, fundada por Ervin Szabo, que estaba considerado como el intelectual de izquierda más influyente de Hungría. Sus concepciones eran anarco-sindicalistas, al estilo del francés Sorel, una corriente para la que no había otro método de lucha que la huelga general y que acusaba al partido socialista de burocraticismo y reformismo. Espontaneísmo en estado puro.
Lukacs también se interesó por el teatro. En 1904 fundó con algunos amigos un grupo de teatro alternativo inspirado en el Teatro Libre de Berlín, que terminó siendo prohibido por la policía. Simultáneamente, se hizo miembro de la «Asociación Sociológica», formada por un grupo de intelectuales burgueses dirigidos por Oskar Jaszi, un masón que ostentaba cargos de responsabilidad en el partido radical y que convirtió a la Asociación en una tribuna de defensa del fabianismo, el sindicalismo y otras corrientes progresistas que entonces estaban de moda.
La «Asociación Sociológica» editaba el periódico Siglo XX, en el cual colaboró Luckacs, sobre todo tras obtener su licenciatura en 1906. También escribió en otro periódico llamado Occidente, que contribuyó a la renovación cultural y literaria de Hungría a principios del siglo pasado. En sus primeros momentos, la revista Siglo XX, de la que Szabo era subdirector, estuvo financiada por importantes capitalistas que pretendían sacar a Hungría del podrido Imperio Austro-Húngaro.
Algo similar ocurrió con la asociación de estudiantes, de la que dependía un pequeño grupo, el «Círculo Galileo», fundado en 1908 con el fin de movilizar a los estudiantes por la emancipación de Hungría. El grupo de Szabo fue su inspirador teórico. Durante muchos años la influencia izquierdista de Szabo se hizo notar en Luckacs.
En la Escuela de Hidelberg
En 1909 se doctoró en filosofía y se trasladó a Alemania, donde imperaba el neokantismo entre los círculos intelectuales académicos, una corriente entonces dividida en dos escuelas: la de Marburgo y la de Heidelberg. Esa escisión, propia del neokantismo, repercutió decisivamente en Lukacs, quien la transmite a su obra para escindir internamente también al marxismo: al joven Marx con el viejo, a Marx con Engels y a Lenin consigo mismo.
La escisión entre ambas corrientes surge de la escisión entre las ciencias naturales y las sociales al más puro estilo kantiano, es decir, idealista. La Escuela de Marburgo (H. Cohen, P. Natorp, E. Cassirer, K. Vorlander) volcó su interés en las ciencias naturales y la de Heldelberg (W. Windelband, H. Rickert, E. Lask) en las sociales, la cultura, la historia, la ética y la estética.
Lukacs se inició en el neokantismo bajo la influencia de esta segunda corriente, lo que explica dos características de su obra originaria. La primera es su interés por los problemas de la historia, la cultura y la estética o, como lo definió luego el propio Lukacs, «mi mesianismo revolucionario utópico de marca idealista». Una concepción idealizada del mundo no transige con la realidad. La sociedad burguesa no es criticable por la explotación de la clase obrera sino por hipócrita y mediocre. Su rechazo al capitalismo se asentó en una ética kantiana donde el socialismo desempeña el papel de imperativo categórico. La revolución política era el medio del que la revolución moral era el fin.
La segunda es su inicial rechazo a la «filosofía de la naturaleza» que había sido una creación característica del idealismo alemán. Con los años Lukacs reconvirtió este rechazo en una mutilación de la filosofía marxista que llega hasta el actual izquierdismo retórico de la filosofía universitaria seudomarxista. La dialéctica objetiva desaparece y sólo queda una teoría del conocimiento fantasmagórica plagada de alienación, fetichismo, reificación, ideología, es decir, de un idealismo tan subjetivo que acabará conduciendo al materialismo histórico a la siquiatría.
Cualquier tiempo pasado fue mejor
En Heidelberg Lukacs asistió a los cursos que impartían Rickert y Windelband, y conoció a Georg Simmel, de cuyas teorías sociológicas se convirtió en un seguidor reconocido, como él mismo indicó: «Según el modelo de Simmel desligué, en la medida de lo posible, por una parte, la ‘sociología’ de base económica concebida de un modo excesivamente abstracto, y por la otra, contemplé el análisis ‘sociológico’ como un estadio previo a la auténtica investigación científica de la estética».
Bajo estas influencias ideológicas en 1910 Lukacs escribió su «Teoría de la novela» con la que obtuvo su doctorado en filosofía, así como un volumen de ensayos titulado «El alma y las formas», publicado en 1916, en donde la influencia idealista se pone de manifiesto en sus conceptos de «totalidad» y «reificación», donde subyace la distinción de Rickert entre el mundo sensible de la ciencia y los objetos no sensuales como los del arte, que se aprehenden por pura intuición. Lukacs se opone al «economismo» que sólo presta atención al contenido del arte, que se caracteriza sobre todo por la forma, que es una categoría «a priori». Las formas literarias son modos de sentir la vida, expresión de contenidos intelectuales que el crítico asigna a cada forma.
En ellas se muestra la concepción reaccionaria, típicamente romántica, de que «cualquier tiempo pasado fue mejor». La Grecia Antigua se rige por la totalidad y se sirve de la épica para dar cuenta de ella. Por el contrario, en la sociedad burguesa la totalidad se ha fragmentado y la épica se ha transformado en novela. La novela ha deshecho la totalidad.
La liquidación de la dialéctica objetiva le conduce a Luckacs a una separación metafísica entre la naturaleza y la sociedad a contraponer el carácter «orgánico» de las sociedades precapitalistas (el mito del buen salvaje) al carácter «mecánico» de la civilización burguesa, la burocracia, la reificación y el determinismo, todo un conjunto de categorías que el idealismo mezcla arbitrariamente para llevar a cabo sus juegos malabares.
En Lukacs estas concepciones tampoco duraron mucho tiempo. La II Guerra Mundial había dado la verdadera talla del punto que es capaz de alcanzar la reacción burguesa y era al momento de hacer balance. En el Congreso Mundial por la Paz celebrado en Varsovia en 1948 renegó de Simmel con las más duras palabras: de Nietzsche a Hitler hay una «vía directa», escribió, que pasa -entre otros- por Simmel (La responsabilidad de los intelectuales). La crítica de Simmel era una autocrítica de las posiciones ideológicas originarias del propio Lukacs. La erradicación de la dialéctica objetiva por los partidarios de Heidelberg tuvo esas consecuencia trágicas, es decir, el izquierdismo -el de Lukacs y el de sus secuaces- tenía los mismos postulados filosóficos que el fascismo, además del mismo objetivo: combatir al comunismo.
El asalto irracional
De la Escuela de Hidelberg formaban parte también otros intelectuales burgueses reaccionarios, como el historiador W. Dilthey cuya ideología forma parte del auge irracionalista de 1900; es a la vez vitalismo y subjetivismo. La fascinación por Dilthey se manifiesta en la introducción a «El alma y las formas» donde Lukacs establece otra de las típicas dicotomías metafísicas: mientras lo empírico es caos, materia bruta, la realidad auténtica, más elevada es el alma, las formas. El escritor, el poeta, es el encargado de hacer consciente lo propio de la vida, darle coherencia al caos.
Dilthey le presta a Lukacs algunos elementos conceptuales y metodológicos fundamentales de sus análisis, como la distinción entre ciencia natural e historia, que le sirve para resaltar la singularidad del acontecimiento histórico. También le transmite el vitalismo, especialmente a través de su obra de 1905, Vivencia y poesía, le aporta los conceptos de individualidad, vivencia, así como un existencialismo precoz en el que también es posible advertir influencia de Kierkegaard, Schopenhauer y Nietzsche. La estética del genio es perceptible en «El alma y las formas».
Al vitalismo de Dilthey se suma el de Bergson, cuya obra había traducido al magiar su amigo Bela Fogarasi. Aunque la influencia del filósofo francés está presente en los primeros textos de Lukacs, en 1948 tuvo otra de sus numerosas rectificaciones al afirmar que en Hitler no se encontraba ninguna palabra que antes no hubiera sido enunciada a un «nivel elevado» por filósofos como Bergson (La responsabilidad de los intelectuales), algo que en 1953 repitió. Como pilar del irracionalismo reaccionario, Bergson había sido un precursor intelectual del fascismo en Europa en el que Lukacs se había inspirado durante sus primeros tiempos.
El stalinismo antes de Stalin
En Heidelberg también trabó una relación muy estrecha con Max Weber, en cuyo domicilio se reunía con un selecto grupo de intelectuales, que luego serían conocidos: Karl Mannheim, Arnold Hauser, Bela Fogarasi y Jozsef Revai. El objetivo del grupo era buscar el objeto propio de las ciencias «del espíritu» y de la sociología, siempre dentro del repudio a la dialéctica de la naturaleza que es típica del neokantismo de Heidelberg.
Lukacs se convirtió en un colaborador regular de la revista que Weber dirigía. En su bosquejo autobiográfico, «Mi camino hacia Marx», Lukacs comenta que tanto Simmel y Weber marcaron profundamente sus primeras obras juveniles: «La influencia de Simmel, de quien fui discípulo personal, me ofreció también la posibilidad de incorporar en tal concepcion del mundo aquello que de la teoria marxista me había apropiado durante este periodo. La filosofía del dinero de Simmel y los escritos sobre el protestantismo de Max Weber fueron mis modelos de cara a una sociología de la literatura».
El pensamiento de Weber le reafirma en la ética kantiana de la conciencia. En «Historia y conciencia de clase» Lukacs se apoya en Weber para enfrentarse al revisionismo que concebia el desarrollo de la historia como un proceso automático separado y diferente de la conciencia, que no es un reflejo del desarrollo histórico sino algo inherente a ella. Para explicarlo Lukacs emplea precisamente un concepto de la sociologia de Weber: la conciencia es una «posibilidad objetiva».
Bajo la influencia de Weber reinterpreta la reificación como burocracia y, a su vez, sus secuaces vuelven a manipularla para criticar en ella a los partidos comunistas y a la URSS. Es el tópico favorito del izquierdismo desde hace un siglo: no pierden las votaciones porque son una minoría, es decir, porque sus tesis no resultan aceptadas, sino por las aviesas manipulaciones de la burocracia. Su infantilismo ha llegado a tal extremo que en todo este tiempo no han sido capaces en ningún país de organizar absolutamente nada porque su crítica a la burocracia es un llamamiento a la desorganización, un intento de sembrar la confusión en el movimiento obrero.
Pero no sólo los izquierdistas han perdido el sentdo del ridículo, sino también los universitarios (filósofos, sociólogos, historiadores) que siguen esta corriente. Sus tergiversaciones no se detienen ante nada. Por ejemplo, el médico húngaro Joseph Gabel interpreta los pasajes de lo que califica como «obra magna» de Lukacs «Historia y consciencia de clase» sobre la reificación como una crítica del stalinismo, a pesar de que cuando se redactó en 1922 aún nadie conocía a Stalin, y menos fuera de la URSS. ¿Cómo es posible criticar algo que no existe?
Es típico de la paranoia anticomunista, una manipulación corriente entre los farsantes que proliferan por las universidades. Si en Europa occidental conocimos los estragos del eurocomunismo, mucho antes ya había surgido el húngaro-marxismo del que Gabel formó parte. El idealismo subjetivo saltó de la estética a la siquiatría. Llegó a tal punto que Gabel lo convirtió en una parte de la sicopatología y, especialmente, de la esquizofrenia, que resulta de la alienación de las sociedades burguesas.
Si la crisis te está causando algún tipo de problema, no te enajenes ni te vuelvas loco. Tu problema no es el capitalismo; tu problema está dentro de tu cabeza. No le des más vueltas: déjate de escraches y vete al siquiatra. Él te ayudará a pagar la hipoteca.
Muy bueno el final