¿Aló: es el «pueblo español»?

Nicolás Bianchi
Las Constituciones burguesas que nacieron en el siglo XIX lo hicieron con inspiración anticlerical y vocación nacional: separaban lo laico de lo religioso -aunque no fue el caso de la girondina Constitución de Cádiz de 1812-, y proclamaban la soberanía de la «nación», que no, ojo, del «pueblo» (el «pueblo» era la burguesía), como reflejo de las revoluciones burguesas. Así fue en la Batalla de Valmy (1792) donde la Francia revolucionaria combatía -frente a la Europa contrarrevolucionaria y feudovasallática- al grito de «¡Viva la nación!»

De invocar la «nación» por parte de las Constituciones decimonónicas, con sus meandros revolucionarios, se pasa a invocar al «pueblo» como fuente de soberanía. Así reza la Constitución española de 1978, tres años después de muerto el dictador Franco, modelo de premura, en el punto 2 del art.1. Nunca hemos sabido quién fue el que asó la manteca, pero seguro que tampoco se cree este ejercicio de cinismo.


El «pueblo español» como desiderátum, como juez y ordalía medieval, como un todo que decide -supuestamente- sobre las partes. Soberano como un árbitro de fútbol que no consulta -ni falta que le hace- a los linieres o ayudantes de campo. Pero, vamos a ver, ¿cuándo se ha consultado a esa entelequia que se llama, o dan en llamar, «pueblo español»? Jamás, salvo en el referéndum de la OTAN en 1986 y ello bajo el chantaje del trilero Felipe González que dijo lavarse las manos si salía la salida de la OTAN (porque dentro ya estábamos de la mano de Leopoldo Calvo-Sotelo en 1981 por la puerta de atrás y como exigencia del 23-F). Para embellecer el producto, el encantador de serpientes que era González, siniestro personaje que dios confunda, puso tres cláusulas -ya nadie se acuerda o casi nadie- que servirían de lenitivo y placebo a la entrada, mejor dicho, permanencia, en la OTAN, o sea, entramos y permanecemos, sí, pero se van a enterar estos gringos de lo «soberanos» que somos y tal y tal. ¿Diremos algo de ese hurto al «pueblo español» sobre si prefería navegar a sotavento monárquico o barlovento republicano? Zertarako? ¿Para qué?, como dicen los vascos.

El concepto de «pueblo español» es muelle y conceptuoso. Sirve para entender de qué hablamos, pero es impreciso. Es un chicle que se estira y se comprime según y cómo y a conveniencia, por lo tanto, no es algo científico, sino político (lo que no es incompatible «per se»). Hete aquí que el fascismo español -dicho así, también para entendernos, que es de lo que se trata, de entenderse, de saber de qué se habla- ha «descubierto» que dispone de un «pueblo español» como parapeto y escudo, argumento último y dique final, para parar y frenar las acometidas del independentismo (burgués) catalán. Nunca han creído en la soberanía del «pueblo español», al que jamás han consultado, pero sucede que ahora se envuelven con la bandera de la soberanía del «pueblo español» para enfrentarlo al «derecho a decidir» de otro pueblo, el catalán. O el vasco, o el gallego. O el canario, esa colonia.

Los catalanes -que son parte del «pueblo español»– no tienen derecho a decidir nada porque la soberanía reside en el «pueblo español». O sea, no hay tu tía y, como diría un castizo, y a tomar por culo, que así lo dice la ley y el Estado de Derecho. Mira por dónde eso del «pueblo español», pueblo de camareros, nos viene bien para parar a esos «polacos» de mierda: ¡viva el pueblo, el vino y las mujeres! (y los toros).

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