De la oscuridad al oscurantismo

Un Estado democrático se fundamenta en la transparencia. Las actividades públicas deben serlo para que se puedan conocer, comentar, apoyar, criticar y refutar. La libertad de expresión no sólo es para informar sino para informarse. Es el derecho a obtener una respuesta de un organismo público.

La ciencia también se fundamenta en la transparencia y de ahí deriva la importancia de publicar las investigaciones y descubrimientos, así como los congresos en los que los científicos intercambian sus conocimientos.

Con la pandemia la transparencia ha desaparecido. Lo que vemos cada día es un iceberg: tan importante como lo que cuentan, las mentiras y las verdades, es lo que nunca cuentan, los silencios.

Donde hay un secreto hay también una traición. Los gobiernos ocultan sus actividades porque están actuando contra los intereses de sus electores. Por eso las vacunas han pasado de ser una derecho a ser una obligación.

En todo el mundo los contratos de las farmacéuticas con los gobiernos son secretos porque en la ecuación mercantil, las farmacéuticas (lo privado) es más importante que lo público. Los países han trasladado su fidelidad de las personas a las empresas farmacéuticas.

La composición exacta de las vacunas no se conoce. Están patentadas y protegidas por el secreto comercial. No es posible saber lo que los gobiernos han comprado exactamente, ni los coadyuvantes que acompañan al principio activo de la vacuna.

Los médicos están actuando a ciegas. No saben lo que están inyectando en las venas de las cobayas humanas. Por eso no extienden recetas, como hacen con cualquier otro medicamento. Por eso es posible inocular fuera de un centro sanitario, en una tienda de ultramarinos, o quizá en una gasolinera.

Los ensayos clínicos que se han llevado a cabo antes de aprobar las vacunas tampoco se conocen. Nadie sabe en qué se fundamentaron para lanzar las campanas al vuelo sobre su eficacia o seguridad.

Apenas ahora se han empezado a conocer, pero no porque un gobierno o una farmacéutica hayan querido hacerlos públicos, sino porque los jueces les han obligado a poner los papeles encima de la mesa.

Los efectos adversos de las vacunas no se conocen. Se están descubriendo sobre la marcha y cada vez aparecen más.

Nadie sabe cuántas dosis son necesarias para considerar a una persona como “totalmente vacunada”. El número va creciendo a medida que el tiempo transcurre y es muy posible que las inyecciones acaben siendo una rutina.

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