Ciencia e ideología: la arqueología médica no encuentra lo que esperaba en la “gripe española” de 1918

Juan Manuel Olarieta

La expresión “gripe española” es un absurdo total, no sólo porque nada tuvo que ver con España, sino porque en 1918, cuando se propagó la pandemia, la expresión “gripe” no significaba nada. Es lo mismo que hoy ocurre cuando los médicos dicen que una enfermedad tiene un origen “viral”. Lo que quieren decir, en realidad, es que no conocen su origen.

La palabra “gripe”, conocida como “flu” o “influenza” en los países anglosajones, procede del latín medieval y siempre tuvo un sentido astrológico: se trataba de enfermedades que tenían su causa en la influencia de los astros, lo cual no está desprovisto de significado por la naturaleza estacional de la gripe. Las gripes son consecuencia de la llegada del invierno y, por lo tanto, del movimiento de la Tierra y su interacción con el Sol.

Sin embargo, la llamada “gripe española” de 1918 no tuvo un carácter estacional; no fue una gripe.

Ya había ocurrido durante la epidemia de gripe de 1847 en Gran Bretaña, cuando el fundador de la epidemiología, el británico William Farr, abroncó a los médicos por su estrechez de miras, señalando un cuadro clínico complejo donde coexistían enfermedades del aparato respiratorio, como bronquitis, neumonías y asma, junto con otras no respiratorias (1).

En 1918 los médicos hablaron de “gripe” porque escondía su relación con la verdadera causa de la muerte de millones de personas, que está en la guerra imperialista. Se convirtió en un tópico del lenguaje seudocientífico, en torno al cual se ha articulado una ideología que juega el papel de cortina de humo.

Además de esconder el origen político, la “gripe española” de 1918 escondía un cuadro clínico complejo, sustituido por un esquemita raquítico (“la pandemia”) que asocia axiomáticamente un conjunto de enfermedades a su virus correspondiente (“el virus de la gripe”).

Con el tiempo, la noción de “pandemia” ha caminado por un derrotero cada vez más reduccionista, creando la pesadilla moderna de que millones de personas pueden morir por las mismas causas y con los mismos cuadros clínicos en el mundo entero porque hay enfermedades que se propagan, pasando de unos a otros como si se tratara de fotocopias de sí mismas.

A pesar de que en aquella época los virus ni siquiera se conocían, el esquemita triunfó y lo subieron a los altares de la “ciencia moderna”, creando un canon.

Por lo tanto, en la historieta de la epidemia de 1918 todo es falso: no era española, ni había gripe, ni la causa era un virus.

Afortunadamente, en 1918, a diferencia de la pandemia actual, no incineraron a los fallecidos para tapar las verdaderas causas, por lo que es posible recurrir a las autopsias que se practicaron, lo que arroja un cuadro bastante completo de la etiología de los muertos que confirma la tesis de Farr: en 1847 y en 1918 sólo una ínfima parte de los enfermos murieron de gripe.

Hoy la vuelta a los orígenes y a la complejidad adopta la forma de una doctrina, llamada de los “cofactores”, que empezó a abrirse camino en los ochenta con otra “pandemia”, el Sida. Su exposición más conocida es la del Premio Nobel francés Luc Montaignier.

Pero el francés siempre fue un científico muy poco claro y, además, polémico. En un mundillo que rehuye las polémicas, esa etiqueta impide darle un giro a una corriente ideológica. Para ello hace falta trabajar en Estados Unidos y formar parte de la burocracia científica y médica, unas características que convergen en autores como Anthony Fauci.

En 2007 Fauci emprendió, junto con David Morens, una interesante investigación sobre la epidemia de “gripe española” de 1918, cuyas conclusiones publicó en el Journal of Infectious Diseases (2). Es imposible resistirse a establecer un paralelismo con la pandemia actual.

La pandemia de gripe de hace un siglo, dijeron los autores, presentó una serie de “formas clínicas aparentemente nuevas y graves de la enfermedad” que a menudo resultaron mortales, incluido un tipo de “neumonía agresiva aguda” y un SDRA (síndrome de dificultad respiratoria aguda) con cianosis (falta de oxígeno en la sangre). Los positivos al coronavirus también han mostrado numerosos síntomas considerados “inusuales” (3) en los virus respiratorios clásicos, incluyendo signos de cianosis (4) y dificultades respiratorias parecidas al SDRA.

Hace cien años las tormentas de citoquinas (“una deletérea liberación excesiva de citoquinas proinflamatorias”) pueden haber contribuido a la mortalidad observada en adultos jóvenes, por lo demás sanos.

Las citoquinas son proteínas que señalan a las células que juegan un papel importante en la respuesta inmunológica pero que, en ciertas circunstancias, pueden volverse perniciosas (5).

Algunos pacientes con enfermedades graves asociadas al coronavirus han mostrado signos de “hiperinflamación viral” o lo que en The Lancet algunos autores han calificado como “síndrome de tormenta de citoquinas” (6).

En 2007 Morens y Fauci ofrecieron pocas explicaciones sobre las tormentas de citoquinas, además de sugerir que podrían ser desencadenadas por “anfitriones no apreciados o variables ambientales”.

La respuesta de un individuo a un virus nuevo podría “depender del historial de exposiciones anteriores”, decían Morens y Fauci, aunque ellos no consideraron a las vacunas como formas de “exposición previa”.

Sin embargo, un reciente estudio del Pentágono de enero de este año (7) y otro del Hospital de Barbastro (8) indican que deberían haberlo hecho. Las personas vacunadas contra la gripe tienen más de probabilidades de desarrollar una infección por coronavirus, lo cual ya se sabía por estudios anteriores (9).

El riesgo de infecciones respiratorias virales -tanto de gripe como de no gripe- aumenta, pues, a causa de las vacunas contra la gripe, lo que explica la incidencia de la pandemia actual entre los ancianos, rutinariamente sometidos a vacunas contra la gripe y el neumococo.

Al año siguiente, Fauci y Morens, junto con Jeffery K. Taubenberger, publicaron un análisis más exhaustivo de la pandemia de “gripe española” (9), en el que examinaron los restos “post mortem” aún disponibles y las series de autopsias publicadas. Aunque su análisis descartó las causas de muerte no pulmonares, los tres autores concluyeron que fue la infección por el virus de la gripe “en combinación con la infección bacteriana” la que dio lugar a la mayoría de las muertes.

En su artículo los autores describieron los cofactores que podrían ”cambiar el perfil de morbilidad y mortalidad durante una futura pandemia”, entre ellos “el creciente número de personas que viven en centros de atención y el número de personas que están inmunosuprimidas o sufren de enfermedades cardíacas, renales y/o diabetes mellitus”. Por lo tanto, concluyeron, “la planificación de la pandemia debe ir más allá de una única causa viral”.

Según los autores, la alta mortalidad de 1918 no fue, pues, consecuencia de la acción de un virus por sí solo, sino de una interacción viral-bacteriana “poco comprendida”, es decir, en combinación con una neumonía. Sin ella, “la mayoría de los fallecidos se hubiese recuperado”.

Hoy son bastantes los investigadores que llaman la atención sobre las coinfecciones de coronavirus, señalando que muchos de los que mueren parecen tener infecciones bacterianas o incluso hongos secundarios.

En el estudio de 2008 encontraron bacterias (neumococos o estreptococos) en 164 de 167 muestras de tejido pulmonar que se sometieron a autopsia, lo que representa el 98,2 por ciento.

Es un panorama bastante más complejo que el de una pandemia, y se complicaría aún más si se hicieran autopsias a los que murieron en Europa. En tal caso es posible que hablaran de varias y no de una única pandemia. Lo mismo ocurrirá cuando dentro de un siglo la arqueología médica pueda analizar los restos -si queda alguno- de los que hoy han fallecido con los fantasmales “síntomas compatibles” con el coronavirus. Bajo el polvo encontrarán cosas muy distintas a las que esperan.

(1)
A.D.Langmuir, William Farr: founder of modern concepts of surveillance, International Journal of Epidemiology, Vol. 5, No. 1, pgs.13-18
(2) https://academic.oup.com/jid/article/195/7/1018/800918
(3) https://time.com/5837591/unusual-symptoms-of-coronavirus/
(4) https://www.businessinsider.com/covid-19-symptoms-cdc-list-2020-4
(5) https://www.forbes.com/sites/claryestes/2020/04/16/what-is-the-cytokine-storm-and-why-is-it-so-deadly-for-covid-19-patients/
(6) https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(20)30628-0/fulltext
(7) https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0264410X19313647?via%3Dihub
(8) https://elarconte.com/wp-content/uploads/2020/06/POSIBLE-CAUSA-PANDEMIA-POLISORBATO-VACUNA-GRIPE-actualizado_18-06-2020.pdf
(9) https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0264410X18303153?via%3Dihub
(10) https://academic.oup.com/jid/article/198/7/962/2192118

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