Carta a los sobrecogedores

Bianchi

Me gustaría ofrecer auxilio espiritual, que no acomodo material pues que este va de suyo y es consustancial a la condición de manilargo y varilarguero sobrecogedor dizque sus dineros son fundados, probos y sudados, no sucios ni en entredicho.

Acudo, pues, súbito, en socorro de quien tal vez, por escrúpulo o remilgo, se sienta cohibido, cariacontecido y reconcomido, cual católico preconciliar, por ver que su fortuna crece y se enriquece como maná celestial y le atosigan y se autolacera por mala conciencia con citas impertinentes amén de intempestivas de cariz bíblico-neotestamentario tales como: «¡Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestra consolación!» (Lc.6.24). O la clásica y demoledora que dice: «Es más fácil que un camello entre en el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos» (Mt.19.24). ¿Cómo compaginar la fe con estas «sobrecogedoras» sinecuras sobrevenidas en diferido?

Vayan otras citas bíblicas para serenar almas atormentadas por hormigueos de conciencia (cuando veas un pobre, no te hurgues la conciencia como quien se hurga la nariz, nos reconfortaba el otro día El Roto a los bienhechores de la humanidad toda). Nuestro Señor Jesucristo no fustiga a los ricos por el hecho de serlo: lo que condena es el mal uso de las riquezas. Los ricos pueden ser discípulos del Señor. A los ricos Epulones no los aleja de sí (la expulsión de los mercaderes del Templo fue un mal día de quien no entendía la economía mercantil o economía de bazar de aquella época, y la actual a juzgar por los zocos árabes y mercados persas), sino que, decimos, les advierte del peligro de la abundancia de bienes y les aconseja: «Granjeaos amigos con las riquezas» (Lucas, 16.9). Este es el sentir cristiano, como atestigua el tarsiota Pablo en su carta a Timoteo: «A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas, sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquemos el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y con liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera».

No caigamos, pues, en el error de condenar a los ricos por el hecho de serlo. Hay hombres con pingüe hacienda que son buenos: trabajan y no se dedican a la buena vida; crean riqueza y empleo y viven limpiamente; son esposos fieles y padres abnegados. No continúo por celo de abrumar al lector.

Buenas tardes.

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