Al-Qaeda agarra la sartén por el mango en Libia

Juan Manuel Olarieta

Tras la intervención imperialista y el asesinato de Gadafi en 2011, decir que en Libia se impuso el caos es una redundancia que, por lo demás, no dice nada: ¿qué es el caos? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que cuando emerge, cualquier remedio es mejor. Por lo tanto se puede decir que el caos es aquello que hace bueno a quien venga después, a quien acabe con él. Pues en Libia eso es Abdelhakim Belhadj, al que los imperialistas pusieron de comandante militar de Trípoli durante la agresión.

Belhadj no es el caos, como habíamos creído, sino quien va a acabar con el caos. Además, es el cabecilla del partido Al-Watan (La Nación) a través del cual dirige la coalición Fajr Libya (Amanecer de Libia), compuesta por las milicias fundamentalistas de Misrata y Trípoli que en agosto acabaron con los grupos armados en Zintan, una ciudad situada a unos 160 kilómetros al sur de Trípoli que es clave para el control del aeropuerto.

Esta victoria militar ha puesto a Belhadj en el centro del tablero de ajedrez. Ya sabeis: el poder nace de la punta del fusil, o algo así decía Mao. Tras su hazaña ha saltado de los tiroteos callejeros al universo de la alta diplomacia. Ha viajado a Argel y París y también se ha entrevistado con el enviado especial de la ONU, Bernardino León.

En plena guerra civil la agencia rusa de noticias Ria Novosti ya denunció que la continua aparición de Belhadj en el canal de televisión Al-Jasira (que pertenece a Qatar, uno de los países implicados en el ataque a Libia junto con Estados Unidos, Francia, Inglaterra) presagiaba su papel clave en la Libia del mañana (*).

Acertaron de pleno. A finales de setiembre de este año Belhadj se entrevistó en Pretoria, Sudáfrica, con Jacob Zuma, que preside el comité de la Unión Africana creado especialmente para tratar la crisis de Libia, confirmándole que si bien había roto sus vínculos con Qatar por atizar la guerra civil en el país, los mantenía con el primer ministro turco Erdogán.

Además de furibundo antiislamista, Zuma siempre fue un valedor de Gadafi. Pero Belhadj le dijo lo que quería escuchar: le habló de reconciliación nacional, de incluir en ella a todos los libios sin distinciones, de perdonar a sus enemigos y, sobre todo, de poner fin al caos.

No hay nada como escuchar lo que uno quiere oir y Zuma salió de la reunión diciendo a los periodistas que Belhadj no era nada de lo que todos creíamos, sino que tenía talla de Jefe de Estado.

¿Qué es lo que hasta entonces creíamos de Belhadj? Pues que era uno de tantos terroristas de manual incubados por la CIA en las montañas de Afganistán, donde combatió a los infieles soviéticos al lado de los talibanes y de Al-Qaeda.

Precisamente por su pertenencia a Al-Qaeda, Francia siempre le denegó el visado de entrada, hasta que, por fin, las cosas se han aclarado: en Libia es posible que los terroristas de antes sean los gobernantes de ahora, así que hace unos pocos meses París invitó al viejo terrorista para ser entrevistado por una cadena de televisión y pronunciar una conferencia que, dicho sea de paso, fue reventada por los partidarios de Gadafi.

En 1992, después de que los talibanes masacraran Kabul, Belhadj se trasladó a Libia para hacer contra Gadafi lo que la CIA le había enseñado. Creó el Grupo de Lucha Islámica para combatir al gobierno, al servicio de los mismos, o sea, del imperialismo. Las Fuerzas Especiales de Estados Unidos entrenaron en secreto durante dos meses a sus milicianos, que lograron capturar Trípoli después de sangrientos combates.

Siempre creimos que Belhadj es uno de tantos peones, carne de cañón, una sospecha que se confirmó cuando las tornas cambiaron tras la voladura de las Torres Gemelas en 2001, momento en el cual Gadafi se arrodilló ante los imperialistas y, a cambio, estos pusieron al Grupo de Lucha Islámica en su listado de organizaciones terroristas, lo cual dejaba las cosas bien claras: eran ellos, los imperialistas, quienes habían estado entrenando a los terroristas. Toda una confesión de culpabilidad.

La carne de cañón, como Belhadj, es la mejor para hacer picadillo y los imperalistas lo aprovechan para cocinar sus guisos: tras el 11-S le sirvieron en bandeja a Gadafi al que hasta entonces había sido un fiel y devoto peón. En 2004 Belhadj fue detenido en el aeropuerto de Kuala Lumpur, Malasia, desde donde fue trasladado a Bangkok, Tailandia, donde estuvo retenido en una prisión secreta que tenía la CIA en el mismo aeropuerto.

Los imperialistas aún cometieron contra él una traición más repugnante, la tercera, cuando le entregaron atado de pies y manos en Libia. Se lo sirvieron en bandeja a Gadafi y permaneció siete años en la cárcel de Abu Salim, hasta que en 2010 fue amnistiado a cambio de renunciar al terrorismo.

En la cárcel de Abu Salim Belhadj fue interrogado por la policía española, que le acusa de ser el instigador del atentado contra los trenes de Atocha el 11 de marzo de 2004. Días antes de las voladuras “El Tunecino”, cabecilla de la célula del 11-M le llamó por teléfono. A su vez Belhadj también llamó a España dos meses antes del atentado. Su interlocutor fue Mohd Othman, un jordano que era socio de “El Tunecino”.

Quizá sea ahora el mejor momento para que la Audiencia Nacional emita una orden internacional de busca y captura. ¿O también le van a dar un visado, como Francia, para que venga aquí a pronunciar una conferencia al más alto nivel?

(*) Ex-líder de un grupo islamista fanático fundamentalista a la cabeza de los ‘rebeldes’ libios, 28 de agosto de 2011, http://www.voltairenet.org/article171236.html

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