África, un modelo para no seguir

Darío Herchhoren

Cuando se habla de África, inmediatamente nos viene a la mente el atraso, la esclavitud, las violaciones de todo tipo, no solo físicas, las fronteras artificiales que no se corresponden con los pueblos que habitan en ellas…

Los países de Europa occidental comenzaron la colonización del continente africano en el siglo XV, a raíz de los intentos de llegar al Lejano Oriente. Los portugueses, y los españoles comenzaron así una carrera para hacerse con territorios y bienes sobre todo en las costas para la apertura de puertos que sirvieran de aprovisionamiento y reparación de naves.

Pero fueron los portugueses, y más tarde los españoles a los cuales siguieron los ingleses, franceses y holandeses los que comenzaron el comercio de esclavos. Al respecto de este comercio y en honor a la verdad debo decir que el mismo contó con la inestimable participación de reyezuelos africanos que vendían a sus hermanos a los traficantes de esclavos, con lo cual este infame tráfico no solo debe ser achacado a los europeos, sino que hay africanos en la cadena de responsables.

Los europeos y especialmente los negreros, o comerciantes de esclavos, trasladaban encadenados a cientos de miles de prisioneros a las plantaciones de América de caña de azúcar en Haití, en Martinica y en las Guayanas, a las grandes superficies de algodón en América del Norte, y a las «fazendas» brasileñas donde el látigo de los capataces blancos marcaba el ritmo agotador de jornadas de trabajo de hasta 14 horas diarias.

Pero eso no importaba, ya que si el esclavo moría, siempre había otro esclavo para reemplazarlo.

Pero esta colonización que podemos llamar periférica se limitaba a las costas, y no se internaba dentro del continente africano. La verdadera colonización africana comienza a fines del siglo XVIII y culmina en su barbarie en el siglo XIX.

Quedaba por ocupar el inmenso «hinterland» africano, que comienza con las célebres expediciones de Stanley y Livingstone, que se apoderan del Congo, actual Zaire, que pasa a ser una propiedad particular del cruel rey Leopoldo de Bélgica, el cual aplica correctivos a aquellos africanos que se rebelaban contra su nuevo «amo» consistente en cortar la mano derecha y el pie izquierdo, a los «rebeldes».

Es así, como cientos de miles de africanos quedan cojos o mancos, y que no pueden desempeñar ninguna actividad que les permita ganar algún dinero para poder vivir. Pero el maltrato no era patrimonio de Leopoldo. Los colonialistas franceses e ingleses no iban muy lejos de Leopoldo. En Senegal, los franceses cometieron crímenes similares, y los ingleses y holandeses en Namibia y Sudáfrica.

Pero es en realidad a partir de la conferencia de Berlín de 1885, donde las potencias europeas se reparten el África cuando podemos hablar de una explotación intensa, «científica», cruel y siempre violenta sobre los africanos. El continente africano es transculturado, se les cambian los dioses, se les imponen religiones extrañas, se viola a sus mujeres, se esclaviza a los hombres y a los niños, y se les mantiene en la más absoluta ignorancia privándoles de toda instrucción.

Son algunas iglesias las que con su concepción redentorista comienzan a enseñar las primeras letras a los africanos, y con ello abren algunas oportunidades de progreso a los nativos, que comienzan a demandar escuelas secundarias, que se abren pero para muy pocos.

Todo imperio colonial, necesita crear en el ámbito de la colonia una clase gerencial, que le sirva para administrar la colonia, y le provea de funcionarios serviles. Se crea así una clase cipaya, que a pesar de su color de piel, sirve a la administración colonial como empleados, policías, militares de baja graduación (como mucho suboficiales que no pasan del grado de sargento).

Las dos guerras mundiales sirvieron para ver, como soldados africanos sirven en los ejércitos de las metrópolis como soldados o suboficiales de baja graduación, y en general de carne de cañón para mayor gloria de los militares europeos.

Pero precisamente por la debilidad de las metrópolis a raíz de la guerra, comienzan a gestarse entre los africanos de las colonias europeas las ansias de libertad, y surgen en esas colonias líderes que encabezan movimientos de liberación, que culminan con la ansiada independencia. Así en Ghana surge Kwame Nkruma, Jomo Kenyata en Kenia, Agostinho Neto en Angola, Samora Machel en Mozambique, Amilcar Cabral en Guinea Bissau, Patricio Lumumba en el congo belga, Thomas Sánkara en Burkina Fasso.

Se inicia un largo proceso de descolonización que en algunos casos se produce mediante una larga guerra de liberación como es el caso de las antiguas colonias portuguesas, en otros casos como en el Congo Belga en forma más «política», aunque termina en un largo proceso que aún no ha terminado, y que ha acabado con la vida de millones de congoleños y el saqueo de las riquezas minerales.

Se da una situación particular en Sudáfrica donde la minoría blanca declara la independencia marginando a la inmensa mayoría de la población nativa negra y ello implica dar comienzo a una cruel guerra civil de liberación que culmina con la libertad de Nelson Mandela y su elección como presidente de la República Sudafricana.

Muchos de los líderes que hemos mencionado por sus nombres han muerto, algunos de muerte violenta como Lumumba, Sánkara, Cabral o Julius Nyerere de Zimbabue. Otros han sido destituidos, como Nkruma y algunos han fallecido de muerte natural como Agostinho Neto, Samora Machel o Mandela, pero el continente africano está sufriendo un proceso de recolonización por parte de potencias como Francia o los EEUU.

A eso hay que añadir una intensa corrupción por parte de las élites africanas gobernantes que han sustituido los ideales de socialismo y liberación nacional por el enriquecimiento sin límites de sus camarillas, y la consiguiente miseria de sus pueblos. Esos dirigentes que forman la segunda generación africana, gozaron de la confianza de las masas, que veían en ellos a los continuadores de las luchas anticoloniales, pero, lo cierto es que muchos de ellos, han traicionado a sus pueblos, y se dedican a día de hoy a robar el patrimonio de sus paisanos. Se han constituido en una nueva clase explotadora. Para muestra basta un ejemplo que no resisto en comentar: la mujer más rica de Portugal, es una africana de Angola, hija del presidente de ese país, de nombre Eduardo Dos Santos.

A los africanos les queda un largo camino por recorrer hacia su liberación. Primero se sacudieron el yugo colonial, y ahora deberán sacudirse el yugo de su propia burguesía nacional.

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