Economía Política de un capitalismo podrido: el fútbol como mercancía especulativa

Hace ya mucho tiempo que el fútbol no es un deporte; ni siquiera es un negocio, ni una industria, sino un mercado especulativo, financiero, parecido a la bolsa o los casinos.

Dado que España es el país de cabecera del fútbol, el único sector económico de punta que tenemos, merece la pena dedicarle alguna reflexión.

Cuando el fútbol dejó de ser un deporte, dejó de haber clubes, que se reconvirtieron en sociedades anónimas mercantiles. Pasó a depender de las televisiones y, por lo tanto, del mercado audiovisual, es decir, de la publicidad, que lo invadió todo, empezando por las camisetas, asociadas desde entonces a marcas comerciales.

Entonces el fútbol pasó a ser un negocio, normalmente dedicado a blanquear dinero negro. Los empresarios del ladrillo desembarcaron en los clubes de fútbol: Jesús Gil y Gil, Lopera, Lorenzo Sanz…

Si hoy el fúbol siguiera siendo un negocio, habría inversiones, como en cualquier otro. Pero en el fútbol lo que hay son apuestas. No se trata, sin embargo, de que los apostantes se jueguen su dinero en cada partido, sino de que apuestan sobre el fútbol como mercancía.

No sólo los clubes están en manos de fondos de inversión, sino también los futbolistas. Son los chaperos. El Real Madrid y Cristiano Ronaldo son la mercancía del fondo Exness e Iniesta es la de UFX. En la jerga, a estos futbolistas que son la mercancía de los especuladores, se les llama TPO (Third-Party Ownership, propiedad de terceros). No juegan para ningún club sino para una empresa financiera.

Como en cualquier club de alterne o garito de prostitución, donde hay un fondo de inversión hay un intermediario, un “gancho” (broker) que los capta, sobre todo si uno es un minorista ingenuo.

En términos de Economía Política, la especulación futbolística es de las calificadas como “alto riesgo”, que se caracteriza también por la alta rentabilidad y el corto plazo. Es dinero rápido o, en otras palabras, si no espabilas los listillos te lo quitan de las manos antes de que te des cuenta.

La mayor parte de los intermediarios tienen su sede en paraísos fiscales dentro de la Unión Europea, como Chipre, que es tanto como decir que son capitales rusos.

No es necesario insistir en lo que rodea a este mundillo financiero, como la opacidad y el lavado de dinero negro. En los años ochenta los equipos y los organizadores de eventos, como los trofeos veraniegos, blanqueaban dinero negro inflando los ingresos de los partidos. Abrían las puertas de los recintos y dejaban entrar a gente sin entrada. Así parecía que se producía una gran recaudación por la cantidad de espectadores que se congregaban, pero en verdad el dinero lo aportaba la propia organización. En ese momento, el dinero pasaba de ser negro a blanco.

Cuando en 2015 la FIFA trató de regular el mercado, los primeros en oponerse fueron las Ligas de España y Portugal, que llevaron el caso ante la Comisión Europea con la excusa de que vulneraba las leyes de la libre competencia. El recurso no fue necesario; 13 meses después llegó la rectificación de la propia FIFA.

En un mundo muy sucio, como el del fútbol, hay que resaltar a los indómitos que nadan contra la corriente, como Bruno de Carvalho, Presidente del Sporting de Lisboa, que emprendió una batalla contra los fondos de inversión y no ha necesitado de ellos para llevar al equipo a jugar la Champions League.

“El fútbol no puede ser el santuario de todo el dinero sucio sólo porque necesita dinero”, afirmó el año pasado. “Mi lucha no es contra la opción de que los clubes recurran a entidades financieras, sino contra la llegada al mundo del fútbol de dinero que no se sabe de dónde viene, cuyos dueños no se sabe quiénes son, que tienen relación con paraísos fiscales, que pueden tener que ver con las apuestas ilegales, que pueden tener que ver con [el tráfico de] drogas”, alertó.

En efecto, el “crack” lo mismo denota a una estrella del fútbol que a un tipo de droga.

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