El circo en torno al viaje de Pelosi a Taiwán, y el evidente regocijo que emana del complejo militar-industrial que echa espuma por la boca, es una clara señal de que algo increíblemente imprudente y estúpido está por suceder.
En octubre de 2019, Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos desde 2021, declaró en una entrevista que su país necesitaba una amenaza clara para unir al mundo y desempeñar el papel de salvador de la humanidad, y que China podría ser ese catalizador.
En la entrevista reconoce que el problema era que la gente no iba a creer que China es una amenaza mundial, que su visión de China es demasiado positiva y que Estados Unidos necesitaría un “momento Pearl Harbor”, un evento para cambiar de opinión, algo que dijo, con mucha calma, que “asustaría muchísimo al pueblo estadounidense”.
Según Sullivan, el mismo hombre que pidió el intervencionismo militar libio y sirio, el excepcionalismo estadounidense necesitaba “rescatar” y “recuperar” la hegemonía mundial a través de relaciones públicas siempre agresivas y el condicionamiento social, etiquetando a cualquiera que señale esta hipocresía de como “amenaza a la seguridad nacional”.
Actores como Sullivan han demostrado que están dispuestos a hacer cualquier cosa para lograr ese “momento Pearl Harbor”, incluso si se requieren actos de terrorismo contra su propia gente para pintar a su “enemigo” como un monstruo a los ojos de sus ciudadanos.
Esto no es de ninguna manera una nueva estrategia. La Operación Gladio es un ejemplo perfecto de cómo la OTAN condujo una guerra secreta de décadas contra sus propios ciudadanos europeos y gobiernos electos bajo la apariencia del “terrorismo comunista”.
En 1962 el general Lyman L. Lemnitzer, jefe del Estado Mayor Conjunto, propuso la Operación Northwoods, que era una operación de bandera falsa propuesta contra ciudadanos estadounidenses, que requería que los agentes de la CIA organizaran y cometieran actos de terrorismo contra el ejército estadounidense y objetivos civiles. para posteriormente culpar al gobierno cubano y justificar así una guerra contra Cuba. El plan fue redactado específicamente por el general Lemnitzer y tiene una sorprendente similitud con la Operación Gladio de la OTAN.
Por ello, la afirmación de Jake Sullivan de que necesitamos un “momento Pearl Harbor” no es nada nuevo. En septiembre de 2000, nada menos que The Project for the New American Century, un laboratorio de ideas que dirigió el entonces vicepresidente Dick Cheney, publicó un informe titulado “Reconstruyendo las defensas de Estados Unidos: estrategia, fuerzas y recursos para un nuevo siglo”. En el informe está escrito:
“El proceso de transformación, incluso si trae un cambio revolucionario, es probable que sea largo, en ausencia de algún evento catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbor” (pág. 51).
E incluye este párrafo, desgarradoramente premonitorio: “Aunque puede tomar varias décadas para que se desarrolle el proceso de transformación, con el tiempo, el arte de la guerra en el aire, la tierra y el mar será muy diferente de lo que es hoy, y el combate probablemente tendrá lugar en una nueva dimensión: en el espacio, el ciberespacio y quizás el mundo de los microbios… formas avanzadas de guerra biológica que pueden “apuntar” a genotipos específicos pueden transformar la guerra biológica del reino del terror a una herramienta políticamente útil”.
11 de septiembre, antrax y… ¿covid-19? son aplicaciones prácticas de estas ideas que en los últimos años han recuperado fuerza. Por ello, cuando Jake Sullivan observa que no hay suficiente sentimiento antichino para reforzar una imagen de Estados Unidos como un “salvador de la humanidad” y que Estados Unidos necesita un “momento Pearl Harbor”, hay que tomárselo en serio.
De hecho, el avión de Pelosi podría ser derribado en su viaje completamente irrelevante e innecesario a Taiwán, y si lo es, no se sorprenda si son los propios estadounidenses los que están detrás, quienes han demostrado que están dispuestos a hacer cualquier cosa por eso, por ese “momento Pearl Harbor”.
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