Sobre los nuevos acuerdos ‘de paz’ firmados en Minsk

Los nuevos acuerdos “de paz” firmados en Minsk, la capital de Bielorrusia, han dado lugar a una ola de pesimismo en ciertos medios, decepcionados por lo que consideran poco menos que como un “abandono” por parte de Putin de los combatientes del Donbás, que sería el segundo tras los anteriores firmados en setiembre.

Los acuerdos también supondrían un balón de oxígeno al gobierno fascista de Kiev, cuando estaba a punto de demoronarse ante el avance de las milicias, que pueden perder en los despachos lo que han ganado en el campo de batalla a costa de tantos sufrimientos.

Francamente, ese punto de vista se cae por su propio peso porque nadie cree, ni siquiera quienes los critican, que dichos acuerdos, lo mismo que los firmados en setiembre, se cumplan. Entonces, ¿dónde está el problema?

El problema es que ese punto de vista pone de manifiesto un error de enfoque, propagado por los medios anglosajones o reactivo frente a ellos. No tienen en cuenta otras fuentes de información de otros países, que expresan el punto de vista de sus burguesías respectivas. Los árboles no dejan ver el bosque. Los medios anglosajones han puesto la guerra de Ucrania bajo el microscopio y descuidan los aspectos fundamentales de la misma, a saber, que no es otra cosa que un capítulo de la guerra imperialista en ciernes.

Los pesimistas no tienen en cuenta que la botella está medio llena: en las conversaciones de Minsk había un gran ausente, Estados Unidos, lo cual debería hacernos reflexionar, porque hay pocos asuntos mundiales en los que no se haya admitido la participación de Estados Unidos, sobre todo si Rusia está por medio.

En un debate en la cadena de televisión alemana ARD, el embajador de Estados Unidos Kornblum, general de la OTAN, por cierto, dijo en referencia a Ucrania: “Nada se puede solucionar sin la intervención de Estados Unidos”. Le responde el presidente del Parlamento Europeo, el alemán Schulz, de la siguiente manera: “Quiero insistir en el hecho de que Estados Unidos no son vecinos de Rusia y esta guerra no tiene lugar a las puertas de Estados Unidos. Quiero insistir en el hecho de que es un problema europeo y creo que Estados Unidos se debería mantener a una distancia respetuosa”.

En la guerra de Ucrania no se tiene en cuenta la política de bloques que está dibujando con bastante claridad. Lo mismo que la mayor parte de los países del antiguo Telón de Acero, Ucrania es una cuña entre Rusia y Alemania que ha introducido Estados Unidos. Pues bien, los acuerdos “de paz” han sacado a Estados Unidos de la resolución de la guerra, si quiera de una manera formal.

El tratamiento de esta guerra está, además, lleno de eufemismos típicamente periodísticos, tales como “conflicto” u “hostilidades”, que eluden mirar los hechos de cara. Sin embargo, la incorporación de Ucrania y demás países del este de Europa a la OTAN no sólo está dirigida directamente contra Rusia sino que es una amenaza inmediata de guerra nuclear. Cuando hablo de guerra imperialista me refiero, pues, a ella, y no a ninguna clase de eufemismos. No puede haber lugar a equívocos. Son los términos que se están imponiendo en Europa. El 11 de febrero Johannes Stern, de WSWS.org, escribió una reflexión sobre un artículo publicado en Der Spiegel el 8 de febrero con un título que no requiere de mayores explicaciones: “Crisis OTAN-Rusia: vuelve el espectro de la guerra nuclear”.

Por la propia naturaleza de esta guerra, quien se opone a la entrada de Ucrania en la OTAN no es sólo Rusia sino también los países de Europa occidental, empezando por Alemania. En diciembre el representante de Ucrania ante la Unión Europea se puso a chillar histérico por unas declaraciones del ministro alemán de Asuntos Exteriores, Stenmaier, contra la entrada de Ucrania en la OTAN: “¡Nadie puede impedir a Ucrania entrar en la OTAN!”, gritó, a lo que el alemán le respondió con absoluta flema: Sí, Ustedes pueden pedir la entrada, e incluso la Alianza les puede invitar a hacerlo, pero cada uno de los 27 países miembros tenemos un derecho de veto para impedirlo.

La balanza ha empezado a desnivelarse a favor de Rusia, no solamente en Francia (Hollande, la izquierda, Sarkozy, la derecha) sino en toda Europa. Sin ir más lejos, esta misma semana el omnipresente Stenmaier hablaba de imponer sanciones… ¡a Ucrania!, lo que volvió a sacar de quicio al gobierno de Kiev, que llamó al embajador alemán para pedirle explicaciones.

Los acuerdos de Minsk no son más que una tregua en la marcha inexorable hacia la guerra, de la que nadie quiere ni oir hablar, ni siquiera todas esas “vanguardias” de medio pelo que tanto abundan, a pesar de que en Estados Unidos todos y cada uno de los medios político-militares influyentes no hablan de otra cosa.

La marcha inexorable hacia la guerra nuclear se concreta en la petición de armas por parte del gobierno de Kiev y en las presiones de Washington para que se envíen, para lo cual el Pentágono les ha dado prepuesto: 3.000 millones de dólares. Los acuerdos “de paz» que ha firmado el gobierno de Kiev impiden -de momento, sobre el papel- que ese arsenal llegue hasta el suelo europeo.

¿Por qué? Por lo que en tiempos de la guerra fría se llamaba “el desfase” y que hace unos días Paul McAdams, del Ron Paul Institute volvió a recordar: si hay guerra se volverán a carbonizar ciudades como Bruselas, Munich o París, pero no Los Ángeles o Washington. Dudas de este calibre hicieron que en los sesenta Francia abandonara la OTAN y pusiera en marcha sus propios planes nucleares. En caso de guerra nuclear, ¿arriesgaría Estados Unidos una ciudad como Chicago para salvar a otra como Hamburgo? La experiencia de las dos guerras mundial del pasado siglo suscita preguntas de este tipo: si hay una guerra nuclear, ¿quién paga los platos rotos y quién cobra el arreglo?

Por todos los rincones del mundo Estados Unidos se ha lanzado en pos de la guerra porque su experiencia histórica no puede ser más favorable. Para ellos la guerra es otro negocio más. Debe su supremacía mundial a dos guerras, ganó ingentes cantidades de dinero con ellas y ninguna se desenvolvió sobre sus calles.

Ante las cámaras de la televisión alemana el 8 de febrero el embajador Kornblum volvió a repetir la monserga sobre la presencia del ejército ruso en los combates del Donbás. El 13 de febrero el secretario general de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, Lamberto Zannier, le desmentía. Pero lo mejor fue la respuesta del general Kujat, antiguo presidente del Comité Militar de la OTAN, en sus mismas narices: “Si las fuerzas regulares rusas participaran en esta guerra [la de Ucrania], el asunto se acabría en 48 horas [… Si] cometemos la estupidez de entrar en esta guerra, no seríamos capaces de ganarla, perderíamos y eso sería catastrófico”.

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