Sobre desobediencia civil

Henry David Thoreau

No está ahora mismo muy de actualidad, pero siempre es un tema recurrente que aparece (y desaparece) como el Guadiana, por lo que diremos dos palabras sobre un concepto que no vendría mal aplicarlo ante el machacamiento y machaconamiento sistemático del Sistema contra la población a cuenta del coronavirus y su puta madre.

La voz «desobediencia civil» se asocia al transcendentalista norteamericano decimonónico Henry David Thoreau (Massachussetts, 1817-1862).Thoreau, por el mero hecho de propugnar la desobediencia civil, ya nos cae -por lo menos, a gente de izquierdas- simpático. Pero ha transcurrido mucho tiempo y no en balde. Thoreau, como R.W.Emerson y, más atrás, Thomas Jefferson eran, antes de la Guerra de Secesión, fundamentalmente antiurbanos y enemigos de la ciudad como corpus, entramado y cañamazo tipo Boston, Nueva York y, sobre todo, Filadelfia.

Es comprensible su actitud en aquel contexto.Las crecientes ciudades del Este americano se llevaban las tortas de la intelectualidad norteamericana por los vicios que engendraban las ciudades…europeas. Unas urbes europeas (Liverpool, sobre todo) bullentes y bulliciosas en plena expansión y desarrollo gracias a un capitalismo comercial y premonopólico que, como contrapartida, generaba también parias y desheredados: vagabundos, putas, borrachos, rateros, lumpen… Esto es lo que -espíritus nobles como eran- les horrorizaba a Thoreau y demás. Pensaban que la ciudad norteamericana iba a reproducir los males y lacras que segregaba la muy poco romántica ciudad europea. Pero ello sin llegar a criticar, porque no podía ser de otra forma, el capitalismo.

La principal obra de Thoreau, «Walden o la vida en los bosques», es una biblia de antiurbanismo pero también es una diatriba contra la vida de la aldea y de la granja. Los valores que se defienden son los del individuo aislado, que vive en la naturaleza y exento de toda atadura social. «¡Sencillez, sencillez, sencillez!», preconiza Thoreau. Quien anhelara irse a los bosques camino de Oregón -Thoreau- no sólo sentía antipatía hacia la ciudad sino hacia la misma civilización, sin que eso lo convirtiera, conviene precisar, en un socialista utópico (como los integrantes de la Brook Farm) pero tampoco en un añorante de la época feudal o un nativista feroz. Thoreau «pasaba» de todo y de todos. De ahí que Henry James (hijo) le describiera como un «personaje selvático».

Vale.

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