Separatistas y prorrusos (en Ucrania la baraja se ha roto dos veces)

Los medios de comunicación occidentales se refieren a la población de ciertas regiones de Ucrania como “separatistas” o “prorrusas”. Da la impresión de que no son ucranianos ni lo han sido nunca.

Sucede algo parecido cuando algunos defienden a Ucrania como nación, un derecho inalienable que, en ocasiones, tratan de extender a sus fronteras, tanto si se delimitaron en buena lid como si se dibujaron de manera gratuita.

No es tan frecuente afirmar que la población en Ucrania se reparte entre fascistas y antifascistas, un abismo político y social sin cuya delimitación no se explica lo que está ocurriendo. Todas las mistificaciones sobre la guerra se empeñan en ocultar esa separación.

En 2014 en Ucrania se produjo un Golpe de Estado que acabó con un gobierno libremente elegido por la población. Dicho golpe estuvo auspiciado por Estados Unidos, que puso a los fascistas ucranianos al frente del Estado y de sus instituciones.

Cuando en un país se produce un golpe de Estado, se rompe la baraja. La población queda con las manos libres. Ya no impera el deber de acatar las imposiciones del gobierno ni de ninguna institución pública, ya que todas ellas son ilegítimas.

Es lo que ocurrió entonces en Ucrania. Numerosas poblaciones se desvincularon del nuevo gobierno de Kiev y se alzaron en armas, iniciando una guerra civil, es decir, no una guerra con los “prorrusos”, que no existían, sino entre los mismos ucranianos.

La guerra pudo acabar con los Acuerdos de Minsk que, lo mismo que el golpe, se logró con la intervención de potencias extranjeras: Alemania, Francia y Rusia, que se constituyeron en garantes de su cumplimiento.

Para lograr los Acuerdos de paz, muchas localidades entregaron las armas y cedieron el poder al gobierno golpista. Otros firmaron pero no cedieron el poder ni entregaron las armas.

De manera voluntaria, Crimea decidió incorporarse a Rusia en un referéndum en el que tanto los ucranianos como los rusos y los tártaros, votaron favorablemente, lo mismo que habían votado en los dos referendums anteriores, incluido el que se celebró en la época soviética.

Además del gobierno golpista, los Acuerdos de Minsk fueron firmados por representantes de las dos regiones del Donbas. Por lo tanto, ambas partes se reconocieron mutuamente. El gobierno de Kiev, que era “de facto”, admitía la existencia de otros dos gobiernos igualmente “de facto”. Esos dos gobiernos regionales no eran separatistas: no trataban de crear Estados independientes sino que aceptaban la soberanía de Ucrania y sus fronteras.

Con la firma de los Acuerdos, el gobierno golpista de Kiev sólo trató de ganar tiempo, pero jamás tuvo intención de cumplirlos, y Alemania y Francia nunca le presionaron a ello. Sólo las dos Repúblicas del Donbas y Rusia defendieron dichos Acuerdos y, por lo tanto, sólo ellos defendieron la paz.

Entonces los medios de comunicación occidentales comenzarón a introducir la expresión “prorrusos” para referirse a las Repúblicas del Donbas. Lo mismo que Rusia, ellos también defendían la paz. Eran los únicos que lo hacían.

Al no cumplir los Acuerdos, el gobierno golpista reanudó la guerra civil, que adoptó la forma de una masacre implacable de la población de Lugansk y Donetsk que acabó con la vida de 15.000 personas. Es de lo más normal que las víctimas quieran separarse de sus verdugos.

El Donbas se convirtió en separatista porque la baraja se volvió a romper por segunda vez. Un gobierno golpista, como el de Kiev, no se conforma con llegar al poder por la fuerza sino que aspira a mantenerlo sin sentirse atado a ningún tipo de acuerdo, y mucho menos si es de paz.

En Kiev deberían sentirse satisfechos si no caen del poder por la misma vía por la que llegaron a él, o sea, por la guerra.

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