San Canuto y tiro porque me toca

Nicolás Bianchi
Luego hablan del marxismo como si de una «religión» se tratara, pero, desde luego, los marxistas no ponemos cirios a «San Marx» ni practicamos el «culto a la personalidad» a quienes lo dan todo por el pueblo, pero les rendimos honor eterno.
Bergoglio, el papa Francisco, acaba de santificar a dos papas no del siglo XIV o XV, que sería lo «normal», sino de ayer como quien dice. No esperan el paso de los siglos, cuando se sentían más seguros y poderosos, y se emplean a fondo -en tiempos de crisis- en hacer de un tonto dos tontos, que decía Alberti, y de la grey un rebaño de borregos. Si a esto se le añade una cobertura televisiva -y televisada- servil y genuflexa, miel sobre hojuelas.

A Bergoglio, papa gestero, con mohínes, que «rompe el protocolo» como quien rompe el velo del templo, y lo mismo acaricia -para pasmo atónito del cencerrismo que bala- a un niño -siempre utilizando a los niños indecentemente estos parásitos cuando se mueren a miles en África y callan como putas de Babilonia- que lava los pies a los menesterosos, un revolucionario, pues, oiga. Además, y esto es importante, se le está quedando cara de papa y andares de papa: inclinación ficticia y porque lo exige el guión de la testa unos pocos grados a proa y latitud sur (hacia adelante y hacia abajo mirándose los mocasines y/o sandalias del pescador) sacando leve chepa, que da veteranía y oficio, y andares lentos y pesados, como quien carga con una cruz camino del Gólgota. Un artista. Y la voz, no nos olvidemos de la voz que ha de ser cansina pero no asmática, queda -si se habla en italiano- y, aunque no es condición sine qua non, atiplada como pífano (como acaban hablando todos los curas desde el púlpito -si todavía existe, que no lo sé- tipo Blázquez, «un tal Blázquez», que decía el ayatolá Arzallus). Tengo para mí que hacen cursillos acelerados en algún sótano del Vaticano, que diría André Gide, para aprender los registros y el «know how» de un papa que se precie a la Stanislavski manera en el Actor`s Studio vaticano. Son artistas, repito. Y para más show, canonizan a dos colegas mientras viven dos papas. Y no hay un tercero porque no estamos en los tiempos de Aviñón y los cismas y cómo se liaban a ostias -nunca mejor dicho- entre ellos.

Es cierto que las causas de canonización estaban en marcha cuando Francisco -el Papa Paco- fue elegido (ya estuvo a punto de serlo cuando salió más votado Ratzinger en 2005). El proceso de canonización de Karol Wojtyla, alias Juan Pablo II, fue iniciado el 3 de mayo de 2005, apenas un mes después de su muerte, cuando las normas vaticanas indican que ello no debería hacerse sino tras haber transcurrido al menos cinco años del fallecimiento. Nada, ni caso, porque nomenos cierto es que, según el derecho eclesiástico, toda norma cesa ante la autoridad del Papa. Hitler siempre envidió la jerarquía católica. Y Goebbels cuando recordaba, embelesado, cómo una institución como la Iglesia Católica se puede mantener durante dos mil años en base a una trola.

Bergoglio, cuyo posicionamiento durante la dictadura en Argentina cuando era arzobispo y general (sic) de los jesuitas allí, no está nada clara (y si lo está, se tapa), es hombre ladino: nombra dos santos que son, dentro del gremio, contradictorios. Por una parte, Juan XXIII (Angelo Roncalli), el «Papa bueno» de pontificado breve (1958-1963) y promotor, en plena guerra fría, del Concilio Vaticano II y la política que se llamó «aggiornamiento» o modernización de las estructuras eclesiásticas en una especie de equidistancia entre las dos superpotencias que venía a se lo de siempre: una vela a dios y otra al diablo. La cosa estar en el machito.

Y, de otra parte, Juan Pablo II, polaco rabiosamente anticomunista, sin inyección contra esa rabia, actor de teatro de joven -dato sintomático-, papa viajero que acabó sus días protegiendo al sacerdote mejicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, pedófilo y contribuyente generoso a las arcas vaticanas. Si Roncalli fue el artífice, digamos, de la renovación conciliar, Wojtyla fue todo lo contrario y llamarle «conservador» es piropearle.

El destino de Maciel lo selló, curiosamente, Benedicto XVI. En 2004, un año antes de la muerte de Karol Wojtyla, Maciel fue honrado en el Vaticano con esa cara beatífica que ponen los «profesionales» de la cosa cuando saben que son protagonistas que les sacan por la tele. Ese mismo año, Ratzinger reabrió las investigaciones contra los Legionarios. En 2004, Josef Ratzinger, sin ser papa todavía, obligó a Marcial Maciel a dimitir y retirarse de la vida pública. Dos años después, ya como Benedicto XVI, lo suspendió ‘a divinis’ (pena canónica por la cual un sacerdote queda suspendido en el ejercicio de los oficios divinos, por ejemplo, decir misa). Las investigaciones reabiertas por Ratzinger demostraron que Maciel era un pederasta, tenía dos mujeres, tres hijos, se movía con varias identidades diferentes y manejaba fondos millonarios. ¿Y cómo es que un ultraconservador como Ratzinger, excapo del Santo Oficio, le tiene paquete a un correligionario como Maciel (que anduvo en la Universidad de Comillas en los principios del franquismo)? Sucede que el «dossier» Maciel había sido bloqueado en 1999 por Juan Pablo II (Wojtyla; uno acaba medio loco entre tanto nombre real y sus apodos) y mantenido invisible por otra de las figuras más turbias de la curia romana, Angelo Sodano, exsecretario de Estado (Vaticano), porque el Vaticano es un Estado signado, por cierto, por Mussolini en 1929 en el Tratado de Letrán (en una antiquísima iglesia lateranense romana donde hay más iglesias que conventos en Orihuela o palmeras en Elche). Sodano y Ratzinger se llevaban a matar (a veces en sentido literal) y este, ya papa, le dio una patada en el tafanario de Maciel: intrigas vaticanescas de las que esto que se cuenta no es más que una anécdota o punta del iceberg.

Acabaremos lo que ya va siendo largo diciendo que en 2011, cincuenta destacados teólogos de Alemania -se supone que católicos- firmaron una carta contra la beatificación de Juan Pablo II por no haber respaldado al arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado en marzo de 1980 por un comando paramilitar de extrema derecha mientras decía misa. Juan Pablo II fue electo -en cónclave, no por sus fieles, en lo que es una oligarquía perfecta- en 1978. Al año siguiente, monseñor Romero le entregó un informe sobre la espantosa violación de los derechos humanos en El Salvador. El papa lo ignoró. Y, más tarde, apostrofó a la Teología de la Liberación latinoamericana. Y es que ya lo decía el arzobispo brasileño Hélder Cámara: «cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista».

Por cierto, para milagros, los que hacen los parados para comer diariamente. Y es que no entienden nada de lo que es la economía.

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