Réquiem por la muerte de un criminal de guerra: el general Colin Powell

Hace unos días murió Colin Powell, el secretario de Estado que en 2003 engañó al mundo entero con las armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein. Powell, general del ejército, falleció como consecuencia de las vacunas contra el coronavirus que le fueron administradas una semanas antes.

Era un conocido criminal de guerra que inició su ascenso militar en la Guerra de Vietnam en 1963 con el grado de capitán. Lo mismo que hoy en Siria, entonces el ejército estadounidense no estaba en Vietnam de manera oficial, así que Powell fingía ser asesor del ejército sudvietnamita.

El destacamento que capitaneaba Powell quemó las aldeas del valle de A Shau en una política conocida de “tierra quemada”. Algunos asesores estadounidenses calificaron de brutal y contraproducente esta estrategia aplicada en Vietnam, mientras que Powell la defendió, incluso en las memorias que publicó en 1995: “Mi viaje por América”.

Powell regresó a Vietnam en 1968 con el grado de comandante de Estado Mayor adscrito a la División Americal. Esta vez la ocupación militar estdounidensee ya era oficial, sin tapujos. La División Americal es la 23 de Infantería, conocida por la masacre de My Lai, en la que fueron torturados, violados y asesinados 500 civiles vetnamitas.

A finales de 1968 Powell fue ascendido al cargo de G3, es decir, jefe de operaciones de la división, saltando por encima de otro oficiales que tenían preferencia.

Un joven especialista de cuarta clase, Tom Glen, que servía en un pelotón de morteros, le escribió una carta al general Creighton Abrams, comandante de las fuerzas estadounidenses en Vietnam. Acusó a la División Americal de brutalidad sistemática hacia los civiles. La carta cayó encima de la mesa de Powell (1).

“La actitud del soldado medio hacia el pueblo vietnamita y el trato que recibe es, con demasiada frecuencia, una negación total de todo lo que nuestro país intenta conseguir en el campo de las relaciones humanas”, escribió Glen. “Lejos de contentarse con referirse a los vietnamitas como ‘sucios amarillos’ o ‘descuidados’ tanto en los hechos como en los pensamientos, demasiados soldados estadounidenses parecen ignorar su propia humanidad; y con esta actitud infligen humillaciones, tanto psicológicas como físicas, a los ciudadanos vietnamitas que sólo pueden tener un efecto debilitador en los esfuerzos por unir al pueblo en la lealtad al gobierno de Saigón, especialmente cuando tales actos se llevan a cabo a nivel de unidad y adquieren así la apariencia de una política aprobada”.

Los vietnamitas huían de los estadounidenses, relataba Glen, que “por gusto, disparan indiscriminadamente a los hogares vietnamitas y, sin provocación ni causa, disparan a la propia gente”. Los sospechosos de ser del Vietcong eran tratados con crueldad gratuita. “Llevados por emociones exacerbadas que delatan un odio repugnante, y armados con un vocabulario consistente en ‘Tú, vietcong’, los soldados ‘interrogan’ rutinariamente por medio de la tortura, que fue presentada como un hábito particular del enemigo. Las palizas violentas y la tortura con la punta de un cuchillo son formas habituales de interrogar a los prisioneros o de convencer a un sospechoso de que es, efectivamente, un vietcong”.

“Sería realmente terrible tener que creer que un soldado estadounidense que alberga tal intolerancia racial y desprecio por la justicia y los sentimientos humanos es un prototipo de todo el carácter nacional estadounidense; sin embargo, la presencia de tales soldados da credibilidad a tales creencias… Lo que se ha descrito aquí lo he visto no sólo en mi propia unidad, sino en otras con las que hemos trabajado, y me temo que esto es general. Si este es realmente el caso, es un problema que no puede pasarse por alto, pero que quizás pueda erradicarse con una aplicación más firme de los códigos del MACV (Mando de Asistencia Militar de Vietnam) y de los Convenios de Ginebra”.

La denuncia de Glen no era nueva. Otros militares también protestaron contra el trato que recibían los civiles como enemigos. La masacre de My Lai fue sólo una parte del comportamiento violento que se había convertido en rutina en la División Americal.

Powell se encargó de guardar la denuncia de Glen un el cajón, sin abrir ninguna investigación. El 13 de diciembre de 1968 redactó una respuesta. No reconoció que hubiera habido ningún tipo de delito. Afirmó que a los soldados estadounidenses en Vietnam se les había enseñado a tratar a los vietnamitas con cortesía y respeto. Las tropas americanas también habían recibido un curso de una hora sobre cómo tratar a los prisioneros de guerra según las Convenciones de Ginebra, señalaba Powell. “Puede haber casos aislados de maltrato a civiles y prisioneros de guerra”, escribió. Pero “eso no refleja en absoluto la actitud general de la División”.

En la nota Powell criticaba a Glen por no haberse quejado antes y haber sido más específico en su carta. Como buen lacayo, escrbió exactamente de lo que sus superiores querían leer. “En refutación directa de la imagen” que mostraba Glen, decía Powell, “está el hecho de que las relaciones entre los soldados estadounidenses y el pueblo vietnamita son excelentes”.

Fue necesario que un soldado de infantería, Ron Ridenhour, destapara la matanza de My Lai para reconstruir la verdad sobre las atrocidades cometidas por el ejército estadounidense en Vietnam. De vuelta a Estados Unidos, Ridenhour entrevistó a los colegas que habían participado en la masacre y redactó un informe, que remitió al Inspector General del Ejército.

Fue entonces cuando se celebraron los consejos de guerra contra los oficiales y soldados implicados en la matanza. Pero Powell había cumplido con su papel encubridor, lo que propició su ascenso en el escalafón militar. Powell siempre alegó que desconocía la masacre de My Lai porque fue anterior a su llegada a la División Americal.

En cuanto a La carta de Glen, desapareció de los archivos, aunque fue desenterrada unos años después por los periodistas británicos Michael Bilton y Kevin Sims para su libro “Four Hours in My Lai”.

En sus memorias, Powell no menciona que tapó la denuncia de Glen, e incluso incluye una justificación de la brutalidad de las tropas estadounidense contra la población. En un pasaje escalofriante, describe la práctica habitual de asesinar a civiles vietnamitas desarmados:

“Recuerdo una expresión que utilizábamos en el campo […] Si un helicóptero veía a un campesino en pijama negro que parecía un poco sospechoso, un posible MAM (2), el piloto giraba y disparaba delante de él. Si se movía, su movimiento se consideraba una prueba de intención hostil, y el siguiente asalto no era frente a él, sino sobre él. ¿Brutal? Tal vez sí. Pero un competente comandante de batallón con el que había servido en Gelnhausen [Alemania Occidental], el teniente coronel Walter Pritchard, fue asesinado por un francotirador enemigo mientras observaba a los MAM (2) desde un helicóptero. Y Pritchard era sólo uno de los muchos. La naturaleza del combate, matar o morir, tiende a embotar la percepción del bien y el mal”.

Los “combates” a los que se refiere Powell consisten en acribillar a civiles desarmados o, en otras palabras, son crímenes de guerra.

(*) https://consortiumnews.com/2018/03/17/behind-colin-powells-legend-my-lai/
(**) MAM: jerga militar estadounidense para nombrar a los civiles adultos o en edad militar, que se asimilan a guerrilleros camuflados

Más información:
— La masacre de My Lai: símbolo de los crímenes imperalistas en Vietnam
— 50 años de la gran matanza de Estados Unidos en My Lai durante la Guerra de Vietnam
— My Lai

comentario

  1. Nosotros titularíamos la fotografía,
    sin ningún ánimo teratológico,
    mórbido o cínicamente mordaz,
    como «los derechos humanos tumbados por los suelos»
    …que es lo que los Hostis Humani Generis imperialistas
    acostumbran a llevar por el mundo en su constante
    y necrófila procesión de impunes genocidios
    a los que, un día,
    un día de luces prometéicas,
    cuándo triunfe el Principium Rationis Sufficientis,
    el principio de la razón suficiente,
    podamos montarle otro Nuremberg.

    “Vivimos en un orden mundial criminal y caníbal, dónde las pequeñas oligarquías del capital financiero deciden de forma legal quién va a morir de hambre y quién no. Por tanto, estos especuladores financieros deben ser juzgados y condenados, reeditando una especie de Tribunal de Núremberg”.

    Jean Ziegler,
    Vicepresidente de la Comisión
    de DERECHOS HUMANOS de la ONU,
    y exrelator especial de la ONU
    para el Derecho a la Alimentación.

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