Para responder a esa pregunta habría que empezar definiendo primero qué es la conciencia, porque no todos se refieren a ella de una manera precisa. Es un término que la burguesía emplea de una manera distorsionada, bien en un sentido idealista, o bien mecanicista. Por ejemplo, los estructuralistas definieron a la conciencia como “superestructura”, como si se tratara del tejado de una vivienda. Es un ejemplo de que no se arroja más luz sobre un concepto cambiándolo de nombre. Cuando nos referimos a la conciencia de clase podemos suponer que es la conciencia de una clase social, pero si hablamos de “superestructura”, ¿también nos referimos a la de una clase social?
Otras veces la interpretan de una manera subjetiva, como la conciencia “de los obreros” tomados de uno en uno, o la del “obrero medio”, de cualquiera de los que se pueden observar en el entorno social más inmediato. No obstante, la conciencia de clase no se puede equiparar a la conciencia “de los obreros” como si se tratase de un recuento individual o de una encuesta sociológica. No se trata de la conciencia de muchos, ni tampoco de la conciencia de unos pocos, como explicaron Marx y Engels: “No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aún el proletariado íntegro se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser” (1).
La conciencia es un argumento sobredimensionado en los debates que se entablan para tratar de explicar los acontecimientos sociales y políticos corrientes. La permanente invocación de la conciencia resulta especialmente extraña para el materialismo, que argumenta sobre la realidad en sí misma, es decir, mediante el análisis de las fuerzas objetivas que operan en su interior. El motor de la historia es la lucha de clases; no se puede explicar la historia “con arreglo a una pauta situada fuera de ella”, decían Marx y Engels (2). Si la conciencia es algo derivado que refleja una realidad exterior a ella misma, ¿por qué no explicar esa realidad recurriendo a ella misma, es decir, a datos y acontecimientos extraídos directamente de su seno?
Las referencias equívocas a la conciencia proceden originariamente del secular dominio de las religiones, un pozo del que muchos huyen hoy (o eso dicen al menos) pero en el que acaban cayendo. En las distintas religiones la conciencia es inmaterial, opuesta a la materia y al materialismo, y esa es la raíz de las concepciones erróneas sobre ella, su significado y su función social. Para una religión, ¿hay algo más importante que la conciencia?
En el materialismo histórico la conciencia reúne una serie de rasgos definitorios bastante precisos:
- La esencia de la conciencia es la reflexión: “La conciencia -escriben Marx y Engels- no es más que el espejo en el que se contempla la naturaleza misma” (3). Es la teoría del reflejo de la que luego hablaría Lenin, que se puede resumir diciendo que una realidad diferenciada, como una clase social, crea una conciencia diferenciada, como la conciencia de clase. Del mismo modo, una nación crea una conciencia nacional diferente a cualquier otra. Pero además el reflejo también cambia con el tiempo, por lo que cada época tiene una conciencia distinta. Ni en el tiempo, ni en el espacio, ni en la sociedad, se puede separar a la conciencia de la realidad que refleja. La historia se mueve por sí misma mientras que la conciencia no tiene una historia propia (4), es decir, independiente de la realidad que refleja, no cambia por sí misma sino que los cambios que experimenta, su desarrollo, se produce porque cambia el objeto que refleja.
-
En la conciencia la reflexión es un recorrido de ida y vuelta; no sólo “expresa” sino que “se expresa”, es decir, refleja una realidad exterior y, a la vez, se materializa en ella. Una cosa no se puede separar de la otra. Al considerarla como una superestructura, sólo aparece una parte de la conciencia, como mero producto o derivado. Pero, además de producto, la conciencia produce. La práctica es la manera en que la conciencia produce y se expresa:
“El defecto fundamental de todo materialismo anterior -incluyendo el de Feuerbach- es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de ‘contemplación’, pero no como ‘actividad sensorial humana’, como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal” (5).
Por lo tanto, la conciencia refleja el mundo objetivo así como la intervención sobre él de una nación, una clase social o una época. Esa intervención pone en evidencia a la conciencia, que no sólo se puede sino que se debe analizar en sus manifestaciones objetivas externas. Así, la Economía política es el reverso de la política económica. “Tal y como los individuos manifiestan su vida, así son”, escribe Marx (6). A un Estado no se le debe juzgar por los derechos que formalmente reconoce, sino por la vigencia práctica y cotidiana de los mismos. La manera en que una clase social o un país entero vivió un acontecimiento histórico también se puede analizar en sus expresiones artísticas, como el cine o la literatura.
- La conciencia es un reflejo social de la realidad (7), es decir, que refleja la acción colectiva de una clase social, de una nación o de una sociedad. El carácter social del reflejo lo determina el hecho de que en cada conciencia están las conciencias de los demás, la manera en que los demás reflejan la realidad. La conciencia individual se forma en interacción con las ajenas, especialmente con las más próximas. Por eso el lenguaje (que es esencialmente comunicación) es inseparable de la conciencia, porque permite la conservación, la transmisión y la acumulación de las experiencias de múltiples personas, tanto presentes como pasadas, de lo que Mao calificó como “experiencia indirecta“ (8). La conciencia se conserva y transfiere a lo largo de las generaciones, escribió Marx:
“Junto a las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, fruto de la supervivencia de tipos de producción antiquísimos y ya caducos, con todo su séquito de relaciones políticas y sociales ‘anacrónicas’. No sólo nos atormentan los vivos, sino también los muertos” (9).
La conciencia es, pues, esencialmente histórica. En ella están las conciencias pasadas, las “circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (10). Por ello, marcha con retardo respecto a los acontecimientos.
- La conciencia es de naturaleza social porque aúna lo objetivo y lo subjetivo, lo abstracto y lo concreto. Lo mismo que el alma se separa del cuerpo, en una sociedad en la que el trabajo manual se separa del intelectual, una parte muy reducida, e incluso individuos concretos dentro de ella, asumen la función de elaborar la conciencia que refleja la situación. El individuo juega un papel en la historia, como escribió Plejanov. Determinadas personas se desdoblan como personajes para representar a la conciencia. En el prólogo a “El Capital“ resaltó Marx esta diferencia: “Aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase” (11). Esos personajes se convierten en pensadores, “fabricantes de ideas” o “industriales de la filosofía” que, en definitiva, leen un guión: representan a su clase, a su país o a su época.
Con el desdoblamiento entre el trabajo manual y el intelectual, la conciencia se diversifica, de la misma manera que en una representación distintos actores interpretan de manera diferente el mismo guión. Aunque la conciencia sea siempre la misma, sus representaciones concretas cambian. Además, adquiere una mayor autonomía relativa, se aleja de la realidad y parece adquirir una vida propia. Entonces, en palabras de Lenin, la fantasía vuela, “apartándose de la vida” (12). Al alejarse cada vez más de la realidad, la conciencia se torna especulativa y comienza a moverse entre abstracciones. Por eso en el capitalismo actual “imperan ideas cada vez más abstractas” (13). Hay una sobreproducción intelectual cuyo interés científico es prácticamente nulo.
Cuando una sociedad se divide en clases, cada clase tiene sus propios intelectuales, que son los encargados de justificar o repudiar su condición en la sociedad en la que viven. Marx decía, por ejemplo, que los economistas eran los “representantes científicos” de la burguesía (14). Gramsci los llamaba “intelectuales orgánicos” porque son los ideólogos organizados de su clase social. Ellos representan los intereses de su clase, la personifican, son su “alma”. La historia está repleta de personajes que constituyen el componente subjetivo y concreto de la conciencia en un país y en una época determinada. Marx criticó a Hegel por separar el pensamiento del sujeto con oídos y ojos “que vive en la sociedad, en el mundo y en la naturaleza” (15). La ciencia comienza donde acaban las abstracciones y la especulación, dice Marx (16), en el “análisis concreto de cada situación histórica particular” (17). Para no incurrir en abstracciones a veces es importante personificar la conciencia en sus representantes políticos, literarios o económicos. No basta imputar a una clase determinadas medidas económicas, sino que se deben adscribir a un partido o incluso a un determinado ministro.
- La conciencia no es un reflejo fiel de la realidad. En ella se producen distorsiones entre las cosas como son y las cosas como aparecen en ella, entre “lo que alguien realmente es” y “lo que alguien dice ser“ (18). Cuando se toma la esencia por la apariencia, la conciencia se desdobla como ideología. En el “18 Brumario”, escribió Marx:
“Y así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las pretensiones de los partidos y su naturaleza real y sus intereses reales, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son” (19).
Si la forma en que los fenómenos se manifiestan y su esencia coincidiesen, dice Marx, la ciencia estaría de más (20). Pero no ocurre así. La ciencia investiga la esencia de los acontecimientos a través de sus apariencias, mientras que la ideología burguesa es una vulgaridad que se contenta con la superficialidad de los fenómenos.
Con la separación entre el trabajo manual y el intelectual, la conciencia se diversifica y adquiere una mayor autonomía relativa. El intelectual ya no sólo es que pueda no ser fiel intérprete de las necesidades de su clase, sino que puede traicionarla. Por eso no se puede confundir a la clase con sus representantes políticos y literarios (21). No sólo se pueden producir divergencias entre la clase y los ideólogos que la representan, sino que el desdoblamiento, dicen Marx y Engels, puede producir situaciones de “cierta hostilidad” (22).
La ideología, es decir, la apariencia más superficial, engaña incluso a sus propios protagonistas. Dado que el guión no aparece, el actor cree ser él mismo. El intelectual orgánico se cree libre; no es consciente de que se limita a interpretar un personaje. No es consciente de la función social que desempeña y el político profesional tampoco. La representatividad de un determinado personaje, su adscripción a un país, a una clase o a una época histórica no es manifiesta. Muchas veces algunos se lamentan porque se atribuyen arbitrariamente según ellos- una condición de clase a determinadas concepciones, que se califican como burguesas, por ejemplo, o feudales en su caso. Pero en eso consiste justamente la ciencia, que empieza cuando se rompen las apariencias. Su papel radica en descubrir al personaje que hay detrás de la persona, el papel que interpreta como representante de algo o de alguien que está fuera de él mismo.
Tanto la ciencia como la ideología, forman parte integrante de una única conciencia.
- En la conciencia se funden lo racional (formación, saber, conocimiento) con lo irracional. Como consecuencia del peso de la Ilustración burguesa, actualmente sólo se considera la parte racional, científica o teórica de la conciencia, despreciando los demás componentes. Es un error. Lo emocional, lo pasional, lo sentimental y lo inconsciente también forman parte de la conciencia. Tanto Spinoza, como Labriola, como Gramsci y Mariátegui destacaron la importancia de esos otros componentes, que desempeñan un papel fundamental y sin los cuales no se pueden comprender determinados fenómenos sociales. Así, la burguesía pretende “desmitificar” las proezas históricas del proletariado, como la Revolución de 1917, la guerra antifascista de 1936 en España y otras. De esa manera trata de minimizar su trascendencia. Para el proletariado se trata de remarcar su grandeza y de defender que no hay palabras suficientemente elocuentes para referirse a ellas. La propaganda comunista no puede ser fría y puramente racional; no se puede dirigir únicamente al intelecto sino al corazón de la clase obrera, a su universo emocional. Ahora bien, a diferencia del sentimentalismo burgués, que es impostado, la propaganda comunista debe ser siempre veraz y emotivo a la vez. No se puede componer sólo de comunicados, textos y ensayos sino que comprende todas las formas de expresión de la clase obrera, incluidas las artísticas tales como carteles, películas, música, literatura, etc.
-
La conciencia se forma con necesidades e intereses materiales: “La idea ha quedado en ridículo siempre que se ha querido separar del ‘interés’“ (23). La ideología burguesa ha impuesto, no obstante, la concepción contraria. Hace creer que una persona “con conciencia” actúa de forma desinteresada, mientras que califica como “materialista” a alguien que actúa motivado por intereses egoístas, que son siempre intereses materiales, a diferencia de los intereses espirituales, que son generosos y altruistas. Una persona es “muy consciente” cuando está entregada a causas que no son las suyas propias, es decir, cuando actúa de manera altruista en favor de los intereses de terceros o no obtiene ningún beneficio de su actividad.
Por el contrario, alguien es poco consciente cuando se comporta de manera egoísta, teniendo en cuenta sus propios intereses de manera exclusiva. Los intereses materiales se oponen a la conciencia, por lo que cuando se le califica a alguien de “materialista” es para decir que no tiene conciencia.
En su sentido plenamente científico, marxista-leninista, la conciencia no es ajena ni a las necesidades ni a los intereses que surgen de ellas. Por consiguiente, para conocer la conciencia de una clase social (y de quienes la componen) habrá que saber sus necesidades y sus intereses como tal clase, así como los factores que provocan su aparición. Pues bien, ni las necesidades ni los intereses nacen de la conciencia, sino todo lo contrario, de la economía. Buena parte de los primeros escritos de Marx tratan sobre la relación entre ambos, la conciencia (“inmaterial“) y los intereses (“materiales“).
A la intelectualidad pequeño burguesa eso le suena a economicismo grosero. Ellos pretenden ser sofisticados. Muestran su elevada conciencia con la filantropía, la caridad y la beneficencia. Les interesa la actuación desinteresada de su clase. Pero de las necesidades sólo se pueden desentender los que nada necesitan. No es el caso del proletariado, que lucha por satisfacer necesidades económicas perentorias. Su conciencia de clase responde a preguntas prosaicas del tipo: ¿qué es lo que el proletariado necesita en el momento actual?
- Por sí misma la conciencia es impotente. También aquí la ideología burguesa ha impuesto una concepción diferente según la cual las ideas se expanden por sí mismas (la verdad siempre resplandece sólo por el hecho de ser verdadera) y esa expansión, que es pedagógica, conduce a su realización al prender en las masas. Pero Marx y Engels sostuvieron lo contrario: “Las ideas no pueden conducir más allá de las ideas del antiguo estado de cosas. De hecho las ideas no pueden realizar nada. Para realizar las ideas se necesitan hombres que ponen en juego una fuerza práctica” (24). Sin embargo, a la intelectualidad burguesa le bastan las ideas por sí mismas, viven en medio de ellas, creando reducidos círculos de entendidos que se alimentan a sí mismos.
Pero el materialismo dialéctico no pretende otra interpretación del mundo, sino cambiarlo. Eso le diferencia de cualquier variedad de pensamiento burgués, que pretende justamente lo contrario. La conciencia de la clase obrera sólo puede ser revolucionaria y sólo es científica en la medida en que es revolucionaria. Para ello es necesario:
a) que la actuación práctica sea una actuación consciente. El marxismo transforma en consciente lo inconsciente, es decir, en ciencia. Es la conocida tesis de Lenin vuelta del revés: “Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario” (25). En el sentido marxista, una “teoría revolucionaria” no es equiparable a cualquier clase de “teoría“ sino a una experiencia elaborada y argumentada.
b) que se reúna con su clase social, es decir, que se vincule a las necesidades e intereses de su clase social. Dicho de otra forma, es necesario que los intelectuales orgánicos recorran el camino de vuelta, retornar a su origen, al papel social de intérpretes fieles de su clase. Para transformar el mundo el materialismo histórico ha prendido entre las masas de todo el mundo, se ha convertido es la única ciencia que no es el reducto de una minoría ilustrada.
c) la subjetividad, lo que Engels (26) y Lenin (27) calificaban como “partidismo”, es decir, una actitud, un posicionamiento y una “toma de partido” que sitúa a la clase social con relación a toda la sociedad (la parte con respecto al todo). Hoy esa clase social sólo puede ser el proletariado, sólo esta clase aporta un punto de vista científico. La propaganda comunista no sólo explica un acontecimiento sino que forma una convicción en torno a la cual se posiciona el proletariado.
Esto se resume en una única frase: la conciencia de clase no es nada distinto del partido comunista.
Notas:
(1) Marx y Engels, La sagrada familia, Madrid, 1981, pg.51.
(2) Marx y Engels, La ideología alemana, Montevideo, 1959, pg.41.
(3) Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.569.
(4) ídem, pgs.26 y 534.
(5) Marx, Tesis sobre Feuerbach, Obras Escogidas, tomo II, pg.426.
(6) Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.19.
(7) ídem, pg.31.
(8) Mao, Sobre la práctica, Obras Escogidas, tomo I, pg.323.
(9) Marx, El Capital, Prólogo a la primera edición, Obras Escogidas, tomo I, pg.468.
(10) Marx, 18 Brumario de Luis Bonaparte, Obras Escogidas, tomo I, pg.250.
(11) Marx, El Capital, Prólogo a la primera edición, cit., tomo I, pg.469.
(12) Lenin, Cuadernos filosóficos, Obras Completas, tomo 29, pg.336.
(13) Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.52.
(14) Marx, Miseria de la filosofía, Madrid, 1974, pg.194.
(15) Marx, Manuscritos, economía y filosofía, Madrid, 1968, pgs.185 y 205
(16) Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pg.27.
(17) Lenin, Sobre el folleto Junius, Obras Completas, tomo 30, pgs.5 y 13.
(18) Marx y Engels, La ideología alemana, cit., pgs.25 y 55.
(19) Marx, 18 Brumario, cit., tomo I, pg.276
(20) Marx, El Capital, tomo III, pg.757.
(21) Marx, 18 Brumario, cit., tomo I, pg.279
(22) Marx y Engels, La ideología alemana, cit., p.51.
(23) Marx y Engels, La sagrada familia, cit., pg.96
(24) ídem, pg.136.
(25) Lenin, ¿Qué hacer?, Obras Escogidas, tomo I, pg.134.
(26) Engels, Dialéctica de la naturaleza, Madrid, 1978, pg.28.
(27) Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, Obras Completas, tomo 18, pg.381.