Operación Ruiseñor: la absorción del periodismo mundial por la CIA

La Operación Ruiseñor (Operation Mockingbird en inglés) fue una extensa campaña secreta de la CIA con el objetivo de influir tendenciosamente en los medios de comunicación masivos de Estados Unidos y el exterior, cuyo inicio se dio alrededor de finales de los años cuarenta. El peculiar nombre de la operación es tomado de un ave con la especial capacidad de imitar los sonidos de otras aves para confundirlas; lo cual es muy diciente de los objetivos a conseguir por la Agencia. De tal manera, la CIA suplantaba por todo el orbe a un periodismo que se autodefinía independiente y veraz, por redes de propaganda y delación. Las mutaciones expansivas de aquella operación y el carácter letal añadido están hoy al orden del día, en estos tiempos confusamente turbulentos.

El origen de toda la Operación en cuanto a su sustento económico fue algunos fondos supuestamente dirigidos al programa de reconstrucción de Europa destruida luego de la Segunda Guerra Mundial, denominado Plan Marshall, en realidad direccionados a la Oficina de Coordinación Política (Office of Policy Coordination, OPC en inglés), precursora división de la recién fundada CIA. Las labores de espionaje y propaganda, fines últimos de la operación, surgen a la par de las acciones de guerra económica y subversión contra estados estimados como hostiles o dudosos, junto con el apoyo de todo tipo a fracciones armadas antinacionalistas de cualquier tendencia, en cualquier lugar.

Se espiaba y se actuaba influyendo propagandísticamente por medio de Ruiseñor contra todo aquel que se opusiera a los intereses considerados como estadounidenses o de aliados. Ello equivalía a insertar un sinnúmero de noticias de alguna forma pro-estadounidenses, reales o falsas (propaganda blanca o negra), con sus respectivos análisis tendenciosos encubiertos, a la vez de suprimir la presentación de informes contrarios a Estados Unidos, sus aliados y clientes; mientras el público creía inocentemente recibir información fidedigna y su respectiva valoración objetiva y contextualizada.

El famoso periodista Carl Bernstein en una investigación publicada en la revista Rolling Stone en 1977, revela alguna parte de este funcionamiento, cuando da a conocer el caso de uno de los más importantes periodistas controlados a través de la Operación Ruiseñor de la CIA, el republicano-conservador Joseph Alsop, cuyos artículos aparecen desde los años 50 al 70 en al menos 300 periódicos de Estados Unidos. No obstante, la lista de comunicadores en la nómina de la CIA es de más de cuatrocientos y los ejecutivos de empresas de comunicación en funciones análogas, legión. Como Alsop, muchos periodistas publican artículos que en la realidad son escritos directamente por la Agencia.

La operación se amplía a espacios inconfesables en su ejecución con la llegada a la dirección en la CIA del ominoso Allen W.Dulles en 1953, y alberga de facto buena parte del periodismo de aquel entonces. Su continuidad en medio de la Guerra Fría con la Unión Soviética, siempre está garantizada sea quien sea director de la Agencia hasta por lo menos los años setenta. La compenetración entre una entidad dedicada al espionaje y acciones encubiertas y los periodistas colusionados en Ruiseñor es tal, que frecuentemente la CIA les paga a manera de trueque por sus servicios, con información clasificada u otra que llega a su conocimiento. Al remunerar así a periodistas con información privilegiada, aquellos adquieren noticias exclusivas, logrando un artificioso halo de respetabilidad debido a su acceso a los pasillos del poder, soliendo en consecuencia, subordinarse tranquilamente ante la burocracia. Por instinto, los  afortunados  periodistas entienden como su deber el respeto a las narrativas impulsadas por el gobierno, a la par que de una u otra forma incrementan su desprecio por el público al cual éticamente deberían servir. Todo ello es parte de una especie de pacto Bonus Fides CIA-PERIODISMO, el cual incluye formas de contacto extremadamente informales como almuerzos, encuentros o llamadas ocasionales.

Múltiples acuerdos de secretismo son firmados, prometiendo no divulgar algo sobre las transacciones de la Agencia con entes de información; algunos espías tienen particulares contratos de empleo firmados como periodistas en medios, siendo asignados y tratados con especial deferencia en la institución periodística donde resultan empotrados. La absorción de una parte importante del periodismo por parte de la CIA, llega a ser incluso una política descentralizada. Es el caso del Miami Herald de La Florida, el cual se vincula con la Agencia, según funcionarios de la misma, sobre la marcha y directamente con la cercana estación en Miami y no con Langley.

Las simbióticas relaciones de los periodistas con la Agencia de espionaje resultan ser tácitas y otras veces explícitas, de medio o tiempo completo. La flexibilidad es absoluta: cooperación de ayuda mutua como trueque ya enunciada; alojamiento, cuando los medios, ya sean prensa, televisión o radio, aceptan en sus plantas de trabajo a legítimos espías; y superposición, cuando periodistas aceptan convertirse en agentes de la CIA con todas las implicaciones del trabajo. Ninguna ética informativa ha sido respetada.

En la práctica, los periodistas proporcionan una extensa gama de servicios clandestinos, desde de una simple reunión de inteligencia hasta el papel de mediadores con espías en países comunistas; los periodistas estuvieron acostumbrados ayudar a reclutar y manejar a extranjeros para convertirlos en agentes; adquirir y evaluar información, y colocaron información falsa en funcionarios de gobiernos extranjeros. Los manejos menos estructurados en la relación Agencia-periodistas, logran formar a estos últimos como personal especializado de la CIA para viajes al extranjero, e interrogados después y usados como intermediarios con agentes foráneos. Un ejemplo directo de todo esto es Newsweek; la CIA contrata los servicios de varios corresponsales extranjeros mediante directivas aprobadas por editores mayores de la revista.

La magnitud de la Operación Ruiseñor en cuanto a personal implicado en esta faena no es de poca monta. En los años 50, “al menos 3.000 empleados asalariados de la CIA están destinados sólo a propaganda”; esto otorga una capacidad descomunal a la agencia, la de nada más ni nada menos que censurar periódicos, canales televisivos y radios, para que no informen de ciertos eventos de intromisión contraria a todo principio de justicia y derecho perpetrados por el gobierno de la Casa Blanca y adláteres, como los cruentos complots de la CIA para derrocar a los gobiernos de Irán y Guatemala, el escalamiento bélico en Indochina, el respaldo ilegal y amoral a despiadadas dictaduras en Latinoamérica y por el orbe, etc. Todo ello corre paralelo al auge del macartismo de los años cincuenta y al posterior nuevo clímax anticomunista de los tiempos de la Guerra de Vietnam en los sesenta.

Sin duda, se constituye una categoría de periodismo por entero al servicio de la guerra psicológica y como pilar de la misma, para lo cual se establece un circuito de periodistas y expertos en el área del control de masas operando por entonces, principalmente en el teatro europeo, asiático y latinoamericano, a sabiendas que esta propaganda y espionaje son de imposible limitación geográfica por su intrínseca naturaleza, llegando a los propios Estados Unidos, situación expresamente prohibida por ley a la CIA, y por tanto, motivo de investigación congresional.

La Agencia es tan osada, persuadida de los óptimos resultados obtenidos con la mampara del periodismo, que fabrica, como ya se mencionó, periodistas a partir de espías, en una dimensión tal que la Operación Ruiseñor involucra a los más importantes elementos del ente de espionaje. El exaltado papel del periodismo en una entidad de tan invasivo espionaje como la CIA, llega a ser tal, que precisamente un periodista tiempo después llega a ser director de la misma: Richard Helms (director 1969-1973) periodista de la UPI en determinado momento. Hay un copamiento generalizado por parte del espionaje de la labor de comunicación, una desfiguración incondicional de los códigos de deontología de la profesión donde haya intereses capitalistas en juego.

Ruiseñor permite observar la ejecución de un esquema bien definido de propaganda de guerra con sus intrincadas variantes; Carl Bernstein con suficiente autoridad, manifiesta en su momento que “el empleo por parte de la Agencia Central de Inteligencia de la prensa estadounidense ha sido mucho más extenso de lo que los funcionarios de Agencia han reconocido públicamente o en sesiones cerradas con los miembros de Congreso”. Lo cual equivale a decir también, dada la magnitud y persistencia de la operación, que el periodismo de este tipo, es fundamental en el funcionamiento de la CIA.

Se corrobora la insistencia en la ejecución con las declaraciones del director de la CIA William E. Colby (1973-76), durante las audiencias de investigación ante la Cámara de Representantes en Washington (Comité Pike 1975). El congresista Otis Pike le pregunta a Colby: “¿Tiene alguna gente pagada por la CIA que esté trabajando en las cadenas de televisión?” Colby responde con ostensible duda: “Esto, creo, que se mete en detalles, Sr. Presidente, me gustaría entrar en una sesión ejecutiva [secreta].

En la práctica, y a pesar de todos los mortíferos desmanes de la Agencia, sus indiscutibles errores, incalculables perjuicios causados, patente despilfarro y pertinaz desprecio por la democracia, por entonces  los altos funcionarios de la CIA, incluyendo antiguos directores como William Colby y el recién llegado George H. W. Bush (futuro Presidente de Estados Unidos 1989-93), convencen a los Comités de restringir los alcances de las investigaciones y deliberadamente falsifican el alcance real de las actividades CIA-periodismo en el informe definitivo. A pesar de la amplia tergiversación que ello implica, algo sabemos.

La notoriedad de dichos desafueros en momentos de intensos cuestionamientos al papel de Estados Unidos y su gobierno en la Guerra de Vietnam y su secuela de muerte y destrucción, y las evidentes muestras de corrupción y desprestigio del afrentoso gobierno de Richard Nixon (1969-74) en el escándalo Watergate, impulsa a la Agencia (dentro de su rocambolesca autonomía), a que en febrero de 1976, ya en encabeza de George H. W. Bush, anuncie una nueva política:

“La CIA no volverá a pagar o contratará a ningún periodista o dueño de periódicos, a tiempo completo o parcial acreditado en algún servicio de noticias, periódico, radio o televisión estadounidenses [No dice nada de los del resto de mundo]. Sin embargo, para la CIA continua siendo “bienvenida” la cooperación voluntaria, no pagada, de periodistas de este país”.

El texto del anuncio evidencia que la Agencia Central de Información seguirá “dando la bienvenida” a la cooperación voluntaria, impagada (en efectivo) de periodistas. Así, permiten a muchos contubernios permanecer intactos. Además se puede inferir fácilmente que compensar los servicios de maneras que no se relacionen con el desembolso de dinero es permitido, para eso están otras prebendas (viajes, becas, visados especiales, referencias laborales, etc.).

Afectación consensuada de la realidad. En esencia, la Operación Ruiseñor como tal en el aspecto de la comunicación social, significa la ejecución de prácticas del gobierno de Washington para influir, determinar o dirigir, el conocimiento y la interpretación de hechos que construyen la narrativa de las sociedades, lo cual sólo puede ser descrito como síntoma de la existencia de un omnipresente sistema represivo autoritario, fuera de control. En otras palabras, una reconstrucción de la realidad al servicio del poder dominante en occidente.

En el fondo lo que ocurre con las Comisiones de Investigación Church y Pike (Senado y Cámara), es que el apoyo consensuado a la adopción del periodismo como parte importante de los aparatos de guerra del gobierno de la Casa Blanca, el cual incluye al mismo Congreso, ha perdido su fuerza original; sectores prominentes e influyentes de la sociedad ocultan dicha situación en Estados Unidos. Seguramente la obcecada y paranoica visión del poder de un Presidente concreto, Richard Nixon, quien provoca rechazo hasta en su propio gabinete, tiene influencia determinante en tal fractura en lo alto del poder.

En 1964, lo que se ha denominado eufemísticamente en Estados Unidos la “comunidad de inteligencia”, constaba de nueve miembros; cuarenta y ocho años después, en el 2012, ya son diez y siete los organismos destinados por el gobierno de Washington, al secretismo, el espionaje masivo, las operaciones encubiertas (ya no secretas sino fuera de cualquier supervisión), inclusive etiquetadas de ayuda, las acciones paramilitares, la intensiva propaganda, etc.

¿Una remozada y generalizada Operación Ruiseñor no es posible en momentos de tal omnipresencia del espionaje al estilo CIA? Cuesta mucho creer que no, en un conjunto de entidades para las cuales todo es válido, como principal característica de su funcionamiento, y que no dudan en aplicar métodos de investigación cercanos a los practicados en el medioevo, como las diversas formas de asesinato, desaparición y tortura, que atiborran su pasado y presente, desde Indochina, Indonesia, la Operación Cóndor, Centroamérica, Afganistán, Irak, etc.

Se llega al dominio de los medios empleados en la meditada ejecución de autenticas operaciones de encubrimiento de reales acciones de terror de falsa bandera. En una amarga ironía del presente, para lo que es una profesión tenida universalmente como eminentemente humanística, el ocultamiento de la prensa occidental del apoyo actual encubierto de la CIA e intermediarios a Al Qaeda, ISIS y demás fantasmagóricos grupos en el Medio Oriente (nunca bien explicados en su naturaleza y origen por periodistas de grandes medios corporativos), hace que la Agencia y sus adláteres, conviertan en instrumento de muerte y a la vez de opresión a los comunicadores. Las desastrosas consecuencias de un periodismo-instrumento de miedo y ocultamiento de la emboscada, para la población Siria, iraquí, libanesa, de Libia, Yemen, Sudan, etc. saltan a la vista, cuando el mundo entero es engañado sistemáticamente, a través de lo que difícilmente no puede ser calificado sino como libreto de guerra subrepticia del gobierno de Washington.

En general, las organizaciones de comunicación y periodísticas han sido intervenidas hasta llegar a ser preciados activos de agencias de espionaje; una praxis, al menos tan extendida en el presente, como hace cincuenta o sesenta años, en el apogeo de la Guerra Fría. No en vano pareciera en estos momentos ocurrir una mimetizada especie de Tercera o Cuarta Guerra Mundial (dependiendo como se vea la historia del siglo XX), donde la desinformación es elemento central. La confusión es el intencional resultado de una estructura periodística instrumentalizada con fines bélicos.

Ex agente de la CIA, Robert David Steele afirma sin ambages que la manipulación de la CIA de los medios de comunicación es “peor” en la década de 2010 que en la década de 1970 cuando Bernstein sucintamente la describió. Steele tiene muy claro “lo triste que es que la CIA sea muy capaz de manipular [los medios] poseyendo acuerdos financieros con los medios de comunicación, con el Congreso, con todos los demás [29]. Lo cual nos regresa a Ruiseñor. Sin embargo, afirma Steele, la otra cara de la moneda es que los medios de comunicación son perezosos”, lo que sería apenas un problema a corregir, sino fuera por a quién favorece dicho letargo y los crueles efectos que ello acarrea.

La increíble concentración presente de los medios en cabeza de tan pocos, potencia aún más tales ominosos resultados. A su vez, los poderes otorgados a las agencias de espionaje en pleno ascenso del 11-S, permiten que sus antiguas y ya conocidas capacidades sean establecidas a niveles de pesadilla orweliana; desde los años cincuenta la propaganda de la CIA tiene a su servicio una variada gama de especialistas (sociólogos, psicólogos, historiadores, antropólogos, geógrafos, etc.), los cuales sabemos que se erigen en verdaderas instituciones multidisciplinarias destinadas concienzudamente a imponer una farragosa tramoya como percepción de los hechos.

Vemos con insistencia el impulso a los denominados agentes de influencia en determinadas sociedades, es decir personas con prestigio o poder acreditado por los mismos medios, a través de la repetición pedante de sus opiniones y posturas, dentro de los cuales se destacan profesionales de la información que resultan poseer sorprendentes contactos, fuentes, suspicacia; son expuestos como una especie de sumos sacerdotes del periodismo, aderezados eso sí, con fuertes dosis de banalidad destinada a distraer. Sus funciones manipuladoras son ostensibles. En cada sociedad bajo control de Estados Unidos aparece esta clase de sicofantes; de hecho, son puntas de lanza de operaciones psicológicas de guerra.

Las acciones de la CIA al presente se han militarizado y por tanto su visión de sí misma ha corrido igual suerte. La Agencia describe a internet como un campo enemigo, al constituir un eje de información planetario de irregular control para sus propósitos. Es decir ámbito no del todo dominado. Lo pretendido es la supremacía de la tierra, el mar, el espacio y la información, lo cual es llamado en la jerga tecno-castrense predominio de espectro pleno”, un objetivo militar a conseguir en cualquier guerra moderna.

El periodismo ha sido colocado de facto a manera de parte sustancial del pie de fuerza en el campo de batalla de las tropas agresoras de Estados Unidos, los cuales por estos días vislumbran muchos potenciales frentes. Ejemplo de ello es lo practicado en la invasión a Irak de 2003. Allí está el plan “de integrar” a periodistas con los militares ocupantes de Irak, una operación estratégica que abiertamente considera al periodismo como parte indispensable de operaciones psicológicas. Justamente a los periodistas que no fueron “integrados” se les consideró de hecho “combatientes enemigos”. Nada más ni nada menos que violando flagrantemente las Convenciones de Ginebra. Más periodistas han sido muertos en Irak que en cualquier otra guerra y Estados Unidos de múltiples formas hace la parte de esta matanza.

A pesar de que la profesión que Albert Camus denominara la más bella del mundo, se halla deformada en su función humanística, hay mujeres y hombres que la practican con honestidad y en consecuencia se juegan íntegro el pellejo como en Irak, Siria, México y otros lugares. Sí, existen comunicadores que no se compran ni se arredran, se enfrentan con su pluma a los oscuros poderes de agencias como la CIA. Así, el laureado periodista Gary Webb, con sus denuncias a finales de los años noventa de la acción de esta Agencia de apoyo ilegal y contrario a cualquier norma ética, a los grupos mercenarios Contra en la Nicaragua Sandinista de los años ochenta, mediante el tráfico de cocaína y su distribución posterior, en suburbios de las grandes ciudades de Estados Unidos con mayoría africana o latina a fin de hacerlos adictos e incapaces de oponerse políticamente a su pobreza y marginalidad [35], es buena prueba de ello.

La vil persecución a Webb como periodista investigador a causa de estas denuncias fundamentadas (en la cual participaron el New York Times, The Washington Post, Los Angeles Times, Miami Herald entre otros), y por lo menos, su extraña muerte posterior, permiten establecer una vez más la sospecha del pérfido y exicial actuar de la Agencia, aún con un ciudadano de los Estados Unidos en su propio país. A la vez que certifica una vez más, el espíritu anti poder arbitrario latente en todo ser humano, indiferente a cualquier riesgo.

Por la razón o por la fuerza, el periodismo es forzado a plegarse a los designios de la Agencia y en general del US Governmment, so pena de violencia. No obstante, la abrumadora mayoría se somete y/o con gusto es seducida por la comodidad a cambio de prebendas. Esto equivale a no hacer preguntas incómodas en la ruedas de prensa, no investigar, repetir con disimulada abulia comunicados oficiales por absurdos que parezcan, mantenerse en las inmediaciones del poder del cual son escribanos, y demás argucias. En una frase, olvidar que la esencia periodística reside en un compromiso ético con gente que no se conoce.

Los periodistas tarifados buscan borrar el pasado, distorsionar el presente y falsificar nuestros anhelos de futuro. Repiten como borregos, acríticamente la cantinela del “terrorismo”, como el mal de nuestro tiempo; un razonamiento evidentemente favorable a la militarización de las sociedades y la injerencia en naciones codiciadas por sus recursos y/o ubicación estratégica. De ahí el actuar de CNN, BBC, FoxNews, DW, Telemundo, etc., y sus amos de Comcast, The Walt Disney Company, Time Warner, News Corporation, el Estado británico, o el alemán, etc., etc., actuando en consecuencia. Algunas voces afirman que más que la CIA controla a los medios de comunicación, estos constituyen la CIA, ello debe tener en cuenta a la Agencia funcionando por estos tiempos, como reforzado buró de de propaganda de guerra.

¿Tendrán aquellas empresas comunicacionales y sus periodistas algún compromiso con la CIA y las otras agencias constituyentes de la constelación del espionaje y propaganda actuales, como en la época de Ruiseñor? ¿Apostarías a que este pájaro no continúa cantando y esta vez con más fuerza?

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=216899

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  1. Aquí nos dejó Alfredo Grimaldos (qepd) su recomendable libro «La CIA en España», donde la CIA, entre otras muchas acciones de espionaje, colocaba micrófonos de última generación en los ministerios franquistas para conocer, entre otras cosas, los líos de faldas de los ministros de Franco y luego, llegado el momento de votar la reforma política, chantajear a los espiados para que el régimen franquista se hiciera el harakiri. Según decía Grimaldos, todavía debe andar escondido algún micrófono de la CIA por algún ministerio, jeje

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