Hace ya casi cinco años que recomendamos el libro de Jessica Bruder, Nomadland, que lleva el subtítulo de “La supervivencia en los Estados Unidos del siglo XXI”. Ahora queremos repasar la película dirigida por Chloe Zhao e interpretada magistralmente por Frances McDormand, en el papel de Fern, una viuda que abandona su hogar y su mundo en un pueblo de Nevada cuya única industria ha sido destruida por la crisis económica.
El capitalismo siempre se parece a sí mismo. Un siglo después vuelve “Las uvas de la ira”, aquella novela de Steinbeck que relató -como ninguna- la Gran Depresión de 1929. Entonces el banco se quedó con la pequeña granja y la familia protagonista buscaba en California una nueva “Tierra Prometida” que no existe.
En el siglo XXI los trabajadores siguen perdiendo su trabajo, luego su vivienda y, finalmente, se convierten en nómadas. Unos 20 millones de personas viven en caravanas en Estados Unidos. También son emigrantes, pero no van a ninguna parte.
En la película la protagonista se echa a la carretera en su furgoneta y pronto descubre que es una de los miles de estadounidenses ancianos obligados a llevar una vida de vagabundos. Recorren las carreteras en busca de trabajo y aparcamiento gratuito.
En una de las primeras escenas de la película, Fern consigue un trabajo temporal en Amazon y se la ve caminando por el enorme almacén, saludando con la cabeza a sus compañeros. Pero en el mundo real los trabajadores de Amazon no se pasean como Fern. Se les obliga a sostener un ritmo frenético. Los trabajadores de más edad, en particular, sufren en estas condiciones, pero -a pesar de ello- Amazon les contrata.
El monopolio logístico se ha dado cuenta del valor de estos trabajadores ancianos y errantes. Obtiene créditos fiscales del gobierno por contratarles porque pertenecen a categorías laborales desfavorecidas, exigen muy poco salario, no tienen prestaciones y no se afilian a ningún sindicato.
A diferencia del libro, que no hace concesiones, la película carga una parte de la responsabilidad sobre la propia protagonista, que rechaza las oportunidades que se le presentan. Es una nómada vocacional, muy al estilo gringo, de los viejos “hobos”, “On the road” o “Easy rider”.
El guión trata un tema inevitablemente político, pero la cineasta lo suaviza porque para hacer una “buena película” hay que rebajar su carga ideológica, sobre todo en los tiempos que corren, cuando al vaso de orujo siempre le añaden cubitos de hielo.
Así queda como una película “personal”, descriptiva más que crítica. El horror del capitalismo, que arroja a los trabajadores a la carretera, hay que verlo como una nueva oportunidad: te deshaces de todo, incluso de tu casa, y puedes ir a donde te de la gana, como Thelma y Louise. A eso le llaman “libertad”. A veces también dicen que eso es lo realmente divertido.
La precariedad es un chollo. En todo el mundo millones de personas ya han perdido la mayor parte de lo que tienen o lo han perdido todo. Los trabajadores deberían empezar a pensar en el decrecimiento, en cómo sobrevivir con lo mínimo en una condiciones económicas cada vez peores, pero con la oportunidad de ser, por fin, “libres” porque la libertad consiste en que te priven de todo lo que te mantiene atado, que son siempre cosas materiales, prescindibles.
¿A quién no le gusta viajar? En Estados Unidos todos los años hay una reunión en Quartzville, Arizona, de los nuevos nómadas que viven en autocaravanas. Se llama la “Rubber Tramp Rendezvous”. Como muestra la película, allí recibes lecciones para hacer más confortable una vieja furgoneta. No puedes sentirte solo. Hay muchos en tu misma situación, lo cual siempre es reconfortante.
Cuando te pregunten “¿A dónde vas?”, responderás que “No hay camino, se hace camino al andar”, porque hoy las personas sólo viajan para ir a algún sitio. Nadie conduce por el simple placer de conducir sin pisar nunca el freno, como los nómadas de verdad.
No es otra película distópica más; es que las utopías ahora son así. Hacen de la necesidad virtud.
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