Los dos rostros antagónicos de internet

Juan Manuel Olarieta

La informática, la era digital e internet tienen dos rostros opuestos, como todo en esta vida y como no podía ser de otra forma. Se pueden resumir diciendo que muestran la esencia misma de las contradicciones del capitalismo moderno en su etapa final, agónica. Por un lado, el imperialismo nos ha metido el ordenador en nuestras casas, nuestros trabajos, e incluso los que se van de vacaciones llevan un portátil o un móvil en la maleta junto a su pasaporte y sus chanclas. Los han introducido en nuestros trabajos y en nuestras vidas porque la informática, como todo conocimiento, no es inofensiva, sino todo lo contrario; tiene otro rostro, es un instrumento de control y dominación, cuando es (debería ser) un instrumento de liberación y de comunicación ente los seres humanos.

Aquí no hay nada nuevo que no sepamos pero, como decía Hegel, lo que es conocido es lo menos reconocido. Por lo tanto es bueno volver una y otra vez sobre lo que todos conocen y nadie reconoce: la técnica es otro de esos grandes mitos de la sociedad moderna. Está a la altura de Pegaso, el caballo volador, Jano, el hombre de dos cabezas, o Minotauro, el hombre con cabeza de toro. Las cosas no han cambiado nada. Hoy a los que adoran a los artilugios modernos de la técnica se les llama «geeks» y hay muchos, sobre todo en internet y los ordenadores.

Si hay algo en lo que hoy estamos profundamente equivocados es en nuestra concepción sobre el carácter instrumental de la técnica, como de cualquier otra máquina o artefacto. Las cosas no son buenas ni malas; depende del uso que cada cual le de. Ya se sabe: las cosas son independientes del uso, las cosas pueden tener muchos usos distintos, incluso opuestos, el uso es posterior al invento de las cosas… Es como si las cosas no se hubieran inventado para que tuvieran un uso determinado.

Pues bien, el capitalismo desarrolla la informática como una técnica de guerra y esclavización de la clase obrera y bajo su imperio no puede ser otra cosa diferente, de tal manera que cuando las masas lo convierten en su contrario, en una técnica de liberación, el capitalismo (y su Estado) trata de impedirlo por la fuerza bruta. Lo mismo que las sirenas son una unidad de contrarios (mitad mujer, mitad pez), la informática y toda la técnica que la rodea también forman una unidad de contrarios; tiene dos partes muy distintas y se trata de descubrir aquella que no conocemos.

A diferencia de ahora, en tiempos de Marx y Engels las personas apenas se comunicaban ente sí a distancia. Los medios más importantes eran la correspondencia escrita o las diligencias. Por lo tanto, la informática debería constituir un caso claro de la obsolescencia del marxismo, de su carácter trasnochado.

No obstante, si se lee el Capítulo 13 de El Capital (1) es imposible no darse cuenta de que los ordenadores demuestran a la perfección que Marx no sólo escribió para 1860, sino para 1960, para 2060 y para la posteridad. Es como si por sus escritos no hubiera pasado el tiempo; no han envejecido lo más mínimo.

Hoy no puede dejar de sorprender que, fiel a su estilo, el Capítulo que dedica a «Maquinaria y gran industria» empiece con un apartado que tiene que resultar sorprendente para unos ingenieros e informáticos acostumbrados a otro tipo de explicaciones: Marx empieza hablando del «Desarrollo histórico de las máquinas» y nos descubre que, como todo, no es que las máquinas tengan historia sino que forman parte de ella. Marx llega al punto de criticar a los matemáticos y a los «mecánicos» porque «no tienen en cuenta el elemento histórico» en su concepción de las máquinas.

Además, las máquinas son «un medio para la producción de plusvalía», lo cual tampoco aparece en los planes de estudio de ninguna facultad universitaria. La «ciencia» económica no habla de máquinas para nada porque cree que eso es cosa de los ingenieros. En esas facultades, lo mismo que en otras, no se habla de casi nada. En fin, un desastre cuyo origen surge del propio carácter ilusorio del mecanicismo, otra de esas concepciones (ideológicas) profundamente arraigadas y asociadas a la metafísica y al materalismo vulgar, o sea, a la vulgaridad que se presenta a sí misma como «ciencia» o ingeniería.

La explicación radica en un ejemplo bastante conocido de una cierta manera de proceder, que parece analítica y es puramente unilateral: si le das un martillazo a un teléfono móvil y lo rompes en mil pedazos, puedes comprobar lo que contiene, sus partes, como la pila, la tarjeta, la carcasa o la pantalla. ¿Dónde está ahí la plusvalía, la historia o las relaciones de producción? Por más que rompas el móvil en trozos más pequeños no los verás por ninguna parte, ni aunque los mires con un microscopio. Conclusión «científica»: nada de eso existe, es un invento de los marxistas, que siempre ven cosas donde no las hay. La plusvalía no forma parte de un móvil. Es más: la plusvalía no existe. Marx y Engels estaban equivocados.

La plusvalía ni la vemos ni tampoco la oímos. Al mismo tiempo que escribo esto, escucho a través del ordenador la V Sinfonía de Beethoven y después de analizar cada uno de los bits de que se compone el archivo digital he llegado a la conclusión de que en las sinfonías tampoco existe un director de orquesta, ni una partitura. Mi conclusión «científica» es la misma: la música carece de partitura, ni de director de orquesta. Es mentira. También es mentira que la música, lo mismo que la maquinaria, tenga historia. La historia no existe. Las facultades de ingenieros de minas, no tienen una asignatura que se titule «historia de las minas», ni tampoco un manual dedicado a la explotación de los mineros. ¿Para qué? Los ingenieros aprenden lo que es una mina pero no saben lo que es un minero.

Cuando en la habitación de su casa alguien se sienta delante de su ordenador no puede entender que Marx escriba que la maquinaria «sólo funciona en manos del trabajo directamente socializado o colectivo». Si le quitas los tornillos al ordenador lo que ves es un disco duro, un teclado, un procesador, una placa base o una tarjeta de sonido. ¿Dónde está el carácter social de mi ordenador?

También dice Marx que una de las diferencias entre una herramienta y una máquina es que mientras en la primera el instrumento es una prolongación de la mano del hombre, en la segunda el hombre es una prolongación del instrumento. Por eso solemos decir que «nos sentamos al volante del coche». Pero los ingenieros no ven ninguna diferencia, ni aquí ni en muchas otras cosas. Por eso tenemos una concepción ludita de todas las máquinas e instrumentos que nos rodean: en las cosas no vemos ni oímos más que cosas. Lo demás son ganas de complicar (las cosas).

Pero al aprobar la «tasa Google» el Congreso de los Diputados nos acaba de sacar de nuestro estupor otra vez más. Nos vuelven a demostrar que en las máquinas, en internet y la informática hay hasta impuestos, una palabra derivada de imponer. Los ordenadores también muestran al fisco, al dinero, a la propiedad privada, a las sanguijuelas, al poder político y al capitalismo monopolista de Estado.

Desde 2006 se han ido creando partidos piratas que defienden derechos básicos que casi todos daban como ampliamente reconocidos y aceptados en nuestras sociedades civilizadas. Pero los piratas han aparecido precisamente porque esos derechos elementales han desaparecido. El asunto es mucho más serio de lo que parece porque lo que antes eran derechos el capitalismo los ha convertido en su contrario: en crímenes. Es lo mismo que escribía Marx hace 150 años: para expandir el capitalismo la burguesía desahució a los campesinos de sus tierras «a sangre y fuego» y cuando los campesinos volvieron a «okupar» luego las tierras que siempre habían sido suyas, les acusaron de ser «okupas», es decir, delincuentes. ¿Cuál es la solución al problema? Si hoy Marx pudiera acudir a un escrache llevaría una pancarta con la siguiente consigna: hay que desahuciar a los desahucidores, que es lo que propone en El Capital: expropiar a los expropiadores (2).

Cuando abro uno de los sitios piratas de internet me encuentro con un enlace que se titula «Amenazas legales» (3). No sólo vivimos en una sociedad que ha sido expropiada de sus derechos, sino que, además, los monopolios (Microsoft, Warner, Sega) se atreven a amenazarnos, no sólo a los piratas, o sea, a los que ponen la cultura a disposición de millones de seres humanos como jamás se había conocido en la historia, sino que me amenazan a mí porque me he descargado la V Sinfonía de Beethoven gratis. Nadie le ha preguntado a Beethoven si escribió aquella Sinfonía para que otros ganaran dinero con ella. ¿Quienes son realmente los piratas?, ¿qué pensaría Beethoven si le dijeran que 200 años después, en pleno siglo XXI, hay personas perseguidas y encarceladas por poner su música a disposición de las masas del mundo entero?

Las justificaciones que al respecto exponen los diputados, verdaderos sicarios de los monopolios, son parecidas a las que dan los ingenieros informáticos: defienden la cultura. Pero ocurre que a veces se les escapa algo que es un poco distinto: en realidad lo que defienden es la industria cultural, el «show bussines», es decir, que con la excusa de la cultura se trata de defender el capitalismo, la propiedad privada y el saqueo de todos y cada uno de los derechos de las personas.

Pero el mayor enemigo somos nosotros mismos, nuestra (de)formación cultural. En los conservatorios enseñan música, y nada más. A los estudiantes de arte les enseñan a pintar, y nada más. Nadie les ha explicado el capitalismo, es decir, que junto al pintor hay un marchante, es decir, un traficante de arte, alguien que hace del arte un negocio, que la historia de la música y la pintura es también la historia de los mecenas y de los patrocinadores a los que hoy se les llama «sponsors», o sea, los capitalistas que ponen el dinero para que vayamos a un concierto de Bisbal pero no vayamos nunca a uno de Valtonic, para que Bisbal vaya de gira y Valtonic vaya a la Audiencia Nacional.

La era digital, esta revolución moderna de las fuerzas productivas, confirma que el capitalismo carece ya de recorrido, ha llegado a su final y antes de caer fulminado se revuelve como una fiera herida de muerte.

(Este artículo no acababa así sino dando vivas a la piratería, pero las he borrado por si acaso. He consultado el Código Penal y los libros de jurisprudencia y aunque no parece que por el momento la exaltación de la piratería sea delito, no me fío de la fiscalía, por cierto, una institución que deriva del fisco. Es una laguna legal que Soraya Sáenz de Santamaría tiene que ponerse a rellenar rápidamente porque aún quedan cosas que no están prohibidas y eso es un peligro para la sociedad. También es intolerable que el partido pirata no haya sido ilegalizado todavía. ¿A qué esperan?, ¿Garzón se ha quedado sin relevo? Internet, o sea, la red, ¿es una palabra que deriva de redada? Si es así, ¿a qué espera la fiscalía de la Audiencia Nacional para ordenar la próxima redada contra las redes?)

(1) Marx, El Capital, tomo I, pgs.302 y stes.
(2) Idem, tomo I, pg.649
(3) The Pirate Bay, http://thepiratebay.se/legal

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